Nadie apostó, en España, por editarlos. Mi búsqueda, inducida por títulos tan hermosos como La balada del álamo Carolina, o Con otra gente, o Todos los veranos, tuvo frutos menguados y dispersos. Pensé que era imprescindible ofrecer todos los relatos de Conti al lector español. Y digo al lector español porque a principios de los noventa se editaron, por EMECE, para Argentina, sin que en España (y no sé si en el resto de los países de habla hispana) tuvieran repercusión alguna.
Ahora, Bartleby, la pequeña editorial española que está haciendo apuestas de largo alcance basadas en la premisa irrenunciable de la calidad, ejerce una función de servicio público cultural y se apresura a publicar los Cuentos completos de Haroldo Conti incorporando, como una suerte de prólogo, el texto de Gabo al que más arriba me he referido. Gabriel García Márquez y Haroldo Conti, en un hermanamiento a mi juicio imprescindible, llegarán a los amantes de la buena literatura no tardando mucho. Y pondrán en evidencia que el cuento, como portador de todas las potencialidades artísticas del lenguaje, no tiene nada que envidiar ni a la novela ni a la poesía. Es un género difícil, al que Fernando Quiñones otorgó como denominación una metáfora llena de verdad: es whisky con hielo. Frente a la novela, que sería whisky con agua y frente a la poesía que sería whisky solo, el relato, el cuento, es una estación intermedia aunque con una autonomía plena. En esa estación Conti demostró su familiaridad con sus habitaciones, con sus zonas ocultas, con sus secretos. Como para muestra vale un botón, leamos el fragmento con que inicia el cuento titulado El último:
Un buen día me hice un vago. Así como lo oyen. No sé cuándo empezó pero aquí me tienen,tumbado a un costado del camino esperando que pase un camión y me lleve a cualquier parte. Ustedes deben haber visto un tipo de esos desde la ventanilla de un ómnibus o del tren.
Pues yo soy uno de esos exactamente y puedo asegurarles que me siento muy a gusto. Cualquiera de ustedes dirían que solamente al último de los hombres se le puede ocurrir tal cosa. Soy el último de los hombres. También eso. Lo que posiblemente a nadie se le pase por la cabeza es que alguien pueda ser feliz justamente siendo el último de los hombres. Ni siquiera a mí mismo se me hubiera
ocurrido hace un tiempo, cuando, dentro de mis alcances, luchaba con todas mis fuerzas para estar entre los primeros.
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