He corregido el texto que leí aquel terrible día de septiembre en el cementerio. Porque quiero que lo que fue un homenaje íntimo, familiar, sea el homenaje de un escritor con cierto reconocimiento hacia un hombre que formó parte de su existencia y que vivió en el anonimato, como la inmensa mayoría a la que se refiriera Blas de Otero, sin que nadie lo mencionara en un periódico, en una revista, en una publicación por mínima difusión que esta tuviera. Va por él, por Juan Carlos Rico, mi hermano pequeño:
"Yo recuerdo descampados de un barrio de Madrid, la UVA de Hortaleza, al que llegó nuestra familia en el ya lejanísimo año sesenta y tres. Veníamos de otro barrio, llamado de la Alegría, de casas bajas sin agua corriente y crecido en noches de posguerra que el franquismo había decidido demoler. Tú, Juan Carlos, naciste muy poco después de nuestra llegada a la nueva casa en el nuevo extrarradio. Corría noviembre de 1964 y llegaste muy tarde, cuando tu hermana y yo habíamos sobrepasado o estábamos a punto de hacerlo, la infancia. De algún modo, fuiste el juguete, el más pequeño de todos. A ti me unía aquella circunstancia, que me hacía sentirme, en parte, como un padre prematuro y obligado ante las interminables jornadas de trabajo del nuestro (cuando tú cumplías seis años, yo cruzaba la frontera de la mayoría de edad) y , a la vez, me separaba porque mi mundo se alejaba del tuyo cuando tú comenzabas a despertar a la realidad.
La UVA de Hortaleza en los días de infancia y adolescencia |
"También hablamos de nuestro padre, Manuel Rico Delgado, otro de los grandes anónimos que acompañaron nuestros primeros años. Me causó especial emoción, sobre todo, tu relato de la vida que compartiste con él cuando yo ya no vivía en la casa familiar. Del vacío inmenso que dejó en ti su muerte, de los días (yo ya no estaba, andaba en afanes colectivos y construía mi vida) en que te llevaba al cine, o a la UGT de Madera y Corcho (hace unos días vi, entre los viejos papeles que guardo, su carnet) recién comenzada la transición política, de la carpintería y de su entusiasmo por la libertad recuperada después de cuarenta años de miedo y de silencio, o de la fragilidad de Lucía, nuestra madre, que vivió casi veinte años más que él aunque sin sobreponerse nunca del todo al enorme hueco que quedó a su marcha.
"En esas infames tardes de hospital y gasa hemos hablado, también, de tus sueños: querías acabar la casa del pueblo, cultivar un huerto, disfrutar de una paz que te ha faltado, ver crecer y realizarse a tus hijos, trabajar sin agobios, casi como un placer. Y yo he sentido profundamente tu angustia porque mientras me lo contabas en tu mirada podía leerse que lo que decías era una forma de consuelo, de enfrentarte a tus horas más difíciles, de soñar cuando nada te invitaba a soñar. He recordado, también, un día muy lejano, quizá a principios de los ochenta, algunos años después de la muerte de nuestro padre, en que decidimos perdernos en algún pueblo de la vega del Jarama (creo que fue en Torrelaguna, o en Valdetorres) para comer juntos y charlar sobre los derroteros que tomaban nuestras vidas y de tu situación personal. Fue una velada emocionante, también dura porque me hablaste del peso que llevabas encima, de lo que había supuesto recuperarte del golpe cuando apenas acababas de cruzar la adolescencia viviendo en la casa, vacía de hermanos y de padre, con la madre sumida en una depresión profunda y hundido en la confusión y en la necesidad de buscarle un sentido a la vida. Hoy me duele no haber estado más cerca de ti, no haber sido consciente de tu dolor, de tu indefensión de entonces.
"Muchas veces he oído a personas que han trabajado contigo decir que eras, sobre todo, un hombre bueno. Incluso que eras demasiado bueno. Yo creo que nunca se es demasiado bueno. Y creo que te has ido plenamente convencido de haber obrado bien pese a los errores o descuidos que a todos nos acompañan a lo largo de la vida.
"Te has ido joven. Demasiado joven, Juan Carlos. Dicen que los escritores dejan, al irse, sus libros, sus textos. Pero por lo que he podido comprobar estos días, hay algo quizá más importante que esos legados materiales. Me refiero a lo que queda en la memoria y en la experiencia de quienes vivieron alrededor de uno. Nos dejas, es verdad, el fruto de muchos de tus trabajos como carpintero (ebanista, le gustaba decir a nuestro padre, del que heredaste tan noble profesión) repartidos por mil y un rincones de nuestro país. Pero, sobre todo, dejas lo que queda de ti en la memoria de tus hijos Juan Carlos y Raúl, quienes por encima del dolor se sienten orgullosos de su padre. Lo que queda en la memoria de Lola. Lo que queda, y perdurará, en la memoria de quienes te conocieron, de nuestra pequeña familia, de nuestros hijos.
"No te decimos adiós porque esta despedida es un hasta siempre. Descansa en paz. Llévate nuestro abrazo.
"Concluyo esta carta con unos versos muy conocidos (más de una vez los habrás escuchado en la voz de Joan Manuel Serrat) de Miguel Hernández que hablan, sobre todo, de vida a pesar de la muerte contra la que se rebela: “A las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero”. Porque, pese a la distancia de los años que nos separaban y a pesar de que durante largas temporadas no nos veíamos, yo sabía que eras, además de hermano, compañero.
Hasta siempre."
2 comentarios:
Gracias X compartir algo tan íntimo, y tan de todos. Un beso
Hermosas palabras de un hermano mayor , siempre se va lo mejor así se dice pero se agradece haber compartido momentos y vivencias con alguien especial, eso hace a una persona como Juan Carlos eterno en nuestros corazones.Gracias por compartir estas palabras con todos los que le recordamos.
Publicar un comentario