Nota previa: cambio imagen de cabecera. Del paisaje serrano próximo a Gargantilla del Lozoya al mar y al cielo, que parecen arder, de Ondarribia en un día de octubre de 2005. Fotografía que me recuerda tres memorables jornadas de reflexión y debate sobre poesía en el parador de esa ciudad que mira, por encima del mar, a Francia. Quede ahí como testimonio de uno de los momentos mágicos de aquellos días.
Pero .... vayamos a Williams
Hace poco más de un año publiqué en este blog una entrada sobre Sólo una palabra tuya, la novela de Niall Williams que había sido novedad de Bartleby en la Feria del Libro de 2008. El título era Niall Williams, la Irlanda relegada y la Feria del Libro de Madrid (pincha y podrás releerla) y consistía en un elogio apasionado del libro. No contaba el modo en que el original llegó a mis manos ni el proceso, lleno de coincidencias y buenos augurios, que condujo a su publicación. Hace unas horas, en uno de los blogs que de vez en cuando sigo, Heterónimos y las palabras de otros, he podido leer una emocionada entrada (¿o un post?) en la que Beatriz Bejarano del Palacio, la traductora de la novela que se "fogueó" por vez primera con Bartleby/Pepo Paz con su primera traducción literaria de relieve, cuenta su visión de la pequeña historia que llevó el libro de Williams al catálogo de Bartleby Narrativa. Un poco por gratitud a su generosa -y apasionada- narración y otro poco por mis vínculos con el mundo que ella cuenta (un mundo pequeño y accesible, hecho de afectos y casualidades, en el que una librería del barrio de Vallecas, Muga, ejerce una perseverante militancia en favor de la buena literatura), contaré la otra cara de esa historia.
Tal y como referí en mi entrada de hace un año, en 1998 leí, conmovido, una novela anterior de Williams, Como en el cielo, que convertí en una de mis recomendaciones más reiteradas (también de E., que ha hecho de la novela una especie de seña de identidad) y motivo para hablar de literatura con los amigos en sobremesas, paseos y viajes. Han pasado once años desde entonces y no se ha atenuado mi empatía con el libro y con sus personajes. Por eso precisamente, porque han pasado once años y porque una tarde de un mes que no recuerdo (pudo ser primavera) de 2007, cuando hacía nueve que había dejado de ser novedad, la vi como libro recomendado en uno de los anaqueles de Muga, me quedé sorprendido. Gratamente sorprendido. ¿Cómo es posible, me dije, que en una librería de barrio se destaque una novela casi imposible de encontrar y que, además, se recomiende?
Convencido de que sólo alguien que hubiera vivido parecido proceso de descubrimiento de la narrativa de Williams, y más en concreto de ese libro, podía haber alentado esa iniciativa, pregunté al librero (a Pablo). Descubrí, en Muga, a un grupo de fervientes seguidores de Williams (ahí estaba, también, María José) y supe que una empleada de la librería, ausente aquella tarde, estaba traduciendo la última novela del irlandés. Quise hablar con ella, pero había cambiado, según me dijeron, el turno y no podía ser. Dejé mi dirección de correo electrónico para que se la hicieran llegar y les dije que yo compartía la devoción por el novelista, que todavía me duraba la impresión que me produjo la lectura de Como en el cielo muchos años antes y que si la traducción era buena, hablaría con Pepo Paz, el editor y responsable directo de la colección de narrativa para que se hiciera con los derechos y la editara.
Después fue el intercambio de correos electrónicos, el conocimiento personal de la joven traductora, Beatriz Bejarano, en la misma librería y en el mismo día en que acudí para comunicarle que la novela sería editada, y el comienzo de los trámites habituales que llevan a la edición de un libro.
Pero hubo una parte del proceso en el que disfruté de manera muy especial. Fue cuando Beatriz me envió el primer borrador de la traducción y abordé la lectura de Sólo una palabra tuya sin otro condicionante que la búsqueda de errores, erratas y frases inadecuadas, el ofrecimiento de sugerencias y el gozo de la materia literaria. La novela me atrapó desde el primer momento. La red de afectos, de decepciones, de sueños y de carencias sociales que Williams construía (con un lenguaje poético de gran intensidad), el canto al amor que respiraba en sus páginas se vieron complementados con una red de sugerencias y correcciones a estilográfica que devolví a la traductora. Ella las asumió con deportividad e inteligencia, con algún desacuerdo puntual también, algo de lo que le estaré para siempre agradecido.
Hasta aquí la historia de un proceso. Del que, nacido de la imagen de un libro recomendado pese a ser una novedad de casi una década antes, condujo a un libro hermoso por dentro y hermoso por fuera: en mi mente ha quedado grabada, quizá para siempre, esa portada azul en la que puede verse, tras una retícula que simula una ventana, el mar, las rocas, el cielo y un ser anónimo caminando… y en blanco y negro. La que habréis podido contemplar al principio de esta entrada.
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2 comentarios:
"El país al que viajamos es el país de la memoria y la ficción, una amalgama entre el lugar que recuerdo de mi infancia y el país al que he estado volviendo mediante los relatos y las novelas que he leído en Nueva York. Ninguno de los dos es real, lo sé, pero, sentado en el cielo, me digo a mí mismo que ningún lugar es real más allá de la percepción que tenemos de él". La lectura de la novela de Williams me arrastró a mundos, inframundos y paraísos. Una delicia.
Me alegro. Estoy seguro de que cuando leas la anterior que cito, "Como en el cielo", esa sensación se acentuará más si cabe. Y espero que no sea tarde.
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