Recuerdo una anécdota de Pepe Hierro de hace muchos años,
quizá de 1996 ó 1997, que expresa de manera muy gráfica cómo vivió el poeta las
prescripciones médicas durante los últimos años de su vida. El humo del tabaco
era veneno puro para el enfisema pulmonar que padecía desde hacía tiempo.
Y Lines, su mujer, y Marian, su hija, vivían con gran tensión sus permanentes
vulneraciones de la prohibición. Un día que hoy me parece remoto, con motivo de
la celebración del “doblete” premio de la Crítica y Premio Nacional de Poesía a
Itinerario para náufragos, de Diego Jesús Jiménez, el premiado y Társila, su
mujer, organizaron una cena en su casa. E. y yo llegamos antes y estuvimos
charlando un buen rato con los anfitriones. Los invitados fueron llamando al timbre (Carlos
Sahagún, Juan Carlos Mestre y Aleja, Félix Grande, Lupe y Paca Aguirre….) y
unas veces Diego, otras yo, les abríamos la puerta. A E. y a mí nos tocó abrir
a Pepe, que llegaba con Lines. Ella se adelantó y Pepe se detuvo
junto a mí para decirme algo al oído. Cuando Lines estuvo dentro de la casa, me
dijo algo así como: “Si me das tres cigarros te regalo un dibujo”. Yo entonces
fumaba como un carretero y él tenía por costumbre entretener las conversaciones
de las sobremesas con dibujos que coloreaba no sólo con los rotuladores que
solía llevar en el bolsillo de sus grandes camisolas, sino con los más diversos
vinos y licores que habían regado la comida o la cena. Hoy, su dibujo cuelga en
mi cuarto de trabajo.
El pasado jueves, 24 de mayo, tuve el honor y la fortuna de compartir, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, mesa y debate con Juan José Lanz, Antonio Ortega, Luis García Jambrina y Túa Blesa sobre la valoración crítica de su poesía. De entre los muchos aspectos que se valoraron, hubo uno que creo imprescindible destacar y que iba implícito en una de las preguntas que Jordi Doce,
moderador del debate, puso sobre la mesa. A los interrogantes con que se abrió el coloquio ("¿Cuál es la estimación crítica de que goza la obra de José Hierro en estos momento? ¿No se le está tratando quizá con cierta indiferencia, como un poeta cuya valía nadie discute, pero al que quizá no hace falta «estudiar» o releer críticamente? En otras palabras, ¿no se le está dando muchas veces por sabido (o leído)?") yo respondí con cinco razones a mi juicio claves para entender el fondo de las preguntas de Jordi.
La primera, afirmando que la obra de Hierro ocupa un lugar indiscutible en la literatura española del siglo XX. Nadie la cuestiona. El premio Cervantes no sólo dio carta de naturaleza a la altura de su poesía, sino que estableció un "statu quo" a su obra que ningún crítico, ni siquiera los que se han mostrado muy alejados de la estética de Hierro, discuten. Hay cierto silencio, sí. Pero un silencio parecido al que al día de hoy envuelve la obra de poetas como Gerardo Diego, o algunos grandes nombres del 27, o a Blas de Otero.
De otro lado (segunda razón), Hierro fue un poeta sin generación Nacido en 1922 era más joven que la mayoría de los poetas de la primera Generación de postguerra, más joven que Otero y Celaya y más viejo que los sucesores de la Generación del 50 (González, Gil de Biedma, Valente). Y, lamentablemente, la crítica, sea académica sea periodística, suele estar muy apegada a las categorizaciones generacionales. En el fondo, se da por sentada la calidad y la importancia de la poesía de Hierro. Y si no es así, se guarda silencio: no hay un utillaje teórico generacional para cuestionarlo.
Pepe Hierro fue (tercera razón), además, un poeta "mestizo" en el aliento de fondo de su obra: no fue un poeta sólo social. Fue un poeta en el que lo íntimo y lo colectivo se integraron y mezclaron. Que nadie se equivoque: no infravaloraba la poesía social (recuerdo que una vez le pregunté su opinión sobre Blas de Otero: su respuesta fue contundente: "el mejor", dijo), sino que reconocía la presencia en su poesía de Juan Ramón, de Lope, de Quevedo, de Antonio Machado, además de valorar las grandes conquistas de los poetas del 27. Eso significa que en un tiempo de confrontación, para entendernos, entre la estética más próxima a la revista Espadaña y el garcilasismo, él no estaba en ninguna de esas trincheras. Eso dificulta el tratamiento crítico de su obra: no olvidemos que la crítica, en gran medida, se alimenta en la confrontación entre estéticas, en el argumento y en el contraargumento.
Por otra parte (cuarta razón), Hierro, extremadamente sensible para respirar e identificar los vientos de la modernidad, extremadamente sutil en la elaboración de cada poema, anticipó el cambio estético que protagonizaría la llamada "generación del lenguaje" con su Libro de las alucinaciones (1964) y lo ahondó en libros memorables como Agenda (1990) y, sobre todo, en un poemario lleno de complejidad, de contemporaneidad, de dificultad y transparencia a la vez, Cuaderno de Nueva York. Eso le convierte en un poeta inclasiflicable y difícil de abordar para una crítica acostumbrada a lo previsible. José Olivio Jiménez, Dionisio Cañas o María Pillar Palomo, Gonzalo Corona, Juan José Lanz han sido, sin embargo, algunos de los críticos y profesores que, con mayor hondura y precisión, se han acercado a ella.
Por último, no conviene olvidar el trato que le dieron a Pepe Hierro (después se lo darían a Antonio Gamoneda) algunos significados miembros de la Generación del 50, magníficos poetas por otro lado. Del silencio de la mayoría a la descalificación de Carlos Barral o de Valente (quien le llegó a reprochar, de manera indirecta, su trabajo, en los años 50 y 60, en la Editora Nacional, o, hasta 1987, en Radio Nacional), juicios que tienen mucho que ver con el origen social de buena parte de los poetas de la generación del medio siglo, especialmente los de la Escuela de Barcelona. Son ciudadanos con la vida resuelta, niños de la guerra a cubierto de una guerra que en sus memorias y novelas algunos recuerdan como un "tiempo de felicidad", y adolescentes de buena familia en la posguerra. La ironía, la crítica corrosiva a la popia clase de origen (Gil de Biedma sobre todo) no existe en Hierro. En todo caso, su ironía está cargada de ternura, de compasión, de dolor y.... ¿por qué no?, de miedo. Juan José Lanz refleja, en la "Cronología" que escribió para Agenda, la poderosa razón de fondo de esa tristeza, de esa visión dolorida: "1939. En septiembre, ingresa en prisión, acusado de pertenecer a una red clandestina de ayuda y socorro a los presos, y recorre las cárceles de Santander, Comendadoras (Madrid), Palencia, de nuevo Santander, Porlier y Torrijos (Madrid), Segovia y Alcalá de Henares. Es procesado dos vec es y, finalmente, se le condena a doce años y un día de reclusión, per abandona la cárcel en enero de 1944. A los pocos días, muere su padre".
Termino recomendando un magnífico libro extrañamente (o no tan extrañamente) silenciado sobre la vida y la obra de nuesto poeta. Su autor es Pedro J. de la Peña y su título es José Hierro. Vida, obra y actitudes. Está publicado por la Universidad Popular José Hierro de San Sebastián de los Reyes. Apareció hace tres años y su lectura es una tarea imprescindible para quienes quieran adentrarse en la poesía (y en la prosa, y en la pintura) del poeta madrileño de nacimiento y cántabro de adopción.
2 comentarios:
Valen tanto sus silencios como sus libros. ¿Cuántos años se mantuvo callado hasta la publicación de Agenda? Recuerda ud los comentarios en la prensa de Umbral tras la muerte de Pepe Hierro?
Tengo por casa una de las primeras ediciones de "Cuanto se de mi" con una dedicatoria a un presumible medico que lo trató en tiempos. Me lo regaló un conocido que compró en una librería de viejo libros por kilos para rellenar unas estanterías. Los viajes de los libros son algunas veces insondables. Salud.
Yo tuve la ocasión de ejercer de (inmoderada) moderada en un encuentro con José Hierro aquí, en que su interlocutora era Marta Pisacongarbo... que le llamaba Ángel González. ¡Calcula!
Entrada necesaria, como todas las que vienen de aquí.
Un beso!
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