lunes, 11 de marzo de 2013

Gabino-Alejandro Carriedo: un descubrimiento de 1980

En 1980 yo acudía un par de veces a la semana a reuniones en las que lo político y lo cultural se mezclaban y que se celebraban en un local al lado de la estación de Metro de Ópera, cerca del Teatro Real y de la plaza de Oriente. Aunque casi siempre volvía a casa tomando el metro en esa estación, en ocasiones caminaba hasta la Puerta del Sol y me detenía, por un tiempo interminable, en una librería que tenía algo de lugar de lo maravilloso. Era la librería Abril, en la calle Arenal, a unos trescientos metros de la plaza de Ópera. Eran días convulsos, de grandes mutaciones políticas, sociales y culturales (se iniciaba por entonces "la movida madrileña", se cocía el 23-F, la democracia naciente tenía el primer alcalde de izquierdas en Madrid con Tierno Galván) y mi nivel de compromiso era absorbente hasta límites hoy inimaginables. En ese ambiente, la librería Abril, en aquellos regresos de media tarde, era, para mí, una isla en la que yo me sumergía durante un buen rato en la lectura, al azar, de poemas de los poetas más extraños. Allí, años antes, había comprado el libro Poesías escogidas, un antología de José Hierro editada en 1960 por Losada en Buenos Aires (una primorosa edición que ha desaparecido de mi biblioteca, lo que me hace pensar en un descuido de alguno de mis amigos), y allí, tal y como pude leer tiempo después, se trasladó la tertulia que Pepe dirigía en el Ateneo, tal y como lo cuenta Pedro J. de la Peña en su libro José Hierro. Vida, obra y actitudes: "La tertulia poética que Hierro dirige en el Ateneo acaba siendo censurada y se traslada a la librería Abril, en la calle Arenal. Dirigida por Carmina Abril, José Gerardo Manrique de Lara y Pepe Hierro. Se inauguró con una lectura de poemas de Vicente Aleixandre", escribe.

 Uno de aquellos días, ojeando y hojeando libros en la sección de poesía me tropecé con una novedad en la que una rara conexión entre el título Nuevo compuesto descompuesto viejo y el nombre de su autor, Gabino-Alejandro Carriedo. Título y autor tenían extrañas resonancias campesinas, agrarias, rurales, una impresión que no traicionó el primer poema del libro que leí. Fue un poema al que me enfrenté al azar en la misma librería y cuyo comienzo se me quedó grabado. Durante muchos años lo mantuve vivo en la memoria. El poema llevaba como título "Noticia al atardecer" y comenzaba así:

"Hace tiempo debí escribirte carta,
decirte, entre otras cosas, "en la provincia llueve,
mi hermana se ha metido monja
y yo perdí el empleo".
Tú hubieras contestado con tu letra
galante en el papel:
"Siento lo de tu hermana,
pero me alegro de la lluvia
que beneficia a los cautivos".

Era un tono conversacional, directo, que me recordó algún poema de Eladio Cabañero, pero cuya sequedad lo dotaba de una emoción distinta: dura, casi agreste, menos sentimental que la de Eladio. Aquella antología, editada por Hiperión cuando todavía sus libros llevaban en la contraportada el epígrafe "Poesía Hiperión - Ediciones Peralta", contaba con un prólogo espléndido del por tantas razones poeta irreverente Antonio Martínez Sarrión. Era un prólogo ácido, directo, que tuvo no sólo la virtud de darme a conocer algunas de las claves de la obra de Carriedo, sino de situarme en cierto espacio, el madrileño, de la generación del cincuenta y sus alrededores, generación cuya peripecia siempre me había llegado vinculada a la peripecia de la Escuela de Barcelona. Sarrión lo sitúa en los aledaños de la cafetería Pelayo "donde todavía coleaba en el 63 la tertulia de la flor y nata del 'realismo social madrileño' ", y nos cuenta cómo cada tarde lo rescataban de su despacho funcionarial (Carriedo fue, hasta sus últimos días, un funcionario dedicado a editar revistas de urbanismo) para llevárselo de vinos y de conspiraciones literarias y políticas en aquel Madrid que crecía, pese a todo, bajo la alargada sombra de la dictadura.

Leí los poemas de aquella antología con la sorpresa de quien ignoraba casi todo de la existencia de aquel magnífico escritor. Y fui descubriendo a través de ellos la respiración de una vanguardia que, en aquellos años (hablo de finales de los setenta/ principios de los ochenta) era desconocida para los poetas más jóvenes: el postismo, en su primera (Carlos Edmundo de Ory, Chicharro, Sernesi) y en su segunda (el propio Gabino-Alejandro y Ángel Crespo) generación. En Nuevo compuesto descompuesto viejo había poemas de dos libros inéditos de su época postista, La piña sespera, de 1948, y La flor del humo, de 1949, y una amplia selección de textos, de un alto nivel de calidad, de sus libros publicados hasta entonces, desde Los animales vivos (1951) hsta el emblemático Política agraria (1963). También se recogía, bajo el título genérico Poesía 1970-1979, una colección de poemas de diversa temática escritos a lo largo de la década que acababa de cerrarse.

Gabino-Alejandro Carriedo era un poeta extremadamente singular, en el que vanguardia y compromiso social, militancia cívico-política y empeño innovador establecían una relación dialéctica. Nada fácil en el tiempo de la dictadura, pero imprescindible para avanzar en el territorio de la poesía. Su lírica era (es) agraria y arraigada y, a la vez, urbana y desarraigada. Era seca y tierna al mismo tiempo, localista y universal, abstracta y concreta en un mismo empeño. La arquitectura, las tierras de Castilla, el dolor por una Guerra Civil vivida en la niñez pero con cuya sombra interminable convivió, los lugares de la España interior, como heredados del espíritu más insumiso y desafiante del 98 (pienso en Machado, en el Unamuno más radical)  como Cuenca, Sepúlveda, Madrid y sus ríos, las tierras y campos de labor de la España cereal. Pero su poesía era (es) también intimidad y emoción, homenaje al padre (magnífico el poema "Recordando a mi padre" de El corazón en un puño) y memoria de la infancia y de la adolescencia

Evoco aquella lectura y me llega el recuerdo de una poesía mezcla de centeno y cubismo, de abstracción (Chillida, Manolo MIllares, Oteiza, Mondrian) y casticismo del bueno. No es de extrañar: su compromiso postista se trocó, años más tarde y al lado de Ángel Crespo, en el llamado "realismo mágico", el pajarerismo, un claro anticipo de lo que años después nos vendría de la mano de los narradores del "boom" latinoamericano aunque en aquel tiempo Carriedo lo alimentaba de la mejor poesía luso-brasileña (de Pessoa a De Andrade). En todo caso, he de subrayar que en mi lectura de entonces advertí un vacío en la selección de poemas: áunque Martínez Sarrión aludía en el prólogo al primer libro de Gabino-Alejandro, Poema de la condenación de Castilla (1946), entre sus páginas no se recogía un sólo poema del mismo. ¿Por qué? Es una incógnita que quizá algún día pueda resolver. Hoy ese libro es casi imposible de conseguir o encontrar: en internet, hace un rato he encontrado un ejemplar de aquella edición (reproduzco fotografía de la portada) a un precio de 500 dólares de vellón. Casi nada.


Portada de "Poema de la
 condenación de Castilla"
De otro lado, yo no sabía cuando compré en la librería Abril aquella antología que su autor ya estaba dialogando muy en serio con la muerte, que vivía en San Sebastián de los Reyes (un hervidero de la izquierda y del movimiento vecinal en los años setenta) y que en septiembre de 1981, un año después de que yo me hiciera con Nuevo compuesto descompuesto viejo iba a morir en soledad y víctima de un infarto de miocardio. Con él se fue una aventura literaria que estuvo a punto de ser anegada por las canonizaciones prematuras a las que se suele entregar nuestra universidad y por una crítica periodística poco amiga de la insumisión ética y estética. El pájaro de paja (qué maravilloso título para una revista), Deucalión, Doña Endrina, La Cerbatana, Postismo, Poesía de España...  fueron revistas que nacieron, crecieron (poco) y murieron entre 1945 y 1970 con un afán desafiante y, a la vez, con una conciencia clara de las dificulatades a las que se enfrentaban. De Gabino-Alejandro sabría mucho más gracias a otro libro, recibido en mi domicilio a finales de los años noventa: se trataba de El libro de las premoniciones (1999), publicado por la mítica editorial El toro de barro, en la nueva etapa abanderada por Carlos Morales. El libro, cuidadosamente editado, con epílogo del propio Carlos e introducción de Francisca Domingo, recogía los poemas en los que Carriedo había sintetizado el diálogo con la muerte al que antes me refería. Poemas premonitorios, duros, de un trasfondo gris y pesimista.

Como todo hijo de vecino, yo llevo conmigo una habitación imaginaria para que vivan en ella mis fantasmas literarios. Éstos son los poetas extraños, raros, marginados, no siempre malditos, pero de un enorme calado emocional, estético, ético: en esa habitación ocupa un lugar preferente Gabino-Alejandro Carriedo. Conviviendo, como no podía ser de otra manera, con otros: Miguel Labordeta, Justo Alejo, Aníbal Núñez, Eladio Cabañero, Carlso Sahagún, un casi desconocido Julio  Garcés, José Luis Prado Nogueira  o un Federico Muelas casi desconocido: irracionalista, experimental, surreal, extraño, muy alejado del sonetista propenso al garcilasismo que todos conocemos y que no hace mucho nos dio a conocer esa rara avis de la militancia poética llamdo Carlos Morales del Coso.

Dejo al lector con un poemas póstumo de Gabino-Alejandro recogido en El libro de las premoniciones. El poeta se enfrenta a la soledad y a la muerte. Desolador y maravilloso:

OTRA TARDE DE DOMINGO*

LLAMA a la puerta el ogro
de la soledad.
El ogro abominable
de la soledad.
El del silencio, el de ecos
imposibles,
el de llantos lejanos de niño,
el de niñas jugando en el próximo
jardín,
el ogro de la soledad.
El de sombras crecientes en la tarde
del cuarto de estar.
El del tic-tac inexorable
del reloj compañero.
Viene el ogro desmantelando
las últimas ilusiones,
las llamadas últimas
de la esperanza.
El ogro frío de la orfandad
dominguera y vacía.
El del avión
que cruza el cielo.
El del teléfono callado,
el del retrato inmóvil.
El ogro de la copa repetida
y el libro abandonado.
Llama a la puerta el ogro
de la terrible soledad.

Preámbulo del silencio
antesala de la muerte
presagio al fin final
donde nada acontece.
Ni te llama.
Ni te espera.

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