De seguir los preceptos del crítico embozado, el poeta debería abstenerse de hacer crítica de poesía. En caso de que no pueda evitarlo, debería evitar hacer crítica a poetas que son críticos en el diario en el que colabora. Y a libros publicados por la editorial en cuyo catálogo haya un poemario suyo. Y a libros de autores que son amigos cercanos, lejanos o mediopensionistas. Y, por seguir con el hilván, debería hacer lo propio en las revistas vinculadas a editoriales en las que o ha publicado o quiere publicar.
Tampoco debería el poeta dirigir una colección de poesía. Y, en caso de hacerlo, pelear con fervor y tenacidad para que los libros de la colección que dirige no sean reseñados en los diarios o revistas en las que colabora. Y evitar la edición de poemarios de poetas que ejercen la crítica en las citadas publicaciones.
En el fondo, el poeta que decida hacer crítica, siguiendo tales preceptos, debería publicarla en una revista que no lea nadie (o casi nadie), renunciar a los suplementos de los diarios como autor objeto de las reseñas de otros crítico, buscar, para la edición de sus poemas, sellos editoriales marginales o desconocidos (porque en los otros siempre hay autores que pueden ser objeto de reseña y, por tanto, de favor): es decir, ser un completo desconocido con obra desconocida. Así, nadie sospechará de complicidades, de intercambio de favores, de tráfico de influencias....
Es decir: un completo despropósito. Por dos razones: la primera, porque estoy convencido de que el mejor crítico de poesía es el poeta interesado en indagar y reflexionar sobre el acto de escritura, sobre el sentido (y los sentidos) del lenguaje poético. Uno de los mejores y más rigurosos críticos de la historia de la poesía universal ha sido T.S. Eliot: nadie cuestionó, jamás -salvo algún contemporáneo receloso y resentido- el hecho de que indagara y criticara en la obra de amigos, compañeros de generación o de editorial. Es más, su obra crítica, a través, sobre todo, de su Función de la poesía y función de la crítica es, hoy, un legado teórico y reflexivo incuestionable. Y, ¿qué decir de Luis Cernuda, o de Salinas o Guillén, o de Gabriel Ferraté, o de Carver, de Paz, de Vázquez Montalbán, de Martínez Sarrión, entre otros muchos poetas que han ejercido la crítica y la labor teórica sobre la poesía? En segundo lugar, porque la objetividad del crítico no tiene otra medida que el rigor con que se acerca al libro, a cualquier libro, comenzando por los que se publican en editoriales relevantes. Renunciar a la crítica a estos últimos sería, simplemente, una traición a los propios lectores. Y la efectividad de su crítica será mayor cuando ésta aparece en un diario de amplia tirada.
Por tanto, la independencia del crítico nada tiene que ver con la editorial en la que publique ni con los compañeros de tarea en el suplemento en que sus reseñas aparecen. Es evidente que se dan casos de vulneración del principio de independencia: pero no sólo en los diarios ni en el caso de editoriales de relieve: se da en revistas pequeñas y medianas, en relación con editoriales de provincias e institucionales, en relación con la pertenencia o no a grupos marginales o semimarginales, en relación con la presencia en el mundo universitario.... Es decir, puede darse en todos los ámbitos y siempre será inevitable que haya un porcentaje de "tráfico de influencias" o "intercambios de favores". Ahora bien, el que ese hecho exista, ¿debe llevar a un diario a prescindir de nombres de poetas o críticos ya reconocidos porque publican en editoriales importantes o porque "corren el riesgo" de tener que escribir crítica a poetas que son compañeros de suplemento cultural? Sería un despropósito. Sólo el crítico no poeta y, además, desconocido, tendría, según los principios del embozado, legitimidad para hacer crítica "con independencia". Claro, debería renunciar a publicar, algún día, en una editorial importante, a criticar a autores que publican en el diario aunque hayan escrito la "obra del siglo". Es decir: deberían mantenerse en la sombra de la mediocridad, en la penumbra del desconocimiento.
Si la historia de la poesía y de la teoría de y sobre poesía y crítica se hubiera basado en tales presupuestos, no hubieran llegado hasta nosotros los más perspicaces e incisivos acercamientos a la materia poética, comenzando por el arriba mencionado Eliot. Prejuzgar, de manera permanente, posibles influencias tras el contenido de una determinada crítica o buscar relaciones que lo invaliden es errar el tiro. Vayamos al texto, a lo que se dice en él y no al prejuicio. Porque hacer lo contrario revela algo parecido a ese refrán popular que dice: "mal cree el ladrón...".
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