jueves, 1 de octubre de 2009

"La casa roja" es mi casa, es nuestra casa: bien por Juan Carlos Mestre

Imagen de cabecera: el joven se aleja

La fotografía que ocupa hoy la cabecera lleva un título polisémico: "El joven se aleja". Fue tomada en el verano de 2008, en el puerto de La Morcuera. Viajábamos, mi hijo y yo, desde el valle del Lozoya hacia Madrid. Nos detuvimos un rato a contemplar el paisaje en la irregular llanura que se extiende en las proximidades del puerto. Él quiso probar su rodilla operada y echó a correr carretera adelante. Lo vi alejarse: la carretera solitaria dibujando un destino que puede ser el horizonte que, al fondo, se abre a las alturas, los contornos de la cordillera, aún más alta que el propio puerto, el verde de los densos pinares que se ven a lo lejos. Una mirada superficial nos habla de un chico corriendo sobre el asfalto. Es casi una escena sacada de un relato de Tobias Wolff, el narrador norteamericano amigo de Carver. Mi mirada -mi cámara- capta algo más que un paisaje, algo más que a un joven desconocido que parece huir: capta al hijo que tiene 16 años de edad y corre hacia el futuro, hacia la madurez. Se aleja hacia un horizonte que ya no será mío. Que ya no será nuestro.

La casa roja, premio nacional

El horizonte que sí considero mío es el que se dibuja en el libro de Juan Carlos Mestre que acaba de ser reconocido con el premio nacional de poesía. Merecido galardón que da cuenta de una de las trayectorias poéticas más originales de la poesía española escrita desde los años 80. Un libro al que tuve el orgullo de referirme (y recomendar) hace algo más de un año en un programa desaparecido de Manolo HH en Radio Nacional, La noche menos pensada, y al que, el pasado mes de abril, en este blog califiqué como uno de los mejores libros de los últimos años (léase Dos dedicatorias). Se trata de un libro denso e intenso en el que Mestre ha venido trabajando durante años y del que tuve una primera noticia a finales de los noventa, en una lectura que el propio Mestre, acompañado de un acordeón, hizo en la Tertulia Hispanoamericana: allí escuché la primera versión del poema que da título al libro y allí se me quedó grabado ese verso memorable (tan emotivo como eficaz en términos de significación): "Las estrellas para quien las trabaja". Lejos como estoy de su estética, comparto con Mestre una visión de la poesía basada en la relación dialéctica, en el texto, entre investigación en el lenguaje, búsqueda de sus capacidades sorpresivas, reveladoras, y acercamiento crítico a la realidad. Lo que él ha llamado en no pocas ocasiones "poesía de la conciencia". Enhorabuena al poeta. Enhorabuena al amigo, al hermano, al compañero de veladas de charla sobre poesía, sobre política, sobre las dimensiones de las estrellas. Y, como no, de veladas de discusión, de duro enfrentamiento dialéctico, de franqueza y sinceridad, de las que tanto se ayuna en el mundo literario de este país.

Pero mi enhorabuena va dirigida también a la editorial Calambur. Una de las editoriales que pugnan por abrirse un espacio en ese universo que tienden a monopolizar dos o tres sellos que llevan largos años haciendo acopio de todos los grandes premios (y no me refiero a los que se dan a libro inédito por instituciones diversas, que también, sino a los que se dan a libro publicado, como el Nacional o el de la Crítica). El premio servirá para que Calambur, y su promotor Emilio Torné, pesen mas en el mundo poético.

Despidiendo a Diego Jesús Jiménez: palabras para Juan Carlos Mestre

Ahora me dirijo a ti, Juan Carlos. Rompo la convención del blog y hablo contigo. ¿Sabes lo que pensé cuando en la mañana del miércoles Pepo Paz me llamó al móvil para decirme que los teletipos estaban contando la noticia de tu premio? Pensé que te lo merecías. Y, al instante, recobré una escena que, emocionados, compartimos y a la que se refirió Pepo en una entrada de su blog (Accede a ella)). Fue el 14 de septiembre, en el centro cultural Diego Jesús Jiménez, de Priego, despidiendo a nuestro amigo de tantos años. Yo presenté el pequeño acto y tú leíste, con la voz quebrada, "La casa", uno de los poemas más hermosos de La ciudad, el libro con que Diego obtuvo el Adonais en 1964. Cerca de nosotros estaba Guadalupe Grande, y Luis García Jambrina, y Molina Damiani, y Juanjo Lanz, y Angel Luis Luján, y Pepo Paz, y Antonio Carvajal, y Antonio Hernández... Nos despedimos de Diego y lo dejamos "allí, donde termina la Alta Alcarria", contemplando para la eternidad los montes que se alzan sobre río Escabas. Tú leíste "La casa" y los dioses de los buenos poetas y de los hombres buenos ("en el buen sentido de la palabra", que diría Antonio Machado") han hecho posible que la otra casa, que era también la casa de Diego, La casa roja, sea premio nacional. Por eso, cuando supe de tu premio no pude evitar imaginarme a Diego, allá donde se encuentre, brindando con Coca Cola Zero, por ti y por Aleja. Y diciendo que no podría acompañarte en la futura ceremonia de entrega del premio utilizando el lema que tanto conocíamos para justificar su semiencierro en su casa: "Mire usted, es que yo a España no bajo". Al fin y al cabo, formaba parte de ese ejército de paz al que, en un poema de La casa roja (reproduzco un fragmento), te referiste de forma tan perturbadora y bella: al ejército de los poetas.

"Recorrimos los suburbios,
anduvimos juntos entre la maleza,
dormimos en los cobertizos.

El poeta barba de maíz roedor de los sembrados,
el poeta bobina de hilo de las cometas.
El que bajo los párpados de lino del verano
es la voz ronca del vendedor ambulante,
la mirada del viento que seca la tierra mojada.

Lo que el poeta dice,
lo que dice el poeta a la adivina,
al solitario de boina gris,
al que oye sus palabras como relato de un robo.

El poeta vidrio de los cuatro colores de la atmósfera,
el poeta oscuro llave de las alacenas.
El que está sentado a la diestra del padre
junto al jugador de baraja que lee la fortuna,
el que le dice a la vida, oye vida,
y se acuesta con ella".
Nada más, Juan Carlos. Termino reproduciendo un poema de mi libro Donde nunca hubo ángeles (Visor, Madrid, 2003) que escribí al calor de algunas de nuestras memorables discusiones, creo que después de aquella de Priego, un día de julio, que me has recordado en estos días duros de las despedidas. A ti te lo dedico por ese merecido premio:

DISCUTIR DE POESÍA. 3

Discutir de poesía ¿no es tantear la médula
del llanto y del silencio y del idioma
despojado del sueño? ¿no es buscar
azogues y disturbios
que son sabiduría y son incertidumbre y tierra
tan familiar como ignorada?

¿No es, acaso, mostrar la carencia, la despojada luz,
un sentido que sirva
no a los dueños del mundo, sí a las sombras
proscritas al silencio o condenadas
al uso de una voz extraña y sometida?

¿A qué negar su condición de ensalmo fronterizo?
¿A qué su vocación de pócima
que nace en la realidad y la destruye
para vivir en ella, transformada?

En la más vieja sílaba
respira la orfandad del mundo.

¿Dónde poner el límite a la voz? ¿Cómo desposeerla
del espanto y la ruina, de la virtud dudosa
que desconoce el aire y desoye la queja
y se ampara en exactas
geometrías de engañosos vocablos?


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