
viernes, 8 de agosto de 2008
Identificar la parte con el todo: el viejo vicio de nuestra crítica y de nuestra poesía

martes, 29 de julio de 2008
Mi experiencia soriana. El silencio inexplicable sobre un poeta


miércoles, 16 de julio de 2008
El origen remoto (o casi) de "Verano"
De la buena crítica, de la crítica llamada convencionalmente constructiva -aunque no ponga bien tu obra-, siempre se aprende. En ella alientan enfoques distintos, enseñanzas, descubrimientos respecto al modo en que lo que escribiste un día puede llegar hoy al lector. Todo esto viene a propósito de la reseña que a mi novela Verano ha dedicado, en el último Babelia (13 de julio), Angel Luis Prieto de Paula. Me parece una crítica rigurosa en la que el elogio es cauto, centrado en aspectos determinantes de la novela aunque sin desatender la vertiente crítica destacando alguna supuesta flaqueza o deficiencia. Bienvenida sea la crítica. Pero ha habido dos párrafos que me han parecido especialmente conectados con el aliento de fondo que, a mi juicio, respira en Verano. Uno, la referencia a una de mis pasiones como narrador, probablemente importadas de mi condición de poeta: las descripciones de paisajes. Afirma Prieto de Paula: "Las descripciones paisajísticas son de una belleza que le roba el alma a esta novela". ¿Qué decir ante semejante juicio? Nada. Sentir una honda emoción y una enorme gratitud. Nada más. Y pensar, en todo caso, que algo debe mi prosa a los paisajes reales que han inspirado los de la novela. Por ejemplo, los que ilustran estas reflexiones.
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El segundo párrafo es, quizá, el que motiva esta recapitulación "al margen". Escribe Prieto de Paula: "una camaradería que procede de los años universitarios y ha aguantado el desgaste de los años por la fuerza cohesionadora del veraneo compartido, que se clausura ritualmente con la cena de finales de agosto, regada con agua de tormenta y la melancolìa del retorno". En cursiva destaco la frase que, quizá sin que el crítico lo haya pretendido, roza el núcleo esencial, quizá la matriz que dio origen, hace mucho tiempo, a la novela. Me explico: más de una vez he afirmado que los escritores que compatibilizamos poesía y narrativa desarrollamos, al escribir una narración, todas las potencialidades que contenía un poema escrito en un tiempo pasado. Y si mi experiencia ha sido siempre ésa, que toda novela tuvo como semilla (a veces remota) un poema, pude comprobar cómo a Vázquez Montalbán le ocurría algo parecido. Me lo confesó en una larga (y apasionante) conversación cuando comenzamos a hablar del poema "Ciudad" que aparece en su novela El estrangulador (Mondadori, 1996). El poema lo había escrito en los años sesenta pero ahí estaba, en síntesis, depurada, la novela. Lo mismo afirmaba del poema "Nada quedó de abril" con que abre Una educación sentimental (1967) en relación con la novela El pianista. Algo parecido ocurre con Pepe Caballero Bonald y con otros novelistas-poetas.

Habíamos dejado la tarde a medias, la luz
a medias adensarse contra blancas paredes,
en jardines en sombra, en praderas heridas por la llama
de un verano sin paz, tan implacable
como el tono amarillo que hizo de ellas
sólo memoria de un verde amenazado.
Y fue entonces —agosto prescribía
en el pueblo remoto de todos los veranos de la infancia—
cuando la nube puso desolación al aire y vino
la primera tormenta a visitarnos
hasta llenarnos con su olor a distancia y olvido.
Nuestros padres guardaban las hamacas.
Se miraban, sombríos, pues la lluvia anunciaba el retorno
de un tiempo cotidiano sembrado de relojes.
Y nosotros, niños como aquel agua que ablandaba la paja,
corría en torrenteras por los montes y aromaba
de infancias más remotas nuestros ojos,
nos mirábamos tristes pues setiembre llegaba, inevitable,
y era el fin del verano y no podíamos
gozar de aquella oscuridad,
de aquella tarde llena de premoniciones,
de lentos exterminios de una farra apenas intuida, acaso
de un amor inseguro, breve y luminoso como todos
los vividos en aquellos veranos de nuestra pubertad.
Y llegaba la noche y no quedaba
más remedio que huir a la luz amarilla del cuarto de los niños
mientras ellos, los padres, nuestros padres,
jugaban a los naipes esperando
el fin de la tormenta para dar otra luz al verano, otro plazo
de gozo a aquellas horas implacables, más cortas, más huidizas
que todas las horas precedentes.
martes, 8 de julio de 2008
Narratividad, fragmentariedad, "propuesta nocilla" y otras hierbas
Comparto parcialmente tal afirmación y reconozco en ella alguna de mis reflexiones publicadas en El País a propósito de una trabajo de Vicente Verdú con el que cuestionaba la narratividad, la historia en la novela del siglo XXI. En efecto, la novela fragmentaria, la renuncia al argumento, a la trama, el desdén por la historia como componente del artefacto narrativo no es una novedad generada por el creciente dominio de Internet en la comunicación o por el surgimiento de nuevos soportes como el blog, o el correo electrónico, o todos los mecanismos de ofrecer historias a través del medio audiovisual. Esa opción literaria ya estaba en Cortázar, y en buena parte de la narrativa experimental española de la década de los setenta del pasado siglo, y en Joyce y su Finnegans Wake, y en la poesía experimental del período de entreguerras, y en la novela norteamericana de la generación beat y post-beat, comenzando por Kerouac y acabando en Pynchon, con su tecnoficción de La subasta del lote 49, o en el John Barth de Quimera, o en Larva, de Julián Ríos, o en la narrativa de Manuel Vázquez Montalbán que él mismo calificó como literatura de la subnormalidad en los años sesenta y primeros setenta: Manifiesto subnormal, Recordando a Dardé, Cuestiones marxistas, etc... Entonces no había Internet y las computadoras u ordenadores comenzaron a ser (en los sesenta, por supuesto, en el período de entreguerras eran simplemente impensables), una noticia remota, vinculada a la ciencia ficción o a la experiencia de ciertos bancos que comenzaban por entonces a dotarse de armatostes enormes con los que alimentar sus incipientes centros de proceso de datos. Y existía una narrativa experimental que jugaba con cuantos elementos ofrecía, a los escritores, la realidad, la cultura (el comic, la música, el pop, el cine, la televisión) y la contracultura, incluyendo el adanismo prehippie y la nostalgia de los paraísos perdidos en los mares del sur (Gauguin al fondo). Incluso narrativa hubo, como el nouveau roman, que hizo de la ausencia de argumento, del rechazo de la historia y de la no narratividad la tríada virtuosa de una propuesta estética que fue necesaria pero que aburrió a un par de generaciones de una manera perseverante: llegó un momento en el que los jovencísimos lectores de entonces, cultivados en la adolescencia en la lectura de Stevenson, de Swift, de Baroja, de Dickens o de Clarín, asumíamos interminables sesiones de tortura frente a textos difícilmente legibles con el convencimiento (alentado por los estructuralistas) de que ahí estaba el secreto del gozo literario, la magia (muy oculta, casi inexcrutable) de la literatura. Recuerdo el tedio asumido voluntariamente algunas tardes de verano consistente en intentar dar por terminada la lectura de una novela (¿novela?) de Robbe Grillet titualada La celosía con la intención, tan estimulante como inexplicable a la luz del presente, de contarlo a los amigos y de presumir de haber doblegado, al fin, uno de los textos emblemáticos del "nuevo novelista francés". Confieso que de aquella propuesta narrativa leí con placer y con pasión tres novelas: La modificación, de Buttor (a propósito de esa experiencia reflexiona, por cierto, el narrador de Verano, mi última novela) y El planetario e Infancia, de Nathalie Sarraute. Las tres eran (son) textos con cierto grado de experimentalismo, ciertamente. Pero sustentados en una historia, atravesados por la emoción sentimental y no sólo estética. Es decir, en el binomio sobre el que se levanta toda la gran literatura: palabra reveladora y vida. Ojo: que nadie se equivoque. No pretendo equiparar la llamada estética nocilla con determinadas literaturas experimentales propicias a provocar en el lector el tedio, el desconcierto o el cabreo. En absoluto. Lo que afirmo es que es muy discutible que sea una consecuencia objetiva, inevitable y saludable de la era Internet y de las conquistas y transformaciones que en la comunicación ha creado el llamado ciberespacio. Diré más: hoy podemos encontrar en las mesas de novedades de las librerías auténticas obras maestras, leídas y degustadas por miles de lectores, que se sustentan en el canon tradicional y que tienen como núcleo estructural una historia, un argumento, una trama que pasa a ser materia literaria a través del lenguaje. Grossman, Barnes, Ford, Nemirovsky, Marai, Auster, Williams, Conti, Vargas Llosa.... La lista de nombres sería, a este respecto, interminable.
Preguntas que se me ocurren: ¿no será que, a veces, tras la defensa a ultranza de la fragmentariedad existe una latente (o real) incapacidad para construir una historia, sea cual sea el lenguaje que la alimente? ¿Quién no nos dice que en la asimilación objetiva de determinadas fórmulas experimentales con la era Internet no hay una renuncia a hacer novela con los ingredientes e innovaciones que ese mundo nos ofrece, pero construyendo textos narrativos con vida, que emocionen, que apasionen, que nos mantengan atrapados de principio a fin?
Las respuestas, se las dejo al lector. O a un futuro artículo de este escritor "Al margen". Sed felices y leed mucho este verano.
miércoles, 25 de junio de 2008
De amigos e intereses en la poesía contemporánea: dos homenajes

MANOLO Y SU POESÍA
El acto fue muy emotivo y tanto nuestras intervenciones como la lectura de poemas de Echanove se desarrollaron con el telón de fondo de la memoria de un escritor y de un poeta irrepetible, de una figura inseparable de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. También con la presencia de Anna Sallés, su compañera, y de Daniel Vázquez, escritor e hijo.
Yo viví algunos años metido en la poesía de Manolo y, gracias a la decisión de trabajar en un ensayo sobre ella, tuve la fortuna de conocerlo, de hablar con él largamente de poesía, de política, del mundo literario, de sus miserias y de sus grandezas. De aquellas conversaciones y de no pocas lecturas y metabolizaciones de sus poemas surgieron tres trabajos de los que me siento especialmente orgulloso y satisfecho: una edición crítica de Una educación sentimental y Praga (Cátedra, 2001), el ensayo Memoria, deseo y compasión (Mondadori, 2001) (nunca olvidaré su llamada telefónica, emocionada como la de un joven poeta ante su primer libro, una mañana de octubre, para comunicarme que la editorial le había enviado, en primicia, uno de los primeros ejemplares que habían llegado de la imprenta) y el estudio preliminar con que se abre esta última edición de su poesía reunida titulado "La poesía de Manuel Vázquez Montalbán: un decálogo y una coda".
LA JUSTICIA POÉTICA Y LA FACILIDAD DEL CRÍTICO
¿Por qué me siento especialmente orgulloso? Porque creo que con esos trabajos he ayudado, aunque sea una brizna, a restablecer la justicia literaria poniendo en su lugar a un poeta como la copa de un pino, y he saldado una deuda ética, moral, con uno de los escritores más cercanos, generosos, rigurosos y hondos con que ha contado la literatura contemporánea en castellano. Reivindicar, en los años 90 y en este comienzo de siglo, la poesía de Manolo era una obligación moral entre tanta reivindicación de medianías que jamás traspasaron la frontera de la mediocridad. O que hicieron de la poesía una atalaya cultista y separada de la vida. Lo más fácil, siempre, es teorizar sobre lo sabido, analizar la obra del poeta superanalizado y superconsagrado (pienso en Gil de Biedma, en Ángel González, en Valente, en nuestros clásicos del 27, en Blas de Otero....). Lo arriesgado, para un poeta que escribe, también, crítica, es tirarse a la plaza pública a resaltar los valores de poetas silenciados o cuestionados, lo complicado es buscar y mostrar la proteína de una obra llena de carga perturbadora (lo hice también con Diego Jesús Jiménez). Eso es lo difícil. También lo hermoso.
LO QUE ME DIJO JUAN CRUZ Y LAS AUSENCIAS
En la presentación-homenaje que celebramos en Madrid hubo muy pocos de los poetas, escritores y otras hierbas que, cuando Manolo vivía, solían saludarlo, elogiarlo, pedirle favores y apoyos, requerirle prólogos y otros trabajos. Faltaron muchos amigos (o que se decían y se dicen amigos). Me lo subrayó, en un aparte, Juan Cruz (amigo, con mayúsculas, de Manolo), que llegó a decir: "si hoy hubieran venido a homenajerlo todos los que le pidieron favores o se beneficiaron de la generosidad de Manuel, no habríamos cabido en la sala". Era cierto. Al días siguiente, Juan Cruz me escribió un mail comunicándome que había escrito, en su blog, una entrada sobre el acto. La leí y pude comprobar que lo que me dijo en voz baja había sido elevado a la condición de afirmación pública.
Ahora añado: los poetas y escritores rojos, propensos a homenajes a poetas que han pasado el rubicón del Príncipe de Asturias (Ángel González, por ejemplo), o la consagración unánime de la generación del 27 (Alberti, por ejemplo), aficionados a acudir en comandita a jalear a escritores ya mayores a los que nadie cuestionó jamás, no estaban. Ninguno. Ni García Montero, ni Prado, ni Sabina, ni Rioyo, tan apasionado lector de la obra montalbaniana (al menos, así lo predica), ni tantos otros que decían compartir, en vida de Manolo, identidades ideológicas, posiciones políticas, amores por la copla y la Barcelona del mestizaje y el espíritu crítico además de haber compartido El País, el diario en el que Manuel Vázquez Montalbán era, desde el primero número del ya lejano 1976, una firma imprescindible. Tampoco estuvo Chus Visor, el editor de Ciudad (1996) y de Pero el viajero que huye (1991), los dos últimos poemarios de Manolo. Es posible que tuvieran otras obligaciones, compromisos de índole superior. Pero... se echó de menos el mensaje escrito, el apoyo en la distancia, la solidaridad con el homenajeado.
Sí, Juan Cruz escribió en su blog lo que muchos pensaron (comenzando por Manuel Fernández Cuesta, el editor, y acabando en el propio Castellet): la generosidad de ciertos poetas con los colegas muertos es extremadamente selectiva.
EL OTRO HOMENAJE: SENTIRSE INTRUSO
Viene esto a propósito de mi experiencia en un homenaje posterior. Fue el 17 de mayo y el acto, en una ciudad del área metropolitana de Madrid, tenía como protagonista la memoria de Ángel González. Acudí porque por una suma de circunstancias acabé de participante en la mesa (junto a Almudena Grandes, Benjamín Prado, Luis García Montero, Juan Cruz, Julio Llamazares y Javier Rioyo). Yo acudí no sólo porque me invitó el ayuntamiento que lo organizaba sino porque me considero conocedor y amante de la poesía de Ángel. Porque, además, creía representar a los cientos de miles de lectores que han vivido la poesía de Ángel más allá de la figura ceñida a las noches de farra y al reducido grupo de amigos de las madrugadas madrileñas en que se centraron, con posterioridad a su muerte, la mayoría de las columnas y semblanzas que se publicaron. Y, cómo no, porque dirijo la colección de poesía que acogió la reedición de Tratado de urbanismo con lectura de Carlos Pardo (Bartleby, 2007), un libro que Ángel recibió con enorme emoción. Pues bien, tuve la sensación (algo que me confirmaron después amigos presentes en el acto) de que en aquella mesa estábamos dos escritores que, para la mayoría de sus integrantes, no lo merecíamos. Las ausencias en el homenaje a Manolo Vázquez Montalbán, se habían convertido en presencia abrumadora tendente a la apropiación de la memoria y de la obra del gran Ángel González (por cierto, poeta al que Manolo admiraba sin reservas). ¿Casualidades de la vida? Probablemente. Pero lo cierto es que tuve la sensación de ser considerado intruso, presencia innecesaria, crítico y poeta no invitado, ajeno al universo de amistades íntimas del poeta homenajeado y, por tanto, "carente de legitimidad" para hablar de él.... El otro escritor disonante, que sí fue amigo de Ángel y que subrayó, sobre todo, su tristeza (su recuerdo también era ajeno a la memoria de nocturnidades que la mayoría de la mesa puso de relieve), fue Julio Llamazares.
Al día siguiente, los periódicos recogieron lo más significativo del acto. No pocos amigos me llamaron o escribieron para expresarme su extrañeza por mi presencia en la mesa redonda. Era, para ellos, un anacronismo. La sensación que experimenté mientras compartía palabras con el resto de los poetas y escritores, la compartió buena parte de quienes me escribieron o llamaron por teléfono. Lo que, objetivamente, era algo natural (incluso hubiera sido necesaria la presencia de muchos más poetas y críticos del amplísimo universo de admiradores de la poesía de Ángel González: es lo que merece) pasaba a ser, para los observadores conscientes de la realidad literaria que vivimos, una anécdota extraña, poco acorde con la visión restringida que en los últimos tiempos se proyectaba sobre Ángel. Una pena.
lunes, 16 de junio de 2008
La crónica de un "Verano" que se escribió en diez años.
—¿Han llegado los chicos? —dijo Adela.

jueves, 12 de junio de 2008
Niall Williams, la Irlanda relegada y la Feria del libro de Madrid

En tiempos de tramas vaticanas, códigos da vinci, catedrales marinas y narraciones que huyen del presente como de la pólvora, acercarnos a Sólo una palabra tuya y a la vida cotidiana, profundamente enraizada en los últimos años del siglo XX y en los iniciales del XXI, que en ella se dibuja, es un saludable ejercicio. Que quizá nos sirva para contemplar nuestra literatura de hoy para constatar que, salvo raras excepciones, el presente, en España, "no tiene quien lo escriba".
Tensión narrativa, emoción estética y sentimental, metaliteratura, paisajes, meditación existencial... Todo está en Sólo una palabra tuya. Merece la pena sumergirse por unas horas en las páginas de este libro irrepetible. Como antesala de esa experiencia, invito al lector a disfrutar el fragmento con que se inicia el segundo capítulo de la novela:
"Comenzar.
Comenzar con la imagen de una mujer de pelo rubio lanzándose al azul de una piscina en pleno verano. La piscina está al final de una larga extensión de césped que parte desde la gran casa situada en el condado de Westchester, Nueva York, cerca de la ciudad con el nombre indio de Wapaqua, donde la mujer creció junto con su hermano. Ahora es la casa en la que una madre divorciada va a quedarse sola cuando, en ese mismo verano, la mujer se case y su hermano se vaya a vivir a California. La mujer se tira a la piscina y un hombre permanece de pie observándola. Es ese momento del día en el que la luz se apaga deprisa y las azules sombras de las cicutas y los cedros son alargadas. El calor del día se va pasando aunque de alguna forma permanece todavía mientras la oscuridad se cierne. El aire es pesado y denso. Las perfectas brazadas de la mujer mientras nada metro a metro son una especie de frío que resulta encantador, suave y sencillo. Nada de una forma notablemente hermosa y es como si el agua fuera su verdadero elemento, dentro del cual sólo existiera el movimiento de su cuerpo y su fluidez. Y en ese momento, justo cuando la tarde se convierte en noche, en lo alto de la casa su madre se levanta y enciende una luz. De golpe la piscina reluce con un resplandor azul y dorado que sale de las profundidades mientras la nadadora parece una criatura fantástica cayendo sobre el agua.
Pero todo esto ocurre mucho después. En lugar de eso, hay un chico, un chico tan flaco como un palo. Un chico que aún es feliz, que vive junto a la carretera a las afueras de un pueblo llamado Dun, en el oeste del condado de Clare. Su pelo es rubio, su nariz está sembrada de pecas. Sus ojos son verdes. Tiene un hermano cinco años mayor que él y una hermana, Louise, que es un bebé."
Ahí queda.
viernes, 25 de abril de 2008
HAROLDO CONTI, el amigo de Juan Gelman al que desaparecieron...
Le dije que Bartleby Editores, la editorial de Pepo Paz -a la que conoce, según me contó, por su colección de poesía-, acababa de estrenar la de narrativa con un clásico de la literatura alemana, Adalbert Stifter (Brigitta), y que era inminente la distribución a librerías de los Cuentos completos de Haroldo Conti en una edición que recogía, a modo de prólogo, un texto emocionado y testimonial de Gabriel García Márquez. Gelman me contó, como si se tratara de una experiencia conocida muy de cerca, la misma secuencia de hechos que en ese prólogo narra el Premio Nobel colombiano. Abajo la puede leer el lector curioso:
Gelman me habló de él como uno de los grandes escritores argentinos de su tiempo. No sólo como un amigo, sino como un creador de raza. También le dije que Pepo Paz había pensado en él para presentar el libro de cuentos pero que, ante el apretado calendario de actividades oficiales en que estaba metido, no parecía muy plausible tal posibilidad. Hubiera sido, sin duda, hermoso, vivir la experiencia de un Juan Gelman presentando los cuentos completos de su amigo desaparecido. Pero dejémonos de lamentaciones. Si hace algunos meses transcribí en este blog un fragmento de uno de los relatos del libro de Conti, esta madrugada, cuando tengo la certeza de que sólo me separan unas horas de vivir la experiencia de tener entre mis manos el libro con que hace año y medio comenzamos a soñar Pepo Paz y yo (yo lo soñé, todo hay que decirlo, como un imposible, como una quimera inalcanzable), ofrezco al lector, como anticipo de lo que tendrá en su poder cuando acceda al libro, el comienzo del relato titulado "Perdido". Ahí va:"Quince días después del secuestro, cuatro escritores argentinos -y entre ellos los dos más grandes- aceptaron una invitación para almorzar en la casa presidencial con el general Jorge Videla. Eran Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Alberto Ratti, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, v el sacerdote Leonardo Castellani. Todos habían recibido por distintos conductos la solicitud de plantearle a Videla el drama de Haroldo Conti. Alberto Ratti lo hizo, y entregó además una lista de otros once escritores presos. El padre Castellani, entonces tenía casi ochenta años y había sido maestro de Haroldo Conti, pidió a Videla que le permitiera verlo en la cárcel. Aunque la noticia no se publicó nunca, se supo que, en efecto, el padre Castellani lo vio el 8 de julio de 1976 en la cárcel de Villa Devoto, y que lo encontró en tal estado de postración que no le fue posible conversar con él". Gabriel García Márquez.
"El tren salía a las ocho o tal vez a las ocho y media. Recién diez minutos antes enganchaban la locomotora pero de cualquier forma el tío se ponía nervioso una hora antes. Todos los del pueblo eran así. Apenas llegaban y ya estaban pensando en la vuelta. Su padre había hecho lo mismo. La mitad del tiempo pensaba en las gallinas, que comían a su hora, o en el perro, que había dejado en lo del vecino. Para él Buenos Aires era la Torre de los Ingleses, Alem, la avenida de Mayo y, por excepción, el monumento a Garibaldi, en Plaza Italia, porque la primera vez que vino, con la vieja, se extraviaron y fueron a parar allí. Se sacaron una foto y el tipo de la máquina los puso en un tranvía que los llevó a Retiro. De cualquier forma llegaron una hora antes y con todo estaban tan excitados que casi se meten en otro tren."
jueves, 24 de abril de 2008
Gelman, la memoria y nuestro pasado: histórico y... poético
GELMAN, LA MEMORIA Y MI RECUERDO DE UNA CRÍTICA
Hablando de memoria: ayer, 23 de abril, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, pude escuchar la voz de Juan Gelman. Una voz firme pese al tono aterciopelado de su acento argentino. Una voz que defendía la poesía como territorio del lenguaje que revela y aturde. Una voz que, quizá como parte sustantiva del oficio de poeta, reivindicaba la memoria. La de los amigos y familiares muertos (algunos, como su hijo y su nuera, tan cercanísimos que nos duelen a todos todavía) bajo la dictadura de Videla, sin duda. Pero su voz iba más allá: convocaba nuestra memoria de humillaciones y derrotas, nos invitaba a devolver la identidad a nuestros asesinados que muerden el anonimato, desde hace más de medio siglo, en cunetas perdidas o en fosas comunes (¿cómo no recordar, al escuchar al poeta, a Federico, como no pensar en la suerte de sus restos?), nos invitaba a un permanente ejercicio de indagación en el pasado. Sin memoria, no existimos, no somos. Esa apelación, hecha con la emoción de quien ha vivido una dramática experiencia -individual y colectiva-, heló la sonrisa, que mostraba con presunción y casi con descaro desde el principio del acto, de Esperanza Aguirre y estuvo a punto de llenar mis ojos de lágrimas.
lunes, 14 de abril de 2008
García Lorca: ¿una excepción a la Ley de Memoria Histórica?
Es curioso que la Ley de Memoria Histórica, respaldada por las fuerzas de izquierda, sustentada en principios radicalmente democráticos y nacida para devolver la dignidad a los vencidos y la identidad, incluso en la muerte, a quienes fueron desprovistos de identidad y enterrados, como si de basura se tratara, en fosas comunes, en zanjas perdidas junto a carreteras solitarias o en barrancos sin nombre (o, como en el caso de Federico, con nombre), sea en este caso sorteada y se plantee que es preciso mantener la incógnita y cultivar, en el fondo, la desmemoria: "No mover a Lorca del lugar de su muerte es la mejor manera de recordar el crimen", afirma Rioyo. Si esa afirmación no fuera acompañada de una suerte de negativa a indagar en nuevos datos acerca de su asesinato, en la búsqueda responsabilidades o de la apuesta por el olvido de detalles que podrían aportar una luz nueva, podríamos darla por buena. Sin embargo, Ian Gibson, en el documental de Ruiz Barrachina, afirma justamente lo contrario. Se ratifica en unas declaraciones hechas a la Agencia EFE que leí en diciembre de 2006 y que reproduzco textualmente: "Lorca es el poeta español más famoso del mundo y la víctima más notoria de la Guerra Civil española, y por ello creo que incumbe al Estado la búsqueda de sus restos". Si a ello añadimos la voluntad de los familiares descendientes de Dióscoro Galindo y Francisco Baladí, el maestro de Pulianas y uno de los dos banderilleros fusilados junto al poeta, quienes, acogiéndose a la Ley de la Memoria Histórica, quieren pedir la exhumación de los restos que se encuentran en la misma fosa, no parece muy racional (tampoco humanitaria) la negativa de a familia.
Sé que es un asunto complejo, delicado si se quiere. Pero, volviendo al principio de esta entrada, resulta llamativa la coincidencia de Rioyo, también de García Montero, con la posición que ha venido defendiendo la derecha política y social. Una postura que supone establecer una excepción en la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, además de limitar (¿o cercenar?) los derechos de los descendientes de dos asesinados no tan conocidos ni influyentes en nuestra cultura como el maestro y el banderillero que, según todas las hípótesis, lo acompañaron en tan trágico destino.
¿Por qué esa defensa tenaz de la inamovilidad de los restos? ¿Por qué esa oposición a la investigacion si lo único que puede hacer es aportar luz y acabar con hipótesis y rumores de toda índole? ¿Por qué esa tenaz perseverancia en dejar el asesinato de Lorca circunscrito a la lógica consecuencia de la represión generalizada del fascismo en la provinccia granadina descalificando motivaciones complementarias, adicionales, pero quizá decisivas (homosexualidad, pugnas y odios familiares, razones económicas)? ¿Cuántos trabajadores, sindicalistas, pequeños empresarios, maestros o campesinos fueron asesinados por militares sediciosos o por fuerzas paramilitares franquistas en el marco de la represión generalizada pero saldando viejas cuentas personales, fobias y odios familiares o pugnas económicas arrastradas durante décadas?
Lorca. El mar deja de moverse es un documental clarficador, contundente. Estéticamente clásico, tradicional si se quiere, pero que cumple con la función esencial de todo documental: aportar nuevos enfoques a una realidad conocida en parte. Iluminar zonas oscuras, aportar nuevos y desconocidos datos. Aclarar nuestra historia y recuperar la memoria colectiva. Y, como corresponde en un asunto tan controvertido como las circunstancias en que Lorca acabó siendo asesinado, poniendo sobre el tapete todas las opiniones: la de la familia, la de Gibson, la de Paul Preston, la de la familia Rosales... Y la de nuevos investigadores que están aportando ingrediente nuevos a la exigencia de investigación. Los restos de Lorca son de la familia, por supuesto. Pero no se trata de expropiárselos, de arrebatárselos, sino de algo tan simple como saber si están donde se dice que están, como desmentir hipótesis que sólo serán peregrinas cuando la investigación lo haga evidente.
sábado, 29 de marzo de 2008
La procedencia de un título: "Monólogo del entreacto"
Monologo del entreacto
I
No propongo
el desmantelamiento propio.
Tampoco la renuncia. Nunca
vendrá la salvación de tal entrega,
de tal vuelta de llave.
Sí te reto a cultivar palabras
con todo lo que vive, canta o sufre,
con todo cuanto escapa a la impericia
de la voz o del viento, de la música
que fue celebración y que aún perdura
en el viejo reducto
de tus mitos sagrados o en la balda
que ocupan los arcones
hace tiempo cerrados.
II
Porque uno conserva, a pesar del espejo
que revela desaires y derrotas,
cierta luz, cierta angustia,
no menos sagrados que los mitos:
conserva, sobre todo,
la pasión que no acaba
en la niebla que alberga el trago largo
de alcohol y largo de renuncias.
Porque no todo
nace y muere en sí mismo
o alza el vuelo y se estrella
en el íntimo espacio
del que te piensas único habitante
—por ello, incitador
de culpables silencios—.
III
Porque existe la noche y existen sus esquinas
apenas indagadas
más allá de la oferta
de minutos de amor a pago urgente.
Y existe la canción que se comparte, existen
las notas entonadas en feliz compañía, existe
la verdad que negaste
en un tiempo ilusorio.
Son
certezas que se tocan, fotogramas
que significan, manchas
que te aseguran
a este mundo de huecos y presencias y dudas.
IV
Porque uno mantiene,
sobre el poso del miedo y de la usura,
el ajeno destello,
la llama descubierta
en los libros robados,
la esperanza de vivir la conjura
de los sueños de pronto coincidentes
no sólo con los ecos de un poeta
tal vez indiscutible,
sí con la estrella de los otros,
con el calor de los pronombres
no sólo singulares.
No propongo, por tanto,
el desmantelamiento propio,
tampoco la renuncia
al poder ilusorio
que a veces nos acerca
a la talla del héroe o nos redime
y a veces nos condena
a la renuncia o al suicidio.
V
Desde el cuarto que acoge
mi soledad, desde la cueva
que me oculta del aire, te propongo
vivir en la intemperie,
vocear la pasión,
hacer de la escritura
tierra que te descubra
tu complicada condición: tumulto
de ciudades, de climas, de tabernas,
de canciones sombrías —en puertos o alamedas,
en domicilios conocidos
o en viejas estaciones terminales—
que te acompañan
en el peregrinar
por tus fantasmas, réplicas
del dolor o la lluvia compartida, espejos
—quizá deformes o borrosos—
de un rostro desolado y no del todo,
a tu pesar, desconocido.
VI
Así se vive, así te digo, amante olvidadiza,
que yo vivo.
No es que tenga mi hacienda en tal subasta
ni que el aire que ronda por tus ojos
carezca de atractivo, no es tampoco
un desaire a tu piel o a tu voz algo ajada
por charlas más profundas que la noche.
Es un vicio, ya sabes, que me obliga
—me alimento de extraños universos—,
que me tiene a tus pies investigando
en tu carne el origen que razona
la devoción que aplico al mundo
que en este dormitorio tú resumes.
Mi vida en la UVA de Hortaleza: una entrevista de Juan Jiménez Mancha
Reproduzco, a cotinuación, la entrevista que Juan Jiménez Mancha publicó, en diciembre de 2020, en El Periódico de Hortaleza . Creo que el...

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Reproduzco, a cotinuación, la entrevista que Juan Jiménez Mancha publicó, en diciembre de 2020, en El Periódico de Hortaleza . Creo que el...
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En 2012 publiqué Fugitiva ciudad, En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...