
En esa tierra, en mi convivencia de años con esos parajes, nació el misterio y la zozobra que quise plasmar en mi novela La mujer muerta. ¿Acaso es tan difícil imaginar, en medio de esa inmensa superficie arbolada, en en recodo de cualquiera de los muchos caminos medio borrados por el tiempo y la zarza que la surcan, la existencia de una aldea detenida en el tiempo, en los años cuarenta o cincuenta del pasado siglo?
Las tierras misteriosas están, a veces, cerca. Como el misterio de la literatura. Como el enigma de la poesía. Como esa pasión, difícilmente definible, que a uno lo lleva a descubrir, como director de una colección de poesía, un misterio en cada nuevo libro por el que apuesta. Y a observar, con sorpresa, cómo a veces la crítica, lejos de arañar en ese misterio, se enmaraña en la convención, en el lugar común, en la afirmación gratuita. Por supuesto, sin encontrar el misterio que el editor descubrió inicialmente en el libro. ¿Por qué? ¿Porque no existía o porque el crítico ha situado el libro en el lugar de la convención, ha partido del prejucio para descalificarlo? Pienso en Billy Collins y pienso en una crítica aparecida recientemente sobre Lo malo de la poesía que elude entrar en el nucleo que da sentido al libro (en el misterio del poema, tan desasosegador como el que respira en los bosques de la fotografía). Pero de eso hablaré (escribiré) quizá mañana. Con sosiego, sin prisas. Como la suma de convenciones que una visión pretendidamente vanguardista e innovadora, buscadora de un nuevo -y viejo- dogma, se merece.
1 comentario:
Asi es. Tanto lo uno como lo otro, por ventura.
un saludo.
http://comoconamor.blogspot.com/
Publicar un comentario