lunes, 28 de mayo de 2012

Pepe Hierro y cierta crítica

Recuerdo una anécdota de Pepe Hierro de hace muchos años, quizá de 1996 ó 1997, que expresa de manera muy gráfica cómo vivió el poeta las prescripciones médicas durante los últimos años de su vida. El humo del tabaco era veneno puro para el enfisema pulmonar que padecía desde hacía tiempo. Y Lines, su mujer, y Marian, su hija, vivían con gran tensión sus permanentes vulneraciones de la prohibición. Un día que hoy me parece remoto, con motivo de la celebración del “doblete” premio de la Crítica y Premio Nacional de Poesía a Itinerario para náufragos, de Diego Jesús Jiménez, el premiado y Társila, su mujer, organizaron una cena en su casa. E. y yo llegamos antes y estuvimos charlando un buen rato con los anfitriones. Los invitados fueron llamando al timbre  (Carlos Sahagún, Juan Carlos Mestre y Aleja, Félix Grande, Lupe y Paca Aguirre….) y unas veces Diego, otras yo, les abríamos la puerta. A E. y a mí nos tocó abrir a Pepe, que llegaba con Lines. Ella se adelantó y Pepe se detuvo junto a mí para decirme algo al oído. Cuando Lines estuvo dentro de la casa, me dijo algo así como: “Si me das tres cigarros te regalo un dibujo”. Yo entonces fumaba como un carretero y él tenía por costumbre entretener las conversaciones de las sobremesas con dibujos que coloreaba no sólo con los rotuladores que solía llevar en el bolsillo de sus grandes camisolas, sino con los más diversos vinos y licores que habían regado la comida o la cena. Hoy, su dibujo cuelga en mi cuarto de trabajo.

Desde el pasado mes de marzo, la Fundación Centro de Poesía José Hierro, con el apoyo de diversas instituciones, viene desarrollando un amplio programa de actividades para celebrar los noventa años que Pepe cumpliría y la década transcurrida desde que murió, cuatro años después de recibir el Premio Cervantes. Un merecido homenaje que está sirviendo para recuperar su personalidad civil y poética y para valorar en toda su dimensión la obra del único poeta español del último medio siglo que dio a la luz un auténtico best-seller poético: Cuaderno de Nueva York, poemario que contó con numerosas ediciones y del que se dice que llegaron a venderse casi cincuenta mil ejemplares, algo que en poesía parece una quimera. En cualquier caso, la poesía de Hierro, antes de publicar su Cuaderno ya había alcanzado cotas de calidad difícilmente imaginables en poemas como "Canción de cuna para dormir a un preso", "Requiem" o "Alucinación en Salamanca". La música de su verso, su concepción de la poesía como lugar de encuentro entre lo civil y la más radical intimidad, su búsqueda de nuevos caminos para el idioma (el salto de lo que él llamó "reportaje" a la "alucinación") otorgan una potente personalidad, claramente diferenciada de cualquier otra, a su obra poética.   

El pasado jueves, 24 de mayo, tuve el honor y la fortuna de compartir, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, mesa y debate con Juan José Lanz, Antonio Ortega, Luis García Jambrina y Túa Blesa sobre la valoración crítica de su poesía. De entre los muchos aspectos que se valoraron, hubo uno que creo imprescindible destacar y que iba implícito en una de las preguntas que Jordi Doce,
moderador del debate, puso sobre la mesa.  A los interrogantes con que se abrió el coloquio  ("¿Cuál es la estimación crítica de que goza la obra de José Hierro en estos momento? ¿No se le está tratando quizá con cierta indiferencia, como un poeta cuya valía nadie discute, pero al que quizá no hace falta «estudiar» o releer críticamente? En otras palabras, ¿no se le está dando muchas veces por sabido (o leído)?")  yo respondí con cinco razones a mi juicio claves para entender el fondo de las preguntas de Jordi.

La primera, afirmando que  la obra de Hierro ocupa un lugar indiscutible en la literatura española del siglo XX. Nadie la cuestiona. El premio Cervantes no sólo dio carta de naturaleza a la altura de su poesía, sino que estableció un "statu quo" a su obra que ningún crítico, ni siquiera los que se han mostrado muy alejados de la estética de Hierro, discuten. Hay cierto silencio, sí. Pero un silencio parecido al que al día de hoy envuelve la obra de poetas como Gerardo Diego, o algunos grandes nombres del 27, o a Blas de Otero.

De otro lado (segunda razón), Hierro fue un poeta sin generación Nacido en 1922 era más joven que la mayoría de los poetas de la primera Generación de postguerra, más joven que Otero y Celaya y más viejo que los sucesores de la Generación del 50 (González, Gil de Biedma, Valente). Y, lamentablemente, la crítica, sea académica sea periodística, suele estar muy apegada a las categorizaciones generacionales. En el fondo, se da por sentada la calidad y la importancia de la poesía de Hierro. Y si no es así, se guarda silencio: no hay un utillaje teórico generacional para cuestionarlo.


Pepe Hierro fue (tercera razón), además, un poeta "mestizo" en el aliento de fondo de su obra: no fue un poeta sólo social. Fue un poeta en el que lo íntimo y lo colectivo se integraron y mezclaron. Que nadie se equivoque: no infravaloraba la poesía social (recuerdo que una vez le pregunté su opinión sobre Blas de Otero: su respuesta fue contundente: "el mejor", dijo), sino que reconocía la presencia en su poesía de Juan Ramón, de Lope, de Quevedo, de Antonio Machado, además de valorar las grandes conquistas de los poetas del 27. Eso significa que en un tiempo de confrontación, para entendernos, entre la estética más próxima a la revista  Espadaña y el garcilasismo, él no estaba en ninguna de esas trincheras. Eso dificulta el tratamiento crítico de su obra: no olvidemos que la crítica, en gran medida, se alimenta en la confrontación entre estéticas, en el argumento y en el contraargumento.



Por otra parte (cuarta razón), Hierro, extremadamente sensible para respirar e identificar los vientos de la modernidad, extremadamente sutil en la elaboración de cada poema, anticipó el cambio estético que protagonizaría la llamada "generación del lenguaje" con su Libro de las alucinaciones (1964) y lo ahondó en libros memorables como Agenda (1990) y, sobre todo, en un poemario lleno de complejidad, de contemporaneidad, de dificultad y transparencia a la vez, Cuaderno de Nueva York. Eso le convierte en un poeta inclasiflicable y difícil de abordar para una crítica acostumbrada a lo previsible.  José Olivio Jiménez, Dionisio Cañas o María Pillar Palomo, Gonzalo Corona, Juan José Lanz han sido, sin embargo, algunos de los críticos y profesores que, con mayor hondura y precisión, se han acercado a ella.

Por último, no conviene olvidar el trato que le dieron a Pepe Hierro (después se lo darían a Antonio Gamoneda) algunos significados miembros de la Generación del 50, magníficos poetas por otro lado. Del silencio de la mayoría a la descalificación de Carlos Barral o de Valente (quien le llegó a reprochar, de manera indirecta, su trabajo, en los años 50 y 60, en la Editora Nacional, o, hasta 1987, en Radio Nacional), juicios que tienen mucho que ver con el origen social de buena parte de los poetas de la generación del medio siglo, especialmente los de la Escuela de Barcelona. Son ciudadanos con la vida resuelta, niños de la guerra a cubierto de una guerra  que en sus memorias y novelas algunos recuerdan como un "tiempo de felicidad", y adolescentes de buena familia en la posguerra. La ironía, la crítica corrosiva a la popia clase de origen (Gil de Biedma sobre todo) no existe en Hierro. En todo caso, su ironía está cargada de ternura, de compasión, de dolor y.... ¿por qué no?, de miedo. Juan José Lanz refleja, en la "Cronología" que escribió para Agenda, la poderosa razón de fondo de esa tristeza, de esa visión dolorida: "1939. En septiembre, ingresa en prisión, acusado de pertenecer a una red clandestina de ayuda y socorro a los presos, y recorre las cárceles de Santander, Comendadoras (Madrid), Palencia, de nuevo Santander, Porlier y Torrijos (Madrid), Segovia y Alcalá de Henares. Es procesado dos vec es y, finalmente, se le condena a doce años y un día de reclusión, per abandona la cárcel en enero de 1944. A los pocos días, muere su padre".

Termino recomendando un magnífico libro extrañamente (o no tan extrañamente) silenciado sobre la vida y la obra de nuesto poeta. Su autor es Pedro J. de la Peña y su título es José Hierro. Vida, obra y actitudes. Está publicado por la Universidad Popular José Hierro de San Sebastián de los Reyes. Apareció hace tres años y su lectura es una tarea imprescindible para quienes quieran adentrarse en la poesía (y en la prosa, y en la pintura) del poeta madrileño de nacimiento y cántabro de adopción.


miércoles, 2 de mayo de 2012

"Fugitiva ciudad". ¿Una realidad anticipada? Una reflexión y dos poemas


En febrero, o marzo del año 2000 feché los primeros apuntes de poema de Fugitiva ciudad, el libro que pronto estará en librerías con la faja del premio Miguel Hernández 2012. Sin embargo, entonces no sabía que había comenzado a escribirlo: desconocía si aquellos poemas tendrían la compañía de otros con el mismo aliento de fondo y no podía asegurar que aquel impulso creativo no acabara embarrancado al cabo de un par de meses. ¿Pensaba en un libro? Sí, pero no estaba seguro de que se compusiera de aquellos poemas. Tampoco de lo contrario. Todo era confusión, dudas, salvo el sentido que creía debía dar al libro de poemas que tenía en la cabeza.

Pensaba en un libro que indagara en el cambio de siglo. Que tocara las incertidumbres, los deseos, la memoria, los sueños y las frustraciones de quienes, hombres y mujeres nacidos en el siglo XX pero con la perspectiva de vivir buena parte del XXI, habían crecido fundidos a un tejido de emociones, de recuerdos, de experiencias, de lecturas y de deseos no cumplidos que podían derivar en decepción o escepticismo aunque también en mirada esperanzada. "Quiero escribir un libro de poemas que refleje mi experiencia de la transición de un siglo a otro", me decía.

De manera irregular, fueron surgiendo nuevos poemas: en el metro, en el autobús, en algún viaje en avión, en mis estancias de fin de semana en el valle del Lozoya, en mis noches en vela en Madrid o en los septiembres mediterráneos, surgían mis miedos e incertidumbres, mis recuerdos de adolescencia y, sobre todo, mi experiencia de una ciudad cambiante, de un Madrid cambiante en el que mis calles de infancia y de adolescencia se fundían con las calles mutantes del nuevo siglo: los hipermercados, los polígonos industriales, los modernos trenes de cercanías, los centros comerciales como espacios para el ocio, los teléfonos móviles....  iban invadiendo nuestra vida cotidiana, mutando una ciudad hecha de escenarios habitados por hombres y mujeres confusos y desvalidos, por jóvenes enamorados y, a la vez, temerosos del propio amor. Allí estaba el tiempo a detener, a trascender en poema.


Calle de Oporto. Foto J. M. Rico
En aquellos poemas fue asomando la Historia colectiva (la caída del muro de Berlín, el recuerdo borroso, heredado de mi padre, de la huelga de tranvías de Barcelona en los años 50, la muerte de Gramsci y de Benjamin, el descubrimiento de ruinas de una arquitectura carcelaria de postguerra), pero también mi historia íntima, mi percepción de la relación erótico sentimental con una música de fondo anclada en mi adolescencia pero viva hoy, décadas después (hablo de Joan Manuel Serrat, que nos ha acompañado en este tiempo, que hoy nos acompaña) y algunos muertos próximos y vivos para siempre: Diego Jesús Jiménez, Manolo Vázquez Montalbán, Dulce Chacón.... De esa historia han formado parte otras ciudades a las que en este tiempo he viajado y he vivido de manera inevitablemente fugaz, fugitiva: Frankfurt, Oporto, Roma, Varsovia, Berlín, Viena.... Ciudades con historia y con Historia, pero de las que en el poema quedaron sensaciones de paso, atmósferas, alguna conversación (uno de los poemas más queridos es el que escribí a propósito de una larga sobremesa con Juan Gelman, en el restaurante de la Ópera, de Frankfurt)

El pasado 21 de abril, en la ciudad de Soria,  tras una lectura colectiva el Casino, Martín Rodríguez Gaona me dijo que en mis poemas había un aire que venía de Hopper. No me hizo falta recapacitar mucho sobre ese extremo. En efecto, ahí está Hopper, esa mirada de base realista que se difumina en los bordes, que se troca en angustia y soledad en los seres humanos que aguardan en habitaciones de hotel, junto a gasolineras sin nombre, asomados a una ventana... Pero también estaban los residuos de mis lecturas de algunos poetas americanos que en esa década larga han aparecido en Bartleby Poesía: C. K. Williams, Sharon Olds, Billy Collins, Raymond Carver...

Pero hay un fenómeno curioso, que habla de ese extraño poder anticipatorio que, a veces, cabe otorgar a la poesía: el extrarradio, los espacios industriales, los barrios de viviendas oficiales... que en los poemas evoco proceden de un tiempo en blanco y negro, de mis recuerdos de adolescencia y primera juventud: el Madrid de los 60 y de los 70. Fueron escritos, sin embargo en unos años de euforia económica, de burbuja inmobiliaria, de crecimiento sin límite y de reducción del desempleo a niveles casi testimoniales. Al menos hasta 2008, ése fue el trasfondo emocional, anímico y sociológico, en aquellos poemas de tonos otoñales y mirada empañada por una melancolía que los acercaba al blanco y negro mientras en mi entorno, en el propio país (y, más allá, en Europa) se vivía un optimismo sin límite.

Ensanche de Vallecas. Madrid. Descampado con torres.

Sin embargo, en los últimos años, la realidad ha ido cobrando los contornos que los poemas dibujan: la ciudad es más fugitiva que nunca, el desempleo enturbia las miradas, los polígonos industriales "recuperan" la escenografía de la crisis que yo evoco, los barrios, en cuyas plazas no es difícil ver a parados de larga duración, a jóvenes excluidos, a viejos con la mirada perdida (no pocos, "condenados" a ayudar con su magra pensión a hijos y nietos), en los grandes centros comerciales no es difícil identificar a quien duda si llegará, con sus ingresos, a fin de mes. Muchos poemas de Fugitiva ciudad, escritos en 2004. ó 2006, anticipan la ciudad de hoy, el Madrid de hoy, una ciudad asustada, temerosa por las consecuencias de la crisis, resignada ante políticas de recortes que pueden marcar la cotidianidad de las generaciones que nos aguardan. Los poemas no han necesitado acercarse a la realidad de hoy: ha sido la realidad la que ha penetrado en los poemas, los ha convertido en tiempo significante que habla del presente. El Madrid de finales de los setenta y principios de los ochenta, el de la crisis económica de mediados de los noventa... telón de fondo de buena parte de los textos de Fugitiva ciudad es la ciudad de la primavera de 2012, de estos días sombríos y amenazantes.

Dos poemas de Fugitiva ciudad

De la "cocina" del libro, de ese trabajo extendido a lo largo del tiempo y recluido en una carpeta que es, en el fondo, la radiografía anímica de algo más de una década, rescato dos poemas. Reproduzco el borrador con las correcciones "en vivo¨ y, debajo, el poema tal y como aparecerá en el libro. Ahí quedan.



Entre las fábricas
duerme el domingo por la tarde, duerme
la soledad
como un viejo lagarto nutrido por el humo
que se adueña del aire mientras llueve.

Y los bares cerrados, y las fuentes sin agua
y los coches sin dueño, cual metales
ya muertos: se respira en el ambiente
el olor del aceite muy usado,
de papeles podridos durmiendo en los rincones
que las tapias perfilan y la hierba alimenta.
                                                                        Huele a usura
y a chaquetas gastadas en los codos.

He visto la  trastienda
del polígono industrial en los días
festivos: al fin huérfano de vida y mercancías,
huero de movimiento y de palabras, nos ofrece
un desierto de muros y puertas con alarma,
de caminantes solos, desorientados
en medio de un silencio de polvo y soledad.

En el Madrid sin nombre, en el hondón en sombra
del Llobregat, junto a la vieja ría
de una ciudad del norte, en las calles perdidas
de Londres o Milán, o en las afueras
manchadas por el gris de Varsovia o de Praga
hay lugares inversos
como éste, hay domingos callados
que duermen a la espera del retorno, hay ventanas
enmudecidas hasta el lunes desde el último sábado.
                                                   (Día no laborable en el polígono industrial)




He visto a la que busca
el gozo entre las sombras,
la luz de primavera.

La he visto en un McDonalds
cuyas anchas ventanas
dan a un jardín espléndido y llovido.

La bolsa donde guarda una modesta compra
duerme junto a la silla
y sus manos, todavía olorosas
a nivea, se acercan a otras manos,
que serán siempre anónimas,
que la acogen y salvan. Su mirada
llueve melancolía y busca
el paraíso en los ojos del hombre
cuyo nombre es secreto.
                                            Es madura
y no amada hasta esta tarde de abril
en que sueña entregarse
al amado a escondidas,
a una felicidad de tránsito.
                                                   (Amantes)

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...