Ocupé buena parte de los días del pasado agosto a leer Pelando la cebolla, el controvertido libro de memorias (y de la memoria) de Günter Grass. Ha sido una experiencia apasionante, de las que dejan huella durante largo tiempo. No por lo que ha sido piedra de escándalo, su pertenencia a las Walfen SS cuando tenía diecisiete años, un hecho que, evaluado en su contexto, no me parece relevante. Sí lo es su ocultamiento a la opinión pública a lo largo de medio siglo, pero aún así hay razones muy poderosas, comenzando por la propia actitud progresista, de compromiso radicalmente democrático, de izquierdas, de Grass durante los años posteriores a la Guerra Mundial, para entender su silencio. Si ponemos en un lado de la balanza ese silencio y en otro su contribución a las causas de los menos favorecidos, a la lucha por la libertad en la propia Alemania y en numerosos países -comenzando por la España de la dictadura-, no es difícil inclinarla hacia este último.
Por eso, lo que más me ha interesado del libro de Grass ha sido el recorrido por su geografía íntima en el camino hacia la toma de conciencia artística, literaria, tras haber vivido, en la última fase de la guerra, situaciones límite, en las que la vida y su sentido último pendían de un hilo. Su inmersión en la pintura, su pasión primera por la poesía, su conocimiento y su acceso al Grupo 47, la gestación de sus primeros relatos, de El tambor de hojalata, su novela más poderosa, su vocación de escultor a medio camino entre el marmolista y esculpelápidas y el artista que busca un camino. Todo eso, narrado con eficacia y con un controlado fervor por el idioma (la traducción de Miguel Sáez es siempre una garantía), ofrece al lector un mundo interior enormemente rico y complejo. También los pasos iniciales de una vocación artística polifacética, llena de curiosidad por el mundo, inconforme, crítica, a la altura de lo que una Historia irrepetible en una Eruropa en construcción y que se recuperaba de una herida mortal, requería de los intelectuales.
También me ha llamado la atención un aspecto poco conocido de su trayectoria: su devoción por el existencialismo, por Alber Camus, por la pugna ideológico-teórico-literaria que con él mantuviera Jean Paul Sartre, por el mundo artístico, intelectual, que, en aquellos años cincuenta y primeros sesenta del pasado siglo, situaba a París y a la lengua francesa en la vanguardia de los movimientos culturales.
Pero Grass también muestra algo que en España, quizá por la deriva repetitiva y plana que asumió la mayor parte de la literatura social de aquella época, es casi imposible plantear. Especialmente en determinados círculos que, paradójicamente, se autodenominan progresistas. Grass narra cómo simultaneaba la construcción de sus novelas y relatos, la escritura de sus poemas con la redacción de discursos para leerlos en los mítines y encuentros electorales en defensa del SPD, del partido socialdémócrata, de Willy Brandt, de un modelo de desarrollo igualitario, con un fuerte componente social, de políticas públicas. para Alemania. Sin ningún complejo, con el pleno convencimiento de que ser ciudadano consciente forma parte, de manera natural e irrenunciable, de la condición de escritor. Es una opción voluntaria, una decisión íntima irreprochable, que en nada enturbia la calidad de sus textos de creación, una apuesta existencial, artística, vital que, frente a la cultura "antimilitancia política" de la que se hace gala con pasión (y, a veces, con un enfoque excluyente, empapado de intolerencia) en mentideros literarios fácilmente reconocibles de nuestro país.
Sólo los sectarios, los "apolíticos" que suelen justificar los desmanes de la derecha y convertir en imperdonables los errores de la izquierda para acabar poniendo en el poder a la derecha (que no es aséptica, que expresa intereses económicos y valores bien definidos), descalifican al escritor, al poeta, al narrador que se pronuncia políticamente y asume un compromiso explícito con los, digámoslo en palabras de Dostoievsky, "humillados y ofendidos".
Pelando la cebolla, es, en ese sentido, un alegato en contra de los sectarismos. Porque, ¿cuántas veces hemos escuchado a significativos representantes de nuestro mundo literario descalificar, por sus vínculos con la política o por su compromiso, a determinados colegas acusándoles de "obedecer consignas" (hecho más que discutible por otro lado) mientras guardaban un silencio clamoroso ante las consignas de facto que venían de poderosos grupos editoriales, ante la concesión de dotadísimos premios cuyo beneficiario se conocía con meses de antelación, ante la consigna, implícita o explícita, de centros de poder tan políticos o más que los partidos aunque ocultos o disfrazados de medio de comunicación, de sello editorial?
Una lectura que aconsejo a todos. Incluso a los que han hecho costumbre residir en la torre de cristal donde viven los que no quieren "mancharse" con la política. Abiertamente, claro. Porque nada vive o respira al margen de la política.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Mi vida en la UVA de Hortaleza: una entrevista de Juan Jiménez Mancha
Reproduzco, a cotinuación, la entrevista que Juan Jiménez Mancha publicó, en diciembre de 2020, en El Periódico de Hortaleza . Creo que el...
-
Hace algo más de una semana publiqué en el diario digital Nueva Tribuna (y después en este mismo blog) un artículo sobre el negro destino de...
-
A José Donoso lo conocía como escritor, sobre todo, por dos libros: la novela El obsceno pájaro de la noche y un maravilloso ensayo/crónic...
2 comentarios:
Al hilo de tu comentario final ¿has contestado tú a la encuesta que ha colgado Vicente Luis Mora en su blog? Mira las respuestas de Manuel Vilas, muy interesantes, por otro lado...
Muy interesante. Me ha recordado al libro "Tadeys" de Osvaldo Lamborghini.
Publicar un comentario