
En diciembre de 2007, recordando mis primeros pasos como crítico literario, publiqué, a partir del comentario de un lector, una entrada en este blog titulada "Del tiempo abolido regresa Justo Alejo" que terminaba con las siguientes palabras: "Un poeta magnífico, tan olvidado como necesitado de recuperación y de lectura crítica, que casi treinta años después de aquel artículo en Mundo Obrero," (fue mi primera crítica en papel impreso) "reivindico. Brindo, en este final de 2007, por una nueva vida para la obra de Justo Alejo". Pues bien, esa nueva vida va construyéndose poco a poco y este doble libro editado por la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes así lo pone de relieve.
Justo Alejo fue un poeta vanguardista que, además y tal y como apunté al principio, fue militar, psicólogo del Ejército del Aire y, tal y como se deduce de las libros que dejó escritos, progresista, hombre de izquierdas (algo enormemente difícil siendo militar bajo el franquismo) y lector apasionado de César Vallejo y de otros poetas de las primeras décadas del siglo. Murió muy joven y en un momento especialmente interesante en su trayectoria poética, lo que inevitablemente me lleva a pensar en su evolución posterior en caso de suicidarse y por la entidad que habría alcanzado su obra de haber podido madurar plenamente en las décadas posteriores.
Dos años mayor que Félix Grande, cuatro que Manolo Vázquez Montalbán y tres que Antonio Martínez Sarrión, estoy convencido de que habría dado a la literatura española de la postransición y de la democracia (incluso en el siglo XXI: hoy tendría "sólo" 76 años) nuevas obras con un alto nivel de calidad, además de aportar una perspectiva de la realidad cultural de Castilla y León desde la memoria de sus comienzos como poeta, cuando era Castilla la Vieja, que iba a enriquecer nuestra mirada.
Soñador empedernido, devoto de una poesía en permanente experimentación, su vida y su obra, forjadas en la ciudad de Valladolid, fueron parte de un impulso policéntrico cuyo fin era renovar la poesía española de la época. Empezó a escribir en los años de la revista Claraboya, aquel proyecto poético que, de la mano de Agustín Delgado, Mateo Díez, Merino y tantos otros, intentó conciliar experimentación y vanguardia con conciencia crítica, con un trasfondo ideológico marxista. Vivió en paralelo a poetas mayores o coetáneos como Francisco Pino, Claudio Rodríguez o Antonio Gamoneda y ejerció oficios diversos tras iniciarse, a los 14 años, en la Escuela de Formación Profesional de RENFE en la ciudad de León.
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Potro de herrar. Formariz de Sayago, lugar de nacimiento de Justo Alejo |
Tuve el honor y la inmensa satisfacción de que mis dos primeros libros, editados en la mítica Endymion, dirigida por otro castellano leonés --en este caso de Valladolid--, Jesús Moya, tuvieran como compañía en el catálogo, a principios de los ochenta, a El aroma del viento, de Justo, el libro que me permitió descubrir a un poeta poderoso, vanguardista y profundo a la vez, y a estrenarme en el duro y extraño oficio de la crítica literaria.
Recuerdo mi entusiasmo de aquellos días leyendo y releyendo los poemas de Alejo para escribir la crítica encargada para Mundo Obrero diario. El aroma del viento, con aquellas tapas de color amarillo anaranjado y de frágil cartulina, fue un compañero por los cafés, por los restaurantes de menú y funcionarios y albañiles, por las cafeterías próximas a Noviciado, al que durante meses no pude abandonar. Recuerdo, además, que a aquel libro solía acompañarle, en mi carpeta, otro también editado por Moya en Endymion: Viento de medianoche, del poeta búlgaro Peiu Yávorov, prologado y traducido nada más y nada menos que por Juan Eduardo Zúñiga (una auténtica joya, como el de Alejo, como algunos otros títulos publicados por Jesús Moya en aquel tiempo, que está pidiendo a gritos reedición).
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Portadas de los dos libros editados por Endymion a principios de los 80 |