

La publicación de este libro, del que tuve noticia en el mismo Calaceite, hace poco más de un año, gracias a las revelaciones de Emilio Ruiz Barrachina, autor del documental Tinta y piedra (un acercamiento al fenómeno surgido en ese pueblo aragonés alrededor de la figura de Donoso en los años 70, accesible pinchando AQUÍ). Por él accedí a un ejemplar de su primera y única edición chilena, de 1981, realizada por la pequeña editorial Ganymedes, y a partir de su lectura aconsejé su publicación en Bartleby poesía. No pocos se preguntarán por la razón que ha llevado a esa editorial a publicar los poemas de un escritor conocido como novelista. Por una razón muy simple: voluntad de ofrecer, también, la cara menos conocida de los grandes autores del siglo XX. Lo hizo, por ejemplo, con el Diario de una novela, de John Steinbeck, y lo hizo con Esa belleza, de John Berger. Por ello, no es novedad que esta pequeña y valiente editorial se lance a la edición de poemas de narradores universalmente reconocidos: ahí están los poemas de Faulkner, publicados el pasado año, o los de Raymond Carver, o los de Günter Grass, cuyo último libro, Payaso de agosto, está también en las librerías y en la Feria.
Los poemas de Donoso cuentan con un prólogo de uno de los privilegiados testigos de aquel invierno de hace casi cuarenta años: Jorge Edwards. Y con otro prólogo del propio Donoso que tiene entidad por sí mismo en la medida en que recoge la mirada del narrador chileno sobre sus propios poemas y sobre la historia de su peculiar apredizaje lírico. Sus referencias (John Donne, la Dickinson, Eliot... ) y una voluntad de despojamiento que tiene mucho de mágico en un narrador de lo complejo, se mezclan con sus vivencias personales y con sus amores y desamores. Sin duda es un libro más que recomendable. Que nos hará vivir una experiencia, la de Donoso, extraña y apasionante. Y la nuestra propia, como lectores que acceden al universo hasta ahora apenas conocido de su poesía. Feliz lectura. Mientras tanto, aquí os dejo este breve muestra:
"Deshabitados los ojos.
Vacía la piel:
trepa la yedra a la piedra
que no la siente trepar.
Es la temporada de endebles,
silenciosos huracanes.
La nube pasa,
embala el paisaje en su cáscara de frío.
La luz afila aleros y esquinas:
por súbitos trapecios de sombra
transcurre gente encorvada y de prisa,
vuelta hacia adentro como un guante,
toda superficie gastada y mal pulida"
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