martes, 20 de noviembre de 2007

La alegría por un nuevo libro. Heterodoxos sonetos del origen

El pasado viernes asistí a la presentación de una de las más arriesgadas novedades de Bartleby Poesía. Se trata del poemario Los sonetos del útero, de Oscar Curieses. Lo hice como director de la colección y sólo para dar entrada a sus presentadores (Julieta Valero y José Luis Gómez Toré) y para elogiar a su autor. En estos tiempos de crítica superficial, de descalificaciones no argumentadas y de apuestas editoriales, en el ámbito de la poesía, por autores ya sabidos y conocidos, situar en la mesa de novedades de las librerías un volumen compuesto por poemas heterodoxos escritos por un autor heterodoxo, casi marginal, tiene algo de desafío. Sobre todo si se tiene en cuenta que la heterodoxia de Oscar Curieses se nutre de tradiciones no por recientes (no tienen más de un siglo) menos consolidadas y plenas en su capacidad de transmitir impulsos renovadores: pienso, sobre todo, en César Vallejo y, menos, en Huidobro. Beber de esa tradición y no quedar marcado por determinados giros, por fórmulas lingüísticas ya ensayadas, no es fácil. Óscar Curieses lo logra: el secreto no es otro que intentar el difícil equilibrio entre la quiebra del idioma en busca de un nuevo lenguaje y la respiración existencial. Acceder al origen, morder en la pulpa donde nace la vida, quebrar la barrera que la edad establece con los pasadizos que unen al hombre con el padre, con la madre hecha útero, matriz, refugio primigenio, es lo que intenta
Oscar con su libro. Allí, en La Central del Reina Sofía madrileño, la extraña y muy activa militancia poética, un poco fragmentada (faltaban algunos asiduos a las presentaciones de La Central), asisitió a una presentación austera y, a mi juicio, equilibrada y respetuosa con el pluralismo poético realmente existente. Después, salimos al frío de la calle no sin antes constatar cómo (ya sentí un íntimo regocijo, para qué nos vamos a engañar) lo que hacia 1998 fuera un proyecto dudoso, de futuro incierto y de presente endeble, es decir, la colección de poesía que naciera, en un primer instante, con un apenas conocido Eduardo Moga y un desconocido absoluto como Luis Cicuéndez, y en una segunda andanada con Manuel Vázquez Montalbán (Ars amandi , la única recopilación de su poesía amorosa existente en el mercado) y la poderosa Anne Michaels de El peso de las naranjas / Minnner's Pond, es hoy, en noviembre de 2007, una realidad con no menos de una decena de títulos en las mesas de novedades de otoño de una de las más importantes librerías de Madrid.
Oscar Curieses es una muestra de ese empeño, de esa tenacidad bartlebiana en favor de la buena poesía. Como lo fuera hace unos años Julieta Valero, o Marcos Canteli, o Mariano Peyrou, o Carlos Jiménez Arribas (a quienes descubrimos y editamos antes de que nadie hubiera dado un duro por ellos), o Jordi Doce, o Eduardo Moga, o Isabel Pérez Montalbán (con su libro más complejo e innovador, por cierto). Como lo acaba de ser, con Óscar, Juanjo Almagro. A pesar de los críticos embozados que descalifican sin fundamento, de quienes no han cesado de acusar a Bartleby de utilizar como espacio privilegiado para sus libros las páginas del suplemento cultural más importante del país cuando en estos casi 10 años (con 480 suplementos editados) no ha sido objeto de crítica en ese suplemento ni siquiera una docena de títulos de la colección, Bartleby Poesía se ha situado en la vanguardia. De la calidad, de la apuesta arriesgada, de la búsqueda en la mejor poesía norteamericana y europea, de la atención a los libros olvidados de nuestros clásicos vivos. Y de la confianza en los jóvenes, lo que equivale a decir de la generosidad: para sacar a la luz los mejores y más innovadores poemarios; para confiarles lecturas crítioemocionales de sus mayores. De esa tenacidad, de esa apuesta contra viento y marea (conviene subrayar que Bartleby no edita un sólo premio institucional) y contra la precariedad financiera, es una muesta Sonetos del útero, de Oscar Curieses. Y hablando de muestras, ahí dejo al lector amante de la poesía, uno poema de ese libro:

TERCERA CARTA AL PADRE


Cosér tu nombre en el vacío árbol es cosér dulce ausencia en tu nosér. Ahora es todo luz y pozo azúcar, fácil conciencia de alquitrán muy húmedo. Nadie barrió la frente en mi memoria, nacieron palos: fruto en devenir.


El sol ahorma un padre en mí y tú no serás más el padre. Seré yo el fruto arrancado de tu árbol con mis propias manos: sangre de tu sangre.


Que el toro llore de sus ojos astas y embista el sexo a la mujer olivo, ¡porque los niños ya no importen nada!, ¡porque los niños sigan siendo niños!

domingo, 11 de noviembre de 2007

"Incluso Manuel Rico"

A Martín López-Vega sólo he tenido la oportunidad de verlo (y de intercambiar impresiones con él) en dos ocasiones en mi vida. La primera no recuerdo ni el lugar ni la circunstancia, sí que me llamó la atención la falta de correspondencia entre su aspecto físico y el Martín López-Vega que, al calor de la lectura de su Equipaje de mano, yo había construido en la imaginación. Lo confundía con otra persona. La segunda, fue en la presentación de un libro de Bartleby en La Central de Madrid, donde acompañaba, creo que en labores profesionales vinculadas a la librería, a Carlos Pardo, magnífico poeta (aunque cualquiera sabe, porque como "no me entero de nada" igual es un poeta horrible). Intercambiamos un par de impresiones sobre temas poco trascendentes y yo me dediqué a las labores propias de mi función en aquel acto: iba de director de la colección, me acompañaba el editor, amigo y "empresario" de Bartleby, Pepo Paz, y, la verdad, estaba más preocupado por la asistencia al acto de amigos y lectores que por otra cosa.

El pasado miércoles, 8 de noviembre, alguien me llamó por teléfono a primera hora de la mañana: "Te cita Juan Palomo en El Cultural junto a Sánchez Robayna, Caballero Bonald y Luis Antonio de Villena". La cita aludía a un supuesto caso de censura protagonizado por el joven poeta Juan Carlos Abril, al que Luis García Montero habría aconsejado eliminar, de la poética lópez-veguiana que quien fuera librero de La Central le había remitido para una antología, las críticas a los cuatro poetas en cuestión. Juan Palomo afirmaba que la poética objeto de censura había sido publicada en la revista Clarín y que no era para tanto. En concreto, decía: Y créanme que no era para tanto. Porque será más o menos justo o acertado, pero todavía no es delito, creer que Villena es "la París Hilton de la poesía española", o que Manuel Rico "no se entera de nada". Lo despectivo de la frase que a mí aludía me produjo una inmediata reacción: responder en mi blog. Pero como me precio, pese a no enterarme de nada, de ser riguroso a la hora de escribir de o sobre alguien que a mí se refiere públicamente, me dije que sólo después de leer el texto publicado en Clarín debería hacerlo. Pues bien: acabo de leerlo y me quedo de plástico. Hay dos frases en las que aparece mi nombre. Primera: (No quiero)... ni que me reseñe en "Babelia" Manuel Rico, que no se entera de nada. Segunda (en la entradilla): Además me parece que todos con los que se supone que me meto -incluso Manuel Rico- son más inteligentes que él (se refiere a Abril) y seguro que no hubieran dicho nada. (Por cierto, en esto último tiene razón: yo nunca hubiera dicho nada).

Sobre la primera frase: seguro que hay, al menos, una docena de críticos, ya sea de Babelia ya lo sean del resto de los suplementos culturales de ámbito nacional y de las revistas de prestigio a los que citar en una frase que parece quitar trascendencia al supuesto afán de protagonismo de todo poeta (en este caso, del propio López-Vega). "Bien", pensé, "me ha tocado la china". Porque, claro, si algo me ha caracterizado en mi labor como crítico ha sido mantener una clara posición de independencia respecto a las pugnas literarias. Cuando abro un libro de poemas para hacer una crítica parto de un principio: buscar cuánto hay de poesía en sus páginas, con independencia de la adscripción estética o tendencial de su autor. Ya sea Felipe Núñez, Olvido García Valdés, García Montero o Quique Falcón. Y si algo ha dominado en mi labor como director de Bartleby Poesía ha sido, también, la atención y defensa de la diversidad: en su catálogo figuran 4 de los siete nombres que López-Vega cita como referentes suyos en la poesía más joven (debe de ser porque "no me entero de nada") y conviven poetas como Julieta Valero, Marcos Canteli o Ángel González, Isabel Pérez Montalbán o Angelina Gatell. Pero lo que parece un premio en el "sorteo de la china" al que arriba aludo, se convierte en otra cosa cuando leo la segunda frase, la de la entradilla, insultante donde las haya: incluso yo puedo ser tan inteligente como Sánchez Robayna, Caballero Bonald o Villena. ¿Qué coeficiente de inteligencia me otorga el poeta supuestamente censurado? No se sabe. Sólo parte de la idea de que me supone un coeficiente más bien limitadito. Sobre todo, teniendo en cuenta que soy el crítico de Babelia que "no se entera de nada".

Suelo ser comedido en los juicios personales. No me gusta emitirlos y, por tanto, no me gusta recibirlos. Soy, sin embargo, vehemente y firme cuando se trata de defender mi visión de la poesía, o de la literatura en general, o de debatir desde mis posiciones ideológicas y/o políticas (la última, en este blog, a propósito de la poesía crítica). Y, en poesía, soy -lo he dicho mil veces- un francotirador que, por dedicaciones ajenas a la poesía, he sido más observador que protagonista (aunque me precie de poeta que no desmerece en el panorama que vivimos). Por tanto, el comentario de López-Vega, que se publica en la revista que dirige su amigo José Luis García Martín , en la medida que carece de argumentos que lo sustenten, me parece simplemente un insulto. Que, por cierto, no es gratuito. A lo largo de las últimas horas me he dedicado a expurgar entre mis críticas de los últimos tiempos. Y me he dado cuenta que no me cita al azar. Que no insulta "a boleo". El insulto lo lleva rumiando cinco años. Sí: desde diciembre de 2002. Fue entonces cuando apareció la crítica que, como coda o anexo de esta entrada, puedes leer, lector atento (o lector morboso, que de todo hay en la viña del señor), al final de este largo relatorio. Y también creo que el vacío que ha sufrido durante largo tiempo la colección de poesía de Bartleby en el suplemento cultural que ha acogido las descalificaciones tiene que ver con esa crítica.

En todo caso, espero el nuevo libro de Martín López-Vega. Creo que es un buen poeta y un buen crítico. En el mundo hay magníficos poetas, incluso poetas geniales que, a veces, yerran. No por ello el crítico que alude al error o que valora determinados defectos debe ser insultado. Yo le invito además (y con el asentimiento, creo, de Pepo Paz), tal y como hice con Carlos Pardo y con otros jóvenes poetas, a acceder al catálogo de la serie Lecturas21, de Bartleby Poesía; a que escriba una lectura de alguno de los libros olvidados, o sin reeditar desde hace mucho tiempo, de nuestros grandes poetas.

Radiografías de la experiencia
MANUEL RICO (Babelia. 28/12/2002)

Decía Ezra Pound que, en poesía, es conveniente escribir mucho y publicar poco. No parece ser éste el lema de Martín López-Vega (Poo de Llanes, 1975), que en muy poco tiempo ha publicado estos dos libros de poemas, uno de ellos, Árbol desconocido, galardonado con el Premio Emilio Alarcos en su primera edición. De la lectura de ambos se desprende una primera conclusión: constituyen un único universo.
Mácula es un libro variado, con momentos de gran intensidad. La propuesta de López-Vega, pese a tener fuertes parentescos con el amplio espectro de la poesía más directa y
figurativa que se viene escribiendo en la última década, tiene una peculiaridad que la singulariza: el doble apoyo en la cultura y en la experiencia del viaje. Sus poemas, casi siempre escritos en un tono coloquial con muy escasas concesiones al destello revelador y algunas al prosaísmo, nos habla de lugares, de lecturas, de los rescoldos del pasado, de un telón de fondo cosmopolita en el que a veces surge la evocación de la infancia y de una naturaleza entrañable y entrañada (son los momentos más intensos y poéticamente más felices del libro). La opción por un lenguaje conversacional se carga, por ello, de referentes culturales, de prolijas apoyaturas literarias y viajeras (en ocasiones la
proliferación de nombres propios y de referencias culturales debilita la médula emocional del poema) y no desdeña el acercamiento a la reflexión metapoética: así para López-Vega "en el poema siempre habrá / unas gotas de misterio". Si a ello añadimos alusiones tan explícitas como la que abre el poema/traducción 'Monólogo de Elisabeth Brewster', de Mácula -"estamos hechos de lugares", dice-, el uso de citas insertas en el texto (Baudelaire, Éluard, João Camilo...) y la incorporación de alguna versión de un poema ajeno (de Nazik Al Malaika), algo que, con acierto, ya había hecho en su anterior Equipaje de mano, hemos de convenir que a las características apuntadas el libro suma
cierta calidad de mosaico o palimpsesto que, a pesar de las diferencias que aportan el tono y la ausencia de derivas modernistas, no deja de recordarnos los alardes culturalistas de las poéticas dominantes en los setenta.

Decíamos antes que, en cuanto a tono, obsesiones y temas, la frontera entre los dos libros es prácticamente invisible, que conforman un único universo. Sin embargo, hay otra frontera, ésta clara y visible, que tiene que ver con la intensidad emotiva (en lo estético y
en lo sentimental), con la hondura de la propuesta, con la calidad poética en definitiva, que en uno y otro libro se advierten. Respecto a ello, hay que decir que Mácula se nos muestra como el núcleo de ese universo único al que hacíamos referencia y Árbol desconocido, como los alrededores del núcleo, es decir, como material poético complementario y, por ello, no imprescindible, lo cual resulta paradójico al tratarse de un libro premiado con un galardón tan prestigioso como el Emilio Alarcos. Lo que acaba de rizar el rizo es que el propio López-Vega informe al lector, en su nota liminar, de que ha sido compuesto con materiales que quedaron fuera de Mácula y que conforman una suerte de cara B de éste. Llamativa confesión que, de cualquier manera, nos habla de la pertinencia, en este caso, del consejo de Ezra Pound.



sábado, 3 de noviembre de 2007

Haroldo Conti: los cuentos imprescindibles

De Haroldo Conti se publicaron en España un par de novelas en las décadas de los setenta (fue premio Barral Editores de 1971 con En vida) y de los ochenta y quizá algún cuento en alguna revista literaria de la época. Tuve noticia de su obra a mediados de los noventa gracias a Félix Grande y a un buen amigo de nacionalidad argentina cuyo nombre no recuerdo. Me hablaron de él como uno de los más relevantes escritores de cuentos de la literatura hispanoamericana, me ilustraron sobre su vida a caballo entre el compromiso y la búsqueda del rigor literario y, sobre todo, me hablaron de una existencia que quebró la dictadura de Videla. Fue uno de los miles de desaparecidos de aquella etapa oprobiosa de la historia argentina: de ello nos habló Gabriel García Márquez en su artículo, publicado el 21 de abril de 1981 en El País, titulado "La última y mala noticia sobre Haroldo Conti". El 4 de mayo de 1976 lo arrancaron de su casa, de su mujer Martha y de su hija, y desde entonces pasó a formar parte de ese espacio oscuro y silencioso donde habitan los desaparecidos de todas las dictaduras de la historia. Aquellas noticias sobre su vida y sobre su muerte me llevaron a buscar, casi de forma compulsiva, sus libros. No tanto sus novelas como sus cuentos, de los que lectores a los que yo concedía una credibilidad casi absoluta hablaban con asombro y admiración. Cuentos de una especial intensidad. Cuentos escritos con un lenguaje directo y, a la vez, rico y maleable como sólo los grandes escritores alcanzan. Cuentos que hablaban de la vida, de lo cotidiano y de lo extraordinario. De la muerte y del paso del tiempo.

Nadie apostó, en España, por editarlos. Mi búsqueda, inducida por títulos tan hermosos como La balada del álamo Carolina, o Con otra gente, o Todos los veranos, tuvo frutos menguados y dispersos. Pensé que era imprescindible ofrecer todos los relatos de Conti al lector español. Y digo al lector español porque a principios de los noventa se editaron, por EMECE, para Argentina, sin que en España (y no sé si en el resto de los países de habla hispana) tuvieran repercusión alguna.

Ahora, Bartleby, la pequeña editorial española que está haciendo apuestas de largo alcance basadas en la premisa irrenunciable de la calidad, ejerce una función de servicio público cultural y se apresura a publicar los Cuentos completos de Haroldo Conti incorporando, como una suerte de prólogo, el texto de Gabo al que más arriba me he referido. Gabriel García Márquez y Haroldo Conti, en un hermanamiento a mi juicio imprescindible, llegarán a los amantes de la buena literatura no tardando mucho. Y pondrán en evidencia que el cuento, como portador de todas las potencialidades artísticas del lenguaje, no tiene nada que envidiar ni a la novela ni a la poesía. Es un género difícil, al que Fernando Quiñones otorgó como denominación una metáfora llena de verdad: es whisky con hielo. Frente a la novela, que sería whisky con agua y frente a la poesía que sería whisky solo, el relato, el cuento, es una estación intermedia aunque con una autonomía plena. En esa estación Conti demostró su familiaridad con sus habitaciones, con sus zonas ocultas, con sus secretos. Como para muestra vale un botón, leamos el fragmento con que inicia el cuento titulado El último:

Un buen día me hice un vago. Así como lo oyen. No sé cuándo empezó pero aquí me tienen,tumbado a un costado del camino esperando que pase un camión y me lleve a cualquier parte. Ustedes deben haber visto un tipo de esos desde la ventanilla de un ómnibus o del tren.
Pues yo soy uno de esos exactamente y puedo asegurarles que me siento muy a gusto. Cualquiera de ustedes dirían que solamente al último de los hombres se le puede ocurrir tal cosa. Soy el último de los hombres. También eso. Lo que posiblemente a nadie se le pase por la cabeza es que alguien pueda ser feliz justamente siendo el último de los hombres. Ni siquiera a mí mismo se me hubiera
ocurrido hace un tiempo, cuando, dentro de mis alcances, luchaba con todas mis fuerzas para estar entre los primeros.






Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...