miércoles, 27 de octubre de 2010

Don Arturo, al académico de la Real de la Lengua, se hace insultador ibérico.

Arturo Pérez-Reverte, que cultivó su fama de aventurero y de corresponsal de guerra gracias al amparo de la radiotelevisión pública, es decir, de RTVE, la radiotelevisión de todos, se hizo novelista un buen día. Y tuvo una proyección mucho mayor, gracias a ese papel heroico jugado en la radiotelevisión pública, que aquellos que empiezan una carrera literaria a puro huevo y sin padrinos. Novelista de éxito, con grandes ventas que nadie discute y con valores literarios no conocidos salvo los que se derivan de escribir mucho y contar historias de otro tiempo  (vender mucho y escribir, también, mucho, no garantiza la calidad literaria: Ni siquiera ser académico de la Real de la Lengua lo garantiza) ha cultivado una peculiar fama haciendo declaraciones epatantes, descalificadoras e insultando gratuitamente.

Pues bien, este escritor acaba de insultar a Miguel Ángel Moratinos. Cuando un ministro, cuya trayectoria, desde mucho antes de serlo, se ha caracterizado por trabajar por la paz, por intentar acabar con la ocupación de Palestina por Israel y por establecer un horizonte de concordia en Oriente Medio, reacciona como un ser humano con sensibilidad, como cualquier hijo de vecino que no puede ocultar sus emociones en un momento especial de su vida y se le escapan unas lágrimas al despedirse de sus colaboradores, el tal Pérez-Reverte, con una reacción que me ha recordado a la de los fascistas de otros tiempos, tiene la desfachatez de escribir frases como "ni para irse tiene huevos" o de llamarlo "perfecto mierda".  Es una pena porque el cartagenero se retrata: ha construido un inmenso espejo en el que se muestra ante todo el país como un ser autoritario, intolerante y, en el fondo, émulo de la retórica ibérica más zafia y rancia. Y además, a ese retrato incorpora la chulería no menos zafia: se vanagloria de haber conseguido, en Twitter, 2.000 seguidores más y añade la siguiente frase, susceptible de ser elevada a la categoría de las frases geniales en el sillón de la Real Academia al que, con ella, vilipendia. "si lo llego a saber le insulto antes". ¡Con un par!...

No recuerdo (igual tengo muy mala memoria) al reportero/escritor insultando a Aznar y a algunos de sus ministros por meternos en una guerra que ya ha costado más de 100.000 muertos y lo que rondaré... Tampoco le hemos visto insultar al ínclito alcalde de Valladolid por su magnífico manejo del lenguaje machista (Arturo, ¿no tienes que velar por el bueno uso del idioma?). No, a Pérez-Reverte, ese macho ibérico con muchos más cojones que cualquier otro, no le gustan las debilidades humanas, ni que los ministros muestren, en una ocasión tan especial como una despedida, sus sentimientos del mismo modo que los muestran otros seres humanos. Como decían los fascistas de camisa azul y correaje de mi infancia: "llorar es de nenazas", "los hombres no lloran", "el hombre que llora es un maricón"...  Ese es el pensamiento que revelan los insultos del escritor famoso y multiventas. Ni más ni menos.

A lo largo de los últimos años sentía mala conciencia por no haber podido terminar, cuando apareció en Mondadori, en 1992,  El maestro de esgrima, hecho que determinó mi distanciamiento de su obra literaria posterior, como si hubiera quedado vacunado para siempre. Después de este episodio que nos muestra a un ciudadano cutre, maleducado e indigno de ostentar en la Real Academia un sillón que financiamos todos, creo que no me ha venido mal esa ignorancia. 

Qué pena.

viernes, 8 de octubre de 2010

De Vargas Llosa al auge del cuento: reflexión y memoria de un lector

Mario Vargas Llosa ha escrito novelas portentosas. Mis preferidas son La ciudad y los perros (1963), Conversación en la catedral (1969) y La fiesta del chivo (2000). Sólo por esas tres obras narrativas, sin añadir nada más a su bibliografía, el premio Nobel estaría plenamente justificado. Pero hay otro Vargas Llosa, tal vez menos conocido, que es el autor de cuentos. Un escritor intenso, dominador de la distancia del relato, al que descubrí en los primeros 70 a través de dos libros emblemáticos: Los jefes (1959) y Los cachorros (1967), publicados en bolsillo por aquella editorial de editoriales cuyo nombre era Libros de Enlace. Eran cuentos de una Lima entre lo rural y lo urbano, llenos de personajes en formación, sobre todo muchachos, que parecían anticipar la psicología y los sueños y la pulsión violenta de quienes habitarían La ciudad y los perros. El Vargas Llosa inicial, el que comenzó a transitar los senderos de la literatura fue el escritor de cuentos. No lo digo sólo por la temprana publicación de los dos libros antes citados, sino porque su primera irrupción en el campo narrativo se produjo, también, con un cuento o relato: El desafío, publicado nada menos que en 1957, cuando el escritor limeño-español tenía 21 años de edad. Cuando desde todos los puntos de la geografía de la lengua española o castellana se invita a celebrar el Nobel leyendo o releyendo sus novelas yo  invito a hacer lo propio con sus relatos.


Y aprovecho para afirmar mi fervor por el cuento. No como escritor (siempre me ha parecido un género extremadamente difícil y sólo escribí algunos relatos en la adolescencia), sino como lector. Si Vargas Llosa  es una muestra del cultivo del cuento en virtud de lo dos libros citados, entre los escritores del "boom" y en sus alrededores es imposible eludir a los maestros latino americanos: Borges, Cortázar, Rulfo, Conti, Ribeyro, Monterroso. Pero no es de esas lecturas de las que quiero hoy hablar. Desde hace tiempo, al calor de la atención al cuento que vienen prestando editoriales como Páginas de Espuma, Menoscuarto o Bartleby, con rescates significativos y con la promoción de nuevos autores, no he podido evitar sumergirme en esa enorme asignatura pendiente de la literatura española.

Mi memoria del cuento: lecturas
Fue Fernando Quiñones quien, al definir los tres géneros esenciales de la literatura dijo: "La novela es whisky con agua, el cuento whisky con hielo y la poesía whisky solo".  Certera definición: cuento=whisky con hielo. Es decir, disciplina en una encrucijada de caminos: aquella en la que se cruzan el que lleva a la narración y el que lleva al poema. Nada más cierto: el cuento requiere intensidad, alto voltaje lingüístico desde el principio hasta el final, tensión narrativa, sorpresa y emoción (estética y sentimental). Tal vez fueran esas características las que me llevaron, en las tardes interminables de verano de mi adolescencia, a pasar las horas de la siesta embebido en los relatos de Ignacio Aldecoa, aquel libro titulado El corazón y otros frutos amargos --qué maravilloso título-- en el que reconocía las calles de mi barrio, la experiencia de personajes parecidos a cuantos, conocidos de mis padres, visitaban mi casa, a respirar los olores del tranvía, la paz de los merenderos, el silencio de la posguerra.

Años después, cuando la literatura comenzó a ser un campo en el que escarbar más allá de lo que prescribía el libro de texto, descubrí que en aquella década de los 50 existió una edad de oro (o de plata, qué más da) del cuento. Además de Aldecoa, escribieron cuentos hondos, perturbadores, que hablaban de nuestros sueños y frustraciones novelistas como Jesús Fernández Santos, autor de aquel librito, Cabeza rapada, hecho con cuentos de una sequedad lírica inigualable, o como el gran olvidado (hoy en proceso de rescate gracias al impulso de Jesús Egido en Rey Lear) Francisco García Pavón con sus Cuentos republicanos, o Antonio Pereira, un auténtico maestro cuya dedicación casi exclusiva fue el relato, o Juan Eduardo Zúñiga, con obras maestras como Largo noviembre de Madrid, o Jorge Ferrer Vidal (atención, editoriales pequeñas y militantes: no sería malo rescatar alguno de sus libros de relatos), con libros como Sobre la piel del mundo o También se muere en las amanecidas. o Juan Benet, autor de dos relatos que, por sí solos, justifican toda una carrera literaria como Numa y Una tumba), o Juan García Hortelano, o Antonio Martínez Menchén o el autor de cuentos por excelencia, Medardo Fraile, todo un maestro al que desde que tengo uso de razón he oido a expertos, críticos y lectores apasionados calificar como nuestro mejor cultivador del género del siglo XX y que acaba de publicar, en Páginas de Espuma, su última colección de relatos, Antes del futuro imperfecto.

Hasta aquí, la nómina incompleta de mis devociones lectoras (añadiría los autores norteamericanos que van de la Generación Perdida al realismo sucio --Hemingway, Scott Fitzerald, Capote, Cheever, Salinger, Carver, Tobias Wolff-- y algunos contemporáneos españoles como Tizón, Merino, Ana María Navales, Mateo DíezAgustín Cerezales--).

Meliano Peraile, un grande olvidado

Pero recuerdo, sobre todo, a un narrador casi olvidado, muñidor de unos cuentos ambientados en la posguerra y en los años 50, que, además, estuvo, con la tenacidad de los luchadores imprescindibles en todas las causas por la libertad, el progreso, la búsqueda de una sociedad distinta, más igual y más justa. Me refiero a Meliano Peraile, al entrañable Meliano Peraile, autor de maravillosos relatos protagonizados por seres humildes y derrotados e incluidos en libros como Tiempo probable  (1965), Cuentos clandestinos (1970), Un alma sola no canta ni llora (1984) o Fuentes fugitivas (1987). No lo conocí al principio como escritor, sino como practicante, es decir, curador de heridas y experto en inyecciones en el barrio de la Concepción primero y, después, en el consultorio de la Seguridad Social de Santa Virgilia, en el madrileño barrio de Hortaleza, en la calle de mis primeros años en pareja, entre 1976 y 1982. Meliano Peraile, sí, ponía inyecciones: yo lo veía, algunas tardes, caminar hacia el consultorio, donde se embutía en su bata blanca (a juego con su cabellera, que siempre recuerdo blanca o casi) y recibía a enfermos de toda condición. No sabía entonces que aquel ATS, o enfermero (entonces, lo he dicho, se llamaban practicantes) era el autor de los cuentos incluidos en el libro Tiempo probable que me había regalado, un día olvidado, el poeta y amigo Diego Jesús Jiménez.  Murió el 28 de octubre de 2005, un día después del día de mi cumpleaños. Y con sus relatos, sólo encontrables hoy, lamentablemente, en librerías de viejo o en la Cuesta de Moyano (¿existe todavía?) y espacios similares, Meliano nos dejó una definición del cuento que suscribo plenamente:  "las características básicas del cuento", escribió, "son la concisión y la intensidad, propiedades irrenunciables también de la poesía, lo cual hace que el relato y la poesía sean géneros muy próximos". Pues eso.

Quede aquí mi homenaje a un género que quizá algún día cultive porque me parece tan apasionante como difícil. Y mi recuerdo emocionado a Meliano Peraile.

martes, 5 de octubre de 2010

50.000 visitas, Miguel Hernández y "El Quijote"

Este lugar de reflexión en voz alta ha cruzado esta madrugada el puente de las 50.000 visitas. En tres años (aunque Al margen nació en la primavera de 2007, el contador de visitas funciona desde septiembre de ese año), alguien, al otro lado del ciberespacio ha pulsado cada cierto tiempo la tecla intro para acceder al blog. Muchos son visitadores frecuentes, que se han acostumbrado a convivir en este espacio con mis fantasmas, mis obsesiones y mi palabra. Otros son ocasionales, unas veces fruto de la casualidad otras de una búsqueda que se ha iniciado al otro lado del Atlántico, o en las antípodas, por tierras de Australia o Nueva Zelanda. Así hasta sumar 50.000. A todas y a todos los internautas, blogueros, cotillas y curiosos, poetas y novelistas, amigos encubiertos de otros años y amigos descubiertos en la red: mil gracias. Mejor dicho: cincuenta mi gracias.

Me alegra pensar que este acontecimiento personal y literario se ha producido casi en paralelo con dos grandes acontecimientos: de un lado, la inauguración en la Biblioteca Nacional, gracias a la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, entidad organizadora, y a un puñado de apasionados por la poesía, de la gran exposición conmemorativa del centenario de Miguel Hernández titulada La sombra vencida. 1910-2010; de otro, la puesta en marcha, por la RAE y en colaboración con YouTube, de la lectura de El Quijote en Internet: una lectura global como parte de una actividad cultural global --la primera en el mundo sustentada en una obra literaria-- basada en un libro, en una obra tan emblemática para la cultura en español y para la novela universal como la de Cervantes, con participación de los lectores en todos los rincones del mundo.


Mi condición de escritor y el hecho de haber tenido el privilegio de trabajar, durante casi tres años, en el Instituto Cervantes me convierte en espectador especialmente sensible ante iniciativas de estas características. Y tengo que decir que en ambas he advertido (lo han advertido no pocos habitantes del mundo de la cultura) la muy significativa ausencia de esa institución. Un ausencia que se produce al mismo tiempo que, según he leído, la RAE ha confiado la supervisión de los vídeos y el cuidado de la fidelidad del texto matriz que leen los internautas al Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares. En mi modesta opinión, nuestro embajador de la cultura en español en el mundo debería haber mostrado iniciativa cultural, haber jugado el papel de avanzada, pugnado por un protagonismo y una participación activa, como colaborador privilegiado, en una y otra, haber aportado todas sus capacidades a tan apasionantes empresas. Su red de centros, su televisión por Internet y su plataforma interactiva habrían contribuido a dar una dimensión internacional a la obra de Miguel Hernández y a conectar la lectura de El Quijote con la actividad docente y cultural de cada uno de sus centros, desde Alburquerque a Sydney pasando por Berlín, Praga o Pekín, además de potenciar el papel de la adminsitración española en la difusión de nuestra cultura en el mundo. Hace algunos meses, reflexionaba en Al margen sobre el Día del Español y expresaba mis reservas hacia una celebración que, en buena medida, se había limitado a ser un mero juego alrededor de las palabras en español sin trascender hacia objetivos culturalmente más ambiciosos, en una fiesta un tanto ligtht. Escribí que habría sido una gran experiencia de cultura trasnacional recoger el testigo del frustrado Congreso de la Lengua  de Valparaíso y hacer el gran homenaje del español a Pablo Neruda y a Gabriela Mistral, agregando los dos poetas con centenario a esta orilla del Atlántico: Miguel Hernández y Luis Rosales.

Ese mismo espíritu es el que anima hoy mi reflexión sobre las actividades iniciadas en los últimos días por la Biblioteca Nacional y por la Real Academia de la Lengua. En la realidad globalizada del siglo XXI, con Internet desbordando las fronteras que antaño limitaban la expansión de la cultura y el arte, el Instituto Cervantes podría jugar un papel esencial promoviendo, de manera regular, actividades culturales de carácter global en las que el universo de la lengua española, en todos los rincones del mundo, participara de manera simultánea. Eso es lo que aporta la nueva realidad tecnológica: hoy es posible organizar una mesa redonda en Madrid alrededor de Miguel Hernández o de Luis Rosales y concitar la participación de escritores y lectores de todo el mundo, de las comunidades educativas y universitarias, expresando su opinión sobre la obra de uno y otro o leyendo sus poemas además de contar con señalados cantautores, comenzando por Joan Manuel Serrat. Sería actuar de la misma forma que lo ha hecho la RAE con El Quijote. A mi modo de ver, ahí es donde se mide la modernidad de una institución, su capacidad de conectar con esa comunidad trasnacional que piensa en español y que quiere colaborar y participar en iniciativas que tengan a la literatura española como protagonista.

Miguel Herrnández y El Quijote, dos clásicos de la literatura universal, están siendo estos días los grandes protagonistas de nuestra cultura. Más de sesenta años después de la muerte del poeta y más de quinientos después de la publicación del libro cervantino, dos instituciones culturales españolas los hacen más accesibles, más cercanos, más universales. Gracias (y enhorabuena) a la BN y a la RAE.

Y, por supuesto (se me olvidaba), gracias por esas 50.000 visitas a este rincón situado Al margen.  

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...