Encuentro "Poesía y paisaje" en Pozoblanco. Primavera de 1997 |
De izquierda a derecha, Diego Jesús Jiménez, Esperanza, Manuel Rico y Félix Grande. Nochevieja de 2005 |
Con Félix se fueron también los rescoldos de otros, mayores de edad que él, pero inseparables de mi goegrafía sentimental y literaria: Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, José Agustín Goysitisolo, Carlos Barral.... muertos previos y ceniza. Se fueron las historias, que tan bien contaba, de Oliver, donde Paco Umbral, Juan Benet, García Hortelano, probablemente en mesas separadas, quizá enfrentadas, debatían de narrativa, de vanguardias, de Faulkner o de Hemingway, los dos extremos referenciales de las opciones estéticas que representaban. Se fueron también los rescoldos de las terturlias poéticas del Café Gijón, los años últimos de La Estafeta Literaria, el reverencial deslumbramiento ante la revista Ínsula, llena de historia democrática y literaria, y los años más recientes de Nueva Estafeta, entonces dirigida por Rosales....
Juan Carlos Mestre, Alejandro López Andrada y Manuel Rico |
Con Félix se fueron (porque era inevitable) mis asiduas visitas a la casa de los libros en la calle Alenza, y las noches de vino y debate, los sueños a cumplir en el logro de la obra maestra y de la canonización que muy pocos alcanzarían, los cuadros de Lorenzo Aguirre, el relato emocionado y casi iracundo de Paca hablando de los años del hambre, del garrote vil que Franco aplicó a su padre, de la Chiquita Piconera o del "último mohicano" que llenó un poema de emociones, de vida, de memoria íntima y colectiva, de verdad. Se comenzaron a marchar las cenas de Nochevieja (¿cuántos años?) en nuestra casa, con Diego Jesús unas veces, otras con Guadalupe y con otros amigos. Ya hace tiempo que las tardes de reflexión y poesía, de literatura y política, de lecturas inacabables dejaron de ser, fueron cayendo en el abismo gradual conde crece el olvido.
Los más jóvenes soñábamos con los mayores, con los que ya estaban en las antologías y nos traían la tradición sobre sus hombros vivos y combativos todavía. Había una continuidad que se remansaba en cada tertulia, en cada lectura, en cada debate... .Todos o casi todos vivían y creaban cuando los de mi generación empezábamos. Teníamos a los maestros que habían entrado en el libro de literatura como dioses cotidianos y accesibles. Vivían la plenitud y la madurez y nosotros la devoción y el aprendizaje. Noticias de Ángel González y sus noches de vino y bolero, noticias de Gamoneda a través de un Blues castellano apenas conocido, un Gamoneda todavía sepultado en la provincia por intereses ajenos a la poesía y que llegaría a Madrid, a los foros más notables, a partir de Lápidas y, sobre todo, de Edad, la poesía completa que editó Cátedra bajo la batuta de Miguel Casado, noticias de Granada donde la Otra Sentimentalidad nacía y a la sombra alargadísima y honda (no todas las sombras son hondas) de Federico comenzaban a publicar los amigos, los de la misma edad que cumplíamos en Madrid con nuestra condición de coetáneos y de apasionados por la poesía. Hablo de Luis García Montero, con quien polemicé a propósito de otro granadino, Javier Egea, a quien solo conocí en la distancia del poema y de otras lecturas, Rafael Guillén, ya maestro entonces, hablo del redescubrimiento de un realismo que mezclaba subjetividad y preocupación colectiva, que miraba a Italia y a Pasolini y a Pavese y a los narradores del neorrealismo. Hablo de la memoria, casi apagada de un muerto jovencísimo, casi adolescente, como Pablo del Águila, amigo de de Félix, visitante ocasional de la casa de Alenza, de quien Bartleby publicará la obra completa en unos días. Y hablo de los amigos de Madrid, de los que pugnábamos por publicar algún poema en Cuadernos, o en una revista recién nacida, o por ver editados nuestros primeros libros en Hiperion, en Visor, entonces proyectos nuevos, vivos, todavía no agrietados por el tiempo y las sevicias institucionales, en Endymion, donde el enorme Jesús Moya cuidaba de su sótano en Cruz Verde y alimentaba gatos y poetas.... Fernando Beltrán, José Carlón, Adolfo García Ortega, Juan Carlos Suñen, Jordi Virallonga (venía de Barcelona y sinTaxis), Antonio Jiménez Millán (venía de Granada), Amalia Iglesias, Juan Carlos Mestre, Rogelio Blanco, Blanca Andreu lejana y triunfadora con un Adonais más que memorable... Jóvenes de entonces que hoy nos miramos en el espejo descubriendo las huellas de la edad y el aura de una orfandad naciente.
Son tantos los huecos.... Es ley de vida. He tenido el privilegio de convivir y crecer literariamente con todos ellos, pero cuando Félix se fue hace tres años, tomé conciencia de que del mundo que había vivido tan intensamente y los mundos que dentro de él crecieron empezaban a dejar el espacio de la realidad para ir recluyéndose lentamente en el de la memoria. Hablando con algunos de mis amigos poetas nacidos en los cincuenta compruebo que compartimos una sensación: durante décadas nos hemos sentido "jóvenes poetas" (incluso ahora yo mantengo esa sensación). Y el misterio de esa rara conciencia prolongada no era otro que la presencia viva y amiga de los maestros. Pero se nos han ido yendo poco a poco dejando un vacío difícil de colmar. Nos han dejado huérfanos. Se llevaron el mundo que nos dio experiencia, felicidad y mitologías necesarias para sobrevivir. Y nos quedamos algo más solos.
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