lunes, 12 de enero de 2009

PALESTINA, UNA VEZ MÁS, SOMOS NOSOTROS

Hoy he estado en la manifestación en contra de la brutal agresión (más de 900 víctimas en este momento, de ellas un tercio niños, permiten hablar de genocidio puro y duro más que de agresión) de Israel contra el pueblo palestino en la franja de Gaza. Las imágenes que sistemáticamente estoy viendo en las distintas televisiones, con edificios destruidos, calles en ruinas, cadáveres diseminados, niños envueltos en sudarios, mujeres llorando en la más absoluta desesperación me recuerdan terriblemente otras imágenes: las que hemos podido ver miles de veces en noticiarios, en documentales y en innumerables películas en no pocos países europeos durante la Segunda Guerra Mundial o durante la guerra de los Balcanes. La realidad que está viviendo el pueblo palestino (y quienes, residentes allí, no son palestinos) en la franja de Gaza se parece de manera inquietante, terrible, a la que vivió el propio pueblo judío en otros momentos de la historia de la Humanidad. Sólo faltaba añadir a las penalidades cotidianas que los palestinos han vivido con el bloqueo y el muro, a la falta de alimentos y de los más elementales servicios, un bombardeo sistematizado que no se detiene ante escuelas, ante dependencias de la ONU, ante viviendas particulares (a las que derriban aunque con ello se lleven por delante la vida de familias enteras). Y, como colofón y como pieza imprescindible de todos los genocidios, el amordazamiento de la prensa internacional, que tiene prohibida (¿con qué derecho? ¿quién autoriza a un estado que se dice democrático cercenar la libertad de expresión, el derecho inalienable a la información?) la entrada en Gaza. Algo que ha rechazado radicalmente la ONG "Reporteros sin fronteras" con el apoyo de medios como el New York Times, las cadenas BBC, CNN, RNE y TVE, los diarios ABC, El Mundo, El País y La Vanguardia y las cadenas de La Sexta y Cuatro, entre otras muchas.
Amar la literatura de Amos Oz, de Canetti, de Grossman, de Celan, de tantos otros escritores judíos, de nacionalidad israelí o ciudadanos del mundo, no nos puede cegar ante la ignominia, ante la falta de principios de toda índole con que se comporta el ejército de Israel, uno de los mejores equipados del mundo, contra un pueblo desarmado. Sí: desarmado. Cierto que Hamás es una organización que protagoniza actos terroristas que han de ser condenados con absoluta firmeza. Pero... ¿alguien, en Israel, ha reparado en el hecho de que en sólo 10 días su ejército ha asesinado a más personas (300 niños entre ellas) que en toda la historia del terrorismo de Hamás? ¿Cuántos analistas políticos, en Israel, han contemplado la hipótesis, más que probable, de que tras esta operación, Hamás siga lanzando sus cohetes? ¿No significará eso una victoria de esa organización, por otro lado gobernante en Gaza por decisión de las urnas? ¿Con qué cara miraría al mundo uno de los ejércitos más poderosos tras el fracaso de su principal objetivo después de masacrar a cerca de 1.000 personas, provocar cerca de 4.000 heridos y una cifra incontable de desplazados, de nuevos refugiados, de ciudadanos sin techo, de niños sin escuela, sin sanidad...? No sólo sería, en el fondo, una victoria militar de Hamás, puesto que el objetivo del gobierno y del ejército de Israel de acabar con los lanzamientos de cohetes no se habría cumplido, sino moral, de civilidad, de defensa de los derechos humanos de todo un pueblo?
Ni la cultura, ni la literatura, ni el pensamiento, tienen nada que ver con la práctica de un gobierno cada vez más impregnado por el extremismo. Los intelectuales israelíes, los poetas, los novelistas, los músicos, los pensadores judíos no pueden permanecer impasibles ante la violación sistemática del derecho internacional, de los derechos inalienables del millón y medio de personas que viven en Gaza. Quienes vivieron el Holocausto (con otros muchos ciudadanos no judíos) deberían ser agentes activos por la paz, ejemplo en el respeto de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU. En el comienzo de nuestra guerra civil, el general Millán Astray se dirigió a Unamuno en la Universidad de Salamanca con aquel grito en favor de la barbarie que decía "¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!". Hoy, la operación contra los palestinos de Gaza, como ayer los bombardeos sobre Beirut, son el "Viva la muerte" de un gobierno que debería poner en primer plano los valores de la cultura occidental. Entre ellos el de la inteligencia. Porque no es inteligente quien, reclamándose paladín de la democracia, siembra odio y muerte, quien recurre de manera sistemática a la ley del talión multiplicada por 100.
Termino con una reflexión: ¿alguien, dentro del gobierno de Israel, ha pensado fríamente en qué porcentaje se habrá incrementado el odio de los palestinos hacia ese país, hacia su estado después de lo que está viviendo? Y... ¿en qué grado se habrán incrementado los huérfanos, hermanos de niños masacrados, hijos de mujeres heridas, muertas o mutiladas, de milicianos torturados, que estarán dispuestos a inmolarse en cualquier autobús de una ciudad de Israel en cuanto tengan oportunidad de hacerlo?
Aunque Israel arrase Gaza (algo nada improbable), habrá perdido la guerra. Y... ¿hasta cuándo el resto de los estados y pueblos del mundo estaremos dispuestos a permitir que su política esencial no sea otra que responder a sangre y fuego, destruyendo ciudades enteras y sembrando la desolación y el horror, y no con el derecho internacional a cualquier agresión? ¿Cuánto tiempo hace que los países democráticos y civilizados de Occidente decidieron, con justeza y con eficacia, responder al terrorismo con derechos humanos, con acción de la justicia, con firmeza y no con terror? Frente al horror cotidiano que se está provocando en Gaza, no queda sino afirmar, en contra de lo que dijera Millán Astray a Unamuno, ¡Viva la inteligencia y abajo la muerte!

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  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...