El pasado miércoles, 8 de noviembre, alguien me llamó por teléfono a primera hora de la mañana: "Te cita Juan Palomo en El Cultural junto a Sánchez Robayna, Caballero Bonald y Luis Antonio de Villena". La cita aludía a un supuesto caso de censura protagonizado por el joven poeta Juan Carlos Abril, al que Luis García Montero habría aconsejado eliminar, de la poética lópez-veguiana que quien fuera librero de La Central le había remitido para una antología, las críticas a los cuatro poetas en cuestión. Juan Palomo afirmaba que la poética objeto de censura había sido publicada en la revista Clarín y que no era para tanto. En concreto, decía: Y créanme que no era para tanto. Porque será más o menos justo o acertado, pero todavía no es delito, creer que Villena es "la París Hilton de la poesía española", o que Manuel Rico "no se entera de nada". Lo despectivo de la frase que a mí aludía me produjo una inmediata reacción: responder en mi blog. Pero como me precio, pese a no enterarme de nada, de ser riguroso a la hora de escribir de o sobre alguien que a mí se refiere públicamente, me dije que sólo después de leer el texto publicado en Clarín debería hacerlo. Pues bien: acabo de leerlo y me quedo de plástico. Hay dos frases en las que aparece mi nombre. Primera: (No quiero)... ni que me reseñe en "Babelia" Manuel Rico, que no se entera de nada. Segunda (en la entradilla): Además me parece que todos con los que se supone que me meto -incluso Manuel Rico- son más inteligentes que él (se refiere a Abril) y seguro que no hubieran dicho nada. (Por cierto, en esto último tiene razón: yo nunca hubiera dicho nada).
Sobre la primera frase: seguro que hay, al menos, una docena de críticos, ya sea de Babelia ya lo sean del resto de los suplementos culturales de ámbito nacional y de las revistas de prestigio a los que citar en una frase que parece quitar trascendencia al supuesto afán de protagonismo de todo poeta (en este caso, del propio López-Vega). "Bien", pensé, "me ha tocado la china". Porque, claro, si algo me ha caracterizado en mi labor como crítico ha sido mantener una clara posición de independencia respecto a las pugnas literarias. Cuando abro un libro de poemas para hacer una crítica parto de un principio: buscar cuánto hay de poesía en sus páginas, con independencia de la adscripción estética o tendencial de su autor. Ya sea Felipe Núñez, Olvido García Valdés, García Montero o Quique Falcón. Y si algo ha dominado en mi labor como director de Bartleby Poesía ha sido, también, la atención y defensa de la diversidad: en su catálogo figuran 4 de los siete nombres que López-Vega cita como referentes suyos en la poesía más joven (debe de ser porque "no me entero de nada") y conviven poetas como Julieta Valero, Marcos Canteli o Ángel González, Isabel Pérez Montalbán o Angelina Gatell. Pero lo que parece un premio en el "sorteo de la china" al que arriba aludo, se convierte en otra cosa cuando leo la segunda frase, la de la entradilla, insultante donde las haya: incluso yo puedo ser tan inteligente como Sánchez Robayna, Caballero Bonald o Villena. ¿Qué coeficiente de inteligencia me otorga el poeta supuestamente censurado? No se sabe. Sólo parte de la idea de que me supone un coeficiente más bien limitadito. Sobre todo, teniendo en cuenta que soy el crítico de Babelia que "no se entera de nada".
Suelo ser comedido en los juicios personales. No me gusta emitirlos y, por tanto, no me gusta recibirlos. Soy, sin embargo, vehemente y firme cuando se trata de defender mi visión de la poesía, o de la literatura en general, o de debatir desde mis posiciones ideológicas y/o políticas (la última, en este blog, a propósito de la poesía crítica). Y, en poesía, soy -lo he dicho mil veces- un francotirador que, por dedicaciones ajenas a la poesía, he sido más observador que protagonista (aunque me precie de poeta que no desmerece en el panorama que vivimos). Por tanto, el comentario de López-Vega, que se publica en la revista que dirige su amigo José Luis García Martín , en la medida que carece de argumentos que lo sustenten, me parece simplemente un insulto. Que, por cierto, no es gratuito. A lo largo de las últimas horas me he dedicado a expurgar entre mis críticas de los últimos tiempos. Y me he dado cuenta que no me cita al azar. Que no insulta "a boleo". El insulto lo lleva rumiando cinco años. Sí: desde diciembre de 2002. Fue entonces cuando apareció la crítica que, como coda o anexo de esta entrada, puedes leer, lector atento (o lector morboso, que de todo hay en la viña del señor), al final de este largo relatorio. Y también creo que el vacío que ha sufrido durante largo tiempo la colección de poesía de Bartleby en el suplemento cultural que ha acogido las descalificaciones tiene que ver con esa crítica.
En todo caso, espero el nuevo libro de Martín López-Vega. Creo que es un buen poeta y un buen crítico. En el mundo hay magníficos poetas, incluso poetas geniales que, a veces, yerran. No por ello el crítico que alude al error o que valora determinados defectos debe ser insultado. Yo le invito además (y con el asentimiento, creo, de Pepo Paz), tal y como hice con Carlos Pardo y con otros jóvenes poetas, a acceder al catálogo de la serie Lecturas21, de Bartleby Poesía; a que escriba una lectura de alguno de los libros olvidados, o sin reeditar desde hace mucho tiempo, de nuestros grandes poetas.
Radiografías de la experiencia
MANUEL RICO (Babelia. 28/12/2002)Decía Ezra Pound que, en poesía, es conveniente escribir mucho y publicar poco. No parece ser éste el lema de Martín López-Vega (Poo de Llanes, 1975), que en muy poco tiempo ha publicado estos dos libros de poemas, uno de ellos, Árbol desconocido, galardonado con el Premio Emilio Alarcos en su primera edición. De la lectura de ambos se desprende una primera conclusión: constituyen un único universo.
Mácula es un libro variado, con momentos de gran intensidad. La propuesta de López-Vega, pese a tener fuertes parentescos con el amplio espectro de la poesía más directa y
figurativa que se viene escribiendo en la última década, tiene una peculiaridad que la singulariza: el doble apoyo en la cultura y en la experiencia del viaje. Sus poemas, casi siempre escritos en un tono coloquial con muy escasas concesiones al destello revelador y algunas al prosaísmo, nos habla de lugares, de lecturas, de los rescoldos del pasado, de un telón de fondo cosmopolita en el que a veces surge la evocación de la infancia y de una naturaleza entrañable y entrañada (son los momentos más intensos y poéticamente más felices del libro). La opción por un lenguaje conversacional se carga, por ello, de referentes culturales, de prolijas apoyaturas literarias y viajeras (en ocasiones la
proliferación de nombres propios y de referencias culturales debilita la médula emocional del poema) y no desdeña el acercamiento a la reflexión metapoética: así para López-Vega "en el poema siempre habrá / unas gotas de misterio". Si a ello añadimos alusiones tan explícitas como la que abre el poema/traducción 'Monólogo de Elisabeth Brewster', de Mácula -"estamos hechos de lugares", dice-, el uso de citas insertas en el texto (Baudelaire, Éluard, João Camilo...) y la incorporación de alguna versión de un poema ajeno (de Nazik Al Malaika), algo que, con acierto, ya había hecho en su anterior Equipaje de mano, hemos de convenir que a las características apuntadas el libro suma
cierta calidad de mosaico o palimpsesto que, a pesar de las diferencias que aportan el tono y la ausencia de derivas modernistas, no deja de recordarnos los alardes culturalistas de las poéticas dominantes en los setenta.Decíamos antes que, en cuanto a tono, obsesiones y temas, la frontera entre los dos libros es prácticamente invisible, que conforman un único universo. Sin embargo, hay otra frontera, ésta clara y visible, que tiene que ver con la intensidad emotiva (en lo estético y
en lo sentimental), con la hondura de la propuesta, con la calidad poética en definitiva, que en uno y otro libro se advierten. Respecto a ello, hay que decir que Mácula se nos muestra como el núcleo de ese universo único al que hacíamos referencia y Árbol desconocido, como los alrededores del núcleo, es decir, como material poético complementario y, por ello, no imprescindible, lo cual resulta paradójico al tratarse de un libro premiado con un galardón tan prestigioso como el Emilio Alarcos. Lo que acaba de rizar el rizo es que el propio López-Vega informe al lector, en su nota liminar, de que ha sido compuesto con materiales que quedaron fuera de Mácula y que conforman una suerte de cara B de éste. Llamativa confesión que, de cualquier manera, nos habla de la pertinencia, en este caso, del consejo de Ezra Pound.
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