Ayer estuve en Puentedeume, acompañando, en su último viaje, al poeta gallego y director del Cervantes de Lisboa Ramiro Fonte. Con 51 años y una obra poética (y memorialística) sólida, cargada de emoción, perdió la batalla contra la puta enfermedad que no se nombra. Luchó algo más de medio año contra ella y, al final, fue ella quien se salió, como tantas veces, con la suya. En medio de los amigos y deudos hubo alguien (un hombre de su edad, quizá un compañero de estudios, un familiar) que me preguntó si conocía a Ramiro. Le dije que sí, que lo había conocido en julio del año pasado, al poco de asumir mi responsabilidad directiva en el Instituto Cervantes, pero que cinco años antes había tenido la satisfacción y el honor de escribir para Babelia la crítica a la edición en castellano de su libro Capitán invierno (Pre-Textos, Valencia, 2002). "¿Escribiste la crítica y no le conocías?": esa fue la pregunta que siguió a mi información. La verdad es que me quedé perplejo. Seguimos charlando y el amigo de Ramiro me dijo que no le parecía verosímil que eso fuera así, que normalmente la crítica la hace quien conoce al autor, sobre todo quien tiene una relación de amistad con el autor. Hasta aquí la anécdota.
Porque lo verdaderamente importante fue que una multitud acompañara al poeta, a Elsa, a sus padres, a sus amigos de infancia, a sus hermanas. Ni siquiera tuvo importancia que el séquito lo encabezara César Antonio Molina ejerciendo de ministro de manera visible, o que, entre los amigos y deudos, como una más y sin dejarse notar apenas, estuviera Carmen Caffarel En el camino hacia el cementerio, por las calles altas de un pueblo volcado sobre el mar, yo pensaba no en la ceremonia que se había celebrado en el ayuntamiento, ni siquiera en la respuesta ciudadana que había suscitado la muerte del poeta, sino en los poemas de Capitán invierno, en el libro que había llevado conmigo en el viaje para conocer aún más (la poesía es la radiografía del alma) a quien sólo había visto en persona en dos ocasiones. Allí estaba la memoria de infancia y adolescencia de quien creció en un lugar cercano al mar y hecho de viviendas humildes; allí estaban los inviernos de bruma de las ciudades gallegas; las viejas salas de cine que el urbanismo y la especulación y las nuevas tecnologías audiovisuales fueron, poco a poco, arrumbando: salas del descubrimiento del primer amor, de los sueños como vacuna contra un tiempo difícil ("Y entre todas las deudas que la vida / conmigo ha contraido, que nunca saldará, / Están esos secretos que no supe robarte / En la última fila, / En la sesión de tarde / Del cine Rena, /Donde saben mejor todos los besos"); allí estaban los descampados y las periferias. Estaba el amor, y los abrigos de paño, y las gabardinas, la juventud subversiva y la libertad escrita en paredes nocturnas, y las aldeas perdidas, y los amigos del barrio que la madurez, la distancia y la experiencia fueron dejando en el camino. Para muestra, sirva el botón (porque el traje, el libro, deberéis comprarlo) del comienzo del poema titulado "Los barrios perdedores":
"Llueve mucho en los barrios perdedores Pues los meses de invierno tienen poca piedad De sus casas desnudas, ofrecidas al viento, Al agua, a la intemperie, Y por eso en los barrios perdedores En las tardes de invierno llega pronto la noche, Duran menos los días" Capitán Fonte, Ramiro Invierno: aquí quedan, para el amigo que una tarde de diciembre de 2007 me llamó por teléfono asustado tras una prescripción médica, estas líneas de mi homenaje personal, de mi homenaje como poeta compañero, como escritor compañero, como amante de los claroscuros y de las tardes invernales.
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6 comentarios:
Aterrador. Con 51 años y fulminado por el enemigo innombrable.
¿Sabe? Me pregunto en qué mundo habita ese señor tan singular que afirma que "normalmente la crítica la hace quien conoce al autor, sobre todo quien tiene relación de amistad con el autor". No es necesario subir a un cohete espacial y abandonar La Tierra en busca de otras formas de vida. Aquí mismo, en nuestro perdido planeta, centenares de miles (¿millones?) de almas consumen sus años en una confusión, en un despiste tal y con unas visiones tan distorsionadas de la realidad, que bien podrían ser objeto de análisis astronómico para así intentar descifrar su procedencia genealógica (tal vez extraterrestre).
En otro orden de cosas, no sé si ha llegado a leer mi segundo comentario ubicado en la entrada dedicada a Sylvia Plath (7 de octubre). Como no ha habido respuesta afirmativa por su parte, ¿debo interpretar que, por la razón que sea, prefiere que no haga mención en su blog a los referentes cinematográficos, musicales y pictóricos a los que aludo?
¿Podría, por favor, responder a este comentario en concreto?
Con la mayor consideración.
Estaré encantado de que hagas referencia a todos esos ingredientes de la memoria a los que aludes. Creo que todo eso no hace sino enriquecer la percepción del lector y, en el fondo, completar las notas que, cuando puedo, voy escribiendo en este blog "Al margen". Gracias por anticipado.
Por su respuesta, deduzco que intuye que puede ser positivo. El enriquecimiento al que usted alude se puede producir siempre y cuando dichos "ingredientes de la memoria" sean acertados o, al menos, no excesivamente desfasados. Es un riesgo, por su parte, aceptar que alguien (un tren desconocido) se proponga decir algo que intenta establecer determinadas correspondencias con su literatura. Y decirlo, además, en el blog. Me parece que ha sido su intuición la que, finalmente, le ha impulsado a dar luz verde a mi íntima voluntad de enriquecer -eso desearía- la percepción de quienes, como yo mismo, hayan entrado (o quizá entren) en su maravilloso universo y ya no puedan salir de él.
En vez de decirlo todo en un único comentario, lo mejor será dividirlo en varios, cada uno con su propio encabezamiento: CINE, MÚSICA y PINTURA. El primero (CINE) está casi listo y, en algún momento de la mañana de hoy, domingo, espero enviarlo. Aguardaré su respuesta (no tiene que ser necesariamente inmediata) y, si el contenido le resulta desafortunado o, incluso, disparatado, lo más lógico y prudente será dejarlo ahí y no continuar. Y le pediría que, por supuesto, lo elimine del blog.
Para centrarnos en algún lugar, ubicaré mi próximo comentario aquí mismo, en esta entrada dedicada al desaparecido Capitán.
Y, sea como sea, gracias.
(CINE)
Sr. Rico:
Cualquier lector o lectora que, transcurrido cierto tiempo, sienta el impulso de regresar a sus siempre adictivas páginas y desee entender algo más sobre la seducción que causa su inolvidable escritura, ha de conocer a fondo la breve pero imprescindible filmografía de Víctor Erice, con atención especial para sus tres largometrajes rodados hasta el presente: "El espíritu de la colmena" (1973), "El sur" (1983) y "El sol del membrillo" (1992). Erice y usted son artistas absolutamente afines y complementarios. Siendo cineasta, Erice encarna, en el fondo, a un irrepetible poeta pictórico que, con el extremado cuidado de sus fotogramas, ha legado a la experiencia estética imágenes eternas que elevan la percepción del lenguaje cinematográfico a cotas sublimes. Le ha tocado encontrarse, de forma natural, entre los dos o tres más grandes directores que el cine español haya dado jamás (para muchos, incluyendo a colegas profesionales, el nivel de Erice alcanza la altura suprema), así como entre los siete u ocho artífices verdaderamente geniales de la cinematografía mundial, a pesar de la gravísima herida que sufrió con "El sur", su poético y delicadísimo film que no le dejaron rodar en todo su desarrollo (el que justamente tendría que haber transcurrido en Andalucía), debido a una serie de causas y razones lamentables que no viene al caso recordar ahora aquí. Así, la cámara de Erice nunca pudo inmortalizar el que hubiera sido uno de los instantes cruciales de la narración, el escalofriante momento en el que aparecería Estrella sosteniendo de nuevo el péndulo para entregárselo a su desconocido hermano -y descubierto por ella precisamente en su viaje al sur- en una vieja y abandonada estación de tren en la localidad de Carmona.
Decíamos que para interiorizar todo lo posible a M. Rico no debe olvidarse la posibilidad de visionar cuantas veces sea preciso a V. Erice. Concentrémonos, pues, en cinco momentos muy concretos, atesorados para siempre en las tres películas antes citadas:
1) "El espíritu de la colmena". Nos encontramos en un lugar de la meseta castellana hacia 1940. Minuto 8´38´´. Un tren surge en la lejanía, al tiempo que Teresa (Teresa Gimpera) se aproxima en bicicleta a la estación de paso donde el tren se detendrá. La secuencia se extiende hasta el minuto 10´33´´ y parece haber sido soñada por Rico.
2) "El espíritu de la colmena". Minuto 46´11´´. Imagen icónica de la historia del cine, configurada por la luminosidad carismática de dos niñas irrepetibles. Isabel (Isabel Tellería), inclinando su cabeza sobre uno de los raíles, le advierte a su hermana Ana (Ana Torrent) que el tren "¡ya viene!". La perfección e intensidad trascendente de la secuencia completa (que llega hasta el minuto 47´23´´ y que parece formar parte del código genético de Manuel Rico) deja completamente transido de emoción al espectador, sin que pueda evitarse la formación de un apretado nudo en la garganta que suele desembocar en un incontrolable derramamiento de lágrimas.
3) "El espíritu de la colmena". 1 h., 04 min., 58 seg. Encadenado del rostro de Ana con la vía sobre la cual un tren avanza en la soledad de la meseta. No se puede, en rigor, comprender enteramente a M. Rico sin guardar en lo más recóndito del corazón lo que muestra la secuencia íntegra, que se desarrolla a lo largo de 45 deslumbrantes segundos.
4) "El sur". Secuencia proyectada entre el minuto 53´22´´ y 55´35´´. En algún momento del otoño de 1957, en un lugar del norte de España, Agustín (Omero Antoniutti)se encuentra tendido en la cama de una habitación adyacente a una vieja estación de ferrocarril. De pronto, siempre desde el interior de la estancia, escuchamos unos nudillos llamando a la puerta y una voz femenina que, preocupada y ansiosa, exclama: "¡La hora! ¡Que se va el tren!". Parece claro que esa voz representa a la propia musa de M. Rico, a quien podríamos verle identificado con Agustín, si bien éste nunca subió al tren y consuma su suicidio, en tanto que Rico ha viajado en numerosos vagones diferentes, y, lejos de quitarse la vida, ha cumplido y cumple con su imperativo ético como escritor visionario de unas situaciones y unos paisajes y personajes que únicamente él (en su misteriosa intimidad) puede inmortalizar.
5) "El sol del membrillo". Secuencia extendida entre 21´37´´ y 23´22´´. Madrid, lunes, 1 de octubre de 1990 (fecha real). Mientras el pincel de Antonio López (personaje real) intenta reflejar en un nuevo lienzo el enigma del membrillero que el artista cuida en su jardín, la cámara sale "afuera" (obsérvese la contraposición interior-exterior que de igual modo Rico expone en tantas de sus escenas) para mostrar la presencia de varios trenes a través de ámbitos ubicados en la zona de Chamartín, donde no resulta difícil identificar, en la figura del muchacho que bota un balón, a Diego Velarde, poco tiempo antes de que éste inicie la acción de "Los días de Eisenhower". Igualmente reveladora es la frase "La chispa de la muerte", rociada en negro sobre una de las paredes externas de una caseta blanca cargada de simbología, mientras unos vagones pasan a poca velocidad por debajo de un puente.
Manuel Rico y Víctor Erice: un escritor y un cineasta cuyos posicionamientos éticos y estéticos y su insobornable honestidad artística impedirán que su trabajo se abisme en el siniestro pozo del olvido. Dos sensibilidades e inteligencias prácticamente idénticas, unidas por un hilo en apariencia invisible. Dos referentes ineludibles de lo mejor que la literatura y el cine hayan podido entregar (hasta la fecha) en el tantas veces hostil, narcisista e insensible ámbito hispánico, donde
por momentos la atmósfera se vuelve irrespirable y sucia, contaminada como está por el atroz papanatismo que nos rodea por casi todas partes.
Querido Manuel:
Muchas gracias por tu clase de esta tarde. Ha sido un honor y un placer contar contigo en el taller.
Un fuerte abrazo,
Francisco J. Martínez Morán
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