UN JOHN
Steinbeck, el poeta directo que inmortalizó la miseria colectiva de la Gran Depresión del 29, el escritor que puso el lenguaje en el lado de los que sufrieron las consecuencias de la rapiña de un sistema basado en la lógica del beneficio puro y duro, no sólo escribía novelas o relatos. No sólo escribía crónicas periodísticas y, como una deriva de juventud, poemas inmaduros. Escribió también sobre su propia escritura, sobre su vida cotidiana mientras escribía algunas de sus grandes novelas. Poco sabemos en España de esa vertiente de la obra del Nobel norteamericano (en realidad, poco sabemos de esa vertiente de cualquiera de los escritores que conocemos). Bartleby Editores, editorial empeñada en descubrir aspectos desconocidos de la labor de algunos grandes escritores de nuestro tiempo, ha decidido, al igual que lo hiciera con Berger (Esa belleza), o con Carver (Carver y yo, de Tess Gallagher), o con Günter Grass (Lírico botín. Poesía y dibujos de 50 años ), ofrecernos la crónica de la cotidianidad que acompañó a Steinbeck mientras escribía su novela Al Este del edén. El título: Diario de una novela: las cartas de "Al Este del edén". Cartas, sí. Pequeñas crónicas de la labor diaria que complementaba su a veces placentera y a veces tormentosa tarea narrativa que Steinbeck enviaba a su editor casi a diario. Un Steinbeck desconocido, empeñado en labores tan en apariencia irrelevantes como seleccionar los lapiceros con que escrbir, trabajar la madera, ir a llevar a sus hijos al colegio, reflexionar sobre su mayor o menor afición al whisky, o sobre el miedo a la enfermedad o la tendencia a la depresión, o sobre el destino de su novela una vez que muera... La cocina del escritor, la intrahistoria de la escritura, el latido de ese corazón indefinible en que suele convertirse la mesa de trabajo mientras se acomete la redacción de una novela. Diario de una novela es un raro tesoro literario que es, en el fondo, la radiografía de un mundo: el que vive al otro lado de la novela que, un buen día, verá la luz y será propiedad de sus lectores.
viernes, 5 de diciembre de 2008
UN JUAN Y UN JOHN
jueves, 27 de noviembre de 2008
DE JUAN GELMAN A JULIO MARISCAL, LAS DOS ORILLAS
martes, 4 de noviembre de 2008
Rastrear en la historia literaria, un oficio del editor sensible
miércoles, 15 de octubre de 2008
Ramiro Fonte, capitán invierno
Porque lo verdaderamente importante fue que una multitud acompañara al poeta, a Elsa, a sus padres, a sus amigos de infancia, a sus hermanas. Ni siquiera tuvo importancia que el séquito lo encabezara César Antonio Molina ejerciendo de ministro de manera visible, o que, entre los amigos y deudos, como una más y sin dejarse notar apenas, estuviera Carmen Caffarel En el camino hacia el cementerio, por las calles altas de un pueblo volcado sobre el mar, yo pensaba no en la ceremonia que se había celebrado en el ayuntamiento, ni siquiera en la respuesta ciudadana que había suscitado la muerte del poeta, sino en los poemas de Capitán invierno, en el libro que había llevado conmigo en el viaje para conocer aún más (la poesía es la radiografía del alma) a quien sólo había visto en persona en dos ocasiones. Allí estaba la memoria de infancia y adolescencia de quien creció en un lugar cercano al mar y hecho de viviendas humildes; allí estaban los inviernos de bruma de las ciudades gallegas; las viejas salas de cine que el urbanismo y la especulación y las nuevas tecnologías audiovisuales fueron, poco a poco, arrumbando: salas del descubrimiento del primer amor, de los sueños como vacuna contra un tiempo difícil ("Y entre todas las deudas que la vida / conmigo ha contraido, que nunca saldará, / Están esos secretos que no supe robarte / En la última fila, / En la sesión de tarde / Del cine Rena, /Donde saben mejor todos los besos"); allí estaban los descampados y las periferias. Estaba el amor, y los abrigos de paño, y las gabardinas, la juventud subversiva y la libertad escrita en paredes nocturnas, y las aldeas perdidas, y los amigos del barrio que la madurez, la distancia y la experiencia fueron dejando en el camino. Para muestra, sirva el botón (porque el traje, el libro, deberéis comprarlo) del comienzo del poema titulado "Los barrios perdedores":
"Llueve mucho en los barrios perdedores Pues los meses de invierno tienen poca piedad De sus casas desnudas, ofrecidas al viento, Al agua, a la intemperie, Y por eso en los barrios perdedores En las tardes de invierno llega pronto la noche, Duran menos los días" Capitán Fonte, Ramiro Invierno: aquí quedan, para el amigo que una tarde de diciembre de 2007 me llamó por teléfono asustado tras una prescripción médica, estas líneas de mi homenaje personal, de mi homenaje como poeta compañero, como escritor compañero, como amante de los claroscuros y de las tardes invernales.
martes, 7 de octubre de 2008
Sylvia Plath en Bartleby Editores: reflexiones en voz alta en el 10º aniversario de un sueño.
Pensé en el placer personal que el hecho me producía (un placer siempre inexplicable, como casi todo lo que tiene relación con el arte), sin duda, pero también pensé en que el volumen de más de 600 páginas, abordado por una pequeña editorial que acaba de cumplir sus primeros 10 años de vida, es la muestra viva de que la tenacidad, la confianza plena en el poder de la buena poesía y de la buena literatura (frente a tantos conseguidores de subvenciones oficiales atrincherados detrás de sellos editoriales que fueron innovadores y prestigiosos y arriesgados un día lejano) a veces se abre camino en un mar de hostilidades, ya sean visibles y abiertas, ya lo sean ocultas y sinuosas. ¡Bien por Bartleby!, me dije casi sin ser consciente de que desde los primeros pasos de la editorial, desde una sobremesa de otoño (quizá no fuera otoño, tengo dudas) en la que Pepo Paz y yo pudimos recrearnos en el diseño raro, rupturista, casi näif (recuerdo el escepticismo ante el diseño de algunos poetas mayores que luego editarían en Bartleby), que nos había preparado Sandra Zabala.
Bien por Bartleby, que ha editado la poesía completa de la Plath, que ha editado la mejor traducción de la poesía de Carver de la mano de Jaime Priede (a años luz, por cierto de algún precedente conocido en editorial poética de renombre), que ha rescatado, a la luz de la sensibilidad de los jóvenes poetas del siglo XXI, obras maestras de nuestros poetas consagrados en el siglo XX (Bonald, Grande, Jiménez, González, Gamoneda....); bien por Bartleby porque ha arriesgado descubriendo nuevos nombres de nuestra lírica, editándolos (aunque hubiera, después, cazadores al acecho del descubrimiento ajeno): Julieta Valero, Marcos Canteli, Isabel Pérez Montalbán, David González. Bien por Bartleby que gritó, en libro, contra la barbarie del 11-M. Bien por Bartleby por su generosidad con las víctimas de algunos exquisitos reacios a editar a poetas de edad por ser "sociales". Bien por Bartleby que descubrió y entregó a nuestra exigua comunidad poética joyas como los libros de C. K. Williams, de Billy Collins, de Anne Michaels, de Sharon Olds, de Tess Gallagher... (de la nueva colección de narrativa ya hablaré en otro momento).
Y bien por Bartleby porque todo eso lo ha hecho (lo hemos hecho) a "puro huevo": sin un premio que llevarse a la boca (y a mucha honra); sin una red de críticos prestos a abrir, de inmediato, las páginas del suplemento de turno a la novedad del mes; siendo exigente con las traducciones, con los libros a editar, buscando la innovación en sus colecciones o series, sabiendo que no hay poesía joven posible si se arrumba la memoria poética de los mayores. Y sobre todo, con un principio que es el principio madre de todos los principios: amor a la poesía, amor insobornable a la literatura. Y respeto al pluralismo realmente existente frente a la lógica del amiguismo y la tendencia (de un lado y de otro) a la que tan propenso es nuestro mundo poético. Un pluralismo sustentado en una base esencial: la poesía de calidad, el afán innovador no gratuito, la conexión del poema con las grandes incertidumbres del presente.
Sylvia Plath y su poesía completa, con el sello Bartleby Editores bien visible en una hermosísima poetada, es el mejor regalo de cumpleaños para la década de vida de tan apasionante proyecto. Un regalo para la editorial y para su menguadísima "plantilla". Pero, sobre todo, un regalo de dimensiones inabarcables, para los lectores de poesía, de literatura de la buena, de España y de Hispanoamérica. Nada más y nada menos. Estoy seguro de que nunca Bartleby el escribiente, el inmortal personaje de Melville, aplicaría a esta iniciativa (como a tantas otras de la editorial) su legendario lema "preferiría no hacerlo". Más bien diría todo lo contrario.
jueves, 18 de septiembre de 2008
Blogs ajenos: espacios de reflexión, puertas
¿Cómo corregirlo? Por una lado, atemperando el ego y abriendo en el blog un espacio para mostrar la propia obra de la manera más "objetiva" posible, pero sin que ese espacio sea el predominante. Es decir, posibilitando que lo dominante en él sea la reflexión sobre la literatura y sobre la vida, la creación literaria, el debate y... ser puerta de acceso a otras reflexiones, a otros espacios de creación, es decir: a otros blogs, a otros portales, a páginas web interesantes.
A partir de hoy, en el espacio "Blogs recomendados" de Al margen, añado a las direcciones que lo han acompañado desde su nacimiento (Bartleby Editores y Cuaderno de viaje de Pepo Paz) seis ventanas, o seis pasillos a lugares en los que se opina, se piensa, se discrepa, se crea. Sobre todo esto último: se crea. El blog de Manolo Vilas, poeta y narrador (o narrapoeta) de escritura ágil, acerada, crítica, abierta a todos los recovecos de la realidad, cuyo último libro poético, Calor (DVD, 2008), nos muestra el envés de un mundo duro, desmemoriado, injusto. También tierno y, como diría Ángel González, acariciado. Manolo: aquí tienes una puerta. Para entrar y para salir. El de David González, poeta asturiano de verso amargo y afilado, crítico y tierno a la vez, desolado e insumiso, enfant terrible apegado a los submundos de una sociedad que se hizo en los bordes de la minería y de la menesterosidad. El de Vicente Luis Mora, profeta de la obra total que sustituya al mundo (o que enriquezca al mundo), lector empedernido, poeta arriesgado, entre la vanguardia y la ciencia y la sentimentalidad, narrador y ensayista de un provocador Singularidades (Bartleby, 2006) y de un recentísimo Pasadizos (Páginas de Espuma, 2008), a quien en el ya lejano 1996 (¿ó 1997?, hablo de memoria, perdóname si equivoco la fecha, Vicente) tuve el placer de presentar en el círculo su novela modrileñoglobalizadora Circular en su primera edición (tiene una segunda, corregida, de 2007) en el Círculo de Bellas Artes. Hasta aquí las tres primeras ventanas: blogs ajenos, blogs de adversarios o cómplices dialécticos, de amigos. Sí: de AMIGOS. Las otras tres ventanas no son blogs: son páginas web, o portales, como os parezca. La primera, de un hermano con el que he discutido hasta el gozo dialéctico de la tensión extrema: Juan Carlos Mestre, poeta y pintor y grabador y dibujante, artista, autor de un libro reciente, La casa roja (Calambur, 2008), que está, a mi juicio, entre los tres mejores libros de los últimos cinco años (qué maravilla Juan Carlos, tu poema "Carpe diem", o "Ellas", tantos poemas de esa casa roja que acoge a todos los rojos y perseguidos de la Historia): en Al margen, brindo por ti y por tu obra y abro una puerta a tu mundo mágico, extraño, maravilloso. Las otras dos son para quien hace cinco años nos dejó en la soledad del aeropuerto de Bangkok: Manolo Vázquez Montalbán (Isabel Pérez Montalbán, su "sobrina" poética y sentimental, estoy seguro, lo va a agradecer infinitamente). Sí, Manolo, donde estés, te informo de que aquí abro dos ventanas hacie tí: la de tu página oficial y la de tu página oficiosa (vespito.net).
Y como los poetas deben terminar sus peroratas (¿qué es esto sino una perorata?) con poema, como homenaje ante el quinto aniversario de su huida al lugar del que no se vuelve, reproduzco un poema propio a él dedicado aunque en una versión todavía no definitiva. Ahí va el poema dedicado a Manuel Vázquez Montalbán, in memoriam:
Fue en el Palace. No es fácil recordar
la ropa que llevabas. Sí tu frágil estatura,
tus ojos poco azules, tu belleza
más que discutible: bajo y sentimental,
amigo y memorioso, tenaz y periférico,
tierno y muy mala leche, firme como
las miradas robadas en días vulnerables
en cualquier autobús de amanecida.
Venías de la luz algo astrosa del Raval.
Venías al lector que te aguardaba
con ese temblor viejo y púber a la vez
donde el pánico se ablanda con la proximidad del mito.
El amigo que fue parte
de la ciudad sobrante y fronteriza.
El que escribió vengando la vida escrita por los dioses
para trocarse en dios muy asequible.
El que no tuvo miedo aunque cruzara
su corazón el miedo del noi menesteroso
de la familia erradicada del sur y de la noche.
Fue en la noche. Y fue muy claro
lo que era oscuridad antes de conocerte:
la sucia luz del barrio de tu infancia era mi luz borrosa y la noticia
de un padre desnortado y roto reflejaba
mi orfandad de pana y de taberna.
sábado, 13 de septiembre de 2008
ESPEJO Y TINTA, dos novelas cortas / García Lorca, un recordatorio
Decía al principio que ante cada nuevo libro vivo la misma experiencia que experimenté con el primero. Y eso me ha ocurrido con la edición, austera, delicada, de texto sobrio y con respiración, limpio, y con una portada que, pese a no ser directamente alusiva al contenido de las novelas, traslada al lector sus atmósferas, su realidad brumosa, sutilmente sombría e inestable. Una portada que recoge un detalle del autorretrato de Robert Buhler en la que reconozco plenamente la respiración, el ritmo, el ambiente en que viví sumergido mientras escribí el libro. Dos novelas cortas o relatos largos: el resultado de un trabajo especialmente intenso sobre un territorio, ese género extraño y sumamente difícil, arriesgado. Ernesto Silva, el extraño oficinista de Espejo, y Luis Orueta, el maniático de las estilográficas de Tinta, están encarnados de un modo inquietante en el rostro en claroscuro de un joven Buhler con fondo rojo. Dos personajes en los que, quizá, respiren, de manera indirecta, el desasosiego y las incertidumbres de este tiempo cruel y desolado de la globalización. Así, al menos, lo he sentido. GARCÍA LORCA, UN RECORDATORIO
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Una poesía necesaria: la voz que surge del extremo
Antonio Orihuela me cuenta que el año pasado no hubo Voces del extremo -lo he dicho antes- y que este año se ha celebrado el encuentro gracias a la contribución y al altruismo de los participantes. Ambos datos, en un tiempo en el que ciertos poetas confunden la actividad literaria con una suerte de permanente presencia en los medios y en el que es difícil defender una poesía que vaya más allá del ensimismamiento sin que al poeta en cuestión lo tachen de panfletario, me dejaron, más allá de la admiración y la solidaridad que en mí provocaron, muy preocupado. Voces del extremo debe continuar. Habrá quien diga que el director de una colección de poesía que decidió no editar una antología con once poetas procedentes de esa plataforma no está legitimado para defenderla. Mi discrepancia con Quique Falcón a propósito de mi decisión de no editar en la colección de poesía que dirijo (Bartleby) el libro Once poetas críticos tal y como me fue entregado (pese a la discrepancia de fondo sobre determinados aspectos de su prólogo, la razón de la negativa era de índole editorial: lease mi entrada, y los comentarios subsiguientes, en este blog titulada "Mi paseo por la feria del libro", de 12 de junio de 2007) no obsta para que considere imprescindible la presencia de voces críticas, de voces, si así podemos llamarlas, "antisistema". Con una condición: que escriban poesía de calidad. Entre otras razones porque, como he expuesto en no pocos textos, yo me aplico un concepto del poema que responde a la siguiente ecuación: poesía=palabra reveladora+conciencia crítica. Esa ecuación es la zona de intersección que comparto con Voces y que, creo, comparto con algunos poetas de la llamada poesía de la experiencia que se reclaman de una visión crítica. Otra cosa es el imaginario de futuro que cada uno proyecte en sus poemas, pero lo cierto es que todos compartimos esa mirada crítica sobre el mundo. Verdad es que algunos viven una suerte de pasión permanente por protagonizar un papel de relieve en los medios de comunicación. Pero los demás no tenemos la culpa. El problema es suyo y no hay que ser excesivamente perspicaz para valorar los límites del nivel de compromiso de cada cual.
Defender la pertinencia y la necesidad de Voces del extremo, incluso desde el desacuerdo y la contestación, es un deber. Lo contrario es apostar contra el pluralismo, contra la diversidad en que ha de fundarse, ineludiblemente, nuestra realidad poética.
viernes, 8 de agosto de 2008
Identificar la parte con el todo: el viejo vicio de nuestra crítica y de nuestra poesía
martes, 29 de julio de 2008
Mi experiencia soriana. El silencio inexplicable sobre un poeta
miércoles, 16 de julio de 2008
El origen remoto (o casi) de "Verano"
De la buena crítica, de la crítica llamada convencionalmente constructiva -aunque no ponga bien tu obra-, siempre se aprende. En ella alientan enfoques distintos, enseñanzas, descubrimientos respecto al modo en que lo que escribiste un día puede llegar hoy al lector. Todo esto viene a propósito de la reseña que a mi novela Verano ha dedicado, en el último Babelia (13 de julio), Angel Luis Prieto de Paula. Me parece una crítica rigurosa en la que el elogio es cauto, centrado en aspectos determinantes de la novela aunque sin desatender la vertiente crítica destacando alguna supuesta flaqueza o deficiencia. Bienvenida sea la crítica. Pero ha habido dos párrafos que me han parecido especialmente conectados con el aliento de fondo que, a mi juicio, respira en Verano. Uno, la referencia a una de mis pasiones como narrador, probablemente importadas de mi condición de poeta: las descripciones de paisajes. Afirma Prieto de Paula: "Las descripciones paisajísticas son de una belleza que le roba el alma a esta novela". ¿Qué decir ante semejante juicio? Nada. Sentir una honda emoción y una enorme gratitud. Nada más. Y pensar, en todo caso, que algo debe mi prosa a los paisajes reales que han inspirado los de la novela. Por ejemplo, los que ilustran estas reflexiones.
El segundo párrafo es, quizá, el que motiva esta recapitulación "al margen". Escribe Prieto de Paula: "una camaradería que procede de los años universitarios y ha aguantado el desgaste de los años por la fuerza cohesionadora del veraneo compartido, que se clausura ritualmente con la cena de finales de agosto, regada con agua de tormenta y la melancolìa del retorno". En cursiva destaco la frase que, quizá sin que el crítico lo haya pretendido, roza el núcleo esencial, quizá la matriz que dio origen, hace mucho tiempo, a la novela. Me explico: más de una vez he afirmado que los escritores que compatibilizamos poesía y narrativa desarrollamos, al escribir una narración, todas las potencialidades que contenía un poema escrito en un tiempo pasado. Y si mi experiencia ha sido siempre ésa, que toda novela tuvo como semilla (a veces remota) un poema, pude comprobar cómo a Vázquez Montalbán le ocurría algo parecido. Me lo confesó en una larga (y apasionante) conversación cuando comenzamos a hablar del poema "Ciudad" que aparece en su novela El estrangulador (Mondadori, 1996). El poema lo había escrito en los años sesenta pero ahí estaba, en síntesis, depurada, la novela. Lo mismo afirmaba del poema "Nada quedó de abril" con que abre Una educación sentimental (1967) en relación con la novela El pianista. Algo parecido ocurre con Pepe Caballero Bonald y con otros novelistas-poetas. Pues bien: la referencia a la tormenta de finales de agosto y a la melancolía del retorno que destaca Prieto de Paula en su crítica está estrechamente vinculada al origen de Verano. Hace algunas semanas, en otra entrada de este blog, me referí a una experiencia vivida, junto a otros amigos, como desencadenante del comienzo de la novela. Pues bien, hubo una semilla anterior. Se trata de un poema cuya primera versión escribí en... ¡¡1989!! Se publicó en El País-Babelia en 2005 y, en su versión definitiva, está incluido en mi último poemario, De viejas estaciones invernales. Se trata de la evocación de la tormenta que, cuando era un chaval y veraneaba con mis padres en un pueblo de Soria, solía desencadenarse en el último tramo de agosto anunciando el final del verano y "la melancolía del retorno" (Prieto de Paula dixit). El poema aparece, también, en mi antología Monólogo del entreacto y siempre fue una obsesión trabajando en la recámara de mi cerebro. Sólo cuando acometía el tramo final de la novela tuve la certeza de que los climas, los paisajes, los ambientes y las emociones de Verano estaban ya en el poema que abajo reproduzco para el lector curioso y con pereza para escarbar en mis textos poéticos: LA TORMENTA
Habíamos dejado la tarde a medias, la luz
a medias adensarse contra blancas paredes,
en jardines en sombra, en praderas heridas por la llama
de un verano sin paz, tan implacable
como el tono amarillo que hizo de ellas
sólo memoria de un verde amenazado.
Y fue entonces —agosto prescribía
en el pueblo remoto de todos los veranos de la infancia—
cuando la nube puso desolación al aire y vino
la primera tormenta a visitarnos
hasta llenarnos con su olor a distancia y olvido.
Nuestros padres guardaban las hamacas.
Se miraban, sombríos, pues la lluvia anunciaba el retorno
de un tiempo cotidiano sembrado de relojes.
Y nosotros, niños como aquel agua que ablandaba la paja,
corría en torrenteras por los montes y aromaba
de infancias más remotas nuestros ojos,
nos mirábamos tristes pues setiembre llegaba, inevitable,
y era el fin del verano y no podíamos
gozar de aquella oscuridad,
de aquella tarde llena de premoniciones,
de lentos exterminios de una farra apenas intuida, acaso
de un amor inseguro, breve y luminoso como todos
los vividos en aquellos veranos de nuestra pubertad.
Y llegaba la noche y no quedaba
más remedio que huir a la luz amarilla del cuarto de los niños
mientras ellos, los padres, nuestros padres,
jugaban a los naipes esperando
el fin de la tormenta para dar otra luz al verano, otro plazo
de gozo a aquellas horas implacables, más cortas, más huidizas
que todas las horas precedentes.
martes, 8 de julio de 2008
Narratividad, fragmentariedad, "propuesta nocilla" y otras hierbas
Comparto parcialmente tal afirmación y reconozco en ella alguna de mis reflexiones publicadas en El País a propósito de una trabajo de Vicente Verdú con el que cuestionaba la narratividad, la historia en la novela del siglo XXI. En efecto, la novela fragmentaria, la renuncia al argumento, a la trama, el desdén por la historia como componente del artefacto narrativo no es una novedad generada por el creciente dominio de Internet en la comunicación o por el surgimiento de nuevos soportes como el blog, o el correo electrónico, o todos los mecanismos de ofrecer historias a través del medio audiovisual. Esa opción literaria ya estaba en Cortázar, y en buena parte de la narrativa experimental española de la década de los setenta del pasado siglo, y en Joyce y su Finnegans Wake, y en la poesía experimental del período de entreguerras, y en la novela norteamericana de la generación beat y post-beat, comenzando por Kerouac y acabando en Pynchon, con su tecnoficción de La subasta del lote 49, o en el John Barth de Quimera, o en Larva, de Julián Ríos, o en la narrativa de Manuel Vázquez Montalbán que él mismo calificó como literatura de la subnormalidad en los años sesenta y primeros setenta: Manifiesto subnormal, Recordando a Dardé, Cuestiones marxistas, etc... Entonces no había Internet y las computadoras u ordenadores comenzaron a ser (en los sesenta, por supuesto, en el período de entreguerras eran simplemente impensables), una noticia remota, vinculada a la ciencia ficción o a la experiencia de ciertos bancos que comenzaban por entonces a dotarse de armatostes enormes con los que alimentar sus incipientes centros de proceso de datos. Y existía una narrativa experimental que jugaba con cuantos elementos ofrecía, a los escritores, la realidad, la cultura (el comic, la música, el pop, el cine, la televisión) y la contracultura, incluyendo el adanismo prehippie y la nostalgia de los paraísos perdidos en los mares del sur (Gauguin al fondo). Incluso narrativa hubo, como el nouveau roman, que hizo de la ausencia de argumento, del rechazo de la historia y de la no narratividad la tríada virtuosa de una propuesta estética que fue necesaria pero que aburrió a un par de generaciones de una manera perseverante: llegó un momento en el que los jovencísimos lectores de entonces, cultivados en la adolescencia en la lectura de Stevenson, de Swift, de Baroja, de Dickens o de Clarín, asumíamos interminables sesiones de tortura frente a textos difícilmente legibles con el convencimiento (alentado por los estructuralistas) de que ahí estaba el secreto del gozo literario, la magia (muy oculta, casi inexcrutable) de la literatura. Recuerdo el tedio asumido voluntariamente algunas tardes de verano consistente en intentar dar por terminada la lectura de una novela (¿novela?) de Robbe Grillet titualada La celosía con la intención, tan estimulante como inexplicable a la luz del presente, de contarlo a los amigos y de presumir de haber doblegado, al fin, uno de los textos emblemáticos del "nuevo novelista francés". Confieso que de aquella propuesta narrativa leí con placer y con pasión tres novelas: La modificación, de Buttor (a propósito de esa experiencia reflexiona, por cierto, el narrador de Verano, mi última novela) y El planetario e Infancia, de Nathalie Sarraute. Las tres eran (son) textos con cierto grado de experimentalismo, ciertamente. Pero sustentados en una historia, atravesados por la emoción sentimental y no sólo estética. Es decir, en el binomio sobre el que se levanta toda la gran literatura: palabra reveladora y vida. Ojo: que nadie se equivoque. No pretendo equiparar la llamada estética nocilla con determinadas literaturas experimentales propicias a provocar en el lector el tedio, el desconcierto o el cabreo. En absoluto. Lo que afirmo es que es muy discutible que sea una consecuencia objetiva, inevitable y saludable de la era Internet y de las conquistas y transformaciones que en la comunicación ha creado el llamado ciberespacio. Diré más: hoy podemos encontrar en las mesas de novedades de las librerías auténticas obras maestras, leídas y degustadas por miles de lectores, que se sustentan en el canon tradicional y que tienen como núcleo estructural una historia, un argumento, una trama que pasa a ser materia literaria a través del lenguaje. Grossman, Barnes, Ford, Nemirovsky, Marai, Auster, Williams, Conti, Vargas Llosa.... La lista de nombres sería, a este respecto, interminable.
Preguntas que se me ocurren: ¿no será que, a veces, tras la defensa a ultranza de la fragmentariedad existe una latente (o real) incapacidad para construir una historia, sea cual sea el lenguaje que la alimente? ¿Quién no nos dice que en la asimilación objetiva de determinadas fórmulas experimentales con la era Internet no hay una renuncia a hacer novela con los ingredientes e innovaciones que ese mundo nos ofrece, pero construyendo textos narrativos con vida, que emocionen, que apasionen, que nos mantengan atrapados de principio a fin?
Las respuestas, se las dejo al lector. O a un futuro artículo de este escritor "Al margen". Sed felices y leed mucho este verano.
miércoles, 25 de junio de 2008
De amigos e intereses en la poesía contemporánea: dos homenajes
MANOLO Y SU POESÍA
El acto fue muy emotivo y tanto nuestras intervenciones como la lectura de poemas de Echanove se desarrollaron con el telón de fondo de la memoria de un escritor y de un poeta irrepetible, de una figura inseparable de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. También con la presencia de Anna Sallés, su compañera, y de Daniel Vázquez, escritor e hijo.
Yo viví algunos años metido en la poesía de Manolo y, gracias a la decisión de trabajar en un ensayo sobre ella, tuve la fortuna de conocerlo, de hablar con él largamente de poesía, de política, del mundo literario, de sus miserias y de sus grandezas. De aquellas conversaciones y de no pocas lecturas y metabolizaciones de sus poemas surgieron tres trabajos de los que me siento especialmente orgulloso y satisfecho: una edición crítica de Una educación sentimental y Praga (Cátedra, 2001), el ensayo Memoria, deseo y compasión (Mondadori, 2001) (nunca olvidaré su llamada telefónica, emocionada como la de un joven poeta ante su primer libro, una mañana de octubre, para comunicarme que la editorial le había enviado, en primicia, uno de los primeros ejemplares que habían llegado de la imprenta) y el estudio preliminar con que se abre esta última edición de su poesía reunida titulado "La poesía de Manuel Vázquez Montalbán: un decálogo y una coda".
LA JUSTICIA POÉTICA Y LA FACILIDAD DEL CRÍTICO
¿Por qué me siento especialmente orgulloso? Porque creo que con esos trabajos he ayudado, aunque sea una brizna, a restablecer la justicia literaria poniendo en su lugar a un poeta como la copa de un pino, y he saldado una deuda ética, moral, con uno de los escritores más cercanos, generosos, rigurosos y hondos con que ha contado la literatura contemporánea en castellano. Reivindicar, en los años 90 y en este comienzo de siglo, la poesía de Manolo era una obligación moral entre tanta reivindicación de medianías que jamás traspasaron la frontera de la mediocridad. O que hicieron de la poesía una atalaya cultista y separada de la vida. Lo más fácil, siempre, es teorizar sobre lo sabido, analizar la obra del poeta superanalizado y superconsagrado (pienso en Gil de Biedma, en Ángel González, en Valente, en nuestros clásicos del 27, en Blas de Otero....). Lo arriesgado, para un poeta que escribe, también, crítica, es tirarse a la plaza pública a resaltar los valores de poetas silenciados o cuestionados, lo complicado es buscar y mostrar la proteína de una obra llena de carga perturbadora (lo hice también con Diego Jesús Jiménez). Eso es lo difícil. También lo hermoso.
LO QUE ME DIJO JUAN CRUZ Y LAS AUSENCIAS
En la presentación-homenaje que celebramos en Madrid hubo muy pocos de los poetas, escritores y otras hierbas que, cuando Manolo vivía, solían saludarlo, elogiarlo, pedirle favores y apoyos, requerirle prólogos y otros trabajos. Faltaron muchos amigos (o que se decían y se dicen amigos). Me lo subrayó, en un aparte, Juan Cruz (amigo, con mayúsculas, de Manolo), que llegó a decir: "si hoy hubieran venido a homenajerlo todos los que le pidieron favores o se beneficiaron de la generosidad de Manuel, no habríamos cabido en la sala". Era cierto. Al días siguiente, Juan Cruz me escribió un mail comunicándome que había escrito, en su blog, una entrada sobre el acto. La leí y pude comprobar que lo que me dijo en voz baja había sido elevado a la condición de afirmación pública.
Ahora añado: los poetas y escritores rojos, propensos a homenajes a poetas que han pasado el rubicón del Príncipe de Asturias (Ángel González, por ejemplo), o la consagración unánime de la generación del 27 (Alberti, por ejemplo), aficionados a acudir en comandita a jalear a escritores ya mayores a los que nadie cuestionó jamás, no estaban. Ninguno. Ni García Montero, ni Prado, ni Sabina, ni Rioyo, tan apasionado lector de la obra montalbaniana (al menos, así lo predica), ni tantos otros que decían compartir, en vida de Manolo, identidades ideológicas, posiciones políticas, amores por la copla y la Barcelona del mestizaje y el espíritu crítico además de haber compartido El País, el diario en el que Manuel Vázquez Montalbán era, desde el primero número del ya lejano 1976, una firma imprescindible. Tampoco estuvo Chus Visor, el editor de Ciudad (1996) y de Pero el viajero que huye (1991), los dos últimos poemarios de Manolo. Es posible que tuvieran otras obligaciones, compromisos de índole superior. Pero... se echó de menos el mensaje escrito, el apoyo en la distancia, la solidaridad con el homenajeado.
Sí, Juan Cruz escribió en su blog lo que muchos pensaron (comenzando por Manuel Fernández Cuesta, el editor, y acabando en el propio Castellet): la generosidad de ciertos poetas con los colegas muertos es extremadamente selectiva.
EL OTRO HOMENAJE: SENTIRSE INTRUSO
Viene esto a propósito de mi experiencia en un homenaje posterior. Fue el 17 de mayo y el acto, en una ciudad del área metropolitana de Madrid, tenía como protagonista la memoria de Ángel González. Acudí porque por una suma de circunstancias acabé de participante en la mesa (junto a Almudena Grandes, Benjamín Prado, Luis García Montero, Juan Cruz, Julio Llamazares y Javier Rioyo). Yo acudí no sólo porque me invitó el ayuntamiento que lo organizaba sino porque me considero conocedor y amante de la poesía de Ángel. Porque, además, creía representar a los cientos de miles de lectores que han vivido la poesía de Ángel más allá de la figura ceñida a las noches de farra y al reducido grupo de amigos de las madrugadas madrileñas en que se centraron, con posterioridad a su muerte, la mayoría de las columnas y semblanzas que se publicaron. Y, cómo no, porque dirijo la colección de poesía que acogió la reedición de Tratado de urbanismo con lectura de Carlos Pardo (Bartleby, 2007), un libro que Ángel recibió con enorme emoción. Pues bien, tuve la sensación (algo que me confirmaron después amigos presentes en el acto) de que en aquella mesa estábamos dos escritores que, para la mayoría de sus integrantes, no lo merecíamos. Las ausencias en el homenaje a Manolo Vázquez Montalbán, se habían convertido en presencia abrumadora tendente a la apropiación de la memoria y de la obra del gran Ángel González (por cierto, poeta al que Manolo admiraba sin reservas). ¿Casualidades de la vida? Probablemente. Pero lo cierto es que tuve la sensación de ser considerado intruso, presencia innecesaria, crítico y poeta no invitado, ajeno al universo de amistades íntimas del poeta homenajeado y, por tanto, "carente de legitimidad" para hablar de él.... El otro escritor disonante, que sí fue amigo de Ángel y que subrayó, sobre todo, su tristeza (su recuerdo también era ajeno a la memoria de nocturnidades que la mayoría de la mesa puso de relieve), fue Julio Llamazares.
Al día siguiente, los periódicos recogieron lo más significativo del acto. No pocos amigos me llamaron o escribieron para expresarme su extrañeza por mi presencia en la mesa redonda. Era, para ellos, un anacronismo. La sensación que experimenté mientras compartía palabras con el resto de los poetas y escritores, la compartió buena parte de quienes me escribieron o llamaron por teléfono. Lo que, objetivamente, era algo natural (incluso hubiera sido necesaria la presencia de muchos más poetas y críticos del amplísimo universo de admiradores de la poesía de Ángel González: es lo que merece) pasaba a ser, para los observadores conscientes de la realidad literaria que vivimos, una anécdota extraña, poco acorde con la visión restringida que en los últimos tiempos se proyectaba sobre Ángel. Una pena.
lunes, 16 de junio de 2008
La crónica de un "Verano" que se escribió en diez años.
—¿Han llegado los chicos? —dijo Adela.
jueves, 12 de junio de 2008
Niall Williams, la Irlanda relegada y la Feria del libro de Madrid
En esta Feria del Libro, Bartleby Editores está participando con la última novela de Williams, Sólo una palabra tuya. Una historia de vida, amor y muerte, traducida por Beatriz Bejarano, en la que se rinde homenaje a la gran literatura del siglo XX y en la que su autor dibuja las hondas contradicciones en que se debaten los seres humanos cuando la vida los lleva a abandonar los lugares en que nacieron, donde se hicieron adolescentes e incluso alcanzaron la madurez. La Irlanda de la niebla y del verde permanente, de los pequeños pueblos detenidos en algún lugar del tiempo, de los polígonos industriales en declive, se confronta con la Nueva York de unos días de un verano caluroso, lleno de luz, en las antípodas de los veranos irlandeses.
En tiempos de tramas vaticanas, códigos da vinci, catedrales marinas y narraciones que huyen del presente como de la pólvora, acercarnos a Sólo una palabra tuya y a la vida cotidiana, profundamente enraizada en los últimos años del siglo XX y en los iniciales del XXI, que en ella se dibuja, es un saludable ejercicio. Que quizá nos sirva para contemplar nuestra literatura de hoy para constatar que, salvo raras excepciones, el presente, en España, "no tiene quien lo escriba".
Tensión narrativa, emoción estética y sentimental, metaliteratura, paisajes, meditación existencial... Todo está en Sólo una palabra tuya. Merece la pena sumergirse por unas horas en las páginas de este libro irrepetible. Como antesala de esa experiencia, invito al lector a disfrutar el fragmento con que se inicia el segundo capítulo de la novela:
"Comenzar.
Comenzar con la imagen de una mujer de pelo rubio lanzándose al azul de una piscina en pleno verano. La piscina está al final de una larga extensión de césped que parte desde la gran casa situada en el condado de Westchester, Nueva York, cerca de la ciudad con el nombre indio de Wapaqua, donde la mujer creció junto con su hermano. Ahora es la casa en la que una madre divorciada va a quedarse sola cuando, en ese mismo verano, la mujer se case y su hermano se vaya a vivir a California. La mujer se tira a la piscina y un hombre permanece de pie observándola. Es ese momento del día en el que la luz se apaga deprisa y las azules sombras de las cicutas y los cedros son alargadas. El calor del día se va pasando aunque de alguna forma permanece todavía mientras la oscuridad se cierne. El aire es pesado y denso. Las perfectas brazadas de la mujer mientras nada metro a metro son una especie de frío que resulta encantador, suave y sencillo. Nada de una forma notablemente hermosa y es como si el agua fuera su verdadero elemento, dentro del cual sólo existiera el movimiento de su cuerpo y su fluidez. Y en ese momento, justo cuando la tarde se convierte en noche, en lo alto de la casa su madre se levanta y enciende una luz. De golpe la piscina reluce con un resplandor azul y dorado que sale de las profundidades mientras la nadadora parece una criatura fantástica cayendo sobre el agua.
Pero todo esto ocurre mucho después. En lugar de eso, hay un chico, un chico tan flaco como un palo. Un chico que aún es feliz, que vive junto a la carretera a las afueras de un pueblo llamado Dun, en el oeste del condado de Clare. Su pelo es rubio, su nariz está sembrada de pecas. Sus ojos son verdes. Tiene un hermano cinco años mayor que él y una hermana, Louise, que es un bebé."
Ahí queda.
viernes, 25 de abril de 2008
HAROLDO CONTI, el amigo de Juan Gelman al que desaparecieron...
Le dije que Bartleby Editores, la editorial de Pepo Paz -a la que conoce, según me contó, por su colección de poesía-, acababa de estrenar la de narrativa con un clásico de la literatura alemana, Adalbert Stifter (Brigitta), y que era inminente la distribución a librerías de los Cuentos completos de Haroldo Conti en una edición que recogía, a modo de prólogo, un texto emocionado y testimonial de Gabriel García Márquez. Gelman me contó, como si se tratara de una experiencia conocida muy de cerca, la misma secuencia de hechos que en ese prólogo narra el Premio Nobel colombiano. Abajo la puede leer el lector curioso:
Gelman me habló de él como uno de los grandes escritores argentinos de su tiempo. No sólo como un amigo, sino como un creador de raza. También le dije que Pepo Paz había pensado en él para presentar el libro de cuentos pero que, ante el apretado calendario de actividades oficiales en que estaba metido, no parecía muy plausible tal posibilidad. Hubiera sido, sin duda, hermoso, vivir la experiencia de un Juan Gelman presentando los cuentos completos de su amigo desaparecido. Pero dejémonos de lamentaciones. Si hace algunos meses transcribí en este blog un fragmento de uno de los relatos del libro de Conti, esta madrugada, cuando tengo la certeza de que sólo me separan unas horas de vivir la experiencia de tener entre mis manos el libro con que hace año y medio comenzamos a soñar Pepo Paz y yo (yo lo soñé, todo hay que decirlo, como un imposible, como una quimera inalcanzable), ofrezco al lector, como anticipo de lo que tendrá en su poder cuando acceda al libro, el comienzo del relato titulado "Perdido". Ahí va:"Quince días después del secuestro, cuatro escritores argentinos -y entre ellos los dos más grandes- aceptaron una invitación para almorzar en la casa presidencial con el general Jorge Videla. Eran Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Alberto Ratti, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, v el sacerdote Leonardo Castellani. Todos habían recibido por distintos conductos la solicitud de plantearle a Videla el drama de Haroldo Conti. Alberto Ratti lo hizo, y entregó además una lista de otros once escritores presos. El padre Castellani, entonces tenía casi ochenta años y había sido maestro de Haroldo Conti, pidió a Videla que le permitiera verlo en la cárcel. Aunque la noticia no se publicó nunca, se supo que, en efecto, el padre Castellani lo vio el 8 de julio de 1976 en la cárcel de Villa Devoto, y que lo encontró en tal estado de postración que no le fue posible conversar con él". Gabriel García Márquez.
"El tren salía a las ocho o tal vez a las ocho y media. Recién diez minutos antes enganchaban la locomotora pero de cualquier forma el tío se ponía nervioso una hora antes. Todos los del pueblo eran así. Apenas llegaban y ya estaban pensando en la vuelta. Su padre había hecho lo mismo. La mitad del tiempo pensaba en las gallinas, que comían a su hora, o en el perro, que había dejado en lo del vecino. Para él Buenos Aires era la Torre de los Ingleses, Alem, la avenida de Mayo y, por excepción, el monumento a Garibaldi, en Plaza Italia, porque la primera vez que vino, con la vieja, se extraviaron y fueron a parar allí. Se sacaron una foto y el tipo de la máquina los puso en un tranvía que los llevó a Retiro. De cualquier forma llegaron una hora antes y con todo estaban tan excitados que casi se meten en otro tren."
Mi vida en la UVA de Hortaleza: una entrevista de Juan Jiménez Mancha
Reproduzco, a cotinuación, la entrevista que Juan Jiménez Mancha publicó, en diciembre de 2020, en El Periódico de Hortaleza . Creo que el...
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Hace algo más de una semana publiqué en el diario digital Nueva Tribuna (y después en este mismo blog) un artículo sobre el negro destino de...
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A José Donoso lo conocía como escritor, sobre todo, por dos libros: la novela El obsceno pájaro de la noche y un maravilloso ensayo/crónic...