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miércoles, 15 de enero de 2014

En legítima defensa: los poetas y la poesía en tiempos de crisis


El 20 de julio de 1979, un periódico madrileño de ámbito nacional abría la crónica del homenaje a Blas de Otero, fallecido semanas antes, con las palabras siguientes:  “Al aire libre, en la plaza de toros de Las Ventas, de Madrid, cerca de 40.000 personas manifestaban con los primeros aplausos su apoyo a un «festival» de poemas y canciones, que duraría más de tres horas, en recuerdo del poeta (Blas de Otero) fallecido en la madrugada del 29 de junio pasado”.

La plaza de toros de Las Ventas a rebosar y la multitud allí presente coreando las canciones basadas en sus poemas y los poetas y escritores  leyendo sus versos y el pueblo de Madrid, los ciudadanos de a pie que habían llegado de los barrios extremos, que venían de las universidades, de los institutos, de las fábricas, establecían una comunicación intensa, viva, con la memoria del poeta.  Cuarenta mil personas de todas las edades escuchando versos, aplaudiendo versos, emocionándose.

En aquellos años, albores de la democracia, la poesía aparecía íntimamente vinculada con el proceso que estaba viviendo el país. Recuerdo a Alberti recitando poemas en un viejo campo de fútbol de tierra en el barrio de San Blas. A Carlos Álvarez, Félix Grande  y Carlos Sahagún en un descampado de Orcasitas alternándose en la tribuna para leer sus poemas con los dirigentes vecinales que exigían la remodelación del barrio, el final del chabolismo o la construcción de un centro sanitario. Recuerdo lecturas de poemas y poesía musicada (textos de Agustín Millares, de Celaya, de Hierro, de Ángela Figuera, de Neruda, de Antonio Machado) ante más de 500 jóvenes en los bajos de lo que sería el centro cívico-social de la UVA de Hortaleza  y a jóvenes poetas leyendo sus propios versos en el salón de actos del centro juvenil de la parroquia del viejo barrio, hoy desaparecido, de Portugalete, con el aforo sobrepasado. Recuerdo a Diego Jesús Jiménez celebrando la noche de San Juan  en el madrileño barrio de Santa María en el umbral de la democracia y leyendo sus poemas ante un auditorio en el que se mezclaban gentes de toda condición. Recuerdo el descubrimiento de los poemas de Caballero Bonald (sobre todo, un memorable poema que transcribí en mi novela Los días de Eisenhower, “Dehesa de la Villa”), leídos en un foro a rebosar de una asociación de vecinos de Vallecas.

También recuerdo, hace mucho menos tiempo, a Juan Gelman (en 2008) ante el atril en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares recibiendo el Premio Cervantes  y reivindicando, en su discurso, la memoria colectiva y la dignidad de los hombres y mujeres que aún estaban enterrados en innominadas cunetas o en descampados perdidos en la España interior y derrotada. Y reivindicando a la poesía como ese “lugar más calcinado del idioma” donde encontrarnos y soñar un mundo distinto. 

La crisis de hoy: nuestra crisis, nuestros poetas 

Desde entonces hasta hoy, la poesía como coadyuvante al cambio social, a la toma de conciencia del ciudadano de a pie ha retrocedido. La política progresista ha ido alejándose de los poetas y los poetas han seguido el único camino que vienen recorriendo desde los primeros cantos de juglaría: el de la poesía como respuesta a las incertidumbres de los seres humanos, el de la poesía como iluminadora de zonas ocultas de la realidad, como espacio en el que es posible imaginar un mundo hospitalario, de seres libres e iguales en el que la cultura y las posibilidades de creación artística estén sustentadas en la igualdad de oportunidades.

La crisis económica que comenzó a extender su sombra en el verano de 2008 ha tenido sus cronistas en el ámbito del periodismo, sus tertulianos en esa frontera en la que la pura opinión se entrelaza con la vocación de estrellato, sus políticos sinceros y sus políticos hipócritas y cómplices, sus columnistas escribiendo entre la teoría política y el cotilleo. Esos son quienes se han mostrado y se muestran  en los foros públicos, especialmente en ese escenario con millones de espectadores que es la televisión. Los poetas han sido los grandes ausentes en la crisis. Sin embargo, ahí estaban, más vivos que nunca quizá: escribiendo en humildes habitaciones de alquiler o en la vivienda familiar; leyendo versos a pequeños grupos en librerías o bares, en centros culturales asediados por los recortes o amenazados por  quienes consideran la poesía una dedicación inútil; en foros universitarios dirigidos a universitarios aficionados a la filología; en jornadas en las que los poetas leían a otros poetas y eran, a la vez, intérpretes y público…. Batiéndose en Internet y en las redes sociales por abrir paso a su mirada sobre la realidad y sus contradicciones. Y en algunos programas de la radio pública emitidos en horas imposibles y no siempre proclives a mostrar una poesía diseccionadora de los aspectos más duros de una realidad que avanza en la precariedad y en la pobreza en la misma medida en que se engrosan los beneficios de las grandes corporaciones multinacionales y los bancos.

A pesar del silencio de algunos medios convencionales (en un programa de la televisión pública como Página 2 se pueden contar con los dedos de media mano las veces en que, en sus más de cinco años de vigencia, ha tratado libros de poesía o se ha entrevistado a poetas), los poetas han escrito del mundo que les rodeaba y que les rodea, un mundo al que ofrecen su dramática cotidianidad seis millones de parados, que muestra, en calles circundadas por locales clausurados, con cierres pintados de graffiti o empapelados con carteles inútiles, las huellas de una miseria que cada vez es más difícil de ocultar, han escrito y escriben de los jóvenes sin horizonte, sabios hijos de la generación que hizo la transición a los que las clases dominantes van dejando en la cuneta.  Los poetas han salido de las torres de cristal y de la neutralidad aséptica a la que no pocos críticos y profesores les condenaban, y se han multiplicado las iniciativas que han llevado al poeta a la calle, a contribuir a la movilización social y política, a ofrecer su palabra a quienes la necesitaban (el pasado mes de noviembre, en Madrid, los poetas pusieron su voz para oponerse a los recortes sanitarios, o celebraron un encuentro crítico, "Voces del Extremo", por ejemplo).  Es decir, la poesía ha recuperado su capacidad de conjura, su vertiente más crítica, su potencial de emoción para ayudar a los ciudadanos a vivir la crisis, a luchar contra ella y, sobre todo, a conocer sus raíces, su origen radicalmente inhumano para enfrentarse a ella y a quienes la provocaron y la aprovechan.


¿Poesía social? No simplifiquemos. Poesía entendida en su sentido más profundo: ayudando a la memoria colectiva y mostrando viejas humillaciones que hoy se prolongan a los más jóvenes;  buscando la magia originaria de la palabra para abrir rendijas al mundo feliz que se nos niega (algo parecido a la “muerte en efigie” con que, tal y como demostró Arnold Hauser, el hombre del paleolítico apresaba a la bestia a través del arte: comer, combatir el hambre, meter al bisonte en el hogar, eso era la felicidad en la caverna); descubriendo lo que no nos descubre ni ilumina el periodismo y que sólo es explicable gracias al lenguaje revelador de la poesía. Así nos contó la desolación de Nueva York a principios del siglo XX Federico García Lorca:

"La aurora de Nueva York tiene 
cuatro columnas de cieno 
y un huracán de negras palomas 
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime 
por las inmensas escaleras 
buscando entre las aristas 
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca 
porque allí no hay mañana ni esperanza posible. 
A veces las monedas en enjambres furiosos 
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos 
que no habrá paraíso ni amores deshojados; 
saben que van al cieno de números y leyes, 
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos 
en impúdico reto de ciencia sin raíces. 
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes 
como recién salidas de un naufragio de sangre." 

Con palabra nueva . Como lo hicieron en Chicago Carl Sandburg en medio de la crisis del 29, o Edgar Lee Masters en la imaginaria Spoon River, reflejo de todas las ciudades de la Historia, o Antonio Machado en la Soria terrible de su tiempo, por no referirme a Miguel Hernández y su grito resistente o a César Vallejo  indagando en las fisuras y quiebras del idioma.  

En legítima defensa, un libro de todos los poetas ante la crisis 

Ante la crisis provocada, ante el ataque a nuestros derechos y libertades, ejercer la legítima defensa con el más poderoso instrumento con que el hombre cuenta desde su propio origen: la palabra. Añado: la palabra poética. Esa es la proteína, el sentido profundo de la iniciativa que impulsamos, hace poco más de un año, Pepo Paz y quien esto suscribe, desde Bartleby Editores.  Invitar a los poetas a rebelarse y a indignarse con su principal destreza, con su más valioso patrimonio: sus versos.  Respondieron más de doscientos autores de todas las edades. Poetas de distintas generaciones se aprestaron a convivir en un maravilloso acto de resistencia: contribuir a un libro colectivo en el que se hermanan textos de nuestros dos poetas premio Cervantes vivos, Antonio Gamoneda, que aporta poema y prólogo, y José Manuel Caballero Bonald. Junto a ellos, una ejército de escritores que van de Félix Grande o Juan Carlos Mestre, o Angelina Gatell, a Gsús Bonilla, Ana Pérez Cañamares o Julieta Valero, pasando por Eduardo Moga, Miguel Casado, Felipe Benítez Reyes u Olvido García Valdés entre otros, o por poetas apenas conocidos que han comenzado a dar sus primeros pasos literarios en la Red.

Todos sabemos que la poesía difícilmente hace cambiar la Historia. Pero también sabemos que algo ayuda. Al menos, puede acompañarnos y contribuir a que nuestra conciencia no se acartone, se mantenga viva y se hermane con la respiración de la calle.  

sábado, 5 de diciembre de 2009

Recogerse el pelo, salir del blog y otras reflexiones

Que Internet está modificando los hábitos de lectura, los caminos de acceso a determinados libros y las formas de hacer públicos textos literarios (cuentos, novelas y poemas) es ya una verdad universal. El e-book abre perspectivas cuyo alcance último se nos escapa. Y sugiere preguntas diversas: ¿convivirá el libro en papel con el libro digital?, ¿terminará éste con aquél?, ¿quedará el libro tal y como lo conocemos relegado a la condición de objeto marginal, vicio de colecconistas o consumo de minorías? Son preguntas que quienes nos hemos formado en la cultura del libro nos hacemos con cierta angustia, con la marca del temor a lo desconocido y el miedo a perder el suelo sobre el que hemos venido caminando.

Igual se trata sólo de un vaticinio interesado, pero soy de los que opinan que habrá convivencia del mismo modo que hoy convive la televisión de alta definición (donde es posible ver el cine en alta definición) con las salas de cine (eso sí, en el formato multicine incorporado a gran superficie comercial) y con la costumbre de ir al teatro. El video no mató a la estrella de la radio frente a lo que nos contaba una canción pop de principios de los ochenta (la radio está más viva que nunca, por cierto) ni la televisión ha matado al cine o al teatro. En todos ellos, la proteína, es decir, la historia como sustento del hecho narrativo, se mantiene incólume o con más fuerza que nunca.


Viene todo esto a propósito de dos reflexiones.
La primera está relacionada con el fragmentarismo consecuencia del efecto nocilla (literatura mutante, así lo llama Vicente Luis Mora) en que, con la excusa de la omnipresencia de Internet, se ha querido situar el paradigma de la novela del siglo XXI. Agustín Fernández Mallo tiene un ferviente "hincha" llamado Manuel Vilas, autor al que me he referido aquí  y que cuenta en su haber con una obra certera, Aire Nuestro, en la que se advierte una voluntad estructural para acercarse al formato novela (mi elogio, curiosamente, no apareció en su blog). Pues bien, Internet es un espacio virtual donde todo convive. Pero un espacio virtual que no afecta a la esencia de la literatura desde sus orígenes: dar forma, a través del lenguaje, a nuestras emociones y a nuestros miedos, que son las emociones y los miedos de siempre. Que tampoco afecta, si hablamos de narrativa, a la base esencial de la novela desde El Quijote o la picaresca hasta nuestros días: la historia. La literatura mutante produce otros materiales, parecidos cuando no casi idénticos (estructuralmente, se entiende) a los que produjeron las vanguardias: produce fragmentos, agregaciones de imágenes, reflexiones a las que se busca un hilo conductor no siempre de manera afortunada. Es el nuevo escenario de Internet. Pero el medio no es el mensaje aunque lo dijera McLuhan hace más de medio siglo. La fragmentariedad del mundo tal y como lo recibimos a través de los nuevos medios tiene en la literatura un paradigma ordenador: ahí están las últimas novelas de Muñoz Molina o de Luis Landero, por ejemplo. La narrativa no es un espejo/reflejo de lo que nos llega a través de la Red. Ni siquiera un espejo deforme. Es un "lugar" cualitativamente diferente, que se nutre de la realidad y la trasciende para construir una nueva realidad. Con palabras: por supuesto.



Las manera de recogerse el pelo. Generación bloguer es una antología de poetas "blogueras" ideada/promovida por el poeta asturiano David González que, tal y como ha anunciado en diversas ocasiones Pepo Paz, editará Bartleby en unos meses. Poetas que, mayoritariamente, se han curtido en la escritura en el mundo de Internet, en el ámbito del blog. Que han crecido en este ecosistema virtual que, siempre, habla del ecosistema de la realidad , de nuestro mapa de emociones, incertidumbres, miedos y deseos. Pues bien, estas poetas, buenas poetas (¿o poetisas?) pasarán del blog (de Internet) al papel, verán sus poemas, negro sobre blanco, agrupados en un libro hecho con el gusto y la delicadeza con que Bartleby hace los libros, un libro que irá a los anaqueles de las librerías, estará (si es posible) en las mesas de novedades de éstas y será leído al amor de la lumbre, en un café, en el tren, en el metro o en el autobús o junto a una ventana que da al mar (por ejemplo), por lectores devotos de la poesía .

Ese itinerario conduce, a la vez, a dos reflexiones: de un lado, es bueno destacar la importancia que tiene, para todo poeta, por muy joven que éste sea, el libro convencional, el libro de siempre. Tiene algo (lo he escrito alguna vez en este blog) de canonización, de "certificado" que acredita su condición de escritor. Puesto que es obvio que todas las poetas de La manera de recogerse el pelo  pueden colgar sus libros (no sólo los poemas antologados) en sus blogs o en mutitud de páginas web, ¿qué sentido tiene la edición en papel? Dejó ahí la pregunta. La segunda reflexión es algo más peliaguda: estos días, con motivo de una agria polémica sobre el pirateo de libros de poemas, Pepo Paz ha sugerido la posibilidad de colgar la antología y no editarla para así dar la razón a quienes justificaban, en los comentarios recibidos en su blog,  la apropiación indebida de textos ajenos. Ha habido, como es natural, protestas entre quienes entendían y justificaban (algunas interesadas, por tratarse de antologadas) el pirateo de otros por el gran papel difusor de cultura que tiene Internet pero, sin embargo, no veían bien que esa "medicina" se aplicara a La manera...  Pues bien, esa es una de las muchas evidencias de la necesidad de oponerse a todo pirateo. Si se cuelga en la red, ¿para qué editarlo? Si un libro puede ser reproducido en su integridad, o casi, por cualquier bloguero, ¿qué sentido tiene gastar tiempo, dinero y esfuerzo en la edición en papel? Aun considerando en el horizonte el e-book, es obvio que hay que salvaguardar los derechos de los autores y de los editores, también trabajar para que la red de librerías interesadas en vender poesía se mantenga y crezca, y evitar que cualquier ciudadano pueda, por la vía directa, copiar entero (o casi) un libro y colgarlo en la red como si éste si fuera propiedad suya. Que lo haga si quiere con los de dominio público, no sujetos a derechos... Pero hacerlo con el resto de los libros es un delito.

La manera de recogerse el pelo, editado en papel, tendrá algo de consagración de las poetas que lo nutren. Saldrán del blog, cruzarán ese espacio invisible que separa la pantalla y el universo de la Red del libro que se acaricia, cuyas páginas se huelen (ese aroma algo ácido del papel y la tinta), cuyo lomo puede contemplarse, junto al de otros libros, en una estantería.... Pero... ¿y si no llegara a ser un libro... en papel? El contenido sería el mismo, cualquiera se lo podría descargar e imprimir, no habría merma en los poemas, ni en las biografías de las poetas. Incluso podría ser leído sin descargarlo ni imprimirlo. ¡¡Y sería gratis para los lectores!! Como director de la colección que lo acoge, creo que no sería lo mismo. Y estoy convencido de que así piensan las propias poetas que integran la antología. ¿O no?

domingo, 6 de septiembre de 2009

Sobre los blogs que me interesan (y los que no): una meditación

Nota previa

El retorno a la cotidianidad tras las vacaciones, invita a recobrar imágenes que nos acompañarán todo el año. Cambio foto de cabecera: no lejos de allí, del lugar de la rama, en la casa que fuera del padre, he escrito buena parte de mis poemas y de mis novelas. Ahí queda.

Primera noticia de una "cosa" llamada blog.
Hace cuatro años, creo recordar que en la primavera de 2005, tuve la primera noticia sobre esta nueva forma de escritura (a veces literaria, a veces filosófica, a veces periodística) que ha acabado teniendo por denominación más asentada el término blog (otros lo llaman bitácora, o cuaderno de notas, o bloc). Entonces, tenía en la cabeza un proyecto de programa de radio dedicado a los libros al que invité a participar a algunas personas. El programa nunca se hizo pero, como proyecto, lo mantengo guardado a buen recaudo en uno de mis archivos electrónicos. También me guardo el título. Quedan a la espera de que algún día pueda hacerse realidad (o no, como diría Rajoy). Una de las personas que iba a participar en el proyecto y en el desarrollo del programa era Ana Manzano, la promotora de un blog, nacido en el primer trimestre de este año, llamado Iconos Medievales. Pues bien, fue ella quien, al revisar el proyecto que le envié por correo electrónico, sugirió dedicar, en el programa, un espacio a “un fenómeno que está surgiendo ahora llamado blog” (lo escribió así o de forma muy similar). De tal fenómeno yo no tenía ni noticia.

Fue hace cuatro años y, desde entonces, lo que se apuntó como posibilidad para incorporarlo a un programa radiofónico, se ha convertido en una realidad omnipresente en el mundo periodístico, literario, artístico en general. Lo que no quiere decir, en absoluto, que esté ocupando el espacio que se merece en las revistas literarias ni en el catálogo de reflexiones de críticos y expertos en literatura.

Durante las pasadas vacaciones han sido muchos los momentos en que, al hilo de la lectura o el seguimiento de algunos blogs más o menos cercanos, he sentido la necesidad de recapacitar sobre el fenómeno y, de manera muy especial, sobre la tipología de los blogs que prefiero (o que me aportan significados, sentido, oportunidades de reflexión, conocimiento) y de aquellos que considero perfectamente prescindibles (llegan, incluso, a producirme una cierta aversión) desde el punto de vista de su utilidad intelectual, creativa y, si se me apura, sentimental.

Los blogs que aportan (y que me interesan)

Tal y como me ocurre, en otro plano, en la poesía o en la narrativa, me identifico (sólo daré dos o tres títulos como ejemplo), en general, con los blogs que aportan conocimiento. Ya sea en el plano de la reflexión sobre la vida cotidiana, sobre la creación literaria o artística, ya lo sea en el de la crítica literaria (¿quién no nos dice que hoy buena parte de la mejor crítica se está canalizando a través del blog?), en el del comentario de lecturas, a veces de un valor inestimable. Aportar conocimiento es, también, aportar memoria, tanto personal como colectiva, ofrecer meditación sobre momentos históricos especiales, sobre las pautas culturales y sentimentales de las distintas generaciones. Es mostrar naturaleza, urbanismo y arte, lugares poco conocidos de la geografía (cercana o remota, da igual) y hacerlo con reflexiones sobre esa experiencia que aporten una luz nueva o una dimensión desconocida. También lo es mostrar una parcela de la vida cultural o ciudadana desplazada de lo habitual (pienso en el blog antes citado, que mezcla románico con viajes y experiencia personal, o en un blog cargado de potencial evocador como De los tranvías, de José Ángel Cilleruelo, o en el de la vida cotidiana de un editor como El editor en su laberinto, de Pepo Paz). Y lo es, sin duda, alimentar la crítica social, reflexionar sobre la globalización y sus efectos negativos sobre la Humanidad, cultivar la denuncia y alentar, cuando sea imprescindible, la movilización social. Y, por supuesto, también me interesan los blogs que siguen la actualidad política, analizan nuestra realidad diaria, se pronuncian y se implican en ella.

La derivada lógica de esa identificación no es difícil intuirla: me gusta el blog también como espacio de debate, como lugar para el comentario (desde el emitido desde una identidad pública al emitido con seudónimo o bajo anonimato, me da igual) y para el intercambio de experiencias. No olvidemos que es una fórmula maravillosa para el ejercicio de la interactividad.

Todos esos blogs aportan, a mi juicio, conocimiento. Me ayudan a entender el mundo, a leer mejor, a escribir como puedo (creo que me mejoran) y a acercarme a las preocupaciones vitales, estéticas, sociales y políticas de los otros..

Los blogs que no aportan (o que no me interesan)

Creo prescindibles, sin embargo, los blogs de autobombo permanente. Los que cuentan los elogios con que es acogida la obra propia (lo que no es lo mismo que publicar enlaces para las críticas que eventualmente puedan aparecer: es un servicio al lector), el número de viajes que realizan y el sinnúmero de periodistas que esperan en la cafetería del hotel para entrevistarlo (o entrevistarla), los escritores famosos a los que se ha conocido en determinado acto y lo bien que éstos han hablado de uno (no la reflexión en torno a la experiencia del encuentro, no el contenido de fondo del diálogo mantenido), las radios y las televisiones que se han visitado y lo maravillosamente que han sido recibidas las opiniones del autor. No me atraen los blogs en los que el autor, a modo de un moderno Phileas Fogg (o como el enanito de piedra de la casa de los padres de Amelie) va dando cuenta de las ciudades que visita (a las que ha sido invitado) sin que se aporte un solo ingrediente reflexivo,o una mirada literaria o ciudadana, o sociológica, o cultural sobre la experiencia del viaje. Cierto que siempre, en todo blog (en éste también), como en toda obra literaria, hay una proyección del yo y cierta dosis de narcisismo. Pero el problema surge cuando el blog se sustenta casi exclusivamente en ambos elementos y acaba siendo una suerte de GPS que nos indica lo que día tras día hace el autor en su vida pública y, a veces, privada. Ojo: no digo que no sean necesarios (no hay nada innecesario salvo lo que daña a la sociedad y a sus integrantes). Digo que a mí no me interesan y que creo que aportan muy escasa dosis de conocimiento a mi labor como escritor.
Vista al futuro
Creo que estamos en la infancia del blog. Que, como "género", irá madurando ocupando buena parte del espacio que han venido ocupando hasta hoy los diarios de escritores u otro tipo de artistas, pero que tendrá formas de edición en papel al modo de lo que hoy son los diarios en libro. He dicho "buena parte del espacio" y he dicho bien. Porque no creo que desplace del todo a ese género: porque en un diario hay meditaciones, reflexiones acerca de la vida íntima que difícilmente soportarían, al menos en un primer instante o durante cierto tiempo, el carácter público, en directo y en tiempo real, del blog. La interactividad, la relación casi permanente entre autor y lectores y comentaristas condicionan a veces los aspectos estéticos y creativos del texto escrito. Pero el tiempo nos enseñará que el blog es también deudor de la mejor literatura.

Nota final: ni que decir tiene que la inmensa mayoría de los blogs que recomiendo en la columna a la derecha pertenecen al primer bloque. Algunos (muy pocos), no.

martes, 11 de agosto de 2009

Niall Williams: la historia de la edición de su última novela

Nota previa: cambio imagen de cabecera. Del paisaje serrano próximo a Gargantilla del Lozoya al mar y al cielo, que parecen arder, de Ondarribia en un día de octubre de 2005. Fotografía que me recuerda tres memorables jornadas de reflexión y debate sobre poesía en el parador de esa ciudad que mira, por encima del mar, a Francia. Quede ahí como testimonio de uno de los momentos mágicos de aquellos días.

Pero .... vayamos a Williams

Hace poco más de un año publiqué en este blog una entrada sobre Sólo una palabra tuya, la novela de Niall Williams que había sido novedad de Bartleby en la Feria del Libro de 2008. El título era Niall Williams, la Irlanda relegada y la Feria del Libro de Madrid (pincha y podrás releerla) y consistía en un elogio apasionado del libro. No contaba el modo en que el original llegó a mis manos ni el proceso, lleno de coincidencias y buenos augurios, que condujo a su publicación. Hace unas horas, en uno de los blogs que de vez en cuando sigo, Heterónimos y las palabras de otros, he podido leer una emocionada entrada (¿o un post?) en la que Beatriz Bejarano del Palacio, la traductora de la novela que se "fogueó" por vez primera con Bartleby/Pepo Paz con su primera traducción literaria de relieve, cuenta su visión de la pequeña historia que llevó el libro de Williams al catálogo de Bartleby Narrativa. Un poco por gratitud a su generosa -y apasionada- narración y otro poco por mis vínculos con el mundo que ella cuenta (un mundo pequeño y accesible, hecho de afectos y casualidades, en el que una librería del barrio de Vallecas, Muga, ejerce una perseverante militancia en favor de la buena literatura), contaré la otra cara de esa historia.

Tal y como referí en mi entrada de hace un año, en 1998 leí, conmovido, una novela anterior de Williams, Como en el cielo, que convertí en una de mis recomendaciones más reiteradas (también de E., que ha hecho de la novela una especie de seña de identidad) y motivo para hablar de literatura con los amigos en sobremesas, paseos y viajes. Han pasado once años desde entonces y no se ha atenuado mi empatía con el libro y con sus personajes. Por eso precisamente, porque han pasado once años y porque una tarde de un mes que no recuerdo (pudo ser primavera) de 2007, cuando hacía nueve que había dejado de ser novedad, la vi como libro recomendado en uno de los anaqueles de Muga, me quedé sorprendido. Gratamente sorprendido. ¿Cómo es posible, me dije, que en una librería de barrio se destaque una novela casi imposible de encontrar y que, además, se recomiende?

Convencido de que sólo alguien que hubiera vivido parecido proceso de descubrimiento de la narrativa de Williams, y más en concreto de ese libro, podía haber alentado esa iniciativa, pregunté al librero (a Pablo). Descubrí, en Muga, a un grupo de fervientes seguidores de Williams (ahí estaba, también, María José) y supe que una empleada de la librería, ausente aquella tarde, estaba traduciendo la última novela del irlandés. Quise hablar con ella, pero había cambiado, según me dijeron, el turno y no podía ser. Dejé mi dirección de correo electrónico para que se la hicieran llegar y les dije que yo compartía la devoción por el novelista, que todavía me duraba la impresión que me produjo la lectura de Como en el cielo muchos años antes y que si la traducción era buena, hablaría con Pepo Paz, el editor y responsable directo de la colección de narrativa para que se hiciera con los derechos y la editara.

Después fue el intercambio de correos electrónicos, el conocimiento personal de la joven traductora, Beatriz Bejarano, en la misma librería y en el mismo día en que acudí para comunicarle que la novela sería editada, y el comienzo de los trámites habituales que llevan a la edición de un libro.

Pero hubo una parte del proceso en el que disfruté de manera muy especial. Fue cuando Beatriz me envió el primer borrador de la traducción y abordé la lectura de Sólo una palabra tuya sin otro condicionante que la búsqueda de errores, erratas y frases inadecuadas, el ofrecimiento de sugerencias y el gozo de la materia literaria. La novela me atrapó desde el primer momento. La red de afectos, de decepciones, de sueños y de carencias sociales que Williams construía (con un lenguaje poético de gran intensidad), el canto al amor que respiraba en sus páginas se vieron complementados con una red de sugerencias y correcciones a estilográfica que devolví a la traductora. Ella las asumió con deportividad e inteligencia, con algún desacuerdo puntual también, algo de lo que le estaré para siempre agradecido.

Hasta aquí la historia de un proceso. Del que, nacido de la imagen de un libro recomendado pese a ser una novedad de casi una década antes, condujo a un libro hermoso por dentro y hermoso por fuera: en mi mente ha quedado grabada, quizá para siempre, esa portada azul en la que puede verse, tras una retícula que simula una ventana, el mar, las rocas, el cielo y un ser anónimo caminando… y en blanco y negro. La que habréis podido contemplar al principio de esta entrada.

jueves, 16 de julio de 2009

Postpoesía, la emoción y los poemas de Déborah Vukušic

Previo: cambio en la portada. La fotografía muestra un hermoso roble desnudo en medio del monte, cerca de Puebla de la Sierra, antes Puebla de la Mujer Muerta. Of course, la foto es mía.
El juego
Hoy me voy a entregar, en esta entrada, a un sugerente juego. Estoy viviendo, casi en paralelo, dos experiencias. Llevo muy avanzada la lectura del ensayo de Agustín Fernández Mallo (perdóneseme la rima) titulado Postpoesía con el que ha quedado finalista del premio Anagrama del género citado: voy por la página 118 y creo que mi destino es interrumpir, en breve, la lectura por agotamiento. La segunda experiencia consiste en lo siguiente: coincidiendo con la Feria del libro de Madrid, por consejo de mi amigo Pepo Paz, me leí de un tirón un poemario conmovedor y lleno de innovaciones formales: su título, Guerra de identidad, su autora, la galaico-croata Déborah Vukušic (Ourense, 1979). El juego consiste en relacionar dialéctiamente una y otra.
Postpoesía: una ficción
Es evidente que el libro de Fernández Mallo (por razones de economía verbal, FM a partir de ahora) es un valiente ejercicio de imaginación que defiende parecidos (si no los mismos) postulados que ya pusieron sobre la mesa las varias vanguardias que en el mundo han sido. Eso sí, con un telón de fondo nuevo: Internet, el mundo virtual, las tecnologías de la información y la comunicación (también denominadas TIC). El canto al fragmento, la redefinición del lema que Marshall McLuhan (¿os acordáis?) acuñó a finales de los años cincuenta, "el medio es el mensaje" son algunos de los soportes del aparato teórico de FM. Sí, no se extrañe el lector. FM nos dice: "Ahora lo importante está en el continente, no en el contenido", y añade: "el nuevo contenido, lo fascinante, la obra de arte es el ordenador en sí, el móvil, la pantalla, y el nuevo continente es el texto que en ellos está escrito". Es decir, "el medio es el mensaje", McLuhan dixit. Y, con el argumento de que la poesía española no ha accedido a la postmodernidad, es decir, no se ha hecho "postpoesía", postula (cita textual) "la necesidad de que los poetas acometan sin complejos la deconstrucción de la poesía, única disciplina que todavía no lo ha hecho".

Digo que el libro es en ejercicio de imaginación que parte de una premisa a mi juicio falsa: es necesario determinar qué tipo de poesía requiere la sociedad del siglo XXI, nos dice FM. ¿Por qué? La poesía del siglo XXI se está escribiendo ya. Lleva diez años escribiéndose desde presupuestos formales diversos, incluido el que él nos propone. La fragmentariadad, el palimpsesto, el texto-mosaico, la integración/desintegración de géneros son propuestas que, con distintas variantes, han estado presentes desde los ismos de entreguerras hasta otros ismos más recientes: postismo, poesía underground, poesía visual, textos de la beat generation y un largo etcétera. Internet, el mundo digital, la mirada global que ello propicia sólo amplían los horizontes referenciales del poema, del texto literario (que son, en el fondo, los horizontes de los seres humanos en su lucha por la existencia), texto que se cimenta en el lenguaje escrito, es decir: en la palabra como elemento insustituible.

La performance, el collage, la combinación de imágenes y palabras, la mezcla de signos científicos con imágenes, la integración de las artes plásticas con otras artes, de éstas con la teoría científica, etc... pueden generar productos artísticos, "arte nuevo", pero no poesía. La poesía es, a mi juicio, palabra reveladora, se construye con palabras, esos mágicos artefactos llenos de significado, y tiene una relación profunda y estrecha con las emociones más hondas del ser humano. Por tanto, Postpoesía no es otra cosa que una obra de ficción que diagnostica muy bien la realidad tecnológica en que vivimos (así lo hicieron los futuristas rusos e italianos ante la sociedad industrial emergente, ante el maquinismo de las primeras décadas del siglo XX) y genera el paradigma falso de dar por muerta la poesía tal y como la entendemos, vivimos y sentimos.

Y... poesía. Es decir: Déborah y su libro

Todo esto me lleva a la segunda experiencia: el libro de Déborah. Se trata de un libro de poemas (en realidad es un libro-poema) escrito con un lenguaje directo, sencillo, pero lleno de esas difíciles iluminaciones que despuntan en ese tipo de lenguaje. Iluminaciones del idioma que encienden luces interiores en el lector, que conmueven, que lo conducen al borde (y nos es sentimentalismo barato) de la lágrima, de la compasión, de la solidaridad más honda. ¿Es postmoderna Déborah? ¿No lo es? Curiosamente, desde el punto de vista generacional, es 12 años más joven que el autor de Postpoesía: nació en 1979 y cumplió los quince años cuando los ordenadores ya formaban parte de la realidad cotidiana de las sociedades occidentales. Se ha criado en la sociedad postindustrial (hablo de occidente, porque tres cuartas partes de la Humanidad están todavía en la preindustrial cuando no en la esclavista), ha crecido en la era de la tan manida postmodernidad y, comparada generacionalmente con FM, podría ser definida como "tardoposmoderna". Pero se pone a escribir poesía y nos habla de su memoria (que es íntima y es colectiva a la vez), de la huella turbia, dramática, cruel, que ha dejado en parte de su familia la guerra de los Balcanes, de la sombra de los asesinatos, de un criminal de guerra muy próximo sentimentalmente, del hondón de las relaciones familiares, del amor y del odio, de la infancia y de la adolescencia, de los sueños realizados y de los amputados, de vida y muerte y enfermedad y miedo, de gozo y risa también. Y lo hace con palabras que evocan, cargadas de sentido, de emoción, con verso corto y musical y seco a la vez, y nos deja boquiabiertos y nos perturba y nos pone frente a nuestros propios fantasmas. Nos sitúa, en fin, ante el espejo de lo que somos: hombres y mujeres ante el claroscuro de la existencia. ¿Acaso las nuevas tecnologías, la globalización, el mundo de Internet han acabado con esa fragilísima condición? No parece.
Termino: ¿es posible escribir un ensayo sobre poesía de casi 200 páginas en el que la palabra emoción no aparece -así es, al menos, en las 118 que llevo leídas-?. Sí: es posible. Pero mucho me temo que el resultado sea un paradigma que no lleva a la poesía, sino a otros lugares. Probablemente a un juego de inteligencia, de imaginación que nace y muere en sí mismo. Déborah, como Miriam Reyes, como Elena Medel, como Carlos Pardo o Julieta Valero (y cito a vuelapluma a algunos nuevos poetas de la era de Internet, que me perdonen los no citados) se han formado a la sombra de los nuevos horizontes tecnológicos y de la post modernidad (sobre cuyos paradigmas habría mucho que decir), pero escriben POESÍA. Moderna, innovadora, rupturista en algunos casos: pero construida con palabras cuyo sentido está arraigado en las emociones más hondas, en las grandes incertidumbres de la condición humana. Como en Juan de la Cruz, o en Eliot, o en Celan, o en Vallejo, o en Machado...

Mi vida en la UVA de Hortaleza: una entrevista de Juan Jiménez Mancha

Reproduzco, a cotinuación, la entrevista que Juan Jiménez Mancha publicó, en diciembre de 2020, en El Periódico de Hortaleza . Creo que el...