domingo, 1 de noviembre de 2009

La cocina del poeta: dos poemas de "Ciudad adentro"

Escribir un poema es un proceso complejo. En mi caso es, además, un proceso largo. Hace algunas entradas, conté que había terminado un poemario en el que venía trabajando a lo largo de diez años. Que, en él había poemas cuyo primer verso lo escribí en 2000, incluso en 1999. Hace unos días estuve revisando los textos, apuntes y correcciones con la decisión de guardarlos, algo que nunca hice con los papeles que dieron lugar a otros libros. Al revisarlos, he sentido que estaba ante extrañas criaturas que fueron creciendo lentamente, hasta cobrar la forma definitiva. Pura "obra en marcha" que tiene en el poema una materia viva que evoluciona de modo imprevisible, que tiene un sistema misterioso de crecer, como si lo hiciera orgánicamente. He seleccionado, para mostrarlos a amigos y lectores, dos poemas del libro que titulo provisionalmente Ciudad adentro. Mostraré la "cocina", para lo cual he escaneado, en cada caso, el folio en el que se recoge la radiografía del proceso, las correcciones que he ido acumulando durante años, es decir: un ser vivo buscándose. A continuación podréis leer el poema terminado.

El primero pertenece a la tercera parte del libro, compuesta de poemas de amor. Es un texto evocativo, en el que respira mi memoria del amor primero, un tiempo extraño de descubrimientos y de sentimientos contradictorios. Ved la "cocina", las correcciones, y ved el poema en su versión última.

EL AMOR COMO PÁJARO y distancia.
También como tibieza y cercanía, como abrigo de paño
o blusa de franela. Como rincón oscuro
y cuaderno olvidado
en ocultos refugios de montaña.

El amor construido de habitaciones sólo
conocidas de paso, como huellas
de un tiempo muy extraño, fugitivo en exceso.
El amor como ventana, como alféizar
que sujeta la noche, que explica adolescencias,
que amarga a veces o se endulza
con dudosos azúcares.

El amor de humedades y de sedas
y cremalleras torpes y manos inexpertas
en barrios tan limítrofes
como tu propia estirpe, originaria
de la ciudad más rota y de los estraperlos.

El segundo poema nació de una doble conciencia: la que acompaña mi condición de hijo de una familia humilde, en cuyo hogar no había libros (o sólo alguno básico, de consulta) y en el que términos como literatura o poesía eran tan extraños como los nombres de países remotos como Nueva Zelanda o Tailandia. El poema habla del acceso tardío a determinadas lecturas. Habla también de las lecturas que jamás podré realizar, de los libros que quedan en las estanterías en una eterna espera: la vida es limitada, nuestro tiempo libre también. Y, por último, intenta un acercamiento al sentido último de la lectura. Un poema de reflexión que va en la cuarta parte del libro. Veamos su antecedente, su "cocina", y leamos el producto final.


LAS LECTURAS descubiertas, a veces,
demasiado a destiempo, quizá con la tardanza
del condenado.

Las lecturas que nunca serán mías,
que cubrirá la muerte con la gasa
de la imposibilidad. Las lecturas
que quedarán a medias como testigos mudos
de una impotencia antigua. Las lecturas
que barrieron las sombras,
que ocuparon las calles y las noches.

Las lecturas que arañaron la piel de la pequeña patria
del corazón, del río tantas veces soñado.
Las lecturas que hablaban
de unos días de Cambridge
que jamás vivirías.
                                    Las lecturas
donde crecen los héroes y te cercan
las verdades de otros, las almas reversibles,
el corazón más tuyo y algún sótano.
                                    
                                         (Las lecturas)
En los textos escaneados viven mis dudas acerca de la evolución de cada poema. En las tachaduras están los caminos interrumpidos, en las líneas escritas los encontrados, en los trazos que cruzan el poema la guía que sitúa, en el poema inicial, los nuevos versos.

7 comentarios:

David Pérez Vega dijo...

Hola:

Me he sentido identificado con este post.
Yo acabo con 8 ó 10 (creo que a veces más) versiones, o copias en proceso, de cada poema. Les pongo un número arriba a las hojas para no perderme, y corrijo a lápiz sobre boli bic azul.
Antes hacía todo el proceso a mano,unía las versiones con un clip, y sólo pasaba a ordenador la última cuando el poema ya no iba a retocarlo más.
Ahora uso la copia a ordenador a mitad de proceso. Creo que gano tiempo, aunque aumenta el gasto de tinta de ordenador. Y también voy tirando las versiones antiguas.

Me han gustado los dos poemas que muestras. A ver si vemos pronto el libro publicado.

Saludos

Manuel Rico dijo...

Hola, David.
Gracias por tu comentario. Sólo decirte que cada poeta tiene su método. En tu caso es algo distinto a mi experiencia. Por si te sirve de algo, añado: la versión inicial es a mano y suelo escribirla a partir de un recuerdo, de una imagen, de una palabra, de una emoción (con todo lo que en ese término cabe). Después lo escribo a ordenador, lo imprimo y, a partir de ahí, todo el trabajo es a mano hasta que creo que tengo la versión definitiva. Entonces, añado y corrijo lo que corresponda en el ordenador, lo archivo y lo imprimo. El proceso dura años salvo en circunstancias excepcionales. Es una permanente lucha con el lenguaje en busca de la palabra precisa.
De todas formas, tal y como han dicho no sé cuántos poetas (yo se lo escuché a Pepe Hierro, pero no aseguro que sea el autor), "el poema no se termina, se abandona". Es verdad: aun con el libro publicado la tentación de corregir difícilmente se elude.

Lo dicho: gracias y un abrazo.

Anónimo dijo...

Gracias Manuel, por compartir "Tu cocina" olorosa, sugerente y rebelde...Creo que la poesía es lo más excelso y lo más difícil, lenguaje primigenio, ese no se qué del alma que quiere expresarse...y ¿ómo domesticar al lenguaje?
Me parece que es normal esa dificultad, según dicen algunos que dicen saber, el hemisferio cerebral izquierdo, rige lógica y lenguaje, el derecho, creatividad, emoción, intuición...los poetas deben ser trabajadores y
celebrantes de ese difícil maridaje.
Abrazos y gracias de nevo. Nerea

David Pérez Vega dijo...

Hola.

Yo suelo trabajar con el recuerdo de una experiencia. Además los poemas suelen salirme encadenados en torno a temáticas, y con una implicación de evolución en el tiempo. Es decir, mi mente es más narrativa que puramente emotiva.
Mi primer borrador es a mano, y suele ser una tormenta de ideas sobre un recuerdo. Luego ya voy ordenando esas ideas y trabajando el lenguaje.

Si la memoria no me falla, la cita que comentas sobre el abandono del poema es de Paul Valery.
A mí me suele ocurrir, hablando de esto, que siempre quiero cambiar lo escrito en prosa, pero en poesía hay un momento a partir del cual mi mente no admite cambios, incluso lo sentiría como una traición a la persona (yo en otro momento) que ha escrito el poema.

Saludos

Manuel Rico dijo...

En efecto, David, casi podría asegurar que es de Valery. En esto de dar por terminado un poema hay opiniones para todos los gustos. En todo caso, yo siempre he estado bastante cercano a la actitud de Juan Ramón, que no cesó a lo largo de su vida (incluso cuando le quedaba mmuy poca) de corregir poemas escritos mucho tiempo atrás.

Gracias, Nerea/Anónimo, por tu comentario. Abrazos a ambos.

La Sembradora dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Kosmonauta del azulejo dijo...

Serenidad y cadencia, respetando los silencios necesarios. Me gusta especialmente el primero.
Debo reconocer que mi debilidad es la prosa, no sé por qué; o quizá sí: se muueve en la línea del tiempo, construye crucigramas y rayuelas, historias; no tengo paciencia ni el pulso para la poesía. Así que admiro a quienes la tienen.
Cómo te lo curras, Manuel. Y yo que me quejo de mi lentitud. Gracias por dejarnos tus secretos.

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