viernes, 23 de diciembre de 2022

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

 


En 2012 publiqué  Fugitiva ciudad, En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al cantautor y poeta Joan Manuel Serrat. Desde los 13 o 14 años, desde aquel "Manuel" casi iniciático de mediados de los sesenta, sus letras y sus músicas formarían parte de mi vida. Especialmente, de mi aprendizaje del amor. En su despedida, rescato cinco poemas de esa "plaquette" para todos aquellos y todas aquellas que amaron con Serrat. Los poemas iban precedidos, en el libro, de la siguiente respuesta del cantante a Juan Cruz, en una entrevista publicada en El País Semanal:  "Éramos jóvenes. No teníamos otras responsabilidades que nosotros mismos. (…). En aquellos momentos no caminábamos, volábamos."  

 Días en ti con música de fondo

A Esperanza, parte de cuya historia  vive  en estos poemas


1
La más cálida voz, la voz de amante
clandestino, la voz
de niebla y de tabaco
negro, la voz de las crisálidas del barrio.
 
La voz amilanada
de las muchachas pálidas que habrían
de volver a su casa, sin remedio,
antes de que las diez
dieran en los relojes,
los ojos todavía
viviendo en el placer y en el engaño
del domingo de octubre.
 
En la herida primera y en la lágrima oculta.
 
2
Cómodas y aparadores,
huecos
de las enaguas y de las compresas,
del sueño de la hermana y de la madre.
                                                               Los empachos
de la pubertad y los pitillos
robados cada tarde
y el humo prodigioso
y la paz de los futbolines
 
El bolso y la estación, tu abrigo
recordado como un chiscón de fiebre,
refugio de los dedos y la sed
de piel de aquellas tardes, la añoranza
de las cosas pequeñas
proclives a la lágrima
viviendo en los armarios de la noche
como nervios ocultos
que alguien iluminó con una música
de extraña claridad y viento calmo.
 

3
La voz bebida, la voz acariciada, la voz
llorada.
              El ronco terciopelo
de aquellas noches
que nunca terminaban, o el pronombre nosotros
y la niebla y el frío y los bolsillos
vacíos de monedas y repletos de vida,
de crepúsculos de pana o de vaqueros,
de coñac bien caliente y de extrarradios.
de vida irrepetible y de extrañas banderas
compartidas.
                        Nunca la voz
fue tan propicia, se acopló de este modo 
al aire de la calle, al temblor de tu mano,
a la noticia apresurada
de un forzado retorno, cuando ya eran las diez,
a las habitaciones de la infancia.                      
 
4
Veo los veinte años detenidos
en un parque aterido de un día de febrero
y de felicidad. Veo en la voz
mi desencanto y mi fiebre, mi candidez inútil
hacia una piel que escapa cuando la noche anida
en las últimas calles
de una ciudad soñada; veo, muchacho envejecido,
tu Barcelona mía, mi Barcelona tuya
como un lecho aún caliente al que llegamos tarde
una tarde cualquiera de un tiempo todavía
en blanco y negro.
 
Llegué muy tarde, sí, a Barcelona:
cuando la edad trazaba
sus sombras iniciales, y la lluvia
deshacía noviembre. Y fue la ronda
de una tarde con luz y con las aguas
dejando en el otoño de la Barceloneta
la longitud deshecha y los pronombres
olvidados.
                     Viví las librerías. Y las tiendas de discos.
Y los patios sombríos de la Universidad.
Y la extraña flojera que nos llenó de dudas,
y la emoción difusa de sueños heredados,
nacidos en trastiendas llamadas El Carmelo
o Guinardó.
 
5
Hemos amado mucho
con la voz de tabaco, húmeda de todos los otoños,
que un día descubrimos.
 
Con la voz de mar y de gaviotas,
con la voz de los puertos y de la mansedumbre. Con la voz
de la tierra y de los barrios bajos y de los hondos veranos
del tiempo que doraba la edad insuficiente.
 
Aún recuerdo la cama clandestina
todavía caliente en el amanecer inhóspito
del día de diciembre en que encontramos
una cinta grabada con viejas melodías de Brassens
heridas, de pronto, por la voz:
no hago otra cosa que pensar en ti, sonó en el aire
y supe entonces que pensar en ella
era escribirle algunas noches
sabiéndola lejana e imposible.  
 
Era la fantasía
de lo maldito, del subvertido sexo,
de la perversidad, y también era
la soledad sin horas de agostos muy extensos
y olorosos a grama y a rastrojo,
a prescritas infancias y a botones,
a vagones de lata y a llanura,
a tormenta tardía, a despedidas
cuando era septiembre
abdicación de todos los veranos
conocidos.
 

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