Yo era un adolescente. Mi padre y mi madre, aquella madrugada, se quedaron en vela para ver la hazaña de Aldrin, Armstrong y Collins. Y yo los acompañé. Era todavía el tiempo de la dictadura, en las cárceles de Franco había más de mil presos políticos, en la universidad las movilizaciones por la democracia eran una constante y ese año la brigada político social, la policía política del Régimen, defenestraría a Enrique Ruano, lo asesinaría. Pero aquella noche el hombre iba a llegar a la luna. Mi padre, a punto de ser cincuentón (como yo ahora), vivía acomodado, más bien cabría decir resignado, en el miedo. Había sido militante de izquierdas con la República, intentado organizarse en la resistencia clandestina y marcar un horizonte de esperanza, de libertad para sus hijos. Pero lo había vencido el miedo.
Nuestro barrio se extendía en la periferia norte de Madrid. Lo llamaban barrio de la UVA de Hortaleza y había sido construido por el Ministerio de la Vivienda de entonces para acoger a los habitantes de los barrios de chabolas, entre los que mi familia se encontraba. No eran viviendas mucho mejores que las casitas bajas que las excavadoras derribaron, tenían carencias de todo orden (la nuestra medía 40 metros para cinco de familia) pero eran nuevas. Allí vivíamos aquel mes de julio.
Mucho tiempo después, quizá en 1992, o en 1993, en la noche del 20 de julio, en homenaje y recuerdo al padre que aquella noche contemplaba conmigo la pantalla en blanco y negro, al hombre que murió una noche, también de verano, de 1979, a quien sólo vivió un año de democracia después de esperarla durante 39 años, al hombre que se me fue prematuramente sin que pudiera hablar con él de tantas cosas, de tantos sueños, de tantas esperanzas posibles -siempre que me acuerdo de él, no puedo sino evocar el título de un libro breve del portugués José Luis Pexoto titulado Te me moriste, padre-, escribí un poema que titulé "Recuerdo con luna". Forma parte de mi libro La densidad de los espejos (Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 1997) y dice así:
Recuerdo con luna
“Fue el verano en que el hombre pisó por primera vez la luna.
Yo era muy joven entonces, pero no creía que hubiera futuro”.
Paul Auster
Hoy recuerdo la noche de verano del sesenta y nueve: afuera
la calima aquietaba la brisa y daba densidad
al tiempo en claroscuro en que habíamos crecido.
El hombre pisaba al fin la luna
y mi padre rondaba los cincuenta.
Era el verano del amor a tientas y de la paz ficticia.
Apenas conocíamos el color de la tinta que hablaba en el abismo,
la espesura sin fronda de un mundo subterráneo,
de casi aparecidos.
Sí. Yo sé que entonces el mundo limitaba
con las cuatro fronteras de mi calle. Que el corazón tenía
su agujero en la casa de niebla de mi barrio,
que el padre aún respiraba el olor algo acre de todos los barnices
y que olía a madera, a colas y a amargura
su ropa al fin rendida en el sofá gastado de la noche
mientras Armstrong tanteaba la luna a paso lento.
Yo sé que esta memoria de aquella noche de bochorno y ceniza
que a cerveza me sabe y a silencio,
es una puerta extraña.
La he abierto hoy, de madrugada,
para encontrar al otro lado no la luz indecisa
de quien fuera, sin saberlo, adolescente,
sino un dolor sin forma, un lastre ambiguo,
el turbio fotograma de un tiempo desflecado.
Sé que me fui. Que abandoné el salón
en el preciso instante en que el hombre pisaba al fin la luna.
Y que mi padre me miró de paso, y que en sus ojos
tembló un destello, acaso la certeza
de que otra luz llegaba
y no era suya.
Y recuerdo, ¿por qué?, la noche en el jardín,
la palidez exhausta de la luna de julio,
el pliegue lateral donde apuntaban las primeras señales
de la huida, esa indigna presencia
que me plantó en la vida sin elección posible.
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5 comentarios:
Excelente el texto y el poema, Manuel.
Tengo cuarenta años, los mismos que hace que el hombre pisó la luna. La imagen que tengo de ese paso de gigante para la Humanidad me ha llegado a través de la misma película que cada década emiten las televisiones del mundo para recordarnos o convencernos de que aquello fue cierto. Tengo también la imagen, ahora, de ese poema que rescatas, del texto de un viejo amigo tuyo en "El mapa de las aguas", pero poco más. Debió ser una hazaña pero para mí no deja de ser un bello cuento y una posible maniobra -excelente- propagandística en plena guerra fría.
Por cierto, esa UVA, tu UVA, empeoró.... Sus vecinos llevan más de 18 años esperando que sus casas sean reconstruidas. Y eso no es ningún cuento. Un abrazo.
Quizá haya sido un poco negativa....que me disculpen los creyentes de la gesta lunar.Seguro que están en lo cierto.
Gabriel: gracias por tu valoración. Creo que el poema lo leí aquel lejano día en que acudí a un encuentro con los alumnos de la Escuela de Letras patrocinado por Twinnings en el que tú estabas, creo, acompañándome en la mesa. Ahí hablamos del padre (el tuyo estaba enfermo entonces) y del papel que juega su muerte, cuando se produce, en la literatura del hijo. En fin, el poema es lo que cuento en la entrada. Es, de los míos, el que más veces he leído ante públicos diversos.
Iconos: yo tengo tantas o más dudas que tú. Ahora estamos con las transimisiones en directo y en tiempo real entre continentes, contamos con una tecnología enormemente sofisticada. Entonces, en 1969, era muy dífícil pensar en esa eventuralidad. Menos aún cuando la emisión en directo se realizaría desde la luna. Entonces la informática estaba en pañales y la televisión en color sólo emitía en algunos países y con notable dificultad. En España, ni lo soñábamos.
La UVA: conozco el paño. Todavía paso por allí algunos fines de semana. Todavía hay bloques en pie (aunque muy deteriorados) del tiempo de mi adolescencia y sé de las batallas ciudadanas que se vienen librando desde principios de los 90. Pero hay otra batalla. La más íntima, la que me habla de mi doble déficit sentimental-urbano: el barrio de mi infancia fue demolido y el de mi adolescencia desaparecerá en breve. Al contrario que la mayoría de la gente, no tengo ciudad ni barrio al que volver. Sólo existe en mi memoria. Por eso, en gran medida, escribo. Abrazos.
Excelente el poema, Manolo. Te lo he escuchado leer y lo he leído en otras muchas ocasiones. Ahora, con el recuerdo de aquellos días que nos ofrecen todas las televisiones, en la soledad de esta mañana estival al arrullo de los gañidos de las gaviotas cantábricas cobra, todavía más, un vuelo bello y definitivo. La UVA de Hortaleza sucumbirá, definitivamente, al empuje de las excavadoras. La mala uva, sin embargo, mantendrá sus trincheras.
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