sábado, 17 de julio de 2010

Priego 2010: lugar de la palabra, lugar del homenaje.

Ayer, la Cuarta de El País acogía una reflexión que escribí hace algunas semanas a propósito del Año Camus, de su legado y de la Europa de la crisis. En el artículo subrayaba el lugar que hoy ocupan los todopoderosos mercados y lo lejos que sus objetivos se encuentran del sustrato civil, moral, crítico y transformador de la obra del escritor franco argelino. El “lugar de los mercados” imponiéndose, en el cincuentenario de la muerte de Albert Camus, al “lugar de la palabra”. Curiosamente, en la víspera, yo regresaba de otro “lugar de la palabra”: venía del poema y de la reflexión sobre el poema. De un lugar y de un acontecimiento de los que quedan grabados en la memoria y en el corazón para siempre.

Desde finales de los años 90, cada mes de julio, tengo una cita anual con la poesía en un lugar de Cuenca, allá “donde termina la alta Alcarria, empieza el pino y crecen sin esperanza los centenos”, tal y como dejó escrito Diego Jesús Jiménez. Es decir, en Priego, pueblo al que llegué, como he contado en alguna ocasión en este blog, a principios de los años 70 acompañando al poeta y amigo. Diego, que siempre (desde los años de la dictadura) estuvo obsesionado por llevar la lectura y, sobre todo, la poesía y sus misterios a la Cuenca rural, a sus pueblos más recónditos, decidió un buen día, de la mano de sus amigos Juan José Gómez Brihuega y Martín Muelas, con el respaldo de la Universidad de Castilla-La Mancha, convertir el pueblo de su infancia, en el “lugar de la palabra”, en el centro neurálgico de un Curso de Verano al que dio el tan seductor título de “Leer y entender la poesía”. Allí, cerca del río Escabas, donde la carretera emboca la primera curva hacia el rocoso Estrecho de Priego sobre el río para adentrarse en la Serranía, me espera cada año la poesía. Me esperan los amigos poetas. Los profesores amantes del poema. Los alumnos amantes del poema. Las gentes de Priego y las gentes de Diego (Társila, Társila María, José Manuel, sus nietas…. todos).

Allí, en el centro cultural que lleva su nombre, nos damos cita, en el mes de julio de cada año, los poetas, esa legión de inútiles amantes de la palabra y de las causas perdidas. Bueno, hubo una excepción: no hubo curso el pasado año, con Diego enfermo y postrado en un julio infame y maldito. Pero este julio hemos vuelto. Juanjo y Martín, con el estreno del joven profesor y poeta Ángel Luis Luján, han hecho posible el retorno, han conseguido que la muerte de Diego fuera menos muerte y que todos sintéramos que su palabra estaba con nosotros. Allí nos hemos dado cita de nuevo y hemos vuelto a ser cómplices y hemos conjurado a la muerte porque el Curso de este año se ha dedicado a la obra de Diego Jesús. Ha sido el gran homenaje de los poetas y de los amantes de la poesía al poeta que reposa en el pequeño cementerio del pueblo que lo vio nacer.

Los Cursos de Priego fueron la enorme criatura que alumbró Diego con el nuevo siglo. He acudido a casi todos y de ellos siempre me he llevado un acarreo de emociones, de amistades, de charlas bajo las estrellas, de lecturas inolvidables, de momentos irrepetibles. Hace dos días, mientras caminaba desde el pequeño hotel El Rosal hacia el centro cultural que es sede del Curso, me crucé con alguna anciana, con un par de hombres de aspecto campesino y me detuve en el mercadillo que, frente a la fachada del centro, suele levantarse, según supe después, cada miércoles. Al ver a aquellas gentes en el mercadillo pensé que a sólo unos metros estaba nuestro premio Cervantes Antonio Gamoneda, y Pablo García Baena, y María Victoria Atencia. Hice memoria, me sumergí en mis recuerdos y pensé que los Cursos de Priego habían hecho posible que, cada año y durante unos días, la pequeña ciudad fuera anfitriona de algunos de los más grandes poetas de la lengua castellana. Diego Jesús y su entusiasmo y su generosidad hicieron posible la presencia de un Pepe Hierro recién premiado con el Cervantes, de un Manolo Vázquez Montalbán leyendo poemas inéditos tras cruzar, al volante de su coche (el Jaguar Sovereign de su novela El estrangulador) y desafiando válvulas cardiacas y cadera de titanio, las numerosas cordilleras que separan Priego de Barcelona, un viaje de ida y vuelta que ni los más jóvenes…. En Priego dialogué durante horas, en 2002 o en 2003, con un Carlos Sahagún confesándose poeta retirado y radicalmente contrario a reeditar comercialmente ninguno de sus libros, y en Priego estuvo Claudio Rodríguez en una de sus últimas lecturas públicas, y Antonio Carvajal , y Félix Grande, y Paca Aguirre, y Antonio Martínez Sarrión y Antonio Colinas, y Jesús Hilario Tundidor, Juan Carlos Mestre, Antonio Méndez Rubio, Lupe Grande, Pilar Blanco, Francisco Mora, Luis Eduardo Aute…. Premios nacionales, premios de las Letras Españolas, premios Adonáis, premios de la crítica, premio Juan Ramón Jiménez…. y poetas (los más) sin premio.

Pero Priego ha sido siempre algo más: son las noches en la plaza cuando las ponencias y lecturas terminan y los poetas convivimos con los amigos de la infancia del inventor del Curso, y los críticos y profesores (Prieto de Paula, Juan José Lanz, Jambrina, Molina Damiani, Miguel Casado, José María Balcells, Carme Riera, Domínguez Rey…) dejan claustro y encerado (y power-point, mejor dicho) para entregarse al gin tonic y al debate informal y a la conversación sobre fútbol y ciclismo (casi siempre el tour de Francia, no olvidemos que en Priego nació el mítico Luis Ocaña). Es la caldereta en medio de los pinos y de la noche y junto al río Escabas, y es Manolo, el dueño del hotel El Rosal, viejo emigrante regresado de Holanda en 1970 y animador de las izquierdas en Priego desde las primeras elecciones en 1977. Y el Curso, este año, para mí ha sido, en la tarde del miércoles, un viaje, guiado por Manolo y en compañía de los antonios (Hernández y Carvajal) a los inmensos pinares del parque natural del Alto Tajo, una excursión entre inmensos desfiladeros de roca de color teja, entre bosques de encina, sabinares y pino albar que se inició en Priego y terminó en el límite de Guadalajara con Teruel… Y, al regreso y después de la cena, en el velador del bar de la plaza, se ha celebrado la lectura de quienes hemos querido dejar en el aire algunas palabras de cercanía al amigo que se nos fue. De todos los poemas leídos, destaco uno: el maravilloso titulado "Color solo", de su libro Bajorrelieve, un canto al color verde, leído bajo las estrellas y un viento fino y algo frío, por Patricia, la nieta de Diego.  

Por último, este año, el Curso de Priego ha sido el firme compromiso de dar continuidad a esta obra, casi una iluminación, de Diego Jesús. Una continuidad que, a mi juicio, tiene que ensanchar el horizonte hacia aspectos imprescindibles de la poesía de hoy: la edición (Emilio Torné, Munárriz, Pepo Paz, Chus Visor, no sería malo contar con vuestra participación  y vuestros diferentes enfoques de la edición de poesía en los debates futuros), el nuevo fenómeno del blog, las revistas digitales, la función del librero en la difusión y venta de la poesía. En definitiva, de consolidar y profundizar , en los próximos años, en los contenidos de una cita imprescindible con la palabra poética y con el poeta que soñó hacer de Priego, al menos durante unos días, el centro neurálgico de la poesía en castellano. De hacer del Curso un referente imprescindible. 

viernes, 2 de julio de 2010

De entre los poetas semiocultos surge José Luis Prado Nogueira

Desde mi ya lejana adolescencia he sentido una especial atracción por los poetas semiocultos. Por los poetas que, pese a contar con una obra de una gran calidad, jamás saldrán del cuasi-anonimato o serán conocidos de manera oblicua y vergonzante por unos cuantos iniciados. Unas veces pertenecen a la siempre atrayente secta de los "malditos", aunque he de reconocer que en este caso el nivel de ocultamiento es reducido: pensar en Leopoldo María Panero, o en Alfonso Costafreda, o en Miguel Labordeta, por no aludir al canónico (dentro del "canon del malditismo") Rimbaud, o al no menos canónico Edgar Allan Poe o al prematuramente fallecido  (y más cercano en el tiempo) Javier Egea es hablar de poetas muy conocidos, estéticamente raros y de vida tan rara o heterodoxa como su propia obra. Pero otras veces, las más, forman parte de la secta de poetas poco amigos de las sectas, de los resistentes a los círculos de influencia, a las corrientes dominantes (y no dominantes), a la vida literaria y sus servidumbres en definitiva. Me refiero a los poetas cuya vida profesional se desarrolla lejos del mundo poético aunque vivan la poesía con intensidad de devotos. Poetas que publican muy de vez en cuando y cuyos libros,  cuando lo hacen, aparecen en sellos casi desconocidos o en proyectos editoriales de vida escasa y precaria, a esos poetas casi sin nombre a los que, en algún momento, cuando coincido con amigos de vasta cultura poética --me ocurre con Antonio Martínez Sarrión, con Eduardo Moga, con Félix Grande, me ocurría con Diego Jesús Jiménez--, rescatamos para apasionarnos en un diálogo lleno de descubrimientos mutuos que, antes de confesarnos, creímos devociones secretas, quizá intransferibles, de cada uno. Entonces, con alegría, descubrimos complicidades imprevistas, lecturas en paralelo de muchos años atrás, devociones inesperadas.

Otros poetas, hoy semiocultos, tuvieron sus días de esplendor e inexplicablemente, quizá debido a la pasión por la desmemoria de cada nueva oleada de poetas/críticos/profesores, tendente a afirmar las nuevas corrientes enterrando a los predecesores, haya sido decisiva en ese injusto enterramiento. Ese es el caso del ferrolano, nacido en 1919, José Luis Prado Nogueira. Si bien he dedicado muchas horas a leer a algunos poetas semiocultos (Juan José Cuadros, Julio Garcés, Gabino Alejandro CarriedoJosé Luis Hidalgo, Justo Alejo...), he de reconocer que en la poesía de José Luis Prado Nogueira he encontrado siempre pasadizos a emociones muy personales, muy hondas.

Para quienes lo desconozcan, diré que fue un poeta lateral de la generación del 36 hoy prácticamente olvidado, militar de profesión,y autor, sobre todo, de dos emotivos e intensos libros, Oratorio del Guadarrama, una colección de poemas, publicada en 1956, en la que reconstruye la estancia en un pueblo de la sierra durante un verano de finales de los años 40 en la que el hijo enfermo, niño aún, ha acudido para "sanar su pecho", y Miserere en la tumba de R. N., una honda y rigurosa elegía a la madre de imprescindible lectura para las nuevas generaciones de poetas y lectores. Tuvo muy estrecha relación con el grupo que, encabezado por José García Nieto, publicó la revista Garcilaso, lo cual significa que ideológicamente, al menos durante un tiempo (como Ridruejo, como Rosales, como tantos otros escritores de la época), se situó en las cercanías de Falange aunque en 1971, ante la pregunta que le formuló un periodista sobre lo que significó para él la Guerra Civil respondió con una extrema lucidez: "Algo abominable que ultrajó mi juventud", dijo. Además, tal y como he dicho más arriba, era militar. Militar y marino en tiempos de Franco. 
Pero la poesía, la buena poesía, incluso contra la voluntad de sus autores, es libertad pura, se escapa a los moldes ideológicos y toca la médula de la existencia, tanto en el plano estético como sentimental. Tal es el caso de la de Prado Nogueira.

¿Cómo llegué hasta sus poemas? Recuerdo, de manera borrosa, algún ejemplar de la revista, creo que editada entonces por el Instituto de Cultura Hispánica, Poesía española, que encontré entre viejos papeles en un centro de la antigua Sección Femenina de la UVA de Hortaleza, mi barrio de entonces, de 1968 ó 1969. En aquella revista él firmaba un poema de Oratorio que me llegó muy hondo. Creo recordar que se trataba del poema que abre el libro. Después, la dinámica de la propia vida y las exigencias de la lucha clandestina me llevaron a los poetas sociales, a Blas de Otero y a Gabriel Celaya, o a los poetas más críticos del 50, y el deslumbramiento provocado por el poema de aquel desconocido fue difuminado por el paso del tiempo y por la construcción de la España democrática.

Laguna de Peñalara. Sierra del Guadarrama

Muchos años después, en alguna de las veladas de conversación, humo y vino con que los poetas amigos nos conjuramos para perjudicar la salud y afinar la intuición literaria y poética, recapitulando sobre la poesía leída a lo largo de nuestra vida, Félix Grande se refirió a Oratorio del Guadarrama. De inmediato, recordé mi vieja lectura y sentí la necesidad de leer el resto de los poemas de aquel libro de tan bello título. Félix me dijo que tenía un ejemplar de la primera edición, se comprometió a fotocopiarlo y desde entonces aquella fotocopia forma parte de mis lecturas reincidentes. Después, la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes lo reeditó junto a Miserere. Es una poesía directa, cordial, cómplice, casi conversacional, escrita en una segunda persona que dialoga, en cada poema, con el hijo. La Peñota, el pueblo de Los Molinos, Peñalara o La Maliciosa son realidades geográficas de la sierra del Guadarrama en las que vive, también, parte de mi infancia y de mi primera adolescencia. Quizá se deba a esa relación entre la experiencia del poeta y mi propia vida lo que me hizo sintonizar, desde el primer momento, con aquel libro. En todo caso, no me duelen prendas en afirmar que al igual que me conmueve la mejor poesía de Blas de Otero, o de Raymond Carver o de Miguel Hernández, por ejemplo, me emocionan los poemas más íntimos y entrañados de Prado Noguerira, o de Rosales, o de Luis Felipe Vivanco. Porque la poesía es una materia viva  que, una vez creada por su autor, adquiere autonomía, respira por sí misma, se hace carne en cada lector que se acerca a ella. En otra palabras, si es buena, si responde a las más profundas incertidumbres del ser humano de siempre, es, incluso contra la voluntad de su autor, revolucionaria.

Hoy, trasteando con Internet, he comprobado que la primera edición, en Ágora, de Oratorio del Guadarrama, se ha convertido en un objeto de culto, que se vende, en el mercado de libro antiguo de la Red al precio de 149 dólares.  Como homenaje a ese primer recuerdo de mi lectura de Prado Nogueira, os dejo dos fragmentos del poema "La nueva vida" con que se inicia el libro:

LA NUEVA VIDA
Guille, querido hijo, hace dos años
que vinimos aquí a sanar tu pecho
con un dinero que nos dio la abuela.
Ahora estás a mi lado, contemplando
el cielo aquel que devolvió tu vida
a nuestras vidas. Ahora, en tal minuto,
dos años más crecido y más hermoso,
dos años más entero hacia la vida,
dos años más maduro hacia tu muerte,
me sonríes, cogidas nuestras manos.
Ese que miras es el sol de agosto
de blanca luz reluciente, pero el mismo
sol de un pasado agosto, más maduro
dos años, y también hacia su muerte,
que te ha sido devuelto
más intenso, más vívido, más puro,
más gemelo de ti, tu sol hermano.

(..................................)

Queda la tierra en soledad, abierta
a la inquietud de tus atentos ojos.
Queda un circo de montes con bellísimos
nombres de pila: La Peñota, Siete
Picos, Montón de Trigo, Peñalara
más allá, más allá La Maliciosa.
Mira qué grandes montes se inventaron
para tu pobre pecho. Resplandecen
en la azul cercanía. Hay un enigma
umbilical, una invisible arteria
con latido común entre su bronca
y solemne hermosura y la exquisita
pulcritud de tus hilios pulmonares,
entre su anchura silenciosa, inerte,
y tu complejo aliento, destilado.

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...