domingo, 27 de marzo de 2011

En La Habana y Managua, conmemorando a Gabriel Celaya

Con Guillermo Roidríguez Rivera
En La Habana y en Managua se respira la necesidad del cambio, de la transformación. Política, en sentido democrático, en la capital cubana, un empeño en el que en los países europeos y todos los ciudadanos amantes del progreso, de un mundo diferente, debemos comprometernos a fondo. También social y económica para que la calidad de vida de la población (que en buena parte vive en condiciones muy precarias, casi miserables) mejore sensiblemente. Obama y la administración demócrata norteamericana pueden hacer mucho con una simple decisión: acabar con bloqueo y eliminar toda excusa para la bunkerización del sistema, respaldar un horizonte de reformas que huya de salidas radicales y busque fórmulas que lleven a la democracia y a un cambio en profundidad de una realidad injusta y profundamene anquilosada. En Nicaragua, donde convive la opulencia con un desolado paisaje de precariedad, de falta de horizontes, de miseria. se respira la necesidad de una transformación social, económica, reequilibradora. La democracia política todavía no ha dado respuesta a esas necesidades. Un desafío pendiente.
Esas dos realidades han acogido los actos conmemorativos del centenario de Gabriel Celaya. Un centenario al que me han invitado a participar en ambas capitales como conferenciante y con la celebración de encuentros con jóvenes poetas y con poetas menos jóvenes (memorable, irrepetible el diálogo en la Unión de Escritores de Cuba con poetas que conocieron a Celaya y lo acompañaron en sus viajes a la isla), con un diálogo con estudiantes en la Universidad de La Habana y con un taller de escritura en el Centro Nicaragüense de Escritores.

He tomado contacto con una realidad difícil, tremendamente difícil y, a la vez, cargada de expectativas y esperanzas. Con una realidad en la que el poeta Gabriel Celaya, casi olvidado en el panorama literario español, cobra un sentido profundo, de una actualidad casi hiriente. Leer ante alumnos de la universidad habanera o ante los propios escritores cubanos, o nicaragüenses, poemas como "La poesía es un arma cargada de futuro" o "España en marcha" ha supuesto situar los poemas del guipuzcoano en un contexto en el que la necesidad de una democracia que se digne de tal nombre y el apremio de profundas transformaciones económicas y sociales dan un sentido casi literal a versos como "maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales" o "ni vivimos del pasado, / ni damos cuerda al recuerdo, / somos, turbia y fresca, un agua / que atropella sus comienzos".  La esencia de aquellos poemas directamente sociales de Celaya encontraba acomodo en un mundo cotidiano que exige de la poesía una mirada crítica, algo que en España y en las sociedades industrialmente avanzadas hemos olvidado con cierta vehemencia.
Gabriel Celaya y Rafael Alberti
Ha sido una experiencia emocionante compartir unas horas con los poetas que recibieron a Celaya en su viaje a La Habana en 1967. Allí estaban, en un ambiente de convivencia y encuentro, bajo la acción moderadora del crítico y ensayista Guillermo Rodríguez Rivera, Nancy Morejón,  César López, que hizo una evocación emocionada, llena de anécdotas, de su amistad con el guipuzcoano, Pablo Armando Fernández, Reynaldo González o Jaime Sarusky.

Gabriel Celaya ha sido el poeta olvidado de los grandes rotativos españoles en su centenario. La repetición de fórmulas desde la "trinchera" de la poesía comprometida de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo junto con el descrédito al que se sometió la poesía social por parte de la crítica novísima y por los estructuralistas más dogmáticos a lo largo de la década de los años setenta, relegó a un segundo plano su figura literaria y humana hasta el punto de que sus últimos años fueron, para él y para Amparo Gastón, Amparitxu, de convivencia con la precariedad económica más absoluta. Sólo el Premio Nacional de las Letras en 1986 alivió algo sus penurias.

Centro de La Habana
Sin embargo, Gabriel Celaya, más allá de su obra demasiado extensa, fue en poeta enorme, de una gran calidad. No sólo en su etapa más social y políticamente comprometida (fue, como Blas de Otero, miembro del PCE y candidato al Senado en las primeras elecciones democráticas), sino en sus primeros años de poeta formado a la sombra de la Generación del 27, cuando publicó Marea del silencio (1935) o La soledad cerrada (1947) y, sobre todo,en sus libros menos enfáticos, menos relacionados con la apelación directa a la acción social y política. Hablo de la poesía que escribió a finales de los años cuarenta, una poesía poco estudiada y de una altura más que notable. Poesía de lo cotidiano, de la subjetividad filtrada por la mirada hacia lo colectivo, de la que aprendieron algunos de los mejores poetas posteriores, los de la Generación del 50. El poema que podéis leer abajo, perteneciente a esa etapa, es un claro anticipo de la poesía conversacional que se escribiría después.

Cuéntame cómo vives;
dime sencillamente cómo pasan tus días,
tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres
y las confusas olas que te llevan perdido
en la cambiante espuma de un blancor imprevisto.


Cuéntame cómo vives;
ven a mí, cara a cara;
dime tus mentiras (las mías son peores),
tus resentimientos (yo también los padezco),
y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte).


Cuéntame cómo mueres;
nada tuyo es secreto:
la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo);
la locura imprevista de algún instante vivo;
la esperanza que ahonda tercamente el vacío.


Cuéntame cómo mueres;
cómo renuncias -sabio-,
cómo -frívolo- brillas de puro fugitivo,
cómo acabas en nada
y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo.
                                              De Tranquilamente hablando, 1945
Poco, por no decir nada, se ha referido la crítica a ese aspecto. Ni siquiera los teóricos de la poesía de la experiencia de los años 80 han destadado algo que un poeta como Ángel González advirtió de manera clara cuando escribió una larga introducción a la antología Gabriel Celaya. Poesía publicada en 1977 por Alianza Editorial: su tono conversacional y directo como factor decisivo en la poesía coloquial y directa de algunos autores posteriores. En la obra del citado Ángel González, de José Agustín Goytisolo, de  Jaime Gil de Biedma o de Carlos Sahagún son visibles ecos de la dicción, del tono, la ironía y la atención a lo cotidiano del Gabriel Celaya de libros como Tranquilamente hablando (1947), Las cosas como son (1949) o Los poemas de Juan de Leceta  (editado por Carlos Barral en la colección Collioure en 1961 y, en los setenta, por Luman en la colección El Bardo). Ese tono de confidencia, de lectura en voz baja, es de una modernidad radical: sobre todo si tenemos en cuenta que a finales de los años cuarenta dominaban nuestra realidad poética el garcilasismo escurialense de un lado, con su énfasis clasicista y algo hierático, y un cierto tremendismo de tono airado en el lado "social" de Espadaña. La poesía de Celaya es, en gran medida, una inyección de serenidad, de cercanía. Es lo que no tardando mucho ciertos críticos acuñarían, para otros, como poesía de la experiencia.

Os dejo con "´La poesía es un arma cargada de futuro" no en la voz de Paco Ibáñez, sino en la de Joan Manuel Serrat, cuya versión, con la música del propio Ibáñez, es menos conocida. Gocemos.

2 comentarios:

RAB dijo...

:)

Manuel Rico dijo...

Hola. No he olvidado que tengo pendiente una llamada telefónica. El viaje y una conversación pendiente con Bartleby lo han aplazado. Hablamos en breve (también me puedes llamar cuando quieras).
Un abrazo.

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