martes, 26 de junio de 2012

Las flores de Richard Ford y su mirada sobre Raymond Carver

La primera noticia que tuve de Richard Ford me llegó a mediados de los años ochenta, cuando en el diario El País, en su suplemento de libros, leí un amplio reportaje sobre el realismo sucio americano. Aunque el artículo se centraba, sobre todo, en Raymond Carver, lo cierto es que dentro de la nómina de nuevos narradores realistas norteamericanos que ofrecían al lector estaba, en un lugar destacado, Richard Ford. Aquel reportaje me abrió a aquella narrativa que, sin renunciar a la realidad, nos llegaba del país en el que en el último siglo se habían gestado las más importantes innovaciones en el género narrativo y, de manera muy especial me llevó, casi de inmediato, a la búsqueda de los primeros libros de Carver, en concreto de Catedral, recién editado entonces por Anagrama. Recuerdo que fue, también, el origen de un artículo que publiqué en el diario El Independiente en octubre de 1990 destacando la contradicción en que incurrían algunos críticos y editores de la época, entregados a descalificar el realismo de nuestra narrativa de los años cincuenta a la vez que se rendían a las nuevas corrientes que llegaban de la literatura anglosajona, comenzando por el realismo sucio, al que elogiaban de manera entusiasta. En otras palabras: Aldecoa, Fernández Santos o García Hortelano, no; Raymond Carver, Tobías Wolff o Richard Ford, sí. El artículo, lo acabo de rescatar para el lector de hoy en mi blog La estantería de Al margen y ahí puede acudir cualquier persona interesada en leerlo en su integridad: creo no equivocarme si digo que no ha perdido un ápice de actualidad.

Las Flores en las grietas de Richard Ford

Lo primero que leí de Ford fue el libro de cuentos Rock Springs, un conjunto de historias sobre la vida cotidiana, sobre la memoria y sobre la experiencia colectiva que se vive en pequeñas ciudades de la América profunda, del estado de Montana. Las relaciones familiares, el vacío de horizontes de sus protagonistas, la huella de la guerra del Vietnam... todos esos ingredientes se mezclaban para ofrecernos unos relatos intensos y equilibrados a la vez que no sólo hablaban de literatura, sino del pulso de una sociedad como la norteamericana en los años ochenta. El recuerdo de aquella lectura fue el principal acicate para que hace una semana, al encontrarme con el nuevo libro de Ford, lo comprara sin dudarlo. Flores en las grietas es una colección de textos procedentes de conferencias o de encargos periodísticos o editoriales sobre el papel de la literatura y sus vínculos con la vida que se complementan con algunas incursiones en el terreno de la memoria.


Escena ciudadana en un barrio de Jackson, ciudad
donde nació Richard Ford
Llama la atención en Ford su enorme capacidad reflexiva (que parece acuñada en cierta "escuela de escritores" específicamente norteamericana que tiene su origen en las universidades, en los cursos de escritura y en la tradición del taller literario) sin perderse por los meandros del academicismo, de la teoría pura y dura. Ford nos revela su experiencia como escritor desde las primeras lecturas conscientes hasta el acceso a una madurez que le permite mirar la obra ajena de manera distante, sin la implicación propia del deslumbramiento de quien descubre. En Flores en las grietas, que lleva como subtítulo Autobiografía y literatura, Ford indaga en las razones por las que se escribe ficción, intenta descifrar el misterio que hace que un cuento, o una novela perduran por encima del tiempo, nos revela sus debilidades y sus miedos ante el papel en blanco y algunas inseguridades y vicios ajenos. nos cuenta sus recuerdos de niño en soledad viviendo en la inmensidad de un hotel de trescientas habitaciones regentado por su abuelo en la localidad de Little Rock o se entrega, de manera entusiasta y con vocación de entomólogo, a descubrir el trasfondo íntimo y colectivo de una de las novelas más emblemáticas de la narrativa USA de los años cincuenta: Revolutionary Road, de Richard Yates (en España apareció, en , con el título Vía revolucionaria). La intrahistoria de una urbanización de clase media en las afueras de la gran ciudad en los años cincuenta, años de irrupción de la nueva "ciencia" del marketing y de la publicidad, del cine en technicolor con grandes "carros" e interminables avenidas circundadas de lujosos chalets. El prólogo de Ford es una pequeña joya del análisis literario-emocional de un texto. No sólo sitúa la vida cotidiana de la urbanización en la época en que Richard Yates escribió la novela, sino que apunta algunas de las fallas existenciales de ese modo de vida (en el fondo, el american way of life que con tanta envidia contemplábamos los niños de la España de los sesenta en el cine o en los anuncios de las revistas de papel couché que hojeábamos en las peluquerías a las que asistían nuestras madres): vacío existencial, refugio en el alcohol y en el tabaco, en las fiestas colectivas organizadas de vez en cuando en el club social o en alguno de los domicilios particulares, en un trabajo tan carente de sentido como absorbente (en cierto modo, un anticipo de la serie televisiva Mad Men), en el sexo furtivo e insatisfactorio, en algún proyecto utópica capaz de sacar del tedio a cualquiera de los matrimonios que en la novela aparecen.

Ford también recupera, en el libro, el estudio introductorio a la selección de nuevos narradores norteamericanos de Granta 2007, o evoca la figura de un padre inútil en las labores manuales, capaz de fracasar (siempre en momentos decisivos para un niño) en las tareas más irrelevantes: acortar un árbol de navidad, montar un tambor o manejarse con una bicicleta. Y en fin, vuelve a Chejov, siempre Chejov, referente inexcusable de toda su generación, y se interna en los interrogantes que alientan detrás de cada obra literaria, sobre todo ése al que nunca encontraremos una respuesta definitiva: "¿Para qué escribimos?"

"El buen Raymond": su mirada sobre el amigo, maestro y colega Raymond Carver

Carver y Ford, en un encuentro literario
El libro de Ford es, de principio a fin, apasionante. Lleno de enseñanzas y de complicidades, un libro "de escritor para escritores" que nos hace amar aún más la escritura, aventar cualquier duda sobre el sentido de lo literario en una sociedad marcada por el más salvaje mercantilismo. No tiene, sin duda, desperdicio. Sin embargo, hay un texto que tiene tal carga emotiva, nos da tantas claves sobre la vida literaria de los años ochenta y primeros noventa, nos ilumina en tantos aspectos sobre los miedos, las frustraciones, los deseos y los sueños de aquellos escritores, que destaca (a mi juicio , por supuesto) sobre los demás. Se trata del dedicado a su amigo y colega Raymond Carver. Lo publicó en New Yorker, el 5 de octubre de 1998, con el título "El buen Raymond"

Richard Ford evoca un Carver en el proceso de tránsito hacia el reconocimiento de crítica y lectores a nivel internacional. Cuando se conocieron, sin embargo, eran escritores en busca de un camino: "Yo tenía treinta y tres años" --escribe Ford--  "y Ray rondaba los treinta y nueve. [...] Ray yo éramos los típicos norteamericanos decididos a tratar de ser escritores y productos de un ambiente que incluía la universidad, , los talleres de escritura, enviar relatos a publicaciones trimestrales, asistir a cursos de postgrado y tener profesores que eran escritores --uno de los míos fue Doctorow--". De otro lado, Ford nos habla de un ser frágil, tímido, modesto, profundamente marcado por su experiencia alcohólica (salió adelante con la ayuda de Alcohólicos Anónimos), descuidado en el vestir, amante de la caza y de la pesca (Ford cuenta que en esas actividades encontraba sus más intensos momentos de felicidad), profundamente culpabilizado por determinados problemas vividos por su hija y muy sensible ante la opinión de amigos y lectores (sobre todo de los amigos, del propio Richard Ford especialmente) sobre la calidad de sus  cuentos. Cuenta Ford que nunca se le subió la fama a la cabeza, que antes y después del reconocimiento internacional y de las ventas masivas de sus libros, Carver se comportaba del mismo modo. Y que se sentía especialmente atraído por la vida del autor de El día de la Independencia: pareja estable, casa cómoda en un lugar arbolado y apacible, coche francés.... Carver, que sólo tras conocer a Tess y alcanzar el éxito encontrará cierta estabilidad, tenía una larga historia de dudas, de decepciones, de pequeños fracasos, de inestabilidad emocional y precariedad económica, carecía de una casa a la que llamarla, con todas las consecuencias "mi casa", veía en Ford la representación viva de lo que le hubiera gustado alcanzar en el ámbito más personal.


Ray Carver y Tess Gallagher
Es emocionante recorrer con Ford sus experiencias de lectura, de debate, de taller, dentro y fuera de Estados Unidos, junto a Ray. Como lo es reconstruir sus discusiones acerca de determinado relato y leer anécdotas, descritas con una enorme carga de ternura y de admiración, que vivieron juntos. Es como atravesar el umbral de una inmensa habitación donde nos aguarda todo un tiempo de pasiones culturales y literarias, de encuentros en los que Tobias Wolff (inolvidable mi lectura, en el autobús en que cruzaba Madrid cada mañana, de los cuentos de Cazadores en la nieve), Richard Ford y Ray, la propia Tess Gallagher, junto a otros escritores de la misma hornada generacional debatían sobre Chejov, sobre la narrativa experimental, sobre poesía (Carver reverenciaba la poesía y Ford consideraba que su obra poética era un remedo inacabado de sus cuentos), sobre el alcance, el acierto o las debilidades de la propia obra. Entre las anécdotas que nos cuenta en el libro, sirva, para concluir, esta descripción que realiza Ford de la lectura, por Ray, del cuento "Qué es lo que quiere", de su libro ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?:
"Ray leyó el relato casi a oscuras, muy encorvado sobre la lámpara del estrado, sin dejar un momento de juguetear con sus grandes gafas, carraspeando, bebiendo agua a sorbos, avanzando por las páginas de su libro como si nunca hubiera pensado realmente en leer ese relato en voz alta y no le resultara fácil hacerlo. Su voz era muy baja, aparentemente inexperta y vacilante, al punto de resultar irritante. Pero el efecto de su voz y el relato en el oyente era el de una vida real que se desplegaba de una forma tan destilada, tan intensa, tan elegida, tan contagiosa en sus urgencias que, al terminar, el oyente quedaba sin sin aliento, sin fuerzas".



domingo, 10 de junio de 2012

Donde el mundo se llama Celanova y su poeta Celso Emilio Ferreiro


En el verano de 1976, E. y yo, con una pareja de amigos, recorrimos gran parte de la Galicia costera.  En Malpica, en pueblo de pescadores próximo a Coruña, vivimos una trágica experiencia:  fuimos testigos del intento de salvamento, en la playa, de una muchacha. Ella tuvo suerte, pero uno de los pescadores que se lanzó al mar, precisamente para salvarla, tuvo la mala fortuna de morir ahogado. Aquella experiencia ennegreció el viaje y nos llevó a alejarnos del mar, a buscar la Galicia interior: nos adentramos en la provincia de Orense y recorrimos parte de sus bosques y montañas hasta recalar en un pueblo, cuyo nombre he olvidado, cercano al monasterio de Osera. No muy lejos de allí, hacia el sur, se encontraba el pueblo cuya denominación llevaba impresa en la portada del libro que me acompañó a lo largo de aquel viaje: Celanova.

Su título: Donde el mundo se llama Celanova. Su autor, Celso Emilio Ferreiro.  En 1975, con Franco enfermo, Celso Emilio era un poeta vivo y activo (comprometido en la lucha antifranquista) que cuatro años después, el 31 de agosto de 1979, moriría precisamente allí, en Celanova, donde había nacido en 1912. He de decir que el poemario había sido editado meses antes gracias a la iniciativa del poeta y entonces director de la colección Alfar de poesía, de Editoria Nacional,  Diego Jesús Jiménez: una bella edición de bolsillo, bilingüe (la traducción era del propio Celso Emilio), cuya portada reproduzco en este post. Recuerdo que aquellos poemas acompañaron algunos de mis duermevelas de aquel viaje y que, en ellos reconocía experiencias anteriores vividas en la Galicia profunda: un viaje a As Pontes en tiempo de navidad del que todavía recuerdo maravillosas veladas al calor de una hoguera junto a amigos que el tiempo se ha encargado de borrar de mi memoria, queimadas que duraban hasta el amanecer y conversaciones interminables sobre los tiempos que se avecinaban con la previsiblemente próxima muerte del dictador. De modo que yo había construido en mi mente una Galicia. Literaria, sin duda. Idealizada, también. Pero cargada de imágenes vinculadas a un tiempo de descubrimientos del que formaba parte la poesía de Ferreiro (y la música de Luis Emilio Batallán, del berciano Amancio Prada, de Voces Ceibes...), la lectura adolescente de poemas de Rosalía y de un monográfico de Cuadernos para el Diálogo dedicado al genial Castelao. Era mi Galicia de los veintipocos años, ese tiempo de descubrimientos en el que todo se mitifica y magnifica.


En este 2012 se cumple un siglo del nacimiento de Celso Emilio Ferreiro. Será un centenario poco celebrado porque el olvido es el consejero indeseado de los buenos poetas que estuvieron en los márgenes. Un olvido injusto de uno de los poetas de mayor relieve de la lengua gallega. Su obra, cuyo libro más conocido e influyente fue Longa noite de pedra, (su primera edición data de 1962, pero ha sido continuamente reeditado) desbordó, sin embargo ese ámbito lingüístico para convertirse, sobre todo en las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo, en un referente de la lírica más comprometida, más implicada en la denuncia de la dictadura y en la búsqueda de una nueva realidad. Su poesía, con fuerte arraigo en la tradición poética de lengua gallega (Rosalía, Curros Enríquez, Pondal),  alcanzó en aquel tiempo una notoriedad parecida a la de autores como Blas de Otero, Gabriel Celaya o José Hierro y tuvo vínculos estéticos y simbólicos, con la mejor poesía crítica de la Generación del 50.

En 2007, la reedición, con una traducción nueva y sólo en castellano, de Larga noche de piedra (Rinoceronte Editora), y de sus relatos americanos  de La frontera infinita (Faktoría K) fue no sólo una llamada de atención sobre la importancia de su obra, sino una oportunidad, para nuevas generaciones de lectores, de asomarse a ella y de evaluar cuánto de artificial hubo en la descalificación de cierta literatura adjetivada con el marchamo de social y en la tenacidad de algunos autores de libros de texto de relegar a Ferreiro, junto con Grabriel Aresti y Salvador Espriu, al espacio marginal de los "autores en otras lenguas". Esperemos que el centenario se aproveche para insistir en el objetivo de potenciar el conocimiento de su obra, logrado de manera muy limitada, casi testimonial en 2007 con la publicación en castellano de los libros antes referidos  

En Larga noche de piedra está la esencia de la mirada de Celso Emilio Ferreiro sobre la realidad de su tiempo, pero también una reivindicación del sentido último de la lírica como instrumento descubridor de la belleza, de una belleza a la que llama verdad: “Uno busca la verdad / por todos los caminos, bajo las piedras, / en las raíces oscuras de las miradas, / más allá de espumas y crepúsculos”. La mirada de Ferreiro no fue una mirada localista, chata, sino universalista, dotada de un fuerte componente humanista y con plena conciencia del territorio en el que ha de moverse la palabra poética. La mezcla de componentes íntimos y preocupaciones colectivas, el tono conversacional, lejano a la estridencia y al artificio y una mirada compasiva y enamorada sobre la realidad gallega y sus paisajes dieron una identidad diferenciada a sus poemas, los dotaron de un estilo reconocible.   


Celanova, lugar de nacimiento de Celso Emilio Ferreiro
Aunque se puede acceder a su obra completa en edición bilingüe, el tiempo transcurrido desde su aparición, más de un cuarto de siglo, hace imprescindible no sólo su reedición sino una nueva traducción al castellano que se libere de las servidumbres de la época, por otro lado inevitables. En 1981 (año en que fue editado el tercer volumen), en el ecuador de la transción política, la visión de la obra de Ferreiro venía marcada por el componente político, social, mucho menos por el  estético o emocional. Libros suyos como El sueño sumergido (1954), Cementerio privado (1973), muestran un universo poético que se aleja de la convención que la historia literaria ha establecido. La vida cotidiana en la Galicia profunda, los sueños rotos, la memoria de la infancia, el amor, el exilio y la añoranza, la muerte como amenaza y, en ciertas situaciones, como salvación, cruzan e impregnan una poesía dúctil y directa a la vez, realista pero no ajena a la ensoñación y a la imagen imprevista.

La obra de Ferreiro no se agotó, ni mucho menos, en la poesía. Fue un notable narrador de cuentos. Fruto de esa labor, desarrollada, en gran parte, en el exilio venezolano, fue la colección de cuentos reeditada en 2007 antes aludida, La frontera infinita,  que vio la luz, por vez primera y en lengua gallega, en 1972. Cuentos duros derivados de una experiencia amarga y en los que se advierte el aliento de cierta narrativa del boom latinoamericano y en los que fantasía y realidad interactúan y se complementan.  

En aquel lejanísimo año 75, sin embargo, desconocía todos los aspectos que acabo de referir de su literatura, de su poesía. Conmigo, en un espacio accesible del equipaje, iba Donde el mundo se llama Celanova. Había sido, meses antes, mi gran descubrimiento poético del año. Sus poemas hablaban de la infancia en Celanova, de la cotidianidad de un mundo aferrado a costumbres ancestrales y, a la vez, impregnado por la pátina de irrealidad, de magia, con que la memoria tamiza los recuerdos de la niñez.  Un libro que está pidiendo desde hace tiempo una reedición en condiciones, quizá acompañada de un texto de lectura de algún poeta de hoy, del siglo XXI. En la colección de poesía de Bartleby existe una serie denoeminada "Lecturas 21". Ahí tendría un perfecto encaje.

No estaría mal que esa iniciativa se convirtiera en una modesta aportación de la editorial al centenario de Celso Emilio Ferreiro.

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...