sábado, 9 de enero de 2010

Una tardía (y bienvenida) reseña

Los días de Eisenhower es una de mis novelas más queridas. Fue publicada en el otoño de 2002, obtuvo un premio no irrelevante y me dio muchas alegrías. Ahora, una alerta de un buscador de Internet me ha traído una noticia inesperada: una crítica aparecida en la página web de la "Librería de Javier" ("Un punto de encuentro para los amantes de los libros", así se subtitula la página), un rincón, en el que creo no haber estado nunca, de Alcalá de Henares. La crítica es de ahora. Aunque no suelo reproducir en este blog las críticas y reseñas que aparecen sobre mis libros, esta vez haré una excepción dada la circunstancia de que la reseña, escrita además por un librero que ama los libros y que ha decidido hacer de su librería una suerte de templo para dar culto (en ciudad cervantina, por otro lado) a ese medio/objeto/instrumento que los más apocalípticos de la era Internet dan por muerto, tiene algo de carta que me llega desde otro tiempo.  Aquí os dejo el enlace de la reseña: Sobre Los días de Eisenhower.

Es además, un retorno a los días en que escribí la novela: finales de los años noventa, cuando todavía ni los más proféticos intuían en qué se iba a convertir el mundo virtual. De entonces prevalece mi absoluta fe en la literatura, en el poema y en la novela. Y el recuerdo de los escenarios que tuve que evocar y reconstruir: una ciudad que las excavadoras y los urbanistas de la especulación se encargaron de enterrar definitivamente: una parte de Madrid que hoy es irreconocible, que se extiende entre el barrio de la Concepción y el aeropuerto de Barajas. Menos mal, y ha ahí la magia de la literatura, que al volver a mi novela, al releer sus párrafos, esas zonas de la ciudad regresan a mí tan vivas como en los tiempos de mi memoria remota en los que la acción de la novela se desarrolla. De aquel proceso y de la historia que narré queda, además, el testimonio de una entrevista que, en diciembre de 2002, me hizo una periodista de Terra. Aunque está colgada en este blog, en la columna derecha, no me resisto a dejar un enlace para quien quiera acceder desde este post: entrevista en Terra .

5 comentarios:

Pepo dijo...

Manolo, recuerdo ahora, al leer tu post, el primer esbozo de la historia que me diste para leer en alguno de aquellos desayunos fugaces en en bar de Pueblo Nuevo. Es un privilegio, desde luego, ver al escritor con su "obra en marcha". Como también fue una alegría después ver la noticia publicada por El país, con entrevista incluida, de la concesión del Premio. Es verdad que aquellos descampados por los que transitaba el tren más allá de Canillejas hoy están irreconocibles, repletos de adosados, parques, carreteras y túneles. Pero la memoria continúa ahí, intacta, entre las páginas de tu novela...

Manuel Rico dijo...

Gracias por el recuerdo, Pepo. La novela fue inicialmente un relato largo (que no llegaba a novela corta) al que de una forma inesperada y casi mágica vi la posibilidad de convertir en novela. Y así lo hice.

Poe cierto, hay un personaje en esa novela, Valentín Eguren, periodista de sucesos y bicho de aquellas redacciones con máquinas de escribir Olivetti y ceniceros repletos de los años 60 y 70, que aparece, con un protagonismo para mí esencial, en una novela anterior, "El lento adiós de los tranvías" (Mondadori, Madrid, 1992), que, seguro, algún día rescataré.

eugenio gonzalez dijo...

Llevo algún tiempo para escribir un comentario en su blog y siempre en el último momento he desistido. Razones, ninguna, quizá un punto de pudor para entrar en un escenario que me parece muy importante para expresar un pensamiento íntimo, de la esfera personal, en el cual, el resto de visitantes se puede sentir aburrido con las batallitas personales. Mi decisión de hoy viene motivada al leer el título de su post del 9 de enero, “Una tardía (y bienvenida) reseña”. La lectura de sus libros, concretamente “Los días de Eisenhower”, “Trenes en la niebla” y “El lento adiós de los tranvías”, me han hecho sentirme protagonista, verme reflejado en las narraciones. Los lugares donde se desarrolla la trama de los tres libros, forman parte del paisaje de mi juventud –en concreto desde los cuatro o cinco hasta los veinte años; la afición a los tranvías –mi padre fue cobrador y posteriormente inspector de tranvías- es indisoluble durante toda mi vida; el cariño por los barrios de la ciudad, los pueblos que forman el Valle del Lozoya y la naturaleza que lo rodea, es la vivencia plasmada en un escrito de aquello que los chicos de mi entorno protagonizábamos todos los días; la atmósfera hostil de los años en sepia de la dictadura; el tener quince años recién cumplidos en diciembre de 1959; la vinculación con el ferrocarril directo de Madrid a Burgos, al haber trabajado familiares cercanos en las obras; el Valle del Lozoya y todo lo que en él se incluye. Incluso, también he sido “víctima” de una modesta abducción en la desaparecida estación de tren de Gargantilla del Lozoya. Era agosto de 1965, íbamos mi primo Juan -ocho años menor- y yo, desde San Mamés hasta El Tomillar, por la explanación de la vía –camino utilizado antes de la puesta en funcionamiento del ferrocarril-, donde tomaríamos el coche de línea que desde Madrid finaliza en Rascafría. La tarde era calurosa y como sobraba tiempo decidimos descansar en el fresco suelo de cemento de la parte trasera del edificio. Había una puerta abierta –el recinto estaba abandonado- en el arranque de la escalera al piso superior. Allí, durante cerca de dos horas dormimos profundamente, despertando del sopor con una fría sensación en contraposición con el calor de la tarde agosteña. Al leer “Trenes en la niebla”, he rememorado aquella tarde y los sucesos relatados en la narración como algo “posible”. Quiero también agradecer que en el desarrollo de las novelas, haya aprovechado o provocado, la inclusión de poemas que convierten el relato en prosa en algo más cercano, más sensible para el lector. Lamento si he terminado cayendo en lo que pretendía eludir, pero ha podido más la necesidad de hacerle llegar mis sentimientos que el pudor al que hacía referencia al comienzo. Un afectuoso saludo. Julio Eugenio.

Manuel Rico dijo...

Muchas gracias, Eugenio, por tu comentario. La magia de la literatura consiste, a veces, en descubrir los sentimientos de los lectores y conocer los efectos que, en ellos, tienen las novelas y los poemas que el escritor da a la luz.

Por lo que veo eres de la misma edad (año arriba/año abajo) que Diego Velarde, el protagonista de "Los días de Eisenhower". En 1959 yo tenía 7 años, ocho menos que tú, pero tengo grabado en la mente y en el corazón el sepia de aquellos años y el miedo de mis padres. Al Valle del Lozoya llegué a principios de los 70 (lo cuento en mi libro viajero "Por la sierra del agua", Gadir, 2007), cumplidos los 20 años. Pero me quedé prendido a sus paisajes y a sus pueblos hasta el punto de convertirlos en escenarios de algunas de mis novelas, comenzando por "Trenes en la niebla", y de acabar y hacer mía la casa que, en Gargantilla, comenzó a construir mi padre.
Veo que los vínculos emocionales que, a lo largo de casi medio siglo de historia y de vida nos han relacionado no son pocos. Me alegro mucho.

Me gustaría pregutnarte algunas cosas, pero este espacio no es el adecuado. ¿Podrías escribirme a la dirección de correo electrónico asociada a mi blog para facilitarlo?
Lo dicho: muchas gracias y un gran abrazo.

Ricardo Márquez dijo...

Buenos días,

Leí con gran entusiasmo la novela, llegué a sentir el ambiente gris, sombrío que describes, la vitalidad del adolescente, su mirada inocente ante lo que sucede y, sobre todo, sus desvelos cuando se trasladan a la sierra; en definitiva, una gran obra.

Mi interés fue mayor pues fui vecino de la Ciudad Lineal. Aprovecho para invitarle a ver una serie de artículos que estamos iniciando sobre aquella época.

http://historias-matritenses.blogspot.com/2010/02/las-paradas-de-la-ciudad-lineal-i.html

En el blog hay mucha documentación de los tranvías de Madrid.

Saludos.

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