Alberto Olmos. |
No sabemos si Alberto Olmos preferiría artistas, acomodados o no, indiferentes ante las tragedias humanas, encerrados en la urna de cristal, o si de lo que se trata es de criticar las causas por las que esos artistas se movilizan o se asocian (sea en Unicef, sea en Greenpeace): la solidaridad, la paz en el mundo, la lucha contra el hambre. Prefiero un noble comprometido con las causas de progreso (véase el caso, en la Italia de los años 70, de Enrico Berlinguer), o un empresario encabezando iniciativas en esa dirección que dedicados sólo a lo suyo o ejerciendo de puros defensores de sus derechos de casta o de clase. Parece ser que el personaje de su novela es de los que se "despachan" contra esos artistas y critican la solidaridad "fracasada". De lo cual, se deriva que ésta sería una causa errática. En consecuencia, no se trata de una provocación innovadora en el campo de las provocaciones. Se trata de alinearse con viejas acusaciones aunque, eso sí, llegando al grado de histerismo (porque el compromiso de otros, tal y como responde a Nuria Azancot, le ofende y le pone histérico)..
Claro, después de moralizar con vehemencia acerca de la inoportunidad del compromiso con determinadas causas, Olmos, intentando distanciarse de la intencionalidad política de las últimas novelas de Belén Gopegui, añade: "los escritores no somos ni sacerdotes ni moralistas y (que) la literatura debe ser espectáculo". ¿En qué quedamos?
A ese abanico de afirmaciones relacionadas con la política, agrega unas cuantas relacionadas con la literatura y en las que transpira una cierta vocación por emular la peripecia de los best-seller, aunque diciéndolo de manera oblicua. Dice Olmos: "yo no puedo ir a la calle y creerme escritor si sólo me leen quinientas personas". Es obvio que el novelista tiene ambiciones. No sé si literarias: desde luego sí de que compren sus libros. Ése deseo forma, sin duda, parte, del catálogo íntimo de deseos de todo autor de un libro: vender el mayor número de ejemplares posibles. Pero vincular las ventas masivas al convencimiento propio sobre la condición de escritor va una gran distancia. La que va de la boutade a la afirmación rigurosa. Acerca de ello ha escrito un magnífico artículo Ignacio Echevarría titulado "¿Cuántos lectores necesita un escritor?". Leamos un fragmento:
"Quinientas personas, a Olmos le parecen pocas. Eso despeja el panorama, pues de un plumazo se barre con un elevadísimo porcentaje de quienes se toman por escritores, ilusos ellos. Para ir por la calle creyéndose escritor él necesita que lo lean cuántos: ¿mil, diez mil, veinte mil? Y ese número, ¿establecería algún tipo de grado o de precedencia? Quiero decir, ¿se es más escritor si te leen diez mil que quinientos? Bueno, claro, en cierto modo sí. Lo que pasa es que, conforme a ese criterio, escritores-escritores, de esos que pueden ir por la calle diciéndose, muy ufanos, ¡soy escritor!, lo son, sobre todo, dejémonos de gaitas, Carlos Ruiz Zafón, o María Dueñas, o Arturo Pérez Reverte. Por debajo de ellos, sumidos en dudas cada vez más desgarradoras acerca de sí mismos según se desciende en el escalafón, estarían los demás, hasta llegar a ese montón innombrable de quienes publican libros que apenas venden quinientos ejemplares."Aviso para navegantes, sobre todo para poetas, premios nacionales y de la crítica incluidos: no deben considerarse escritores si no los leen más de quinientas personas. Es, sin duda, su opinión. Una opinión legítima y respetable, pero que no puedo compartir. El número de lectores de un libro depende de factores que van del sello editorial que lo publica hasta la distribución pasando por la provincia en que sale o la repercusión en los medios. En todo caso, hago mías las palabras de Echevarría.
Por último, Nuria Azancot cuenta de él: "asegura ser un lector 'cargado de prejuicios' que no lee novelas sobre la guerra civil, el holocausto ni premiadas, pero que siente gran curiosidad por los creadores más jóvenes, aunque algunos 'sean deleznables' ". Casi nada. Eso no es ninguna provocación sino sumarse a una corriente tan real como la vida misma y alineada, en la mayor parte de los cosas, con una visión conservadora del mundo. Son muchos los artículos en contra de la recuperación de la memoria histórica, en contra de las novelas sobre la guerra civil o sobre el Holocausto: "quien pierde la memoria, pierde identidad", escribió y cantó Raimon. Deduzco, por ello, que entre los "deleznables" de los creadores más jóvenes están las que aluden , directa o indirectamente, a esos temas o a la memoria que de ellos perdura en el presenteo: pienso en Isaac Rosa, en Menéndez Salmón, en Marta Sanz, en tantos otros.
4 comentarios:
me gusta Olmos como escritor, no como persona, le sale muy bien su papel de buscar ser odiado, demasiado teatral
Opino sobre sus declaraciones, no sobre su literatura, que desconozco. Intentaré leer alguna de sus novelas, pero reconozco que sintonizo poco con la impostura, con las operaciones comerciales basadas en la provocación. Más aún si ésta tiene un trasfondo tan vidrioso.
Un abrazo.
Desde luego,la imagen que transmite la entrevista en la que te basas de este tipo como persona es bastante mala,bueno en realidad ni buena ni mala,sólo que parece que sus valores son muy superficiales,que pena si los jóvenes se identifican con este personaje; en otros conocidos blogs lo juzgan como escritor y en varios lo definen como nefasto.
¿ cuál es pues la valía de este señor?
No lobhe leído,pero ni ganas...
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