Ayer apareció mi artículo titulado "Lo inoportuno y lo inaceptable" en El País a propósito de las réplicas que las palabras de Gamoneda tras la muerte del uruguayo generaron. Me costó mucho escribirlo. Por dos razones: la primera, porque quería que fuera una combinación entre la exposición de hechos incontestables y la crítica solvente, rigurosa, a los excesos que determinados representantes de nuestro mundo cultural habían, a mi juicio, cometido. La segunda, porque el artíulo, para ser eficaz y para mostrar la gravedad de los hechos criticados, no debería quedarse en un plano abstracto. Era imprescindible que la transcripción de cada réplica llevara aparejado el nombre de su autor. De ese modo, Felipe Benítez Reyes, Benjamín Prado, Javier Rioyo y Chus Visor han visto, en mi artículo, reflejadas sus opiniones. No me ha animado animadversión alguna hacia ellos, sino un cierto hartazgo del estilo un tanto pedestre con que se suele abordar, en nuestro mundo poético, la polémica teórica, las diferencias de opinión. Y, ¿por qué no decirlo?, la indignación que me producía el silencio con que ese mundo recibía los insultos con que fue "premiado" Antonio Gamoneda tras confesar públicamente su falta de empatía con la poesía de Benedetti y calificarlo de "poeta menor".

He recibido numerosos mensajes de felicitación. Muy curiosos. Lo digo porque en gran parte de ellos había un par de expresiones que me han conmovido y preocupado a la vez: "en tu artículo nos reconocemos muchos", "ha sido un artículo valiente", "ya era hora de que alguien hablara con claridad", decían. Me han conmovido porque uno siempre siente una íntima satisfacción cuando logra conectar con las aspiraciones y sentimientos de otros. Y me han preocupado porque existe una convención muy extendida: si uno quiere aspirar a alguno de los premios más relevantes de este país, publicados por la editorial a la que he hecho referencia (yo tengo un libro, Donde nunca hubo ángeles, allí editado), debe obviar toda crítica, asumir en silencio las verdades que se establecen desde una determinada opción estética. Aunque parezca mentira, es así. Incluso en la forma en que fue replicado Gamoneda (el tono, el nivel de la descalificación, el recurso a expresiones groseras) transmitía una cierta conciencia de impunidad, como si hubiera la certeza de que nadie replicaría. Diré más: no pocos de los amigos y conocidos que me han enviado felicitaciones, me han advertido, a continuación, de que me "vaya preparando". El significado de esa advertencia es claro: léanse las líneas anteriores.

Termino con dos preguntas y con una respuesta: ¿Cuándo podremos debatir sobre poesía sin que el desacuerdo estético derive en bronca o enfrentamiento? ¿Cuándo se podrá criticar, sin descalificaciones, con rigor, a un editor sin temor a "represalias editoriales", valga la redundancia? Quizá nunca. Lamentablemente.