lunes, 9 de abril de 2012

La novela póstuma de Ana María Navales, en la estela de Virginia Woolf

Hace tres años falleció Ana María Navales. Tengo que reconocer que fue mi primer puente hacia el mundo literario de Aragón, la puerta que me abrió el paso a un realidad hospitalaria, entrañable, de la que no tardé en enamorarme. Después vivieron Manolo Vilas y María Ángeles Naval, José Luis Calvo Carilla, Raúl Carlos Maicas, Carmen Peña, diversos cursos de la Universidad de Zaragoza, Jaca, Huesca, el Moncayo y Trinidad Ruiz Marcellán (a quien conocí en Soria años después), Manolo Forega, Miguel Ángel Yusta, Antón Castro, tantos otros.... En este blog dediqué un pequeño homenaje a Ana María cuando supe de su desaparición. Hoy vuelvo a ella para celebrar su vuelta de la única forma que vuelven a nosotros los escritores que se fueron: con su obra. En este caso, con una nueva novela, recién editada por Bartleby Editores.

Ana María Navales no sólo fue. para mí, el primer puente hacia el mundo literario aragonés, fue también la intermediación con el universo Bloomsbury, con la matriz de la vida y la obra de Virginia Woolf. Ese mundo, lleno de sugerencias para quienes amamos la literatura, un mundo edificado en el barrio londinense que se extiende al otro lado del Museo Bitánico y entre dos guerras mundiales, tuvo algunos protagonistas de excepción: junto a a Virginia, de él participaron, entre otros, grandes figuras de las letras universales como  el novelista y ensayista Edward Morgan Forster o la escritora Katherine Mansfield, de la  filosofía, como Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, de la crítica de arte, como Roger Fry y Clive Bell, o de la economía como el  hoy tan reclamado por los sectores políticos más progresistas  John Maynard Keynes.  Sus Cuentos de Bloomsbury, sus ensayos recogidos en el volumen La lady y su abanico,  junto a otros muchos trabajos de creación y de análisis, tuvieron en el círculo de Bloomsbury y, sobre todo, en la azarosa vida de Virigina Woolf, su principal fuente de inspiración.

A su muerte, Ana María dejó una novela inédita, novela que ahora, con prólogo y esmerado trabajo de edición de la poeta Marta Agudo, publica Bartleby de manera casi primorosa en su colección, con nuevos diseño e imagen, de narrativa. Su título, El final de una pasión. La escritora recrea (imagina, construye) en ella los meses finales de la vida de Virginia Woolf, a través de la indagación en las incertidumbres, miedos, insatisfacciones y deseos que marcan su relación con el mundo circundante, especialmente con los seres más cercanos y queridos (a veces, odiados). Entre esos seres juega un papel fundamental la hermana de la novelista, Vanessa Bell, pintora y también integrante del círculo Bloomsbury.

La narradora de El final de una pasión viaja a los paisajes de la escritora inglesa, nos cuenta su visita a Hamp Spray, la casa en que vivieron Dora Carrington y Lytton Strachey, frecuentada por las hermanas Woolf y por sus respectivos maridos, nos contagia su obsesión por cuantos objetos rodearon la vida de la novelista , por la naturaleza brumosa y húmeda que rodeaba la granja, por las colinas de los alrededores. La narradora recorre las distintas habitaciones de la casa, nos contagia de su empatía con el ambiente que acogió la cotidianidad de Virginia y descubre una colección de cartas que había guardado Vanessa, la hermana pintora, para que las leyera alguno de sus hijos, en las que ambas hermanas intercambian estados de ánimo, pugnas, ideas sobre la creación y la vida, sobre el amor y las relaciones sexuales, sobre un presente que, en aquellos meses de la primera mitad de 1940, se veía ensombrecido por la Segunda Guerra Mundial y por los bombardeos de la fuerza aérea de Hitler sobre Londres. En el fondo, Ana María Navales se transmuta en una Virginia Woolf asediada por los fantasmas de la enfermedad y por la sombra del suicidio que, al mismo tiempo, es capaz de reflexionar sobre el sentido de la literatura y, más allá, de la propia vida.

A partir del momento en que la narradora esconde el paquete que contiene las cartas, El final de una pasión cobra la forma de una novela epistolar en la que Virginia revela el estado anímico, lleno de contradicciones  y de cambios inesperados, que la llevará a su trágico final. Y Ana María Navales se funde con ella y con su volubilidad emocional, como si --tal y como subraya, en el prólogo, Marta Agudo-- la urgencia de la Woolf fuera "una urgencia que es también, en otro plano, la de Navales, quien sintió la amenaza real de un tiempo que finalmente no le dejó dar los últimos retoques a su obra". Empatía o premonición, lo cierto es que en la novela de Ana María hay tanta verdad, tanta literatura de calidad, que a medida que avanzamos en la lectura no sabemos donde está la frontera entre ambas escritoras. ni dónde acaba la ficción y comienza la realidad. O viceversa.

Con ello quiero decir que Ana María Navales es una autora a rescatar en su integridad y con todas las consecuencias. El final de una pasión revela un pulso narrativo firme y una apuesta de lenguaje en la que la poeta que había en ella (esencial, por otro lado) no desvirtúa los fundamentos de la novela epistolar. El mundo literario de nuestro país y algunas de sus editoriales más importantes tienen una deuda con una escritora que, por controvertida, crítica y polémica que fuera (lo que, en literatura me parece algo saludable e imprescindible), está a años luz  de no pocas novelistas de "renombre" que han ocupado las mesas de novedades de esos sellos sin que una sola de sus obras fuera merecedora del calificativo de literaria en su sentido más profundo y exigente. 

 

3 comentarios:

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Muy necesaria tu entrada, Manuel.
Ana María estaba atenta a todo y era muy generosa abriendo las páginas de Turia. Cuando murió me sorprendió el silencio de muchos que le debían la difusión de su voz. Y es triste (e indignante) que una mujer tan espléndida (culta, inteligente, lúcida, animosa...)y una escritora tan impar no permanezca como sin duda merece (frente a tanta ligereza y oportunismo).
Saludos!

Angel Guinda dijo...

¡Cuántos recuerdos de Ana María Navales (de quien edité "Restos de lacre y cera de vigilias") y de Juan Domínguez Lasierra me vienen a visitar)! Ellá estará encantada con tus palabras, Manuel.

Píramo dijo...

Manuel, te he dejado un mensaje en mi bitácora. No es el Premio Miguel Hernández pero bueno.

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