miércoles, 5 de octubre de 2016

Entre Hitchcock y la "belle époque": hotel Belvedère de Rayon Vert

La fachada frontal del hotel
El pasado mes de febrero, en mi viaje a Collioure para impartir una conferencia sobre Antonio Machado y acompañado de E., recorrimos en tren el espacio que separa  el pueblo donde reposan los restos del poeta y Portbou, la localidad fronteriza donde vivió sus últimos días Walter Benjamin. Fue un viaje emocionante y de él quedaron algunas huellas fotográficas que pasaron, en algún caso, a las redes sociales, y en otros a mi particular catálogo de imágenes preferentes. Entre ellas, algunas fotografías de la estación “internacional”, del monumento, volcado sobre el mar, que con la denominación de "Memorial", el israelí Dani Karavan dedicó a Walter Benjamin y algunas perspectivas sobre la bahía y la playa de Portbou. Tras recorrer el pueblo, decidimos buscar un lugar donde comer en uno de los pueblos próximos. En razón del horario de trenes, optamos por trasladarnos a Cerbère, el municipio fronterizo por parte francesa.

Caminamos, por estrechas calles en las que se mezclaban viejos y nuevos edificios de dos plantas, hasta la playa y allí nos acomodamos en el único restaurante abierto aquel sábado de febrero: una pizzería mirando al mar en la que no había más de tres o cuatro comensales.

Crebère es un pueblecito de veraneo que, aquel día parecía en letargo a la espera de los días mejores de la primavera. Por eso, lo recorrimos con cierta premura. Había pocos edificios que nos interesaran…. hasta que, de vuelta a la estación, nos dimos cuenta de la presencia de un edificio volcado sobre las vías ferroviarias, en plena curva de salida de la estación, que tenía algo de fantasmal. Y de gótico y cinematográfico. Como una suerte de barco varado en la altura, con las ventanas y los balcones asomados a las vías, su frontal curvo, casi semicilíndrico, mostraba una fachada blanqueada no hacía mucho en la que podía leerse con dificultad “Belvedere”. El hotel, al que el arquitecto León Baille dio forma de paquebote inmenso, tiene algo de arquitectura híbrida entre los sueños de Dalí y la escenografía de Hitchcock en Psicosis y su visión, asomado, casi precipitado sobre la vía del ferrocarril, produce un efecto similar al de las pesadillas. Uno piensa en las ventanas de las habitaciones volcadas sobre las vías, sobre el tendido de la electrificación de los trenes y se explica difícilmente la razón por la que su promotor, Jean-Baptiste Deleón, decidió levantarlo en ese lugar. Cierto que al otro lado está el Mediterráneo, un mediterráneo hermoso y lleno de significados que se prolonga hacia Collioure, pero lo que produce inquietud, hasta cierto punto una sensación de incomodidad (imaginar a los inquilinos despertando a media noche con el sonido de los trenes o pensar en el dudoso atractivo del paisaje que aguardaba a quien se asomara a la ventana en cualquiera de las habitaciones que asoman a las vías no parece una experiencia agradable) es esa fachada trasera que parece desafiar al ferrocarril.

El hotel, construido en estilo art decó, se levantó entre los años 1928 y 1932 y fue un modelo de modernidad para la época. Tenía como función permitir a los viajeros que esperaban el cambio de ejes de los trenes que se dirigían al interior de Francia o a otros países de Europa pasar la noche en Cerbère, en las proximidades de la estación. Uno se pregunta si hubo alguna etapa en la que vivió lo que conocemos como "tiempos de esplendor". He consultado documentos diversos en el mundo complejo de Internet y ha llegado a una conclusión: vivió su edad de oro hasta nuestra Guerra Civil. El cierre de fonteras que se desencadenó con ese motivo hizo imposibles los viajes de España hacia Francia y viceversa, lo que llevó a vaciar de potenciales viajeros la estación y a vaciar el hotel. Después de la guerra estuvo abierto hasta 1983, pero sin que llegara a alcanzar en ningún momento el esplendor previo a 1936. En 1987, el ministerio de cultura de Francia lo declaró "monumento protegido" como legado arquitectónico a mantener para las siguientes generaciones. Sus espacios rehabitlitados son, al día de hoy, el comedor, la vieja sala de cine y el bar. Confiamos en que se acaben restaurando las pinturas murales que realizó José Zamora, un artista plástico nacido en Madrid en 1889 y muerto en Sitges en 1971 que estuvo alojado durante un tiempo en el hotel y a cuyos propietarios pagó la estancia con las propias pinturas.


Su visión, en el horizonte, como una aparición fantasmal, nos habla de un tiempo de sueños cosmopolitas, de lujos y hedonismo que quizá tuvo mucho que ver con los gozos y despreocupaciones del la "belle epóque", algo con lo que acabó la crisis económica del 29, que llegó de modo tardío a Europa, la Guerra Civil española y, por supuesto, la invasión nazi de Francia, que convirtió todo el espacio fronterizo con España en un inmenso campo de concentración que acogería, entre otros muchos, el éxodo y la muerte de Antonio Machado y de Walter Benjamin. Hoy, el hotel Belvedere aloja anualmente, en el escenario "a la italiana" de su salón de actos y desde 2005, un encuentro anual sobre cine en el que por unos días vive el reflejo de los antiguos esplendores. En tanto encuentra otro destino, seguirá ahí aguardando la reacción de otros viajeros que, como el que suscribe, se sientan entre asombrados y cautivos por ese barco de hormigón que parece irrumpir del horizonte mediterráneo para volcarse, como un guardián de otros tiempos, sobre las vías de un ferrocarril que enlaza Cerbère con Europa al norte, con España al Sur, como una realidad soñada o como una arquitectura imposible surgida de una pesadilla.


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