Leo la biografía de Luis Martín-Santos, escrita por José Lázaro. En ella, construida de una manera novedosa, utilizando el discurso de una sucesión de personajes que conocieron o tuvieron algún tipo de relación con el autor de Tiempo de silencio, descubro uno de los misterios que han acompañado, desde hace muchos años, mi admiración por él. Me refiero a la razón de fondo por la que Juan Benet, amigo y compañero de generación (algo más joven) de Luis, nunca reconoció valor alguno a la novela que marcó un antes y un después en la narrativa española del siglo XX. Lázaro destaca las diversas descalificaciones con que Benet premió a Tiempo de silencio. Pero, sobre todo, destaca una respuesta que éste dio a Eduardo G. Rico en una entrevista aparecida en 1970 a propósito de la novela: "Una novela con fondo de verbena y vida de pensión, y una puñalada: es costumbrismo puro, a lo Mesonero Romanos. Además, tiene el humor confundido. La ironía, que alcanza en alguna ocasión cotas muy altas, no se mantiene a lo largo del libro". Aunque en el libro de Lázaro se resalta la opinión de Blanca Andréu respecto al disgusto de Benet por reconocerse, de manera paródica, en el personaje de Matías de la novela, creo que el problema esencial es que Benet nunca soportó que Luis Martín Santos lograra una espléndida síntesis entre un argumento propio de una novela del realismo social y una formalización en la que estaban presentes las enseñanzas de Joyce y de Faulkner. Cierto que Benet fue un gran escritor. Eso es una realidad indiscutible. Pero ninguna de sus novelas tuvo, en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX el efecto que tuvo Tiempo de silencio.
Pero el juicio de Juan Benet sobre la novela de Martín-Santos tuvo un correlato posterior en lo que en no pocos medios se ha calificado como colectivo de discícuplos (Molina Foix, Marías, Gándara, entre otros.... ): una permanente tendencia a calificar de costumbrismo aquella narrativa en la que una realidad reconocible, contemplada de manera crítica, tuviera un protagonismo esencial. Aunque el lenguaje y la apuesta estructural no tuvieran nada que ver con el costumbrismo. Juan Benet (que, curiosamente, nunca tachó de costumbrista a su amigo y colega Juan García Hortelano, bastante menos "vanguardista" que Martín-Santos) dejó estigmatizada la gran novela española de los años 60 con un calificativo que heredarían sus "sucesores". No sólo dejó la estela de una escritura difícil, faulkneriana, de un alto nivel de autoexigencia, sino un juicio sobre Tiempo de silencio absolutamente injusto y poco fundado.
En el fondo estaba un sentimiento de estupor ante el talento de un psiquiatra políticamente comprometido que, además de adelantársele con la edición de su primera novela, fue capaz de metabolizar Ulises para encarnar en jornada y media un fragmento de la vida de Madrid en una prosa absolutamente innovadora y rupturista. Como hiciera Joyce, salvando las distancias pero no del todo, con Dublín. Creo que esa es la razón esencial de la frialdad, casi la inquina, de Benet y sus discípulos de entonces hacia la novela de Martín-Santos.
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