En junio de 2015, recién elegido presidente de la ACE, recibí la visita de Javier Reverte. Como escritor y asociado pedía asesoramiento jurídico porque lo habían sancionado con la devolución de cuatro años de pensión por haber percibido ingresos por derechos de autor. Había leído algunos de sus libros viajeros y lo admiraba desde la distancia, pero no había entre nosotros una relación de amistad. Esta comenzaría aquella mañana de junio A los pocos días, comprobamos que su batalla personal contra una sanción injusta era idéntica a la de otros autores, no solo literarios (también traductores), a quienes se les había suspendido la percepción de una pensión legitimada durante 40 años de cotización. No tardamos en crear, en otoño del mismo año, la Plataforma Seguir Creando exigiendo la supresión de las sanciones y la homologación de nuestra normativa con la de los más avanzados países europeos. Javier estuvo en la batalla desde el primer día. Una batalla que habría de tener un desenlace (por ahora no definitivo ni completo) con la aprobación de la compatibilidad pensión derechos de autor y que abriría camino para dar solución definitiva a la situación económico laboral de autores y, en general, de trabajadores de la cultura, con el Estatuto del Artista, todavía en desarrollo.
Durante los años posteriores y entre batalla y batalla, visitas a grupos políticos, a ministros y directores y ruedas de prensa y mesas redondas, Javier mostró una actitud combativa y firme. Combinó su labor en Seguir Creando con colaboraciones y presencias en diarios, radios y televisiones y, como no podía ser de otro modo, ejerciendo la principal labor de todo autor: escribiendo literatura. Su ya abundante bibliografía se engrosó con nuevos libros de viajes (Un verano chino, New York, New York, Confines…) y con una novela, Banderas en la niebla, mientras, con la pensión suspendida, pagaba su “deuda” con el Estado convirtiéndose, de manera forzada y a los setenta años, en trabajador autónomo. Ganó el juicio a la Seguridad Social, pero esta recurrió para revocar el fallo. Javier volvió a la carga ante el Supremo y lo último que supo fue la admisión a trámite de su último recurso. Será fallado con carácter póstumo.
Hablamos mucho desde aquel día de junio de 2015. De lo personal y de lo colectivo. Entre nosotros se cimentó una amistad sólida, que se afianzó aún más al constatar un pasado común de gustos literarios (su pasión casi oculta por la poesía entre ellas), militancias contra el franquismo y, a la luz de El hombre de las dos patrias, su libro viajero por los paisajes y escritos de Albert Camus, mitos similares. De otro lado, el autor que nos permitió conocer el África de Conrad en la Trilogía que inició con Vagabundo en África, tenía también una pasión complementaria en un territorio íntimo, en las antípodas de los remotos, a veces exóticos horizontes de sus viajes: la sierra del Guadarrama, los bosques de Valsaín, su lugar de retiro y escritura, tierra de sus veranos.
A finales del pasado agosto conversamos en una terraza de Madrid. En aquel diálogo la literatura se enredó con su lucha por los derechos autorales y con su pasión por el viaje. Con gesto sereno y grave y tono irónico me reveló un diagnóstico médico sombrío y me habló de su intención, pese a todo, de salir dos días más tarde hacia Turquía. Después, charlamos sobre la admisión a trámite, por el Supremo, de su recurso, y del Estatuto del Artísta. Había en su mirada una honda tristeza que compensaba con la ironía y la broma. Aquella mirada se iluminó cuando le entregué las galeradas del libro de poemas que llevaba casi un año “en el taller” de Bartleby, Hablo de amor entre fantasmas. Con esa rendija de alegría concluyó el encuentro. Después, alguna conversación vía móvil desde Turquía, intercambios de e-mail sobre algunas erratas y un último diálogo, desde el hospital de La Princesa, tras su regreso del viaje y a punto de volver a casa. No ha llegado a ver el libro editado, un libro que engrosa una obra poética breve que se inició en 1982. Creo que a Javier le gustaría que le recordáramos, también, como poeta. No en vano escribió en el prólogo a Trazas de polizón (2005), sus poemas reunidos, que “la poesía es la verdadera palabra del hombre, la que mejor puede retratar su alma perpleja y la complejidad de su corazón”. Viajó, amó, escribió y luchó hasta el último momento. Hasta recalar en el extraño puerto sin mar que siempre le aguardaba entre los bosques de Valsaín. Allí reposa para siempre.