jueves, 12 de junio de 2008

Niall Williams, la Irlanda relegada y la Feria del libro de Madrid

La primera noticia que tuve de la existencia de un narrador llamado Niall Williams fue una magnífica y casi entusiasta crítica de Francisco Solano en el suplemento cultural de ABC. Corría el año 1999 y mi desconocimiento de la narrativa que a finales del siglo XX se estaba escribiendo en Irlanda era más que notable. La crítica aludía a la novela Como en el cielo y en ella Solano venía a destacar la especial destreza de Williams para afrontar la fibra más honda y sensible de la realidad cotidiana del hombre mediante la utilización de un lenguaje con una gran carga poética aunque de una extrema sencillez: era una hermosa historia de amor con el telón de fondo de las relaciones, llenas de ternura y de contradicciones a la vez, entre un padre y un hijo en una Irlanda de brumas y de lluvia, de carreteras que avanzan entre praderas humosas y fábricas abandonadas. En cuanto tuve ocasión, compré la novela. La leí de un tirón, me emocioné (estética y sentimentalmente) como hacía años no me había emocionado ante una novela y durante bastante tiempo me dediqué a transmitir mi experiencia de lectura a cuantos me quisieron oír. De hecho, es el libro que más veces he prestado en los últimos diez años y es uno de los que he recomendado con especial insistencia cuando alguien se ha acercado a mí pidiendo consejo sobre un posible libro a regalar...


En esta Feria del Libro, Bartleby Editores está participando con la última novela de Williams, Sólo una palabra tuya. Una historia de vida, amor y muerte, traducida por Beatriz Bejarano, en la que se rinde homenaje a la gran literatura del siglo XX y en la que su autor dibuja las hondas contradicciones en que se debaten los seres humanos cuando la vida los lleva a abandonar los lugares en que nacieron, donde se hicieron adolescentes e incluso alcanzaron la madurez. La Irlanda de la niebla y del verde permanente, de los pequeños pueblos detenidos en algún lugar del tiempo, de los polígonos industriales en declive, se confronta con la Nueva York de unos días de un verano caluroso, lleno de luz, en las antípodas de los veranos irlandeses.

En tiempos de tramas vaticanas, códigos da vinci, catedrales marinas y narraciones que huyen del presente como de la pólvora, acercarnos a Sólo una palabra tuya y a la vida cotidiana, profundamente enraizada en los últimos años del siglo XX y en los iniciales del XXI, que en ella se dibuja, es un saludable ejercicio. Que quizá nos sirva para contemplar nuestra literatura de hoy para constatar que, salvo raras excepciones, el presente, en España, "no tiene quien lo escriba".

Tensión narrativa, emoción estética y sentimental, metaliteratura, paisajes, meditación existencial... Todo está en Sólo una palabra tuya. Merece la pena sumergirse por unas horas en las páginas de este libro irrepetible. Como antesala de esa experiencia, invito al lector a disfrutar el fragmento con que se inicia el segundo capítulo de la novela:

"Comenzar.
Comenzar con la imagen de una mujer de pelo rubio lanzándose al azul de una piscina en pleno verano. La piscina está al final de una larga extensión de césped que parte desde la gran casa situada en el condado de Westchester, Nueva York, cerca de la ciudad con el nombre indio de Wapaqua, donde la mujer creció junto con su hermano. Ahora es la casa en la que una madre divorciada va a quedarse sola cuando, en ese mismo verano, la mujer se case y su hermano se vaya a vivir a California. La mujer se tira a la piscina y un hombre permanece de pie observándola. Es ese momento del día en el que la luz se apaga deprisa y las azules sombras de las cicutas y los cedros son alargadas. El calor del día se va pasando aunque de alguna forma permanece todavía mientras la oscuridad se cierne. El aire es pesado y denso. Las perfectas brazadas de la mujer mientras nada metro a metro son una especie de frío que resulta encantador, suave y sencillo. Nada de una forma notablemente hermosa y es como si el agua fuera su verdadero elemento, dentro del cual sólo existiera el movimiento de su cuerpo y su fluidez. Y en ese momento, justo cuando la tarde se convierte en noche, en lo alto de la casa su madre se levanta y enciende una luz. De golpe la piscina reluce con un resplandor azul y dorado que sale de las profundidades mientras la nadadora parece una criatura fantástica cayendo sobre el agua.
Pero todo esto ocurre mucho después. En lugar de eso, hay un chico, un chico tan flaco como un palo. Un chico que aún es feliz, que vive junto a la carretera a las afueras de un pueblo llamado Dun, en el oeste del condado de Clare. Su pelo es rubio, su nariz está sembrada de pecas. Sus ojos son verdes. Tiene un hermano cinco años mayor que él y una hermana, Louise, que es un bebé."

Ahí queda.

No hay comentarios:

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...