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lunes, 1 de diciembre de 2014

Serrat y la balada de un otoño remoto

Antonio Marín Albalate está preparando la edición de un libro colectivo dedicado  al medio siglo de dedicación de Joan Manuel Serrat a la música actualizando el titulado Tributo a Serrat, publicado en 2007. Hace unos meses me pidió un texto para esa nueva edición. El libro aparecerá en 2015. Aquí dejo mi aportación al libro. 


Joan Manuel Serrat, en el tiempo de "Balada de otoño"
Siempre me han atraído los otoños. Quizá porque nací en octubre, un día 27 de un año de la década de los cincuenta, el otoño ha tenido para mí algo de comienzo del ciclo anual, de restauración de la vida tras el paréntesis veraniego. En mi adolescencia era la vuelta a la rutina después del verano: era de nuevo el colegio, los amigos, la recuperación de los juegos y las costumbres del barrio, el retorno de la lluvia, de los primeros fríos, y era…. escribir y leer al amparo de la estufa de butano de mi casa familiar en la UVA de Hortaleza. Después, en la frontera de la primera juventud, allá por los dieciocho o diecinueve años, el otoño me servía para fantasear con mis sueños de escritor en ciernes: la cachimba, un símbolo en el que se concentraba la insumisión ante el franquismo y el charme del intelectual antifascista, y la chaqueta y el pantalón de pana se dibujaban en el horizonte, cuando acababa septiembre como apacibles refugios de una labor que alimentábamos de quimeras que avanzaban, pese al ambiente hostil y a las resistencias del régimen, en la dura realidad de la España de los primeros años setenta.

Pero el otoño fue más otoño una tarde en que, en casa de un amigo, en un tocadiscos de maletín de los que se compraban en el Círculo de Lectores, su propietario puso en marcha un LP en cuya portada podía verse un Joan Manuel Serrat casi tan joven como yo (bueno, me sacaba diez años, más o menos) en un primerísimo plano, con las mismas patillas que nosotros lucíamos y con un jersey de cuello de cisne de color negro muy parecido al que vestían los dioses existencialistas del París inalcanzable. Joan Manuel Serrat ya era uno de los nuestros: desde el affaire de Eurovisión lo considerábamos parte del grupo de amigos del barrio. Pero lo era con dos o tres canciones en catalán como “Paraules de amor" o “La tieta”, con “Manuel”, “Como un gorrión”,  “El titiritero” y poco más. Todas aquellas canciones las habíamos escuchado en pequeños discos de 45 revoluciones llamados singles y en nuestra memoria ocupaban espacios individualizados, singulares.

El LP que mi amigo había puesto en marcha tenía algo de antología, de compendio: en él podíamos recorrer las diez o doce canciones/poema que, en castellano, circulaban con desigual fortuna por las emisoras radiofónicas y por las discotecas. No recuerdo en qué momento quedé cautivado por los versos que daban comienzo a aquella canción suave, melancólica, llena de ternura y de pasadizos a una memoria que no era sólo nuestra sino de todos aquellos que se habían sentido contagiados por la cadencia de la lluvia en una tarde otoñal. “Llueve. / Detrás de los cristales / llueve y llueve, / sobre los chopos medio deshojados, / sobre los pardos tejados, / sobre los campos,  llueve….”.   Una canción profunda, casi perfecta, con la calidad de los mejores poemas que hasta aquel día yo había leído. Desde aquella tarde, Joan Manuel Serrat sería el acompañante de toda mi aventura sentimental , el imaginario testigo de mi relación amorosa, el cantautor que pondría música de fondo a todo lo bueno que me quedaba por vivir y también, ¿por qué no?, a los momentos menos dulces.  Incluso a los infelices. Sería también la dimensión poética de mi barrio, de mi familia humilde (como la de Serrat, éramos de la clase trabajadora, nuestra UVA de Hortaleza tenía un correlato en Barcelona, en el Poble Sec en el que el Nano había crecido), de mis modestos sueños cotidianos.

Panorámica de Poble Sec, el barrio de la infancia de J. M. Serrat
Aquella “Balada de otoño” era la hospitalidad y la casa, era el amor y el fuego del hogar, era una extraña reverberación de aquel hermoso poema del Machado de Soledades en el que la lluvia era la compañera inevitable de los alumnos de una escuela: “Una tarde parda y fría / de invierno, los colegiales / estudian.   Melancolía / de la lluvia tras los cristales”, escribió el poeta sevillano. Y era el campo que se extendía no lejos de mi casa (“sobre los campos, llueve”), y los inmensos chopos que crecían en los precarios jardines de mi barrio. Pero era también ella, su abrigo de paño, su voz cálida, llena de matices, de cantautora en ciernes, eran los ecos de una soledad  de domingo por la tarde, y era el miedo. ¿Miedo a qué si éramos tan jóvenes? Era el miedo a la vida, el miedo al porvenir (“porque estoy solo y tengo miedo…”,  cantaba Serrat), a un futuro que Franco y el régimen convertían en quimera para quienes vivíamos en los barrios que, en certera denominación de Manuel Vázquez Montalbán (que, por cierto, escribió una espléndida biografía de Serrat en 1973), les sobraban a las clases dominantes: “nací en la cola del ejército huido / me quedé a la luz del centinela / y os pedí prestados aire y agua / en barrios que os sobraban”.

¿Cuántas veces habré escuchado, conmovido, “Balada de otoño”? ¿Cuántas lo habré cantado en soledad en un viaje en coche, o caminando por el campo, en compañía de la propia voz de Serrat llegando de un tocadiscos o de un reproductor de "cedés"?
Aquél pasadizo otoñal me llevó a “Antes de que den las diez” (el límite nocturno de los regresos a casa de novias y primeros amores en aquel tiempo), a “Poema de amor”, a “Mediterráneo”, canciones de erotismo y de ternuras, de intimidades y desafíos a las convenciones, canciones refugio en la España que comenzaba a incorporar el color poco a poco, a sacudirse de manera definitiva (¿definitiva?: cuidado, hay quienes quieren volver a aquel tiempo de uniformes y silencio) la caspa de un blanco y negro que parecía interminable. 

Aquellos años (principios de la década de los setenta) fueron los que consolidaron un pacto de sangre, de por vida, entre la obra de Joan Manuel y mis imaginarios creativos (en la poesía, también en la narrativa): nada nos separaría en los más de cuarenta años que vinieron después. Cada nuevo disco de Serrat fue una vuelta de tuerca de un poeta que parecía pensar desde nuestra interioridad, que parecía haber vivido en mis habitaciones de infancia  y adolescencia, compartido mis vacaciones en los campos de Soria, en un pueblecito en el que vivíamos la libertad casi absoluta de la intemperie y el relajamiento de la disciplina familiar, con el que habíamos contemplado las “pequeñas cosas” que el tiempo y la experiencia nos dejaron.  Sí, entonces se forjó ese pacto no escrito.

En ese pacto, como el reverso de la “Balada de otoño”, un acontecimiento conectaría a Serrat con lo que yo, por aquel entonces, leía de manera casi compulsiva, con lo que se contaba en mis libros de literatura del instituto: en 1973, mi padre me regaló un LP recién publicado. En pocos meses ese disco sonaría en cada rincón del país con una intensidad sin precedentes. Me refiero al titulado Antonio Machado, aquella antología con una docena de textos imprescindibles del autor de Campos de Castilla que contribuiría a hacer del poeta enamorado de Soria, del clásico del 98, un imprevisto y sorprendente “superventas”. Después vendría Miguel Hernández, vendrían otros, en catalán y en castellano….  La literatura que vivía en los libros y llenaba algunas horas en el aula, salía a la calle, a conciertos que ya empezaban a ser multitudinarios, nos acompañaba en el trabajo, en la universidad, en el club parroquial o en la asociación de vecinos.

En mi más reciente libro de poemas, Fugitiva ciudad (Hiperión, 2012), hay un capítulo,  compuesto por once poemas, titulado “Días en ti con música de fondo”.  La música de fondo no es otra que la de Joan Manuel. Y los “días en ti” no podrían ser distintos que aquellos que, junto a quien hoy es mi compañera, mi mujer,  fueron creciendo al calor (y a la lluvia) de aquella “Balada de otoño” inolvidable. Cierro este particular homenaje al Nano,  al Noi del Poble Sec con el poema que abre ese capítulo:


La más cálida voz, la voz de amante
clandestino, la voz 
de niebla y de tabaco 
negro, la voz de las crisálidas del barrio.

La voz amilanada 
de las muchachas pálidas que habrían 
de volver a su casa, sin remedio,
antes de que las diez 
dieran en los relojes, 
los ojos todavía 
viviendo en el placer y en el engaño 
del domingo de octubre.

En la herida primera y en la lágrima oculta. 

martes, 5 de octubre de 2010

50.000 visitas, Miguel Hernández y "El Quijote"

Este lugar de reflexión en voz alta ha cruzado esta madrugada el puente de las 50.000 visitas. En tres años (aunque Al margen nació en la primavera de 2007, el contador de visitas funciona desde septiembre de ese año), alguien, al otro lado del ciberespacio ha pulsado cada cierto tiempo la tecla intro para acceder al blog. Muchos son visitadores frecuentes, que se han acostumbrado a convivir en este espacio con mis fantasmas, mis obsesiones y mi palabra. Otros son ocasionales, unas veces fruto de la casualidad otras de una búsqueda que se ha iniciado al otro lado del Atlántico, o en las antípodas, por tierras de Australia o Nueva Zelanda. Así hasta sumar 50.000. A todas y a todos los internautas, blogueros, cotillas y curiosos, poetas y novelistas, amigos encubiertos de otros años y amigos descubiertos en la red: mil gracias. Mejor dicho: cincuenta mi gracias.

Me alegra pensar que este acontecimiento personal y literario se ha producido casi en paralelo con dos grandes acontecimientos: de un lado, la inauguración en la Biblioteca Nacional, gracias a la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, entidad organizadora, y a un puñado de apasionados por la poesía, de la gran exposición conmemorativa del centenario de Miguel Hernández titulada La sombra vencida. 1910-2010; de otro, la puesta en marcha, por la RAE y en colaboración con YouTube, de la lectura de El Quijote en Internet: una lectura global como parte de una actividad cultural global --la primera en el mundo sustentada en una obra literaria-- basada en un libro, en una obra tan emblemática para la cultura en español y para la novela universal como la de Cervantes, con participación de los lectores en todos los rincones del mundo.


Mi condición de escritor y el hecho de haber tenido el privilegio de trabajar, durante casi tres años, en el Instituto Cervantes me convierte en espectador especialmente sensible ante iniciativas de estas características. Y tengo que decir que en ambas he advertido (lo han advertido no pocos habitantes del mundo de la cultura) la muy significativa ausencia de esa institución. Un ausencia que se produce al mismo tiempo que, según he leído, la RAE ha confiado la supervisión de los vídeos y el cuidado de la fidelidad del texto matriz que leen los internautas al Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares. En mi modesta opinión, nuestro embajador de la cultura en español en el mundo debería haber mostrado iniciativa cultural, haber jugado el papel de avanzada, pugnado por un protagonismo y una participación activa, como colaborador privilegiado, en una y otra, haber aportado todas sus capacidades a tan apasionantes empresas. Su red de centros, su televisión por Internet y su plataforma interactiva habrían contribuido a dar una dimensión internacional a la obra de Miguel Hernández y a conectar la lectura de El Quijote con la actividad docente y cultural de cada uno de sus centros, desde Alburquerque a Sydney pasando por Berlín, Praga o Pekín, además de potenciar el papel de la adminsitración española en la difusión de nuestra cultura en el mundo. Hace algunos meses, reflexionaba en Al margen sobre el Día del Español y expresaba mis reservas hacia una celebración que, en buena medida, se había limitado a ser un mero juego alrededor de las palabras en español sin trascender hacia objetivos culturalmente más ambiciosos, en una fiesta un tanto ligtht. Escribí que habría sido una gran experiencia de cultura trasnacional recoger el testigo del frustrado Congreso de la Lengua  de Valparaíso y hacer el gran homenaje del español a Pablo Neruda y a Gabriela Mistral, agregando los dos poetas con centenario a esta orilla del Atlántico: Miguel Hernández y Luis Rosales.

Ese mismo espíritu es el que anima hoy mi reflexión sobre las actividades iniciadas en los últimos días por la Biblioteca Nacional y por la Real Academia de la Lengua. En la realidad globalizada del siglo XXI, con Internet desbordando las fronteras que antaño limitaban la expansión de la cultura y el arte, el Instituto Cervantes podría jugar un papel esencial promoviendo, de manera regular, actividades culturales de carácter global en las que el universo de la lengua española, en todos los rincones del mundo, participara de manera simultánea. Eso es lo que aporta la nueva realidad tecnológica: hoy es posible organizar una mesa redonda en Madrid alrededor de Miguel Hernández o de Luis Rosales y concitar la participación de escritores y lectores de todo el mundo, de las comunidades educativas y universitarias, expresando su opinión sobre la obra de uno y otro o leyendo sus poemas además de contar con señalados cantautores, comenzando por Joan Manuel Serrat. Sería actuar de la misma forma que lo ha hecho la RAE con El Quijote. A mi modo de ver, ahí es donde se mide la modernidad de una institución, su capacidad de conectar con esa comunidad trasnacional que piensa en español y que quiere colaborar y participar en iniciativas que tengan a la literatura española como protagonista.

Miguel Herrnández y El Quijote, dos clásicos de la literatura universal, están siendo estos días los grandes protagonistas de nuestra cultura. Más de sesenta años después de la muerte del poeta y más de quinientos después de la publicación del libro cervantino, dos instituciones culturales españolas los hacen más accesibles, más cercanos, más universales. Gracias (y enhorabuena) a la BN y a la RAE.

Y, por supuesto (se me olvidaba), gracias por esas 50.000 visitas a este rincón situado Al margen.  

martes, 15 de junio de 2010

Reflexiones "al margen" sobre la gran celebración de la lengua española.

En un par de entradas del pasado mes de marzo, contaba mi experiencia en Valparaíso, adonde me llevaron requerimientos profesionales vinculados al V Congreso Internacional de la Lengua. Fue una experiencia amarga por una razón doble: porque sucedió el terremoto, uno de los que más muertos ha producido en la ya larga historia de seísmos de Chile, y porque ello supuso la cancelación del Congreso y su transformación en congreso virtual. También supuso, de manera indirecta, la desactivación del gran homenaje que se iba a rendir, por las Academias de la Lengua, por el Instituto Cervantes y por el gobierno chileno a la gran poesía hispanoamericana, representada en Valparaíso por sus dos máximos exponentes, Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Fue, lamentablemente, una oportunidad perdida que sólo con inteligencia, con decisión política y con claridad respecto al interés y al valor cultural de nuestra lengua, se podría haber convertido en una gran palanca para enlazar, en el extenso territorio del español (el ancho "territorio de La Mancha", que diría Carlos Fuentes), a los dos poetas chilenos con otros dos poetas, que cumplen en 2010 sus centenarios, a este lado del Atlántico: Miguel Hernández y Luis Rosales.

¿De qué modo?, se preguntarán no pocos lectores. Cierto que no tenemos grandes experiencias de actos culturales de ámbito mundial, que, paradójicamente, en tiempos de globalización, de Internet y de la expansión de la tecnologías de la información y de la comunicación, aún no hemos puesto a prueba la capacidad del castellano, de la lengua española, para protagonizar iniciativas, con un alto componente cultural de calidad y, a la vez, de captación de grandes públicos, de proyección mediática. Una de ellas, aunque limitada a una visión lúdica de la lengua, fue, el pasado año, el “Día E” o “Día del Español” (cuya sigla, por cierto, en el ámbito anglosajón –spanish--, o germano –spanisch--, está muy lejos de remitir al español, sobre todo cuando desde hace décadas ha sido la letra Ñ la que ha identificado a nuestra lengua desde los primeros tiempos de Internet: no por casualidad, gran parte de los logotipos que identifican a las más diversas instituciones españolas incorporan la virula de la eñe como seña de identidad irrenunciable).

Creo, con todos los respetos, que esa visión lúdica, limitada, de nuestro idioma se prolonga e incrementa, a la luz del programa previsto en Madrid para la celebración de este año (similar, por otro lado, al de 2009). El juego, la votación de palabras y el desarrollo de fiestas diversas ponen sobre el tapete una concepción "light", sin apenas contenido, de la lengua española, una concepción muy alejada de las capacidades y de las posibilidades que presenta un idioma diverso, de una riqueza enorme y cargado de una historia cultural poliédrica, compleja. Un idioma que mira al futuro, con vocación universal y que, desgraciadamente, no pudo proyectarse al máximo nivel en el Congreso de Valparaíso a causa del terremoto.

¿Qué celebración entonces? Aquella que sitúe al español en el lugar que, por su historia y por su tradición cultural, le corresponde en el mundo. Valparaíso nos ofreció a Pablo Neruda y a Gabriela  Mistral desde América. Dos centenarios nos proporcionan a Luis Rosales y a Miguel Hernández desde España. ¿Por qué no un homenaje global, universal, a los cuatro poetas? Creo que ahí está la materia prima de mayor calado (y con un gigantesco potencial de repercusión popular) y capacidad significativa desde el punto de vista cultural y lingüístico, para promover y realizar la gran fiesta del español en el mundo, convirtiendo las frustraciones de Valparaíso en el mayor homenaje conocido a la lírica en castellano o español, en una auténtica celebración de la lengua. Tal iniciativa hubiera concitado el apoyo entusiasta del mundo literario de ambas orillas, comenzando por los premios Cervantes vivos, desde Vargas Llosa a Pacheco, pasando por Gamoneda o Marsé, de gran parte de los cantautores a un lado y otro del Atlántico, que alguna vez (comenzando por Serrat) han musicado a estos poetas. Hubiera movilizado a los cineastas, sobre todo a numerosos autores de cine documental, en cuya historia hay una más que significativa cantidad de producciones que han abordado la vida y la obra de los cuatro grandes poetas. Y hubiera concitado el consenso y el compromiso de los hispanohablantes, jóvenes y mayores, hombres y mujeres, del Viejo y el Nuevo Continente, además de conectar , de una manera dialéctica, enriquecedora, con las nuevas generaciones de poetas de España y de Latinoamérica poniendo en valor las más variadas antologías de nuevos nombres, comenzando por la que publicó el Instituto Cervantes y que con tanto entusiasmo acogió uno de nuestros grandes líricos, José Manuel Caballero Bonald, en las páginas de Babelia  (El País) de finales del pasado mes de febrero.


Sólo imaginar la multitud de actos que, en la red de centros del Cervantes o en los centros culturales de España en el exterior se hubieran realizado alrededor de los cuatro poetas, de sus libros más destacados o de su papel en la historia civil y cultural de España y América y de la lengua española (con audiovisuales, con lecturas, con conferencias, con recitales de cantautores, con encuentros con poetas de otras lenguas y culturas), nos permite pensar en la dimensión extraordinaria que tendría la iniciativa, una iniciativa a cuya proyección habría ayudado un gran encuentro cultural interactivo en algún lugar de Madrid con la participación de los máximos exponentes de la cultura en español, encuentro televisado a todo el mundo y con los poetas chilenos y españoles citados como protagonistas: es decir, con la lengua como protagonista.

Una celebración del español de esas características habría suscitado el apoyo y la cooperación de otras grandes instituciones culturales de España y de Hispanoamérica (no olvidemos que el homenaje a Rosales lo han protagonizado la SECC y la Casa Encendida; el centenario de Hernández, la Comisión Estatal y las insituciones alicantinas, el homenaje a Neruda y Mistral, las Academias de la Lengua y el Grupo Santillana) y, además, contribuido a mostrar una lengua española enormemente rica, vinculada a conceptos y palabras como solidaridad o hermandad (algo, a mi juicio, esencial en tiempos de crisis y austeridad), conocimiento o saber, mestizaje o diversidad, dotándola, además del contenido de mayor hondura y riqueza que puede ofrecer una lengua viva y con historia, con pasado y con futuro: la de sus grandes poetas.

Además, habría sido uno de los mayores impulsos que, en el ámbito trasnacional, se habría dado, históricamente, a la lectura y al libro en español (y no sólo de poesía) en tiempos en los que intenta imponerse la cultura audiovisual sobre la cultura, más incitadora a la reflexión y a la visión crítica de la realidad, del libro (sea en papel o digital). Y si en tal celebración se hubiera contado con la participación activa de plataformas como You Toube o Google, se hubiera logrado de una parte, difundir la voz y la vida de nuestros poetas y, de otro, extendido y profundizado en las posibilidades y el prestigio del español en la Red, además de suscitar la participación popular no sobre lo intrascendente sino sobre contenidos culturales tangibles, coadyuvantes en la elevación de la sensibilidad colectiva hacia la creación literaria y, en general, hacia la cultura que se construye y vive en español.

 No olvidemos que en los últimos años, el esfuerzo de creadores, pensadores, docentes e insituciones vinculadas a la lengua en ambos lados del Atlántico, se ha orientado a poner en valor el español o castellano como idioma de la ciencia, del pensamiento, de las nuevas tecnologías, de la economía, de la moda, además de su condición de lengua de la cultura literaria, cinematográfica, escénica.

Iniciativas que, en el mejor de los casos, la reducen a arquetipos que han sido superados (la España de la fiesta, la España folklórica, la Hispanoamérica de la salsa) por la Historia  y por la modernidad y que nada aportan a la comunidad hispanohablante del futuro, no sólo no mejoran la calidad y la implantación de nuestro idioma, sino que lo empobrecen y limitan.

Concluyo mi personal reflexión con un fragmento de la Oda al diccionario de uno de los poetas homenajeados, Pablo Neruda:

Diccionario, no eres
tumba, sepulcro, féretro,
túmulo, mausoleo,
sino preservación,
fuego escondido,
plantación de rubíes,
perpetuidad viviente
de la esencia,
granero del idioma.

Y es hermoso
recoger en tus filas
la palabra
de estirpe,
la severa
y olvidada
sentencia,
hija de España,
endurecida
como reja de arado,
fija en su límite
de anticuada herramienta,
preservada
con su hermosura exacta
y su dureza de medalla.

Mi vida en la UVA de Hortaleza: una entrevista de Juan Jiménez Mancha

Reproduzco, a cotinuación, la entrevista que Juan Jiménez Mancha publicó, en diciembre de 2020, en El Periódico de Hortaleza . Creo que el...