miércoles, 2 de mayo de 2012

"Fugitiva ciudad". ¿Una realidad anticipada? Una reflexión y dos poemas


En febrero, o marzo del año 2000 feché los primeros apuntes de poema de Fugitiva ciudad, el libro que pronto estará en librerías con la faja del premio Miguel Hernández 2012. Sin embargo, entonces no sabía que había comenzado a escribirlo: desconocía si aquellos poemas tendrían la compañía de otros con el mismo aliento de fondo y no podía asegurar que aquel impulso creativo no acabara embarrancado al cabo de un par de meses. ¿Pensaba en un libro? Sí, pero no estaba seguro de que se compusiera de aquellos poemas. Tampoco de lo contrario. Todo era confusión, dudas, salvo el sentido que creía debía dar al libro de poemas que tenía en la cabeza.

Pensaba en un libro que indagara en el cambio de siglo. Que tocara las incertidumbres, los deseos, la memoria, los sueños y las frustraciones de quienes, hombres y mujeres nacidos en el siglo XX pero con la perspectiva de vivir buena parte del XXI, habían crecido fundidos a un tejido de emociones, de recuerdos, de experiencias, de lecturas y de deseos no cumplidos que podían derivar en decepción o escepticismo aunque también en mirada esperanzada. "Quiero escribir un libro de poemas que refleje mi experiencia de la transición de un siglo a otro", me decía.

De manera irregular, fueron surgiendo nuevos poemas: en el metro, en el autobús, en algún viaje en avión, en mis estancias de fin de semana en el valle del Lozoya, en mis noches en vela en Madrid o en los septiembres mediterráneos, surgían mis miedos e incertidumbres, mis recuerdos de adolescencia y, sobre todo, mi experiencia de una ciudad cambiante, de un Madrid cambiante en el que mis calles de infancia y de adolescencia se fundían con las calles mutantes del nuevo siglo: los hipermercados, los polígonos industriales, los modernos trenes de cercanías, los centros comerciales como espacios para el ocio, los teléfonos móviles....  iban invadiendo nuestra vida cotidiana, mutando una ciudad hecha de escenarios habitados por hombres y mujeres confusos y desvalidos, por jóvenes enamorados y, a la vez, temerosos del propio amor. Allí estaba el tiempo a detener, a trascender en poema.


Calle de Oporto. Foto J. M. Rico
En aquellos poemas fue asomando la Historia colectiva (la caída del muro de Berlín, el recuerdo borroso, heredado de mi padre, de la huelga de tranvías de Barcelona en los años 50, la muerte de Gramsci y de Benjamin, el descubrimiento de ruinas de una arquitectura carcelaria de postguerra), pero también mi historia íntima, mi percepción de la relación erótico sentimental con una música de fondo anclada en mi adolescencia pero viva hoy, décadas después (hablo de Joan Manuel Serrat, que nos ha acompañado en este tiempo, que hoy nos acompaña) y algunos muertos próximos y vivos para siempre: Diego Jesús Jiménez, Manolo Vázquez Montalbán, Dulce Chacón.... De esa historia han formado parte otras ciudades a las que en este tiempo he viajado y he vivido de manera inevitablemente fugaz, fugitiva: Frankfurt, Oporto, Roma, Varsovia, Berlín, Viena.... Ciudades con historia y con Historia, pero de las que en el poema quedaron sensaciones de paso, atmósferas, alguna conversación (uno de los poemas más queridos es el que escribí a propósito de una larga sobremesa con Juan Gelman, en el restaurante de la Ópera, de Frankfurt)

El pasado 21 de abril, en la ciudad de Soria,  tras una lectura colectiva el Casino, Martín Rodríguez Gaona me dijo que en mis poemas había un aire que venía de Hopper. No me hizo falta recapacitar mucho sobre ese extremo. En efecto, ahí está Hopper, esa mirada de base realista que se difumina en los bordes, que se troca en angustia y soledad en los seres humanos que aguardan en habitaciones de hotel, junto a gasolineras sin nombre, asomados a una ventana... Pero también estaban los residuos de mis lecturas de algunos poetas americanos que en esa década larga han aparecido en Bartleby Poesía: C. K. Williams, Sharon Olds, Billy Collins, Raymond Carver...

Pero hay un fenómeno curioso, que habla de ese extraño poder anticipatorio que, a veces, cabe otorgar a la poesía: el extrarradio, los espacios industriales, los barrios de viviendas oficiales... que en los poemas evoco proceden de un tiempo en blanco y negro, de mis recuerdos de adolescencia y primera juventud: el Madrid de los 60 y de los 70. Fueron escritos, sin embargo en unos años de euforia económica, de burbuja inmobiliaria, de crecimiento sin límite y de reducción del desempleo a niveles casi testimoniales. Al menos hasta 2008, ése fue el trasfondo emocional, anímico y sociológico, en aquellos poemas de tonos otoñales y mirada empañada por una melancolía que los acercaba al blanco y negro mientras en mi entorno, en el propio país (y, más allá, en Europa) se vivía un optimismo sin límite.

Ensanche de Vallecas. Madrid. Descampado con torres.

Sin embargo, en los últimos años, la realidad ha ido cobrando los contornos que los poemas dibujan: la ciudad es más fugitiva que nunca, el desempleo enturbia las miradas, los polígonos industriales "recuperan" la escenografía de la crisis que yo evoco, los barrios, en cuyas plazas no es difícil ver a parados de larga duración, a jóvenes excluidos, a viejos con la mirada perdida (no pocos, "condenados" a ayudar con su magra pensión a hijos y nietos), en los grandes centros comerciales no es difícil identificar a quien duda si llegará, con sus ingresos, a fin de mes. Muchos poemas de Fugitiva ciudad, escritos en 2004. ó 2006, anticipan la ciudad de hoy, el Madrid de hoy, una ciudad asustada, temerosa por las consecuencias de la crisis, resignada ante políticas de recortes que pueden marcar la cotidianidad de las generaciones que nos aguardan. Los poemas no han necesitado acercarse a la realidad de hoy: ha sido la realidad la que ha penetrado en los poemas, los ha convertido en tiempo significante que habla del presente. El Madrid de finales de los setenta y principios de los ochenta, el de la crisis económica de mediados de los noventa... telón de fondo de buena parte de los textos de Fugitiva ciudad es la ciudad de la primavera de 2012, de estos días sombríos y amenazantes.

Dos poemas de Fugitiva ciudad

De la "cocina" del libro, de ese trabajo extendido a lo largo del tiempo y recluido en una carpeta que es, en el fondo, la radiografía anímica de algo más de una década, rescato dos poemas. Reproduzco el borrador con las correcciones "en vivo¨ y, debajo, el poema tal y como aparecerá en el libro. Ahí quedan.



Entre las fábricas
duerme el domingo por la tarde, duerme
la soledad
como un viejo lagarto nutrido por el humo
que se adueña del aire mientras llueve.

Y los bares cerrados, y las fuentes sin agua
y los coches sin dueño, cual metales
ya muertos: se respira en el ambiente
el olor del aceite muy usado,
de papeles podridos durmiendo en los rincones
que las tapias perfilan y la hierba alimenta.
                                                                        Huele a usura
y a chaquetas gastadas en los codos.

He visto la  trastienda
del polígono industrial en los días
festivos: al fin huérfano de vida y mercancías,
huero de movimiento y de palabras, nos ofrece
un desierto de muros y puertas con alarma,
de caminantes solos, desorientados
en medio de un silencio de polvo y soledad.

En el Madrid sin nombre, en el hondón en sombra
del Llobregat, junto a la vieja ría
de una ciudad del norte, en las calles perdidas
de Londres o Milán, o en las afueras
manchadas por el gris de Varsovia o de Praga
hay lugares inversos
como éste, hay domingos callados
que duermen a la espera del retorno, hay ventanas
enmudecidas hasta el lunes desde el último sábado.
                                                   (Día no laborable en el polígono industrial)




He visto a la que busca
el gozo entre las sombras,
la luz de primavera.

La he visto en un McDonalds
cuyas anchas ventanas
dan a un jardín espléndido y llovido.

La bolsa donde guarda una modesta compra
duerme junto a la silla
y sus manos, todavía olorosas
a nivea, se acercan a otras manos,
que serán siempre anónimas,
que la acogen y salvan. Su mirada
llueve melancolía y busca
el paraíso en los ojos del hombre
cuyo nombre es secreto.
                                            Es madura
y no amada hasta esta tarde de abril
en que sueña entregarse
al amado a escondidas,
a una felicidad de tránsito.
                                                   (Amantes)

1 comentario:

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Enhorabuena, Manuel. Ya sabes que me gustan tus escorzos urbanos. Abrazos!

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