viernes, 14 de octubre de 2011

Símbolos de un tiempo oscuro: insultos de piedra

Cuando se reflexiona sobre la pervivencia de símbolos del franquismo en Madrid suele aludirse, casi en exclusiva, al Valle de los Caídos, a su presencia como expresión de la imposición de la dictadura a la voluntad democrática de los españoles, como testimonio, en piedra, de la más dura represión, de la condena a trabajos forzados de miles de republicanos, de las penalidades indecibles que, por el "delito" de defender a las instituciones democráticas, tuvieron que sufrir miles de demócratas. 

El monumento de Lozoyuela. Perspectiva completa

No se alude, sin embargo, a la humillación silenciosa que permanece en muchos pueblos pequeños de la región. Madrid no sólo es su capital, ni su área metropolitana. Madrid se compone, también, de más de un centenar de pequeños municipios a los que, a veces, quienes viven en la capital, tengan la edad que tengan, asoman en alguna excursión o por motivos que no hacen al caso. Son lugares poco conocidos en los que, sin embargo, los símbolos del franquismo más duro se mantienen intocados. Conozco, por razones íntimas y literarias (que, seguro, no escapan a los lectores de este blog) muchos de los pueblos de la sierra norte madrileña. Pues bien, en buena parte de ellos se mantienen plazas y calles con los nombres de generales y otros personajes de la dictadura. Las "plazas del Caudillo", o las avenidas o calles de "José Antonio Primo de Rivera", son, entre otras, el pan de cada día en esas localidades. Es como si la alargada sombra del fascismo español se hubiera proyectado con especial dureza en esa zona. Han pasado más de setenta años desde el final de la guerra, varias generaciones han crecido ya en democracia, pero la simbología fascista ahí permanece.

Por razones diversas, he tenido que indagar en el pasado de este territorio, sobre todo en el de los años de posguerra. Es un pasado que está lleno de zonas oscuras, de sevicias, de atentados al derecho internacional, de crímenes contra la Humanidad. Presos que construyeron el ferrocarril Madrid-Burgos, presos que levantaron la presa de Riosequillo, a tiro de piedra de Buitrago de Lozoya, presos que edificaron las estaciones de Bustarviejo (donde aún son visibles los barracones donde dormían) y de otras localidades, presos que vivieron humillaciones sin cuento en el ya aludido Bustarviejo, en el campo de trabajo de Garganta de los Montes, en el destacamento penal de Chozas de la Sierra, en Venturada.... Es decir: presos, presos, presos que estuvieron cautivos y trabajando para redimir penas, hasta bien entrada la década de los cincuenta.

Detalle: parte trasera del monumento. Lozoyuela
Pues bien, hace un par de semanas, paseando con unos amigos por el pueblo de Lozoyuela, situado en el kilómetro 69 de la Nacional I, me sorprendió encontrar un auténtico santuario dedicado a Franco y al franquismo. Está proyectado hacia la carretera aunque no es visible desde la misma porque las mamparas anti-ruido no lo hacen posible. Pero sí se puede ver, en su totalidad, paseando por el interior del pueblo, en su límite sur. Dos reproducciones, en piedra, del yugo y las flechas de falange y una cruz en medio, también en piedra, con el archisabido "caídos por Dios y por España", insultan al caminante, se burlan de la Constitución, pisotean la memoria de los vencidos, de los fusilados, de los desaparecidos y escupen sobre la voluntad de construir, de manera definitiva, un país radicalmente democrático. En las fotografías que reproduzco, tomadas al atardecer, podéis ver la dimensión del desmán.

Una semana después, paseando por el hermoso pueblo de Pinilla del Valle, en pleno idem del Lozoya, el amigo que nos acompañaba, señaló un texto pintado en el muro de su iglesia parroquial (de magnífica fachada barroca): "José Antonio Primo de Rivera. ¡Presente!". Repito: en la puerta de la iglesia, bien visible, sin alusiones a otros "caídos". Como puede verse en la fotografía, la letra está cuidada, la pintura renovada y aparece tan visible que casi te asalta al llegar al pórtico: es decir, una auténtica provocación.

Si uno recapacita sobre la derecha que nos está tocando vivir en España, una derecha que, a la altura del actual 2011, se ha negado a calificar el levantamiento contra la República de golpe de estado y a condenar el franquismo, y piensa en el horizonte del 20-N no puede por menos que sentir un cierto temor y mucha prevención. La derecha (el Partido Popular y algunas variantes de formaciones independientes) gobierna muchos de estos pequeños pueblos y nunca ha tenido un mínimo gesto de compasión con quienes durante décadas han vivido bajo el silencio al que les obligaba sus viejas militancias izquierdistas, o el hecho de tener familiares que fueron encarcelados o fusilados... La humillación permanente a lo largo de 40 años se prolongaría, trocándose en impotencia y miedo, durante la transición y en lo que llevamos de democracia. Los símbolos se mantienen no sólo porque esa derecha incivilizada, que añora los tiempos de la dictadura, ha impedido por todos los medios que desaparecieran. Se mantienen, también, por el miedo los las gentes de izquierda, de los vecinos que han arrastrado y heredado de padres a hijos una memoria cruel, terrible, aterrorizada. Y, por supuesto, por la falta de coraje y de firmeza democrática de quienes han gobernado y gobiernan.

Iglasia de Pinilla. Lema grabado en el pórtico

En la Comunidad de Madrid, gobernó Leguina durante doce años y muchos de sus consejeros visitaron estos pueblos, en los que la inversión del gobierno regional hizo auténticos milagros en la mejora de la calidad de vida, de las infraestructuras, de los servicios. Pues bien, esa simbología se mantuvo intocada. Sólo en algunos pueblos se renombraron plazas de nombre sedicioso con el de plaza de la Constitución, pero poco más.  Después vinieron Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre: no parece que fueran los más adecuados gobernantes para proceder a una operación que es infnitamente más que un "lavado de cara" de los pueblos: es una adaptación radical y valiente a la democracia.

¿Alguien puede imaginar, en la Alemania de hoy la existencia de una "plaza del Führer", o de una "avenida Adolf Hitler", o de una "travesía del Tercer Recich"? ¿Y en la Italia democrática plazas dedicadas de Mussolini, al conde Ciano o a la "Marcha sobre Roma"? No, ¿verdad?. A todos los alemanes e italianos con un mínimo de conciencia democrática les avergonzaría. Pues a mí me avergüenza, me llena de ira, me produce una infinita desolación la presencia de los citados símbolos en estos pueblos. El partido socialista, una de las víctimas esenciales del franquismo, ha gobernado en España, entre unas legislaturas y otras, más de 20 años. En la Comunidad de Madrid, nada menos que doce. Pues bien, de poco ha servido en estas pequeñas ciudades: si algún demócrata, o progresista del pueblo ha pensado alguna vez en exigir la erradicación de tales ignominias le ha vencido el miedo y, quizá, la falta de firmeza de sus gobernantes.

En mi novela La mujer muerta intento arañar en la memoria atormentada de estos pueblos. Escribo sobre la presencia, más de medio siglo después del final de la guerra, de los fantasmas que perviven en la conciencia de sus habitantes. En Trenes en la niebla, con la recuperación de la experiencia colectiva de un campo de trabajo en uno de sus pueblos, intenté concretar en una realidad que fue "real", mensurable, esa conciencia. Pues bien, estas fotografías son la evidencia terrible de que esos fantasmas no han muerto: están muy vivos y los alimenta una derecha que nunca pensó que podría dejar de ser quien rigiera los destinos de este país.


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