Allí, en la librería de barrio que, a medida que pasan los años y persevera en el desarrollo de actividades culturales, está convirtiéndose en un referente literario de la ciudad de Madrid, estaba el dirigente vecinal Félix López Rey, presidente de la Asociación de Vecinos de la Meseta de Orcasitas, que en los entrantes me contó su experiencia de presentación de la novela citada en su barrio en fechas muy cercanas al homenaje de la Complutense. Fue una presentación masiva, con mucha más gente que el homenaje universitario, y en la que los vecinos del barrio reconocieron en Ferres al escritor que, en tiempos de penuria y de dictadura, trasladó a su obra la experiencia colectiva que vivieron en días (y noches) de emigración interior, de chabolas y menesterosidad.
Pero Ferres no es un escritor social. Es un escritor sin adjetivaciones y con mayúsculas al que sus comienzos como narrador crítico le han dejado marcado (etiquetado más bien) ante y por buena parte del mundo académico y crítico. Tener una mirada inconforme hacia el mundo en que uno vive no significa desdeñar los aspectos estéticos de una obra literaria. Y eso es lo que le ocurre a Ferres desde sus comienzos. Su escritura está cargada de iluminaciones poéticas, es una prosa cuidada al máximo que llega a alcanzar niveles de una difícil intensidad. Su acercamiento a las cosas humildes y al mundo que se mueve en la periferia de las grandes ciudades no están reñidas con un cuidado exquisito del lenguaje. Tampoco lo están con la búsqueda de espacios para lo imaginario.
Eso ocurre con los dos libros recién publicados. El otro universo es un libro construido con relatos breves (que se conforman como capítulos de una novela) en los que Ferres mezcla realidad y ensoñación, presente y pasado. La recuperación de la infancia o de las experiencias de juventud de los personajes que habitan en ellos se desarrolla mediante evocaciones que surgen a partir de un paseo (casi siempre por espacios híbridos entre el campo y la ciudad), o de un reencuentro, o ante la presencia de alguien (una niña, una mujer, un joven) que invita al narrador a evocar el tiempo escolar, o a recobrar la vida universitaria en algún lugar de Norteamérica, o los fusilamientos al amanecer en las tapias de algún cementerio madrileño de posguerra. Se trata de una "ciudad otra", de un "universo otro" que, en cada capítulo se construye con fragmentos de memoria, con destellos líricos, con escenas entre lo real y lo surreal, con pequeñas historias que nos hablan de los más profundos sentimientos del hombre de cualquier época.

Antes de la presentación, se proyectó el documental (inacabado, como work in progress, que diría James Joyce) de Tomás Cortijo Un gato en el diván, sobre la vida y la obra de Ferres, un hermoso y emotivo trabajo que (esperemos) no tardando mucho podremos ver en su versión definitiva.
Reconozco que en mi pasión por la novela contemporánea española hay una deuda con Antonio Ferres y con otros autores de la generación del 50, comenzando por Ignacio Aldecoa y por García Hortelano: en aquellas novelas iniciáticas, aparecidas a finales de aquella década y leídas por mí cuando tuve plena consciencia de la realidad y estaba bien avanzada la década de los setenta, vivía mi barrio y mis calles de infancia, mis primeras experiencias amorosas, mi adolescencia en la ciudad limítrofe, mis aventuras por fríos descampados y entre ruinas junto a humeantes vertederos.
En la noche de diciembre, en Vallecas, en la librería Muga, Antonio Ferres nos hablaba, sin quererlo del pasado del barrio en que nos encontrábamos. Entre libros de texto, entre las novedades literarias más inmediatas, junto a una espléndida muestra de la mejor literatura de hoy y de ayer, nos atrevíamos a soñar con un futuro saludable para la cultura escrita, para el libro, para la novela, para la poesía. Porque nunca como ahora, en tiempos de crisis, de desempleo, de desolaciones y de recortes dictados por unos mercados que nada saben de literatura (que nada saben de humanismo, ni de sentimientos, ni de necesidades, ni de calidad de vida) hemos tenido tanta necesidad de que en la literatura se hable de nosotros. Como en la de Antonio Ferres.
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Antonio Ferres leyendo, en Muga, uno de los poemas del libro (Foto de Edu Rosa) |