Mostrando entradas con la etiqueta Juan de Loxa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Juan de Loxa. Mostrar todas las entradas

martes, 2 de febrero de 2016

La trastienda y la sabiduría de Javier Egea en su "Taller del autor"

“Ante todo os doy las gracias por haber venido. Me llamo Francisco Javier Egea Martínez. He nacido en Granada y tengo dieciséis año. Durante el corto tiempo que me vengo llamando poeta he escrito mucho, aunque los últimos poemas que tienen valor para mí son estos últimos, estos que ahora escucharéis, ya que intentan dar y conseguir algo”. Este es el comienzo de la primera prosa recuperada de Javier Egea que se incluye en el libro Taller de autor, que hace un par de meses puso Bartleby en librerías. Es el primer volumen de su prosa y el tercero de la obra completa que desde 2012 viene publicando esa editorial tras la poesía ya publicada en libro del primero y los poemas sueltos e inéditos del segundo. La edición, como en la poesía, corre a cargo de Pío Alcántara y Juan Antonio Hernández, que ponen a disposición del lector un auténtico aparato de anotaciones y referencias de una enorme utilidad. Lamentablemente, debido a razones ajenas a Bartleby, será el penúltimo volumen de su obra completa puesto que el proyecto quedará interrumpido cuando aparezca el segundo tomo de prosas. El broche de cierre, los Diarios, quedarán varados en ese extenso mar de los libros inéditos.

Taller del autor es un fascinante recorrido por los fantasmas literarios, humanos, sociales y políticos del poeta Javier Egea. Este primer tomo se divide en dos grandes bloques: "Artículos y recitales" y "Prosa narrativa". El siguiente acogerá sus cartas, las entrevistas que le hicieron y sus "Cuadernos y carpetas". Podemos decir que el conjunto de los dos volúmenes compone un verdadero libro mosaico de época. En lo que se refiere al que acaba de ser publicado yo añadiría que cualquier lector puede acceder a él guiado por un doble aliciente: entrar en la cocina del autor, en su taller, y recorrer, a través de su mirada y de su experiencia “en tiempo real”, una época decisiva para nuestro país y su evolución política (desde los últimos años de la dictadura a la década de los noventa) y para la deriva que habría de marcar la poesía española del último cuarto del siglo XX. 

Aquel tiempo está lleno de la Granada que va de la clandestinidad a la legalidad, que entrelaza política, vivencia y poesía, que se llena de bares, de paseos y de madrugadas. La ciudad y sus ambientes, entre 1969 y 1999, se reflejan en la actividad literaria y poética que Egea protagonizó. Su opinión sobre Albert Camus, su relación con escritores coetáneos como Eduardo Castro, sus palabras de recepción del premio Juan Ramón Jiménez por Paseo de los tristes, sus introducciones a recitales propios y a recitales en los que pone voz a poetas como Federico, Miguel Hernández, César Vallejo, Bertolt Brecht, sus reflexiones, breves pero no por ello de menor interés, sobre el Alberti de las "Coplas de Juan Panadero", sobre Memoria de la melancolía, las evocaciones de María Teresa León o sobre el legado teórico de Juan Carlos Rodríguez son, junto a otros trabajos (esquemas de lecturas, apuntes sobre y de El Quijote, etc...), indicadores de las preocupaciones éticas y estéticas de nuestro poeta que componen la primera parte del libro, "Artículos y recitales". 

Me parece necesario destacar dos textos de ese apartado: de un lado, el que lleva por título "Mis lugares lorquianos: un laberinto de coincidencias" compuesto de tres acercamientos, entre los descriptivo y lo evocador, a rincones de Granada llenos de significado: Fuentevaqueros, la Huerta de San Vicente y Viznar; de otra, "Memoria explicativa del proyecto para un libro de poesía titulado Raro de luna" . Este último presenta un interés adicional: en él advertimos el cambio de fondo que, en sus últimos años de vida, Quisquete empezó a imprimir a su poesía. Y lo advertimos en el plano de la consciencia, de la premeditación y del soporte teórico: "Se trata de un libro --escribe Egea-- de ambiente sonámbulo, de un surrealismo muy controlado, concebido como un viaje de despedida por el mundo de las dependencias personales". Es evidente que el poeta granadino había comenzado a despedirse de la apuesta figurativa de libros anteriores y se aprestaba a profundizar en las líneas irracionalistas apuntadas en Troppo mare.


Javier Egea con Juan de Loxa en los años 70
Quizá lo más sorprendente e imaginativo de Taller del autor sea su prosa narrativa. Cuentos, sueños cargados de iluminaciones, también de zonas oscuras y de retazos procedentes de la realidad, tentativas de relatos (sólo uno de ellos se nos da terminado, "El chino del panteón") y de juegos argumentales y verbales ("Spain es diferente") dan cuenta de una vocación poliédrica que probablemente, en el ámbito de la narrativa, hubiera madurado de no ser por su prematura muerte.

Cuando uno se acerca al mundo de Egea, sobre todo cuando lo haces a través de la mirada de amigos que con él convivieron y que no han salido de Granada en las últimas décadas, se da cuenta del enorme peso específico que tuvo en esa zona a veces indefinible en que se funde la trastienda de la noche de la ciudad, con us bares, sus tertulias, sus proyectos colectivos, sus recitales, su pequeña bohemia, y el empeño renovador de la literatura que sus inquilinos protagonizaron. La memoria de Egea está viva, divide al mundo literario de esa ciudad y cualquier actividad cultural en la que su obra o su memoria  aparezcan como protagonistas genera expectativas que no provoca ningún otro escritor. He tenido la fortuna de presentar en Granada tres libros suyos: pues bien, es las tres presentaciones (los dos volúmenes de poesía y este primero de prosas), quienes protagonizaron la decisiva etapa del nacimiento de la "Otra sentimentalidad" en los ya lejanos ochenta han sido los grandes ausentes: ni Luis García Montero, ni Álvaro Salvador. compañeros del manifiesto iniciático,  han estado presentes. Sí participaron en cierta polémica en algunos medios, pero hubiera sido bueno que esa polémica se hubiera llevado a cabo con una mesa por medio, en público y sin los lastres de una tensión que hoy carece de sentido.. ¿Ha llegado el momento de dialogar desde la discrepancia? ¿No es posible confrontar dialécticamente las dos miradas que he venido advirtiendo sobre el sustrato ideológico-poético de su obra?  No ha sido posible hacerlo alrededor de este primer tomo de Taller del autor. Confiemos en lograrlo cuando, a la vuelta de un año, se publique el segundo. Sería una muy buena noticia.    

viernes, 27 de agosto de 2010

El poeta "en armas contra la soledad": Javier Egea vuelve el próximo otoño.

Paso una parte de mis vacaciones en un rincón del valle del Lozoya, en plena sierra del Guadarrama. Siempre, en esta época, me acompañan dos o tres libros para las horas de lectura (más escasas de lo que uno proyectó antes de iniciar el descanso) y trabajo literario pendiente. En esta ocasión han venido conmigo Nocturno de Chile, de Bolaño, inacabada lectura de los días del terremoto en el país andino y del frustrado Congreso de la Lengua de Valparaíso, Caballo en el umbral, la maravillosa antología póstuma de José Viñals recién editada por Editora Regional de Extremadura y al cuidado Andrés Fisher y Benito del Pliego, y una pequeña joya narrativa, editada por Rey Lear, titulada De la vida de un inútil, del poeta alemán Joseph von Eichendorff.

El trabajo literario (que realizo con el ruido de fondo de las primarias en el socialismo madrileño) es una introducción a la poesía completa publicada de Javier Egea, el poeta granadino, coprotagonista, con Álvaro Salvador y Luis García Montero, del manifiesto de 1983 La otra sentimentalidad,  que, hace 11 años, decidió decirle adiós a la vida. Ni que decir tiene que la relectura de todos sus libros, la indagación en las críticas que fueron apareciendo en distintos medios desde los remotos años 70 y la lectura de las entrevistas a las que respondió, además de los diversos trabajos que distintos especialistas han ido publicando, me han llevado un tiempo notable (que también ha reducido las posibilidades de lectura de los libros antes mencionados) a la vez que han supuesto una experiencia apasionante.

Javier Egea vuelve en otoño. De la mano, el aliento y el impulso de Bartleby Editores, gracias al esfuerzo y la tenacidad de José Luis Alcántara, Helena Capetillo y Juan Antonio Hernández y otros amigos cercanos. Vuelve el poeta extraño, casi borrado de los mapas poéticos en la década de los noventa, el poeta que se forjó, cultural y sentimentalmente, en la Granada de los últimos años de la dictadura y en los primeros de la transición, el poeta del amor agrietado y de los bares últimos, de la infinita soledad y de la renuncia a la clase acomodada a la que, por origen, pertenecía. Javier Egea se suicidó en 1999, a la edad de 47 años, y dejó una estela de lectores, de incomprensiones y de textos no publicados que, hoy, demandan justicia. Y  la única justicia que cabe hacer a los grandes poetas es la que consiste en situar su obra en el lugar que le corresponde en el universo al que perteneció y en condiciones de ser leída, gustada y valorada por las nuevas generaciones.

No tuve la fortuna de conocerlo, aunque desde que leí, por primera vez, sus poemas, supe que entre él y yo había en territorio de inquietudes comunes. Nacimos en el mismo año, en 1952. Él en Granada y yo en Madrid. Fuimos marcados por los mismos mitos y acontecimientos que gravitaron sobre nuestra generación. El asesinato de J. F. Kennedy, la muerte de Marylin, la llegada del hombre a la luna, la lucha contra la dictadura cuando éramos infinita e insultantemente jóvenes, la transición, con sus luces y sus sombras, la crisis del partido comunista, el descubrimiento del amor, y de la poesía, y de la literatura y de la música, y el cine neorrealista italiano y la escritura de Pavese, de Pasolini, y antes. la poesía de Bécquer, de Antonio Machado, de los poetas del 50, quizá Blas de Otero (que si estuvo en Granada).

Él vivió el impacto de tales acontecimientos, cuando todavía era "Quisquete", en la Granada bulliciosa e irreverente de un tiempo en el que todo podía soñarse porque todo se creía realizable, yo en el Madrid de extrarradio y de luchas ciudadanas y sindicales y culturales. Yo tenía difusas noticias de aquella Granada, en la que convivían revistas como Tragaluz (donde Javier publicó su primer poema en 1970), o Poesía 70, dirigida por Juan de Loxa, o el hervidero de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad con brutales acontecimientos protagonizados por la dictadura (cómo olvidar el asesinato, en 1970, de tres trabajadores de la construcción, una muestra de la represión policial del fascismo que conmovió a toda España), surgió el fermento para una poesía distinta, que se abriría paso en los primeros años ochenta y en la que la subjetividad del poeta no podía sustraerse de la consciencia de la realidad colectiva. Althuser, Gramsci, las elaboraciones teóricas de Juan Carlos Rodríguez, más tarde (y polémicas aparte) García Montero, o Álvaro Salvador, o Jiménez Millán, o el encuentro con los poetas y narradores vivos de la Generación del 50 en la Universidad (¿fue en 1986?), encuentro que dio lugar a un monográfico imprescindible de Olvidos de Granada

Javier Egea surgió de ahí. De esa tolva de acontecimientos y experiencias personales y colectivas. Y se hizo poeta de la soledad (a veces acompañada, a veces soledad a secas), se convirtió en el poeta que nos hablaba (nos habla) del amor nacido en habitaciones de una hora en alguna pensión perdida al final de una calle que lleva al descampado, el poeta que nos familiarizó con el Paseo de los Tristes o con los atardeceres que conducían a sórdidas noches de alcohol y desamor, con la soledad del mar y con las decepciones colectivas. Un poeta que se sobrepone al paso del tiempo, al anecdotario en que, a veces, se ha querido convertir su biografía. Un poeta que transita las décadas de los 80 y de los 90 en una marginalidad extraña, curtido en la sentimentalidad que siempre nos ha emocionado y, a la vez, en una sentimentalidad otra. Es el poeta que, hoy, cuando estamos a punto de enfilar la segunda década del siglo XXI, nos seduce y nos conmueve, no llena de zozobra y nos invita a releerlo para encontrar significados ocultos, nuevas realidades imprevistas en cada uno de sus versos.

Hace algunos años, tuve la satisfacción de escribir una amplia crítica para Babelia sobre la antología homenaje que editó DVD bajo el título Contra la soledad titulada "Realidad inhóspita y lucidez". Aquella antología fue un rescate limitado e insuficiente. Por eso, ahora, con la edición de su obra completa es preciso ganar la batalla contra el tiempo para el poeta y su obra. Situar su lírica, su trabajo poético, en el campo de la poesía desadjetivada. Cierto que él intentó una poesía “materialista”, una poesía de raiz marxista… Pero el resultado de esa labor, llena de sufrimiento y de esperanzas, de gozo y desolación, es POESÍA CON MAYÚSCULAS: sin adjetivos. Del mismo modo que la calificación de social de la poesía de Blas de Otero o de Pepe Hierro, por ejemplo, la lleva al reductivismo (porque fue social, en efecto, pero por encima de todo fue poesía) y la limita, a mi juicio es preciso recuperar la poesía de Egea en su dimensión más profunda, más perturbadora e inquietante. Situarla al lado de la obra de los grandes poetas en castellano, no acotarla en un espacio limitado. Porque es una poesía que emociona, que conmueve, que conecta a la perfección con la “honda palpitación del espíritu”o con la “palabra en el tiempo” a que se refiriera Antonio Machado.


La poesía de Egea se diferenció de la de sus compañeros de la “otra sentimentalidad” no por el anecdotario de su biografía, ni siquiera porque él, como ciudadano, se mantuvo siempre en una actitud de insumisión y rebeldía. de comunista insobornable (y decepcionado, todo hay que decirlo, del mundo literario no sólo granadino), sino porque supo combinar, en sus poemas, realidad e irracionalidad, claridad y oscuridad, emoción e incertidumbre, amor y desamor, vida y muerte. Hizo una poesía de la complejidad, que no rehuyó el apunte surrealista o la veta visionaria pese a contar con un eje vertebral esencialmente realista. Un libro como Troppo Mare, o gran parte de los poemas de Raro de luna, son inclasificables desde la óptica de la poesía figurativa. A mi juicio, es poesía total, poliédrica, civil e intimista a la vez. Una poesía perturbadora, extraña, rara, a veces fantasmal y a veces clásica sin parentesco alguno en los poetas que lo acompañaron en su peripecia vital y literaria. Poesía al fin y al cabo. 

Aquí os dejo un poema emblemático de Javier Egea. Es poesía sin adjetivos. Nada menos.

MATERIALISMO ERES TÚ

                                ¿Y tú me lo preguntas?
                                 Gustavo Adolfo Bécquer

Si supiste decirme que no estamos en paz,
si venir a tus labios fue sentir el calor
de un hermoso equipaje para siempre en los hombros.

Si se abrió el horizonte con sus ojos brillantes,
con toda su extrañeza.

Si hay días, raros días
en que cruzas de pronto la calle y me sorprendes
con alguna denuncia inesperada.

Si hay tardes, raras tardes
que me atrevo a contarte
mi pequeña verdad de enamorado,
que me atrevo a tirar por la borda algún jirón
de esta memoria sucia de dominio,
turbia de soledad.

Si hay noches, raras noches
que cuando te descubro
por una de esas calles que llevan al mercado
parece que una estrella, de golpe, me alumbrara.

Mi vida en la UVA de Hortaleza: una entrevista de Juan Jiménez Mancha

Reproduzco, a cotinuación, la entrevista que Juan Jiménez Mancha publicó, en diciembre de 2020, en El Periódico de Hortaleza . Creo que el...