Max Aub narra en La gallina ciega una peculiar experiencia de retorno del exilio: volvió en 1969 desde México con la intención de recobrar su memoria de España y de vivir durante algunos meses la realidad de un país que algunos de sus amigos en el interior le describían diferente a la de los primeros años de la dictadura y en la que comenzaban a apuntarse algunos signos de apertura, especialmente en el ámbito literario. Eran los años de esplendor de la Editorial Seix Barral, con Carlos de sumo pontífice, con las primeras novedades procedentes del "boom" hispanoamericano (sobre todo, de La ciudad y los perros, de Vargas Llosa) y con el fiasco monumental del rechazo a Cien años de soledad.
Yo vivía mis días de preuniversitario y de fracaso en ciencias. Recuerdo que, a lo largo de aquel curso, mi presencia en la Casa del Libro en la Gran Vía madrileña (entonces avenida de José Antonio) para leer a escondidas y por fases los libros de los poetas más comprometidos del momento (Gabriel Celaya, Blas, Pepe Hierro) y para escudriñar en las nuevas colecciones: recuerdo de manera muy especial la colección El Bardo, que dirigía José Batlló y en la que descubrí a Gloria Fuertes en un libro de nombre inolvidable, Poeta de guardia. Llevaba un año en librerías Coro de ánimas, de Diego Jesús Jiménez, todavía duraban los ecos del éxito de crítica y lectores de un libro como Blanco Spirituals, de Félix Grande, que tres años antes había obtenido el premio Casa de las Américas en Cuba, los novísimos estaban a punto de convertirse en el fenómeno literario del final de la década y la dictadura podía mostrar las cárceles bien nutridas de presos políticos. Un año antes había dejado el colegio Ramón y Cajal, un centro privado que se levantaba junto a una Ciudad Lineal todavía tranviaria y boscosa, con chiringuitos, merenderos y matorrales, con viejos palacetes perdidos entre jardines llenos de vegetación y a punto de entrar en decadencia. Mi conciencia del mundo en que vivía era limitada, pero tras los deslumbramientos lectores de los catorce, de los quince años (Machado, Juan Ramón, los poetas del Siglo de Oro, las novelas de aventuras de Stevenson o de Defoe) había comenzado a indagar por mi cuenta en los poetas sociales, entonces relativamente accesibles, y a curiosear en las novelas de la generación del 50.
Tranvía en el Madrid que visitó Max Aub en 1969 |
El libro me ha fascinado. En La gallina ciega Aub hace un recorrido por las experiencias culturales, pero también por la vida cotidiana, del momento, se interna en ciudades que, en aquellos años, vivían las consecuencias de los planes de desarrollo de los tecnócratas del Opus y los primeros impulsos especulativos (era la España de Matesa): Valencia, Barcelona, Zaragoza, Madrid, Toledo.... En esas ciudades Aub toma contacto con todo lo que se mueve: quienes actúan y crean al abrigo del aparato franquista y los que lo hacen en permanente desafío, los funcionarios descreídos y cumplidores, los hosteleros deslumbrados por los turistas que comienzan a llenar nuestras playas. Vive la experiencia de la censura, el reencuentro con intelectuales que han vivido la tortura y la cárcel (especialmente emotiva la descripción que hace del poeta José Luis Gallego), la desmemoria de las nuevas generaciones y el olvido voluntario de sus coetáneos adaptados a un conformismo casi obligado. Por las páginas del libro desfilan escritores como Luis Rosales o Gabriel Celaya, como el postrado Vicente Aleixandre en su refugio de Velintonia, como Carlos Barral o Esther Tusquets, entonces jóvenes y entusiastas promotores de la nueva edición, de la nueva novela, de la nueva poesía. Hay alusiones a Cela y a sus Papeles de Son Armadans, editados en Palma de Mallorca y refugio de ciertos autores del exilio, a Ángel González y a José Hierro, a Ridruejo y a Juan Benet.
El libro ha tenido para mí un atractivo adicional: se trata de un libro absolutamente fresco, al que el tiempo no ha desgastado y en el que he podido conocer cómo vivían la realidad de la dictadura que yo viví en la cotidianidad de mi barrio, en un universo a años luz del mundo intelectual, quienes protagonizaban la vida cultural. Qué pensaban de Franco, de la televisión, de la memoria de la Guerra Civil, del Opus Dei, de Vietnam, de la censura, de las cárceles y del exilio. Max Aub nos muestra un mosaico vivo al que juzga de manera muy dura, desde la óptica de quien vuelve a un país que estuvo enormemente politizado, que luchó contra el fascismo, al que sorprende sumido en el conformismo, atenazado por una mezcla de miedo y espíritu de supervivencia. Un país en el que los más jóvenes comenzaban a construir otra historia y a sufrir las consecuencias de ese empeño. Cárcel, exilio, detenciones en comisaría, expulsiones de la universidad, torturas, fueron algunos de los "remedios" que puso el régimen a la acción de la generación emergente. Sirva de ejemplo el vídeo de un Serrat veinteañero cantando el La, la, la eurovisivo en un catalán que le costó la representación de España y el silencio en los medios estatales durante algún tiempo y cuyo colofón sería el exilio en México cinco años después.
El libro ha tenido para mí un atractivo adicional: se trata de un libro absolutamente fresco, al que el tiempo no ha desgastado y en el que he podido conocer cómo vivían la realidad de la dictadura que yo viví en la cotidianidad de mi barrio, en un universo a años luz del mundo intelectual, quienes protagonizaban la vida cultural. Qué pensaban de Franco, de la televisión, de la memoria de la Guerra Civil, del Opus Dei, de Vietnam, de la censura, de las cárceles y del exilio. Max Aub nos muestra un mosaico vivo al que juzga de manera muy dura, desde la óptica de quien vuelve a un país que estuvo enormemente politizado, que luchó contra el fascismo, al que sorprende sumido en el conformismo, atenazado por una mezcla de miedo y espíritu de supervivencia. Un país en el que los más jóvenes comenzaban a construir otra historia y a sufrir las consecuencias de ese empeño. Cárcel, exilio, detenciones en comisaría, expulsiones de la universidad, torturas, fueron algunos de los "remedios" que puso el régimen a la acción de la generación emergente. Sirva de ejemplo el vídeo de un Serrat veinteañero cantando el La, la, la eurovisivo en un catalán que le costó la representación de España y el silencio en los medios estatales durante algún tiempo y cuyo colofón sería el exilio en México cinco años después.
3 comentarios:
Me ha gustado gustado mucho tu artículo. Y el video de Serrat, con más polvo que Matusalen. Me he recordado al LLuis Llach del Olimpia de París de esa época.¡Qué recuerdos de nostalgía! Leeré la gallina ciega, ¿o gallinita?.
Un saludo, Mercedes.
¡Qué quieres que te diga! De aquella época los videos que han quedado tienen esa páticna que deja el paso del tiempo. "La gallina ciega" es un gran libro. Te permite adentrarte en la intrahistoria de un tiempo que no es tan lejano como nos creemos. Un abrazo.
Esa exprencia del título, ¿un homenaje a La Disparition? Excelente blog.
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