Ayer acabé la lectura de Una mosca en la sopa, el libro de memorias del poeta norteamericano de origen serbio Charles Simic. Una lectura que, en buena medida, he venido realizando en paralelo con otra: los textos de las poetas mujeres de la Beat Generation que aparecerán , de manera inminente, en Bartleby Poesía bajo el cuidado de Annalisa Marí Pegrum (es la traductora y la autora del prólogo). ¿Qué tiene que ver mi lectura de las memorias de Simic con la de las poetas beat?, se preguntará el lector. Ciertamente, poco aunque ese "poco" sirva para iluminar la actitud de sus compañeros de peripecia, los más que reconocidos poetas norteamericanos que llenaron las décadas de los cincuenta y sesenta (y gran parte de la de los setenta) con sus nombres indiscutibles: desde el narrador (y poeta, autor de un magnífico libro de haikus) Jack Kerouac hasta poetas puros como Allen Ginsberg, Gregory Corso, William Burroughs o Ferlinghetti.
Las poetas fueron relegadas en favor del protagonismo varonil. Los poetas fueron directos a la estantería de la historia de la literatura norteamericana y, más allá, universal. Las poetas quedaron anegadas por su condición de mujeres y, seguro, por su dedicación no solo a la poesía sino a tareas bastante menos "gloriosas" como las labores domésticas o los trabajos que el machismo ha dejado tradicionalmente en sus manos. Cuando, hace algunos años leí Personajes secundarios (2008, Libros del Asteroide), las memorias noveladas de Joyce Johnson, la compañera, amiga y amante de Jack Kerouac, advertí en su relato un inmenso reproche a los machos de aquella hornada literaria y cultural. El propio título del libro es de por sí ilustrativo. Aunque había poetas que estaban a una altura similar a la de sus compañeros, nunca dejaron de ser personajes secundarios, por no decir terciarios.
Pero volvamos a Simic. Así cuenta su visión del Nueva York bajo la influencia Beat:
"Con la aparición de los Beat [...] la escena cambió. En el Village aparecieron cafés por todas partes. Además de ofrecer actuaciones de cantantes folk y obras de teatro, se organizaban recitales de poesía. [...] Pero Nueva York era además un lugar maravilloso para la poesía: en una misma semana podías escuchar a John Berrymann y a May Swenson, a Allen Ginsberg y a Denise Levertov, a Frank O'hara y Le Roi Jones."
ruth weiss |
Aunque es bastante probable que la escena fuera de lo más normal en aquel ambiente de irreverencia y desafío a lo establecido, no deja de ser una forma de desdén, incluso de humillación (seguramente no pretendida) hacia las dos jóvenes que escuchaban absortas a Lowell disertar sobre poesía francesa mientras el genio las metía mano en público. En todo caso, la escena no puede ser aislada de los numerosos testimonios que nos hablan de las carencias, en cuanto a igualdad entre hombres y mujeres, que se manifestaban en el ojo del huracán de aquella revolución cultural, especialmente poética.
Por eso es importante todo esfuerzo por reparar, aunque sea con décadas de retraso, esa injusticia. Annalisa Marí Pegrum, consciente de esa necesidad, nos ofrece una antología bastante completa de aquellas escritoras aprisionadas entre una tradición cultural y de costumbres todavía presente en la América de los años 60 y su deseo de perduración mediante la escritura poética. En el prólogo a Beat Attitude, nos cuenta, de manera sucinta, la historia de esa particular batalla contra la relegación y el silencio. He revisado los álbumes de fotografías que pueden verse en las más diversas páginas de Internet y en la casi totalidad de las fotografías de grupo dominan los hombres: cuando aparecen mujeres lo hacen como acompañantes, parejas o espectadoras. De esa relegación da cuenta la prologuista y traductora. Y lo hace rescatando algunas anécdotas que revelan la dimensión del "estropicio". Por ejemplo cuando relata como tras una conferencia celebrada en el Instituto Naropa en 1994, al ser preguntado el poeta Gregory Corso por la ausencia de mujeres en la generación beat, responde: “Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se les sometía a tratamiento por electrochoque. En los años 50 si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tu familia te encerraba. Hubo casos, yo las conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas.”
De ese predominio de la poesía escrita por los hombres habla a las claras el hecho de que uno de los primeros libros que en España nos mostraron la obra de esta generación, Antología de la "Beat Generation", preparada y prologada por Marcos Ricardo Barnatán en 1977 (Plaza y Janés) y en la que se integran poemas de Ferlinghetti, Corso, Kerouac, Ginsberg y Lamantia, no hubiera una sola referencia a la existencia de mujeres coetáneas que escribieran poesía con cierta audiencia en los medios de la época.
Elise Cowen se suicidó en 1962, a la edad de 29 años |
Hijas de una época llena de grandes perturbaciones civiles, que alumbraría una nueva sociedad, en la que el fin de la discriminación racial, la lucha contra la guerra del Vietnam o los grandes avances en el ámbito de la igualdad entre hombres y mujeres, dejaron en el camino sacrificios, renuncias y perplejidades. Ellas no eran ajenas a esas luchas. Compartieron todas esas reivindicaciones y contribuyeron a todos los avances, por mínimos que fueran. Fueron las poetas, las grandes. Las que estaban allí a pesar de la ceguera que parecía proyectar sobre el mundo cultural el inmenso brillo de los poetas-hombres que accedieron al canon casi en tiempo real. Mientras, ellas estaban allí, tal y como afirmó Gregory Corso, pero hasta mucho después no dejarían de ser invisibles. Beat Attitude colabora, de modo decisivo, en ello. Un libro de cabecera que no conviene perderse.
Allen Ginsberg, leyendo poemas en un parque público |