miércoles, 15 de agosto de 2012

¿Quién lee hoy al poeta Eladio Cabañero?

Ayer, buscando en Internet fotografías del Madrid literario de los años sesenta y setenta, me encontré con la imagen de Eladio Cabañero junto a otros poetas. Recordé, de pronto, que durante algunos meses de 1991 ó 1992, estuve trabajando en su poesía para escribir el prólogo de una antología que pasaría inadvertida, Señal de amor, y caí en la cuenta de que hasta yo, lector apasionado de su obra en mi adolescencia y en mi primera juventud, lo había olvidado. Si injusta es, en general, la vida con los hombres buenos, la vida literaria lo es aún más con los hombres buenos que, además, son buenos poetas y procuran vivir de manera discreta.

"Memoria de Tomelloso". Antonio López

Cuando lo conocí, yo no había cumplido los veinte años aunque había leído, en la antología Poesía última, de Francisco Ribes, algunos de sus poemas más conocidos: "El andamio", "Castilla 1960" o "Antes, cuando la infancia"Debió ser una mañana de la primavera de 1971, o de 1972, en la que Diego Jesús Jiménez, poeta al que acababa de conocer como vecino del barrio de Hortaleza (¡cómo recuerdo aquellas largas tardes de tortilla de patatas, poesía, conversación y empeños democráticos en su casa de la Avenida de San Luis!), que ya era un poeta conocido y contaba en su haber con los premios Adonais y Nacional de Poesía, nos llevó, a Manuel López Sanz, un amigo de adolescencia que también escribía versos, y a mí, a "conocer el mundo literario", ese ámbito que veíamos, desde el barrio, lejano y casi inaccesible.

Recuerdo que fuimos en el Citröen dos caballos del padre de mi amigo, que lo dejamos aparcado en una de las calles próximas a la Castellana (entonces no había ORA ni nada parecido), y que cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en el Café Gijón saludando a un hombre corpulento, de poco más de cuarenta años (aunque a mí me pareció mucho mayor), escuchándole hablar de poesía con una mezcla de ironía cachazuda y distanciamiento, y riéndonos con esa risa nerviosa que produce vivir una experiencia que se cree improbable por no decir imposible.


 
Eladio Cabañero junto a José Hierro
Cuando salimos de allí (creo que dejamos sin pagar las consumiciones en aplicación de una práctica a la que era asiduo cierto sector de la bohemia madrileña y aficionados algunos poetas) recuerdo que mi amigo Manuel me dijo que le costaba mucho trabajo asimilar que el Eladio Cabañero que acabábamos de conocer, una manchego bromista que mantenía un aire entre campesino y funcionarial, pudiera haber escrito los poemas de amor de libros como Recordatorio o Marisa Sabia y otros poemas. Volvimos, con Diego Jesús, al barrio, a las partidas de ajederez, a las tertulias sobre poesía, política y cultura, sexo y cine, a los paseos por las calles del barrio de Hortaleza. En los años posteriores, no volví a tener relación con él, aunque sí leí cuanto de él aparecía en revistas y en otras publicaciones literarias.

Sería a finales de 1989, en la presentación de mi primera novela, Mar de octubre, cuando volvería a encontrarme con Eladio. Discreto, acompañado de Félix Grande y de algún poeta-funcionario, me felicitó calurosamente y me sorprendió al decir que ya había leído la novela, que le había gustado mucho y que se notaba que estaba escrita por un poeta. Mi gratitud fue inmensa. Habían pasado diecisiete años desde la visita al Gijón, Eladio se aprestaba a cruzar el rubicón de los sesenta y yo acababa de cumplir treinta y siete. Yo no sabía que nuestra relación se iba a "normalizar" en los años posteriores.

En efecto, en abril de 1990, no recuerdo a través de qué conducto (creo que fue Antonio Huerga, el editor de Libertarias), me llegó su invitación a prologar una antología que venía preparando con gran ilusión y excesiva lentitud (era poco "mirado" para sus cosas). No eran tiempos fáciles para la difusión de su obra: la poesía figurativa de la generación de los 80 estaba en pleno auge y sus referentes eran, en la generación del 50, Gil dde Biedma, Ángel González, para los más experienciales, y Claudio Rodríguez y José Ángel Valente, para los más metafísicos. En tierra de nadie, en un desamparo que en el fondo lo había acompañado desde siempre, estaba su coetáneo del 50, Eladio Cabañero. Recuerdo un par de visitas al cuchitril del Servicio de Publicaciones del Ministerio de Cultura donde trabajó hasta la jubilación, algún almuerzo en el Café Gijón para intercambiar impresiones sobre el estado de mi prólogo, y su incredulidad porque hubiera, en la sociedad literaria de la última década del siglo XX, poetas, críticos o simples lectores interesados en su obra.

Aquellos días pude adentrarme en sus poemas y conocer en detalle la dificultad y el trabajo que subyacían tras la aparente sencillez de sus versos. Tenía un dominio extremo de la estrofa clásica, especialmente del soneto: algunos de los que aparecen en su primer libro, especialmente "El vino desahuciado", son ejemplares, deberían figurar en el programa de todo taller literario. Pero lo esencial de la obra de Eladio son algunos ingredientes que lo emparentan con sus coetáneos de la Generación del 50. El tono conversacional, directo, con una chispa de ironía, casi siempre compasiva, nunca hiriente. El carácter narrativo de buena parte de sus poemas. El papel, básico, esencial, de la memoria, especialmente la memoria de la infancia vivida en Tomelloso, una memoria en la que brillan con especial intensidad la natuarleza, la relación con sus mayores, el telón de fondo de una guerra que marcó a su generación, la de los "niños de la guerra". Los amigos, los humillados y ofendidos (el pocero, los albañiles, los trabajadores del campo), la amada, siempre evocada en un tiempo joven y maravilloso con el fondo del pueblo y de una naturaleza cercana y prometeica....

Decía que Eladio Cabañero era coetáneo de la generación del 50. Fue antologado dentro de ella por algunos especialistas y críticos. Andrew P. Debicki, lo integró en su espléndido ensayo Poesía del conocimiento. La generación española de 1956 - 1971. Leopoldo de Luis en Poesía social española contemporánea (1965), Francisco Ribes en el ya citado Poesía última, Antonio Hernández en La poética del cincuenta. Una promoción desheredada (1978).... y poco más. No estuvo en la canónica de Juan García Hortelano y no estuvo en ninguna  de las que consagraron los nombres de su generación, ni siquiera en las que, como Poetas españoles de los cincuenta, de Prieto de Paula (2002), o La promoción poética de los 50, de Luis García Jambrina (2000), se publicaron tardíamente, con una perspectiva histórica consolidada.

Su mirada, no obstante (quizá eso explique el olvido en que vive su obra y su desaparición de la mayor parte de los recuentos), era muy diferente a la que dominaba entre sus compañeros de generación. Debicki lo señala en el estudio citado: "Los antecedentes sociales de Eladio Cabañero difieren considerablemente de los demás poetas de su generación. Nacido y criado en la pequeña ciudad de Tomelloso, Cabañero trabajó como peón en su juventud y tuvo una formación en gran medida autodidacta hasta su llegada a Madrid, cumplidos ya los treinta".


Creo que ahí está la clave. Fue un niño de la guerra que la vivió, no desde la cierta comodidad con que la evocan (un tiempo de felicidad, sin obligaciones, unas largas vacaciones...) poetas como Gil de Biedma, Caballero Bonald o José Agustín Goytisolo, entre otros. Su origen de clase hace que su mirada no sea la mirada crítica e irónica hacia la propia clase (Gil de Biedma), sino una mirada desolada, de sufrimiento, marcada por las desapariciones ("Muchos ya no volvieron. / Algunos no volvieron a echar hato los lunes / para irse de semana, a la vendimia") , por la muerte del tiempo feliz de antes de la guerra y por la sombra de la posguerra ("y a los niños dejaron de querernos. / Y nosotros, mis primos, mis amigos / no volvimos tampoco de la guerra"). La mirada del hijo de los vencidos perteneciente, además, a la clase más humilde.


Volver a la poesía de Eladio Cabañero es un saludable ejercicio. Es adentrarse en un mundo sólo desaparecido en parte (el mundo campesino y menesteroso que evoca) y en un universo de emociones que pervive con toda su frescura. Además, su mirada solidaria, el fuerte componente social de sus versos tienen una actualidad evidente en tiempos de crisis. Nunca como hoy la poesía comprometida tiene un sentido que vaya más allá del puro lenguaje. Quede, como muestra del legado poético de que podemos disfrutar acudiendo a sus versos, este hermosísimo poema cargado de connotaciones emotivas y de apelaciones a la memoria.



ANTES, CUANDO LA INFANCIA
(Del libro Recordatorio)

El cielo aquel pintado con tizas de colores;
el sol que se empozaba tantos jueves
para los largos temporales
( "Cuando se empoza el sol en jueves,
antes del domingo llueve...")
Aquellas calles largas con carros y viñeros;
el pregonero del Ayuntamiento
y el tío del "rabiche"; el carro
del "alhigue" cuando los carnavales;
las barberías con aquellos frascos
llenos de sanguijuelas coleantes;
el miedo de las noches del invierno
desiertas por el cierzo y los fantasmas;
las uvas, las espigas, la Glorieta,
la feria, el corralazo de los títeres...
¿Era aquél Tomelloso?
¿Era yo aquél, aquel de por entonces?
No me recuerdo bien. No tengo pruebas.
Era antes de la guerra. Mucha gente
no viviría bien, seguro, pero
el tiempo de los niños es hermoso,
y aunque la vida va a su mejoría
-según dicen- y hay tantos nuevos sueños:
viajar a la luna y los planetas;
inventar pan para que no haya pobres,
nueva fe en nuevos pechos,
aquel tiempo consuela a los que fuimos
niñez y luego muerte en nuestra infancia.
Antes que lo perdiéramos,
aquel niño de todos y de nadie
jugó por todo el pueblo, entre bidones
y cubas y trujales, en las fábricas,
en las destilerías de alcohol,
donde el vino zurría y se quemaba,
mientras nosotros -aúpa- nos saltábamos
montoneras de orujo, eras de lías.


Y el campo, ¿cómo era
antes de que aquel cielo, aquellos hombres,
se fueran a la guerra para no volver nunca?
...Vendimiadores tiempos,
una vez en las viñas, vendimiando, una noche
-quiero acordarme, pero ha tanto tiempo-
en la pequeña casa, acabada la cena,
todos bien avenidos se embromaron,
se tiznaron jugando al "San Alejo",
con la sartén tocaron seguidillas
y jotas a la luz de los candiles;
y luego se acostaron en parva por el suelo,
que ya no se cabía
sino en las alambores y en la cuadra.
Eran caras alegres como nunca haya visto.
Era antes de la guerra y yo tenía
de cuatro a cinco años.
Muchos ya no volvieron para echar hato los lunes
para irse de semana, de vendimia.
El cielo no volvió ni fue ya claro.
La gente se hizo dura,
y a los niños dejaron de querernos.
Y nosotros, mis primos, mis amigos,
no volvimos tampoco de la guerra:
de repente crecimos, fuimos otros,
nos perdimos igual que se perdieron
de vista, hacia el Oeste, tantas cosas.

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