miércoles, 15 de octubre de 2008

Ramiro Fonte, capitán invierno

Ayer estuve en Puentedeume, acompañando, en su último viaje, al poeta gallego y director del Cervantes de Lisboa Ramiro Fonte. Con 51 años y una obra poética (y memorialística) sólida, cargada de emoción, perdió la batalla contra la puta enfermedad que no se nombra. Luchó algo más de medio año contra ella y, al final, fue ella quien se salió, como tantas veces, con la suya. En medio de los amigos y deudos hubo alguien (un hombre de su edad, quizá un compañero de estudios, un familiar) que me preguntó si conocía a Ramiro. Le dije que sí, que lo había conocido en julio del año pasado, al poco de asumir mi responsabilidad directiva en el Instituto Cervantes, pero que cinco años antes había tenido la satisfacción y el honor de escribir para Babelia la crítica a la edición en castellano de su libro Capitán invierno (Pre-Textos, Valencia, 2002). "¿Escribiste la crítica y no le conocías?": esa fue la pregunta que siguió a mi información. La verdad es que me quedé perplejo. Seguimos charlando y el amigo de Ramiro me dijo que no le parecía verosímil que eso fuera así, que normalmente la crítica la hace quien conoce al autor, sobre todo quien tiene una relación de amistad con el autor. Hasta aquí la anécdota.

Porque lo verdaderamente importante fue que una multitud acompañara al poeta, a Elsa, a sus padres, a sus amigos de infancia, a sus hermanas. Ni siquiera tuvo importancia que el séquito lo encabezara César Antonio Molina ejerciendo de ministro de manera visible, o que, entre los amigos y deudos, como una más y sin dejarse notar apenas, estuviera Carmen Caffarel En el camino hacia el cementerio, por las calles altas de un pueblo volcado sobre el mar, yo pensaba no en la ceremonia que se había celebrado en el ayuntamiento, ni siquiera en la respuesta ciudadana que había suscitado la muerte del poeta, sino en los poemas de Capitán invierno, en el libro que había llevado conmigo en el viaje para conocer aún más (la poesía es la radiografía del alma) a quien sólo había visto en persona en dos ocasiones. Allí estaba la memoria de infancia y adolescencia de quien creció en un lugar cercano al mar y hecho de viviendas humildes; allí estaban los inviernos de bruma de las ciudades gallegas; las viejas salas de cine que el urbanismo y la especulación y las nuevas tecnologías audiovisuales fueron, poco a poco, arrumbando: salas del descubrimiento del primer amor, de los sueños como vacuna contra un tiempo difícil ("Y entre todas las deudas que la vida / conmigo ha contraido, que nunca saldará, / Están esos secretos que no supe robarte / En la última fila, / En la sesión de tarde / Del cine Rena, /Donde saben mejor todos los besos"); allí estaban los descampados y las periferias. Estaba el amor, y los abrigos de paño, y las gabardinas, la juventud subversiva y la libertad escrita en paredes nocturnas, y las aldeas perdidas, y los amigos del barrio que la madurez, la distancia y la experiencia fueron dejando en el camino. Para muestra, sirva el botón (porque el traje, el libro, deberéis comprarlo) del comienzo del poema titulado "Los barrios perdedores":
"Llueve mucho en los barrios perdedores
Pues los meses de invierno tienen poca piedad
De sus casas desnudas, ofrecidas al viento,
Al agua, a la intemperie,
Y por eso en los barrios perdedores
En las tardes de invierno llega pronto la noche,
Duran menos los días"
Capitán Fonte, Ramiro Invierno: aquí quedan, para el amigo que una tarde de diciembre de 2007 me llamó por teléfono asustado tras una prescripción médica, estas líneas de mi homenaje personal, de mi homenaje como poeta compañero, como escritor compañero, como amante de los claroscuros y de las tardes invernales.

martes, 7 de octubre de 2008

Sylvia Plath en Bartleby Editores: reflexiones en voz alta en el 10º aniversario de un sueño.

Al fin, después de esperar más de un año, he podido acariciar, oler, hojear y ojear la poesía completa de Sylvya Plath. Pepo Paz me entregó, el pasado viernes, uno de los ejemplares, todavía caliente, "robado" de los destinados a la prensa y he de confesar que tenerlo entre mis manos fue una experiencia de las que se viven pocas veces. Ni siquiera con un libro propio he tenido una sensación parecida. Como si intuyera que en ese grueso volumen de Bartleby Poesía, editado con meticulosidad y pasión, se concentrara una parte esencial de la más honda poesía que ha dado el siglo XX. Sí, es la edición de los Collected Poems que realizo Ted Hughes. Traducida, prologada y anotada con exhaustividad, en un esfuerzo heróico, hasta cierto punto erótico y apasionado, por el poeta gallego Xoan Abeleira. He releído el histórico prólogo de Hughes y la nota preliminar de Abeleira una y otra vez. He releído poemas al azar, he manoseado una y otra vez el volumen... He vivido, en definitiva una experiencia extraña, como si, en mi condición de director de la colección, cobrara, de pronto, conciencia de estar ante un acontecimiento irrepetible. Una celebración, con mayúscula (como las celebraciones mágicas de Claudio Rodríguez) de la poesía.
Pensé en el placer personal que el hecho me producía (un placer siempre inexplicable, como casi todo lo que tiene relación con el arte), sin duda, pero también pensé en que el volumen de más de 600 páginas, abordado por una pequeña editorial que acaba de cumplir sus primeros 10 años de vida, es la muestra viva de que la tenacidad, la confianza plena en el poder de la buena poesía y de la buena literatura (frente a tantos conseguidores de subvenciones oficiales atrincherados detrás de sellos editoriales que fueron innovadores y prestigiosos y arriesgados un día lejano) a veces se abre camino en un mar de hostilidades, ya sean visibles y abiertas, ya lo sean ocultas y sinuosas. ¡Bien por Bartleby!, me dije casi sin ser consciente de que desde los primeros pasos de la editorial, desde una sobremesa de otoño (quizá no fuera otoño, tengo dudas) en la que Pepo Paz y yo pudimos recrearnos en el diseño raro, rupturista, casi näif (recuerdo el escepticismo ante el diseño de algunos poetas mayores que luego editarían en Bartleby), que nos había preparado Sandra Zabala.

Bien por Bartleby, que ha editado la poesía completa de la Plath, que ha editado la mejor traducción de la poesía de Carver de la mano de Jaime Priede (a años luz, por cierto de algún precedente conocido en editorial poética de renombre), que ha rescatado, a la luz de la sensibilidad de los jóvenes poetas del siglo XXI, obras maestras de nuestros poetas consagrados en el siglo XX (Bonald, Grande, Jiménez, González, Gamoneda....); bien por Bartleby porque ha arriesgado descubriendo nuevos nombres de nuestra lírica, editándolos (aunque hubiera, después, cazadores al acecho del descubrimiento ajeno): Julieta Valero, Marcos Canteli, Isabel Pérez Montalbán, David González. Bien por Bartleby que gritó, en libro, contra la barbarie del 11-M. Bien por Bartleby por su generosidad con las víctimas de algunos exquisitos reacios a editar a poetas de edad por ser "sociales". Bien por Bartleby que descubrió y entregó a nuestra exigua comunidad poética joyas como los libros de C. K. Williams, de Billy Collins, de Anne Michaels, de Sharon Olds, de Tess Gallagher... (de la nueva colección de narrativa ya hablaré en otro momento).

Y bien por Bartleby porque todo eso lo ha hecho (lo hemos hecho) a "puro huevo": sin un premio que llevarse a la boca (y a mucha honra); sin una red de críticos prestos a abrir, de inmediato, las páginas del suplemento de turno a la novedad del mes; siendo exigente con las traducciones, con los libros a editar, buscando la innovación en sus colecciones o series, sabiendo que no hay poesía joven posible si se arrumba la memoria poética de los mayores. Y sobre todo, con un principio que es el principio madre de todos los principios: amor a la poesía, amor insobornable a la literatura. Y respeto al pluralismo realmente existente frente a la lógica del amiguismo y la tendencia (de un lado y de otro) a la que tan propenso es nuestro mundo poético. Un pluralismo sustentado en una base esencial: la poesía de calidad, el afán innovador no gratuito, la conexión del poema con las grandes incertidumbres del presente.

Sylvia Plath y su poesía completa, con el sello Bartleby Editores bien visible en una hermosísima poetada, es el mejor regalo de cumpleaños para la década de vida de tan apasionante proyecto. Un regalo para la editorial y para su menguadísima "plantilla". Pero, sobre todo, un regalo de dimensiones inabarcables, para los lectores de poesía, de literatura de la buena, de España y de Hispanoamérica. Nada más y nada menos. Estoy seguro de que nunca Bartleby el escribiente, el inmortal personaje de Melville, aplicaría a esta iniciativa (como a tantas otras de la editorial) su legendario lema "preferiría no hacerlo". Más bien diría todo lo contrario.

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...