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martes, 20 de marzo de 2012

Manu Cáncer, desde el país de los poetas ocultos

"Las palabras viejas
acostumbran a oler de manera especial.
Huelen igual que los muebles restaurables,
las barajas de naipes incompletas
y los retratos o fotografías
de parientes lejanos".

De vez en cuando se cruza en nuestro camino un poeta con una obra de alto voltaje tras de sí, del que jamás tuvimos noticia. En Al margen he dado cuenta no pocas veces de poetas de esa naturaleza. Llegan de un espacio de silencio que es inexplicable. Contrasta ese silencio con la estridencia con que determinado medios informativos y editoriales nos dan gato por liebre poniendo en librerías poemarios que difícilmente habrían pasado el filtro de calidad de un lector con un mínimo de sensibilidad. En algunos casos, como el de Manu Cáncer (Bilbao, 1954 - Madrid, 2002), llegamos a su obra cuando el poeta ha fallecido. Y, obviamente, llegamos tarde. Irremediable y lamentablemente tarde. En medio, casi siempre hay una editorial arriesgada, devota de la poesía, con una alta dosis de idealismo y con una no menos alta dosis de generosidad. Y, por último, como descodificador de los misterios de la vida y la obra del poeta, suele haber un lector devoto o maravillado que se presta a escribir sobre el poeta oculto.

La primera noticia de la existencia de Manu Cáncer (su nombre de cuna fue Juan Manuel Cáncer Trincado)  me llegó gracias a Facebook hace algunos meses. En una anotación (o "estado", o "post", o como queramos llamarlo) de la editorial Olifante leí una breve referencia a su Poesía completa, con la reproducción de la portada del libro. También se recogían los dos o tres primeros versos de uno de los poemas de su libro Blues de todos los jueves: "El milagro está aquí, /  no en otro mundo. /  Míralo /... fijamente /  a los ojos /  y cógelo / después".  Pinché el enlace y me encontré con algunos detalles más acerca de la obra y la vida de Manu. El hecho de que fuera un poeta fallecido en 2002 del que lo desconocía casi todo, me llevó a ponerme en contacto con Trinidad Ruiz Marcellán, directora y fundadora de Olifante y alma de la poesía en Aragón y en la comarca del Moncayo para pedirle un ejemplar de un libro que creía de reciente publicación.

El libro me llegó dos o tres días después de mi diálogo con Trinidad. Al recibirlo, supe que no era tan reciente. La Poesía completa de Manu Cáncer fue editada en 2005. Es decir, llevaba más de seis años en librerías y casi ningún medio de comunicación (ninguno que yo supiera: confieso mi ignorancia y estoy dispuesto a purgarla) había dado noticia de ella. Me senté a mi mesa de trabajo, abrí el libro y leí algunos poemas al azar. Me parecieron de un alto nivel de calidad y, sobre todo (para mí es algo básico) me emocionaron. Allí estaba el poeta desconocido, vivo, intenso, revelándose, casi una década después de muerto. La casualidad había hecho que la labor de varios héroes de la poesía rindiera, al menos, un modesto fruto: un poeta casi coetáneo a él, crítico, además, de poesía, como yo y editor de un blog con cierta influencia, estaba emocionándose ante su poesía reunida. Los héroes (a cuya mediación hago referencia al principio como herramienta esencial para este tipo de rescates) habían sido dos: de un lado, Trinidad Ruiz Marcellán y Olifante por haber dado vida al libro; de otro, el decodificador de los misterios de la obra y, parcialmente, de la vida del poeta, Antón Castro.

Manu Cáncer fue autor de obra corta: tres libros en tres décadas. Dos de ellos fueron publicados en vida: ¡Grita!, de 1980, y Blues de todos los jueves (1998), con la friolera de dieciocho años de distancia entre uno y otro. Dejó inéditos algunos poemas en prosa y el libro, incluido en Poesía completa, Palabras que se mueven. Antón Castro, en el prólogo, hace un recorrido por su vida y por su obra y nos revela la fibra, la conciencia y la pugna, a lo largo del tiempo, con la poesía de un escritor poco amigo del mundo literario y sus vanidades, un poeta cronológicamente incluible en la generación de los ochenta (y excluido de toda categorización generacional), hijo de un derrotado en la Guerra Civil, condenado a muerte y encarcelado durante largos años en distintos presidios del franquismo. Un poeta con nervio y corazón y lenguaje cuyos poemas tantean, con hondura y sabiduría (sobre todo los de sus dos últimos libros) los temas de siempre: el amor, la muerte, la amistad, la propia poesía.


Pero Manu Cáncer es poeta de su tiempo. De la estirpe de los líricos que han optado por aunar, en cada verso, conciencia crítica, empatía con el curso del mundo y con sus víctimas ("un poema no es otra cosa que un abrazo", escribió en su primer libro), con belleza idiomática, con la búsqueda de la palabra precisa, polisémica, con una evidente carga emotiva. Las alusiones musicales en su segundo libro, la memoria, la evocación de la figura del padre,  el viaje, la contemplación de la naturaleza, la vida interior de las cosas sencillas, el devenir de la vida cotidiana y la experiencia de los más humildes en toda su obra, dan forma a una poesía serena, equilibrada (con algún destello de ira, sobre todo en su primer poemario) a la que Antón Castro se refiere así en el prólogo al volumen de Olifante:
"Manu Cáncer sigue cantándole al amor, a la naturaleza, a las pequeñas cosas de su existencia diaria con todo su arsenal de desengaños, a su memoria colmada de recuerdos con almendros, olivos y parrales, que parece la flora que integra si imagen del edén , y hace recuento de distintos momentos de su vida a través del perfume de la mujer amada, las monedas, las leyes, las cartas  ( ... ) o de esas irremediables lágrimas que se le escapan de los ojos y de un hondo penar mientras deambula entre las sombras de la noche en una jornada en la que llegará tarde a casa".
Manu murió con 47 años. Vivió en el país de los poetas ocultos y nadie sabe cuáles fueron sus sueños más hondos e íntimos. Sabemos (nos lo cuenta Antón) que se licenció en Historia, que se comprometió con la izquierda política, que se sintió atraído por el movimiento de mayo del 68, por los hippies y por la contracultura, que sentía rechazo por el mundo académico y que siempre quiso ser feliz. Residió en Madrid gran parte de su vida, vivió la Ibiza mítica de los 80, le encantaba el Mediterráneo, la gastronomía, y el amor. Y fue un magnifico poeta, oculto y olvidado de modo inmerecido y rescatado en parte en la primera década del siglo XXI gracias a la editorial Olifante y a su infatigable y entusiasta directora (qué sería de nuestra poesía sin gentes como ella).

Como muestra, aquí os dejo un poema de Manu Cáncer. Obvia demostración de que la justicia poética a veces no existe o llega demasiado tarde:


COMO UNA ROPA USADA

¿Quién no ha visto los restos de ciudades
hundidas bajo el peso
lluvioso de los siglos?
Cuántas veces los nombres que tuvieron
se han burlado del tiempo
y están vivos.

Y esas calles y plazas de un anteayer cercano,
demasiado cercano (casi es posible
percibir sus olores
en la caja aplanada de las fotografías),
tabernas y teatros, comercios y jardines que desaparecieron,
dejándonos su nombre solamente
como realidad.

Llevamos nuestro nombre igual que ropa usada
pero cuando la muerte
termina su trabajo,
sólo los nombres olvidados son sueños moribundos
que se pierden
en la realidad brutal del abandono.
  

martes, 2 de agosto de 2011

Militantes de la poesía a la vera del Moncayo.

Pórtico iglesia monasterio de Veruela
La poesía requiere de auténticos militantes, de seres entusiastas con capacidad para el sueño y que, a su vez, sepan moverse en la realidad, una realidad especialmente hostil --indiferente, más bien, lo cual es una forma de hostilidad-- a la poesía. Acabo de vivir una experiencia de dos días a la sombra del Moncayo. Entre Litago, Trasmoz y el monasterio de Veruela. Invitado por Trinidad Ruiz Marcellán y por la Asociación Cultural Olifante he cumplido, al fin, uno de esos deseos que se van aplazando sin saber muy bien por qué a lo largo de la vida. El Moncayo ha sido siempre un nombre que he vinculado a mi formación poética. Inseparable de los versos sorianos de Antonio Machado y de Gustavo Adolfo Bécquer, imagen mítica en la lejanía desde la carretera que enlaza Tarazona con Tudela, visitar sus pueblos, perderme por las carreteras que los unen o que se acercan a la cima, eran algunas de mis asignaturas pendientes. El Festival Internacional de Poesía Moncayo que acaba de concluir (y que ha sido dedicado a Gabriel Celaya en su centenario) ha sido la puerta que me ha ayudado a acceder a esas tierras, a vivirlas y, de manera muy especial, a quererlas a través de sus gentes, sobre todo de aquellas que, conducidas e impulsadas por Trinidad, han colocado la poesía en el centro de sus vidas. 

Hace ya tiempo, escribí una entrada en Al margen a propósito de la Casa del Poeta de Trasmoz. Entonces pensé de lejos en la posibilidad de disfrutar allí de una estancia. Ahora, tras gozar de la hospitalidad de quienes animan y dan vida a ese proyecto, creo que esa posibilidad se puede convertir en probabilidad. Y, no tardando mucho, en realidad. Veremos.

La lectura de los poetas aragoneses en la iglesia de Litago, la experiencia de compartir mesa y lectura con un Antón Castro al que acabo de descubrir como un gran poeta y con un Ángel Guinda en su plenitud creadora en un espacio tan cargado de significados como el monasterio de Veruela ha sido un regalo impagable. Tanto E. como yo nos hemos sentido abrumados por la belleza del monasterio, de su iglesia, de un claustro extremadamente singular. Y yo he sentido, con un regocijo casi infantil, una extraña felicidad nacida de la unión del momento que estaba viviendo con veranos remotos en el Madrid de mi adolescencia, cuando, en autobús, me dirigía a comer a casa de una tía carnal que vivía en la calle de Hermosilla: en aquellos viajes siempre me acompañaba un libro hermoso, inolvidable: la edición de Austral de las cartas Desde mi celda, escritas por Bécquer en algún lugar no identificado (los expertos no se acaban de poner de acuerdo sobre la ubicación de la celda) de ese monasterio.

Detalle del claustro de Veruela. Foto de E.
Y hubo noche de brujas o de embrujamiento en Trasmoz. Con Luigi Maráez, artista polifacético y cantautor de voz aterciopelada, visité, en la noche del viernes, su particular museo cargado de misterio, de puertas a la muerte y de alegorías y cantos a la vida. No se trata de un museo, es verdad, aunque cumpla también esa función. Es su casa, la casa que comparte con su compañera, cantante de voz maravillosa, llena de matices, Âlime Hüma: ese hogar que ha ido construyendo a lo largo de cuatro años en el que su historia y la historia de la cotidianidad de la comarca del Moncayo se ha integrado con la de la muerte gracias a la recuperación de objetos de toda índole: lápidas encontradas en parajes solitarios, abandonados, esquelas mortuorias, muñecas de aspecto apacible y, por ello, inquietante, cruces, efigies de santos y de demonios, huesos, calaveras, féretros, grabados, cuadernos, juegos, instrumentos musicales, rejas, puertas de camposantos, relicarios...

Un mundo vive en la casa de Luigi, un mundo perturbador, de una belleza maldita y esplendorosa a la vez. Cuando, aquella noche (era la madrugada) recorríamos con él las habitaciones de su casa-museo, estuve a punto de desterrar mi escepticismo respecto a los límites de la vida y de la realidad, a punto de creer en las brujas de Trasmoz, en las leyendas de Bécquer. Me vi, a la vez, en medio de un paisaje surrealista, de un cuadro pintado a la limón por Dalí, Zurbarán, Valdés Leal y Picasso. Y después, cuando, en el interior del coche que, de vuelta a nuestro alojamiento, avanzaba atravesando la oscuridad por la estrecha carretera que une Trasmoz con Litago, miraba a través de la ventanilla el paisaje de sombras, pensé que en cualquier recodo del camino podían esperarnos las ánimas de la leyenda becqueriana.
Vitrina con muñecos en la casa de Luigi
en Trasmoz
No sé si las ánimas, pero Bécquer sí respiraba, con toda seguridad, en la tarde-noche del sábado en el monasterio, momento cumbre del Festival. Homenajeábamos a Celaya. Veintiocho poetas vivimos, en el interior de la austera y a la vez grandiosa iglesia de Veruela, una experiencia irrepetible. Leímos al gran poeta donostiarra. Interpretamos su poema "La poesía es un arma cargada de futuro" y, pertrechados de linternas, dirigidos por Ricardo Calvo (con un templo lleno de oyentes y espectadores), hicimos que la poesía, su poesía, iluminara la noche cisterciense. Me quedo con un momento inolvidable: tuve la fortuna de leer, al lado de la poeta Pilar Castro, el texto celayano "España en marcha" desde el púlpito de la iglesia. Ella leyó una traducción en euskera. Yo lo hice en castellano intentando sortear los tonos que Paco Ibáñez convirtió en indelebles con su versión musicada. Cuando acabó el acto, mientras la música cubana inundaba la mágica atmósfera del monasterio, pensé que había sido la primera y probablemente la última vez en mi vida que había compartido púlpito con una mujer. Y nada menos que en uno de los más bellos monasterios cistercienses de España. Y leyendo un poema en el que la memoria colectiva de mi generación se reconoce y se emociona.

Olifante, Trinidad Ruiz Marcellán, su compañero Marcelo, Ángel Guinda, Pilar Castro, Luigi Maráez, Manolo Forega, Antón Castro, tantos otros, son, tras este festival, parte de mi familia. Son (¡otra más!) la evidencia de que allá donde hay gente dispuesta a dejarse la piel por la poesía, ésta acaba formando parte de la realidad, integrándose en el paisaje. Además de la belleza del Moncayo y de la soledad de sus pueblos diminutos tengo nuevas y poderosas razones para volver: todos ellos. Gracias. En un mundo gobernado por la furia especuladora de los mercados, se agradece infinito la humildad de la poesía y la hospitalidad generosa y desinteresada de tantos poetas. De tantos amigos.

Así nos invitó Trinidad a rendir homenaje a Gabriel Celaya a los poetas presentes:

"En un mundo que cree imprescindible lo necesario y  considera necesario lo superfluo, las palabras de Gabriel Celaya ondean como una bandera de paz, solidaridad y salvación: "Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día".  Alimentos, sí, también para el espíritu. Poesía cargada de valores para rehumanizarnos, para mejorar el mundo.."

Mi vida en la UVA de Hortaleza: una entrevista de Juan Jiménez Mancha

Reproduzco, a cotinuación, la entrevista que Juan Jiménez Mancha publicó, en diciembre de 2020, en El Periódico de Hortaleza . Creo que el...