domingo, 6 de mayo de 2007

Collins y otros nombres de Norteamérica

Edgardo Dobry se ocupa en Babelia de Lo malo de la poesía, de Billy Collins ( http://bartlebyeditores.blogspot.com ), una de las más recientes novedades de Bartleby. Creo que su crítica es certera y el juicio que emite sobre la poesía de Collins, especialmente de los poemas de este libro, sería extensible a una buena parte de la poesía norteamericana menos metafísica, más apegada a lo cotidiano que se viene escribiendo en las últimas décadas. Esa búsqueda del temblor existencial, de los misterios del lenguaje y su capacidad de trascender lo real, en la propia realidad vivida es algo presente, desde opciones estéticas distintas, en buena parte de los poetas norteamericanos de mayor calado. Es verdad, como afirma Dobry, que en algunos momentos de Lo malo de la poesía se transparenta el Philip Larkin de Ventanas. Pero también lo es que en la mirada de Collins respira una tradición poética muy norteamericana que, aunque en éste no tenga la gravedad que en otros casos y contenga algo más de juego que de experiencia angustiada -es, además, una poesía más optimista- se remonta a los poetas de las primeras décadas del siglo. Pienso en Thomas Hardy, en Edgar Lee Masters, en Sandburg, en Frost, en la Escuela de Chicago... Era una poesía atenta al mundo y, a la vez, a las posibilidades de revelación del lenguaje. Una poesía directa, alejada de las distintas vertientes del imaginismo paralelo a las vanguardias aunque en ella sea visible cierto Eliot, esencialmente el primero, y, ya situándonos en Gran Bretaña, cierto Auden.

Pero la de Collins es, también, una poesía emparentada con la literatura -no sólo de la lírica- que, a principios de los años ochenta, rompió con el experimentalismo de los sesenta y setenta regresando a lo cotidiano. Crece en paralelo a la narrativa -y a la poesía- de Carver, de Richard Ford, de Auster, de Tobias Wolff, de Jay McInerney. Cierto que en Collins no es visible la mirada crítica, desoladora, agrietada, amarga de Carver. Que su poesía tiene algo de celebración de la vida -aunque se contemple desde una ventana-, pero participa de la misma vocación de descubrir lo inefable en la realidad más inmediata, en las cosas cercanas, en los objetos y experiencias más previsibles.

Norteamericana y coetánea de Collins es Sharon Olds, y la propia Tess Gallagher, con una poesía de más compleja urdimbre desde el punto de vista lingüístico. Pero en los poemas de todos ellos alienta una tensa emoción ante la experiencia de vivir: la muerte, los seres más cercanos, el amor, el sexo, las sevicias de la enfermedad, los amigos. Esos son, junto con el pozo inabarcable del lenguaje, los ingredientes de una poesía que, con sus variantes, con sus distintos enfoques, se planta ante la vida y reflexiona acerca de su sentido.

1 comentario:

Ana Pérez Cañamares dijo...

MAravilloso, el libro de Collins. Y creo que necesario, en cuanto que humilde celebración de lo cotidiano. Es la suma perfecta junto con los poemas de Olds, de Carver: el dolor por un lado, y por otro el bálsamo. La tristeza y el juego. Entre todos ellos abarcan la realidad.

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