lunes, 16 de junio de 2008

La crónica de un "Verano" que se escribió en diez años.

Fue en mayo de 1997 o quizá un mes después, una noche en la que unos amigos inauguraban una casa recién remozada en una urbanización del valle del Lozoya. Recuerdo que, en la fiesta, no sólo estábamos nosotros, acuarentados residentes de fin de semana en ese lugar. Estaban nuestros hijos, a punto de adolescencia. Sonaba la música que los anfitriones habían seleccionado. Era una música afincada en la memoria de todos nosotros. Quizá fuera una canción de Jacques Brel, o de Adamo -¿por qué no Mis manos en tu cintura?-. Fumábamos, reíamos, ironizábamos sobre el amor libre, sobre los sueños del tiempo universitario, sobre el empeño de olvido en que parecía enfrascado el primer gobierno Aznar... Y fue entonces, mientras veía a las parejas bailar entre las luces nocturnas, mientras escuchaba cómo los anfitriones se referían, entre risas, a la hipoteca que acababa de caerles con aquel viejo chalet remozado, cuando tuve la certeza de que en aquel momento, parte de nuestra vida real, yo tenía a mi disposición el comienzo de una novela. No sabía qué ocurriría en ella. Ni qué personajes iban a protagonizarla. Pero tenía el ambiente, los paisajes, el pulso emocional, el deseo de escribir. Es decir: tenía los elementos esenciales que, en mi caso, suelen ser el principio de una novela.
Días después, cuando los rescoldos de la fiesta se habían apagado, probablemente en la habitación de mi casa de Madrid, quizá a finales de mayo o a principios de junio, nació, de un tirón, el primer fragmento:
"La música, llena de pasadizos a la memoria, sonaba inmune a sentimientos y a recuerdos, seapropiaba del jardín y hacía de la noche un espacio en el que no existía el presente, un lugar de los años perdidos y las amistades borrosas y los sueños amputados. Eso era la música y Nuria Cruz intentaba guarecerse contra el asedio de la nostalgia y de los deseos rotos y por eso dejó el salón donde todos bailaban ajenos a su cavilación, y cruzó el jardín y olió las madreselvas, el aroma algo mortecino de los rosales, y contempló un cielo en el que las estrellas brillaban como nunca componiendo sobre el bosque de fresnos una bóveda inmensa, la misma bóveda de sus quince años, cuando el tiempo carecía de sentido y amar era una aventura no por pecaminosa y prohibida menos cargada de promesas. Atrás quedaba la casa encendida contra la noche, quedaban ellos, acuarentados fingidores de fin de semana, testigos de su lejano esplendor adolescente y de su desconcierto de los últimos años, amigos perseverantes desde los tiempos del desafío, desde las noches en las que la ciudad, ahora oculta tras la cadena de montañas, era el lugar a conquistar y era el futuro. Habían cruzado todos los puentes, intentado representar todos los papeles y quizá por eso ahora se limitaban a vivir, a apurar un tiempo que comenzaba a mostrarse en toda su descarnada precariedad. Nuria echó la vista atrás y vio a Adela, que abandonaba la casa y se detenía en el porche.
—¿Han llegado los chicos? —dijo Adela.
--No… Por eso he salido… Ya es algo tarde."

No sabía entonces que daba comienzo a un trabajo de diez años, que se prolongaría hasta mayo de 2007. No continuado, por supuesto. Con paréntesis más o menos largos determinados por otros proyectos narrativos, por algún poemario, por mi ensayo sobre la poesía de Vázquez Montalbán. Un trabajo que, en gran parte, se desarrolló en muchos fines de semana, en etapas de vacaciones y puentes vividos en lo que en la novela llamo "la casa del verano", una casa que es real, que existe, que se levanta junto a un pequeño pueblo del valle del Lozoya.
En estos días, cuando me enfrento a la magnífica edición que ha hecho Alianza (con esa portada, obtenida de los fondos de la Agencia EFE, llena de carga evocadora), al recordar el proceso de corrección de galeradas, de revisión del conjunto del texto, me he dado cuenta que he construido la crónica de un verano extraño. Un verano en el que los adultos confrontan sus mitos y su memoria con el pragmatismo de los adolescentes crecidos en democracia. Unas vacaciones en las que, inesperadamente, se abre una ventana al pasado: al de la inmediata posguerra y al de los últimos años de la dictadura de Franco. En la felicidad inventada de quienes viven un agosto de montaña de finales de los noventa entre excursiones, reuniones de amigos, veladas bajo la luz cubiertos con jersey o con mantas que evocan los viejos fuegos de campamento vividos por los mayores, irrumpe una realidad tormentosa: una falsa carta firmada falsamente por un personaje del pasado de todos abre el portón de un tiempo doloroso. ¿Qué fue de los torturadores de la Brigada Político Social del franquismo? ¿Cómo han vivido el tiempo de democracia? ¿Se han encontrado, alguna vez, frente por frente, con alguna de sus víctimas? ¿Han llegado a hablar con ella? A esas preguntas, con el telón de fondo de una naturaleza vivida y gozada, con la evocación de un agosto vacacional en el que los adultos recuerdan e intentan refugiarse en la fiesta y en un retiro temporal y los adolescentes descubren el amor, el sexo, lo precario de toda felicidad, intento responder con Verano.

6 comentarios:

El anonimato es salud dijo...

Bonito cuadro, e interesantes escritos, claro.

Me gustaría que me recomendara algún libro suyo donde se hable del presente, y no haya evocación. Vamos a ver, trataré de ser más clara: un libro donde se trate, un poco, la evolución de quienes en su momento representaron a la "España libre" (los famosos 80), sin haberse "dejado tentar", esto es, sin dejarse contaminar por aquello mismo que criticaban ante quienes, teniendo algunos años menos, hemos visto como os convertíais en pequeñoburgueses cómodamente asentados en puestos de jerarquía, y vuestros apasionados corazones rojos se volvían rosados, por no decir que descafeinados.
No se lo tome esto como una afrenda, sino más bien como una invitación: recuerde que quiero leer algo suyo, y supongo que habrá algo rescatable al respecto. Lo deseo, porque conozco muy poco intelectual de su generación que, por aquello de la frase hegeliana que rezaba algo así como "al sistema hay que atacarle desde adentro", no haya quedado pillado justamente dentro de ese sistema, y además muy a gusto. Me sentaría muy bien saber que alguien lleva la palabra a la acción.

Un saludo

MANUEL RICO dijo...

En mi literatura hay siempre evocación. Pero no desde un lugar abstracto, sino desde el presente. "Verano" es una novela escrita desde ahí, desde el presente, con unos personajes que representan, en efecto, a una generación que participó activamente en la transición. Esos personajes (los de mi novela) han logrado cierta estabilidad económica (una profesora de instituto, un abogado laboralista, un escritor, dos pequeños empresarios...) pero, en buena medida, mantienen los ideales transformadores de la juventud. También los adolescentes que aparecen en la novela son de hoy. Y son críticos por lo que creen una acomodación de sus padres a la sociedad que antaño condenaban.
Por tanto, no es una novela de evocación. Es una novela de presente en la que, además, hay una incursión en un presente absolutamente desconocido en la España de 2008: ¿qué pasa hoy, por la mente, de quienes fueron los delatores, o torturasdores de la policía política del franquismo, qué es de su vida treinta años después de la Constitución?
También "Trenes en la niebla" (2006) es una novela escrita desde el presente que, además, entra al corazón de un debate central, un debate de hoy, que está en todos los periódicos y en otros medios,como es el de la "memoria histórica" y el de los campos de concentración y destacamentos penales del franquismo. Y desde una perspectiva de izquierdas, progresista. Mi corazón era rojo y sigue siendo rojo (asumiendo responsabilidades públicas en la administración, por supuesto). Y eso, creo, está en mis novelas y en mis poemas. Eso sí: huyendo del panfleto y del alegato.
No tiene usted más que leer anteriores entradas en mi blog (o mis artículos de fondo aparecidos en El País) para darse cuenta de que mi literatura no es sólo evocación.
En fin, querido lector, eso es lo que le puedo decir. Comparto con usted la idea de que el presente no es un lugar común de la narrativa de hoy.Precisamente sobre esa realidad espero publicar no tardando mucho un largo artículo. En un diario de tirada nacional, espero.

Pepo Paz Saz dijo...

Bueno, vamos a ver ¿es que España no se ha vuelto pequeñoburguesa?¿es que no votamos a favor de convertir en delincuentes a los inmigrantes ilegales?¿es que no hay diez millones de españolitos que votan sin sonrojo (evidentemente) a un partido que apoyó en su momento con mayoría parlamentaria dar cobertura a la invasión ilegal de un país? A mí, personalmente, me gustaría poder leer otro libro sobre "presentes": los de un joven de aquellos años 70, un maduro de derechas que ahora sea capaz de mirarse al espejo y hacer recuento de sus pequeñas mezquindades y renuncias, un pequeño (o gran burgués) cómodamente asentado en puestos de jerarquía autonómica con su apasionado corazón azul más azulón aún. ¿O es que hay que seguir con el pantalón de pana y la melena hasta la tumba?¿Según los nuevos globalizadores se puede ser de izquierdas y no avergonzarse?¿o hay que ser más castrista que Castro para quedar incolume?

El anonimato es salud dijo...

PEPO PAZ (por si usted forma parte del séquito):

Pues sí, habría que ser más castrista que Castro y, por ejemplo, sacar la cara por la gente que va a ser fusilada con las 60 horas semanales mediante una ley parlamentaria fascista aprobada por un supuesto gobierno "socialista", que no lo es, porque ya están muy cómodos en sus reductos. Aquí no estamos hablando de pelos largos, señor, sino de derechos laborales... ¿no era eso lo que se había conseguido en los 80?¿O es que usted es el típico funcionario que va por la vida pregonando los ideales socialistas con 5 horas de jornada en su haber?¿Por qué no se habla en las novelas de que en España los socialistas YA NO LO SON?

Y luego, ¿cuál es el problema con el castrismo?¿Que ese señor ha tenido los huevos de hacerle frente a los EE.UU sin pelotear a nadie, después de la Unión Soviética?¿O que Chávez no quiere jugar al pelotismo con el tándem EE.UU/Europa para regalarles sus recursos naturales por un precio de hambre?

¿Por qué les molesta hablar tanto de esto a los europeos, inclusive a los de izquierdas? ¿Será que la izquierda ya no existe, o es un simple esbozo de lo que fuera hace 20 ó 30 años?

Pepo Paz, usted se ha vuelto un burgués, reconózcalo, está más cómodo en su reducto que Houllebecq con su marketing. Aquí hacen falta escritores con una verdadera rabia, no maniqueos.

Don Manuel, me interesa mucho el tema de los delatores, de hecho vivo en un sitio donde está lleno de ellos y me gustaría saber qué piensan, aunque la sangre derramada se les "huela" en la mirada...

Después de ésta prometo no hacer más intervenciones, no me interesa. Si fueron a colonizarnos hace 500 años mejor sería que se hicieran cargo de las consecuencias. Y no me vengan ahora con lo del "rencor", porque si fuera así no se harían tantas teleseries sobre las invasiones napoleónicas.

Otro saludo

Pepo Paz Saz dijo...

Señor anónimo (de acá o de allá). Ya veo que no anda muy ducho en conquistas laborales ni en post-revoluciones. No juzgue, hombre. No lo haga, al menos, sin tener algún elemento de juioio. El tatarabuelo que les explotó hace quinientos años tenía más que ver con usted que conmigo. Se lo prometo: el mío no viajó. El suyo, sí. Y no me haga tanta demagogia: ¿a qué se aplica usted durante las cinco horas que parece trabajar?¿a escribir comentarios anónimos en la web?¿Expide, tal vez, certificados de "socialismo sin mácula"? Por favor, baje al mundo real. Si le tranquiliza, también se lo confirmo: no soy funcionario y trabajo mis horas semanales como todo hijo de vecino. Aquí nadie regala nada, don Salud.

Marisu dijo...

Evidentemente aquí nadie regala nada y hay muy poquitas personas, funcionarias o no, que trabajen cinco horas y muchas sobre diez horas de media.Y muchos socialistas lo somos de corazón y lo practicamos en la medida de lo posible y a cambio de nada.Es cierto que hay hechos criticables en los que deberíamos alzar más la voz.Pero es absurdo hacer una valoración literaria desde el punto de vista de las ideas políticas de un autor.Una obra puede contener o no denuncias, reflejar o no una ideología, pero eso no determina su calidad.Tampoco tiene que responder a unas expectativas concretas de un lector o lectora.Ni creo que para analizar o valorar un libro haya que juzgar el pensamiento o la trayectoria personal del autor.Eso solo puede ser un dato que nos explique ciertos aspectos de la obra.En el caso de Verano creo que el retrato de un grupo social está magnificamente hecho.El libro es estupendo y muy bellamente escrito.Es literatura y de eso se trata.Y su autor no maquilla su pensamiento ni a sus personajes.Además le considero coherente con sus ideas.Solo faltaría que le impidiesen utilizar su valía profesional.Estamos en la españa del siglo 21.

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