lunes, 12 de marzo de 2012

Caballero Bonald y Félix Grande y el deslumbramiento de sus libros últimos

La poesía española del siglo XXI está de enhorabuena. El año 2011 se cerró con dos libros de los que nos reconcilian con la gran poesía en castellano. Fuera de la chata ambición nutrida de bares de una noche y realismo plano, dos poetas imprescindibles en nuestro panorama literario desde hace algunas décadas, Félix Grande y José Manuel Caballero Bonald, dieron a imprenta dos sobrerbios poemarios. Aunque lo estilos son muy diferentes y los mundos a los que uno y otro aluden, desde sus primeros libros, nacen y se desarrollan en espacios alejados aunque no antagónicos, los dos libros tienen un hilo conductor que comparten: son libros de recapitulación, de balance, de memoria poetizada.

José Manuel Caballero Bonald
Libro de familia y Entreguerras. Tales son los títulos. El primero, de Grande; el segundo, de Caballero Bonald. Ambos reconstruyen un tiempo duro, lleno de servidumbres y de renuncias como el de la dictadura. Ambos hacen recuento de lecturas, de experiencias individuales y colectivas, de compromisos cívicos, de pasiones y decepciones de juventud. Ambos bucean en la infancia y en la adolescencia: uno (Caballero Bonald) en la de un hijo de la burguesía jerezana que con prontitud decide ser oveja negra en su propia clase, proyectar una mirada crítica sobre el mundo; el otro, en la infancia menesterosa vivida en Tomelloso, en el miedo de los ancestros en la guerra civil, en la biografía de un autodidacta


El libro de Caballero Bonald ilumina las contradicciones y los empeños de toda una generación: la del medio siglo. En el libro están los amigos (Ángel, Jaime, José Agustín...), están las primeras lecturas, el mundo de la clandestinidad, de la resistencia frente a la dictadura de Franco, está la evocación de su estancia en Colombia, está el Mediterráneo y el deslumbramiento ante sus legendarias ciudades (Estambul, Atenas, Túnez, Palma --en parte, Pepe Caballero fue el alma de Papeles de Son Armadans, la revista que fundara Camilo José Cela--), está el flamenco y su hondo pálpito, los viajes como espacios de permanente descubrimiento, están las lecturas y está el misterio de la poesía y la permanente pugna del poeta (y del novelista) con el lenguaje. Entreguerras podría ser considerado como una suerte de síntesis poética de sus dos monumentos narrativo-memorialísticos: Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2005), recientemente editadas en un solo volumen titulado La novela de la memoria. Es, además, una muestra del grado de autoexigencia lingüística que Caballero Bonald siempre ha puesto en evidencia. Escrito en versículos, con un barroquismo controlado,  el lector goza del placer de la palabra innovadora, polisémica, del ritmo de un verso que se desliza por la página llevado por el movimiento al que invitan e incitan palabras elegidas por su sonoridad y su sentido: palabras que se saborean, que casi se mastican, que tienen el poder de reflejar y, a la vez, recrear el mundo: "la ausencia es amarilla como la taciturna credencial del fugitivo / la ausencia en cada poro está latiendo manando germinando / cubriendo el libro intonso del azar con una escama sensitiva".

Félix Grande
Hace algunos años, cuando trabajaba en la edición crítica de Blanco Spirituals y Las rubaiyàtas de Horacio Martín, un conocido poeta de una generación posterior (cuyo nombre me reservo) me dijo que con aquellos libros Grande había agotado su capacidad lírico-creativa. Los más de treinta años de silencio poético que han sucedido al segundo de los libros citados parecía dar la razón al colega.  Hasta el otoño de 2011 esa afirmación parecía tener cierto fundamento. Sin embargo, el último trimestre de ese año ha puesto de relieve lo errático de la apreciación. Si la nueva edición de Biografía (Galaxia Gütenberg, 2011) incorporaba el  intenso libro-poema La cabellera de la Shoá, su nueva entrega demuestra cómo el largo silencio que mi amigo poeta interpretó como sequía definitiva era trabajo y creación, lucha con las palabras, búsqueda de nuevos caminos sobre los caminos inaugurales sustentados en las enseñanzas de César Vallejo y Antonio Machado.. Leyendo Libro de familia nos damos cuenta cuánto de verdad había ya en Blanco Spirituals: la búsqueda de la palabra precisa en un verso ambicioso, a veces desbordante, la creación de neologismos que iluminan nuevos significados, la indagación en las raíces de la existencia la sabia combinación entre recuperación de la memoria y mirada crítica hacia la realidad, elementos consustanciales al libro con que Grande ganó el premio Casa de las Américas en 1966, están también en Libro de familia..
 
 
Quien haya gozado o goce de la amistad de Félix (es mi caso) sabe muy bien que hay varios universos que forman parte del propio metabolismo emocional y cultural del poeta: Antonio Machado, el flamenco, la música clásica, el miedo heredado y mamado a la vez, generado por la crueldad de los vencedores durante la Guerra Civil y la posguerra, y la memoria personal (la propia, la de Paca Aguirre, poeta y esposa, y la colectiva). Todo eso está en Libro de familia. Aunque con una estructura distinta respecto al libro de Caballero Bonald, Grande se sumerge en más de medio siglo de historia propia y ajena. Poemas largos, escritos con un lenguaje de una gran riqueza, crudo cuando la referencia lo exige y delicado y frágil cuando se refiere a lo más cercano y querido. En Libro de familia encontramos al poeta proteico y generoso capaz de hermanar el vocablo más rudimentario de nuestra lengua con el más intelectualizado: el temblor popular del flamenco y la intuición elitista de Johan Sebastian Bach conviven, se entrelazan, se miran de frente y no con la mirada por encima del hombro con que a veces queda "canonizada" la relación de la música clásica con la música popular. Quien haya leído La balada del abuelo Palancas no podrá evitar evocar capítulos enteros al leer algunos de los poemas de este poemario de Grande: por ejemplo, "El madrigal del odio muerto", un emocionante ajuste de cuentas con la figura materna, o "Hijopaterno de mí", con el que cierra el libro. Del primero poema, queden aquí estos versos: "¿En dónde nace el odio, madre? / ¿En qué naufragio de la confianza / se me pegó esa grasa sobre mi piel de hijo? / ¿En qué estallido de la decepción / nació aquel estupor que se clavó en mi infancia / como un arpón de soledad, y de culpa, y de angustia?".

El poeta de Jerez y el poeta de Mérida nos han dejado, para terminar 2011, dos libros poderosos, imprescindibles, dos fiestas del idioma para leer despacio, para gozar, para sufrir, para entender la compleja urdimbre de descubrimientos que nos ofrece el lenguaje poético. ¿Quién dice que la poesía, en el siglo XXI, deja de tener sentido?

3 comentarios:

Ana Rodríguez Fischer dijo...

SIN DUDA ACIERTAS...
sólo que,en parte, el uno como el otro, APOSTARON...
Abrazos!

Manuel Rico dijo...

En efecto, apostaron.
Un abrazo y gracias por tu comentario.

Ana Rodríguez Fischer dijo...

¡Ay, qué...
es que no me salía la palabra, y sigue sin salirme; de ahí el impás.

Lo cierto es que a ambos (más que a su poesía, que es mucha deuda)les debo el haber enseñado a leer7oír el flamenco... Félix Grande por su ensayo (Memoria del flamenco,entonces en Selecciones Austral) y Caballero Bonald por su magnífica recopilación (me costó un ojo de la cara entonces aquellos elepés, con los que descubrí voces inenarrables... Tengo entendido que lo han sacado en DVD)
Abrazos sordos!

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