lunes, 24 de mayo de 2010

Soyinka, Hughes, la Dickinson y... la Feria del Libro

Es difícil, por no decir imposible, que la poesía pueda cambiar el mundo: cierto. Pero es aún más difícil soñar con un mundo mejor sin contar con la poesía. Tiempos mutantes, dominio de la imagen, muerte (dicen) del libro tal y como lo concebimos, la realidad virtual campa por sus respetos.... Pero uno sale a la calle y se encuentra con hombres y mujeres poblando los parques, los mercados, los colegios, los cines, las oficinas de desempleo, los estadios. De la misma fibra, con los mismos sueños y frustraciones que tuvieran los hombres y mujeres a los que aludiera Dámaso Alonso cuando escribió aquel verso estremecedor: "Madrid es una ciudad con más de un millón de cadáveres según las últimas estadísticas". Es evidente que el mundo ha cambiado, que la globalización condiciona nuestra realidad y que Madrid no es la capital de la dictadura franquista como lo era entonces. Pero lo es también que la lucha cotidiana por la supervivencia sigue siendo la pulsión esencial que mueve al ser humano cada mañana al despertar. ¿Ha de vivir la poesía ajena a ese principio rector de la vida individual y colectiva? No lo creo. Es más, a medida que cumplo años (y ya van unos cuantos) y a medida en que me sumerjo, con mayor intensidad, en el mundo de la Red, advierto que la verdad escrita al principio ("es aún más difícil soñar con un mundo mejor sin contar con la poesía") es más evidente y necesaria. La poesía no puede ser un arte marginal, relegado, prescindible. Es el corazón vivo del idioma, la médula donde habitan las incertidumbres y los sueños, la memoria y el miedo, la vida y la muerte, el yo y los otros.

En estos días, tras mi salida del Cervantes, he tenido tiempo para volver, con calma, a la poesía ajena. Lo hice concluyendo una crítica al libro inédito de Blas de Otero Hojas de Madrid con La galerna para Babelia (diré, de paso que me parece uno de los poemarios más importantes aparecidos en lengua castellana en lo que va de siglo) y lo hice releyendo tres asombrosas traducciones de otros tantos poetas de talla universal y editados por Bartleby: Lanzadera en una cripta, de Wolen Soyinka; Poemas a la muerte, de Emily Dickinson, y El azor en el páramo, de Ted Hughes. Tres propuestas bilingües de alta poesía para la Feria del Libro que se inicia el próximo viernes. Tres oportunidades de disfrutar del lenguaje y de su esencia, de la pasión del poema y de comprobar la vigencia de la poesía como invitación a la reflexión, com imaginario de una realidad más justa, como depósito de los sueños, como vacuna contra la muerte aunque de la muerte hable, de pócima contra la desememoria.

Se me dirá: ya está aquí Rico barriendo para la casa de la colección que dirige. No se trata de eso (aunque a ello no renuncio). Se trata de una experiencia muy peculiar que intento describir: leí los tres libros en PDF, es decir, en pruebas, en fase de corrección aunque yo no fue el corrector. Me parecieron tres libros de una calidad incontestable. Pero ha sido después, cuando los he tenido en mi poder en papel, en una edición magnífica, y cuando me he podido sentar, con cierto sosiego, a releer en el formato de siempre, cuando he gozado, de verdad, de los libros de los tres poetas. No sólo de los poemas, he de aclararlo: también de las introducciones, de los prólogos de sus traductores. Luis Ingelmo con Soyinka, Xoán Abeleira con Hughes y Rubén Martín con la Dickinson, convierten los tres libros en tres "artefactos" cualitativamente diferentes, de una calidad distinta, yo diría que superiores en cualquier caso a lo que hubieran sido de no llevar los prólogos. No sólo sitúan cada libro. Nos ayudan al enamoramiento, hacen que nos apasionemos por la poesía que leeremos a continuación: generan una comunión entre lector y prologuista para disfrutar, en toda su riqueza, unos poemas magníficamente traducidos por otro lado.

El nigeriano Soyinka, primer premio Nobel africano y exiliado desde 1997 en Estados Unidos, nos lleva a las bodegas del cieno de la injusticia. Sus poemas nos hablan de la experiencia límite, de un mundo sojuzgado (que no murió, que todavía existe en la no tan lejana África, en grandes zonas de Asia, en la América sureña, en la periferia de nuestras ciudades postindustriales, postmodernas y globalizadas). La cripta, la cárcel, el encierro. De su encarcelamiento sin juicio durante casi 30 meses, de ellos 22 incomunicado, Soyinka se sobrepuso, casi sobrevivió gracias a la poesía escrita en pequeños envoltorios, en el reverso de cajetillas de tabaco, en papel higiénico.Ahí están los poemas. Se trata de un libro editado por primera vez en inglés hace la friolera de 39 años, nunca editado en castellano y que se asoma a nosotros como un abismo apasionante y estremecedor. Lanzadera en una cripta nos reconcilia con la gran poesía cívica, comprometida, del siglo XX.

La Dickinson que mira de cara a la muerte, que desde el hondón del siglo XIX (no olvidemos que murió en 1886) habla con nosotros, en sus poemas, como si fuera la última poeta del siglo XXI. Poemas escritos en el largo encierro al que, voluntariamente, se sometió cuando tenía treinta años, poemas que nos enfrentan a la verdad existencial más contundente. Los Poemas a la muerte son un desafío al misterio, son piezas de una búsqueda perseverante de realidades que se nos ocultan en la vida real, de las zonas oscuras que viven detrás de las cosas, en el lado inaccesible de la existencia. Rubén Martín, partiendo de reflexiones de Harold Bloom, subraya que en una poesía del pensamiento como la de Emily Dickinson no podía eludirse la reflexión poetizada sobre la muerte. Y ahí está, contemplada de una manera poliédrica, desde enfoques diversos, en los 155 poemas (de los 2000 que su autora escribió en su encierro) de que se compone el libro.

Hughes y la naturaleza, lo telúrico y volcánico que late al otro lado de lo cotidiano, la animalidad de la vida que se construye detrás de las estructuras culturales y filosóficas, la poesía que se mastica y se goza, que conmueve y erotiza, en la que el cerdo y el nenúfar, el leopardo y el atardecer, la rata y el zorro, la abeja y el río son mucho más que símbolos: son espejos deformes y, a la vez, certeros, de la condición humana. El lenguaje, de una riqueza casi provocadora y de una ductilidad que embriaga, convierte la lectura en una experiencia apasionante que bordea lo puramente sensitivo, que, al menos en el primer momento, deja de lado la racionalidad para dar paso al gozo más estricto y desnudo. Son 68 poemas (uno por cada año que vivió) que nos sitúan en las distintas etapas creativas que vivió quien fuera compañero de Sylvia Plath.

 

6 comentarios:

Manuel Rico dijo...

La edición de este post ha sido una operación de ingeniería inacabable. Al final, lo he logrado. En uno de los intermedios en esa labor se colaron dos comentarios: de David y de Dorita. Han acabado perdidos en la blogosfera. Si queréis escribirlos de nuevo, no lloraré. Si no, tampoco, aunque lo sentiré mucho.
Un abrazo y buena Feria del Libro.

David Pérez Vega dijo...

Hola Manuel:

Simplemente te decía que me había gustado la entrada, y que yo también comparto ese gusto por los libros en papel, y te invitaba a ver, si no lo habías visto ya, un video que me ha llegado al correo sobre las nuevas tecnologías del ocio llamado "¿Conoces el book?", que me pareció muy simpático. Te dejo el enlace por si quieres verlo:

http://www.leerestademoda.com/

También te deseaba suerte con todos los cambios de tu vida.

un abrazo

Manuel Rico dijo...

Gracias, David, por tus deseos. Sí, conozco el video al que te refieres. Incluso he intentado colgarlo en el blog, pero me ha sido imposible no sé si por torpeza o porque está protegido contra blogueros.

Un fuerte abrazo.

dorita dijo...

Decía que había conocido a Soyinka y había tenido el privilegio de escuchar su voz recitando. Que la poesía siempre estará enredadada entre los sentimientos, los conflictos, la solidaridad etc...,y que entradas como las tuyas demuestran que sigue vigente.
A propósito de la foto de la Sierra del Agua (yo pierdo continuamente cosas por la red), me ha gustado tanto la novela, que la estoy leyendo otra vez, porque a parte de paisaje, hay mucha poesía en el texto.

Manuel Rico dijo...

Soyinka debe de ser todo un personaje. De una talla moral a la altura de su poesía. Te envidio por esa experiencia, Dorita.

Un abrazo.

Primitivo Algaba Mansilla dijo...

Simplemente agradezco tu manera sencilla y directa de ilustrarnos. Enhorabuena. Un abrazo
Primitivo

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