miércoles, 16 de julio de 2008

El origen remoto (o casi) de "Verano"

No es fácil identificarse plenamente con la crítica a una obra propia. Siempre he sentido una rara sensación cuando me ha tocado leer las críticas a mis libros. Muchas veces (y lo digo yo, que ejerzo la crítica desde hace más de una década) piensas que has escrito otro libro, muy diferente acaso del que pensabas haber dado a la imprenta. Otras, descubres que en tu texto había intenciones subconscientes que no alcanzaste a ver mientras lo escribías. Y, casi siempre, tienes la oportunidad de ver y analizar, a través de la mirada de otro, una obra con la que has convivido, en su proceso de gestación, durante muchos años.
De la buena crítica, de la crítica llamada convencionalmente constructiva -aunque no ponga bien tu obra-, siempre se aprende. En ella alientan enfoques distintos, enseñanzas, descubrimientos respecto al modo en que lo que escribiste un día puede llegar hoy al lector. Todo esto viene a propósito de la reseña que a mi novela Verano ha dedicado, en el último Babelia (13 de julio), Angel Luis Prieto de Paula. Me parece una crítica rigurosa en la que el elogio es cauto, centrado en aspectos determinantes de la novela aunque sin desatender la vertiente crítica destacando alguna supuesta flaqueza o deficiencia. Bienvenida sea la crítica. Pero ha habido dos párrafos que me han parecido especialmente conectados con el aliento de fondo que, a mi juicio, respira en Verano. Uno, la referencia a una de mis pasiones como narrador, probablemente importadas de mi condición de poeta: las descripciones de paisajes. Afirma Prieto de Paula: "Las descripciones paisajísticas son de una belleza que le roba el alma a esta novela". ¿Qué decir ante semejante juicio? Nada. Sentir una honda emoción y una enorme gratitud. Nada más. Y pensar, en todo caso, que algo debe mi prosa a los paisajes reales que han inspirado los de la novela. Por ejemplo, los que ilustran estas reflexiones.




El segundo párrafo es, quizá, el que motiva esta recapitulación "al margen". Escribe Prieto de Paula: "una camaradería que procede de los años universitarios y ha aguantado el desgaste de los años por la fuerza cohesionadora del veraneo compartido, que se clausura ritualmente con la cena de finales de agosto, regada con agua de tormenta y la melancolìa del retorno". En cursiva destaco la frase que, quizá sin que el crítico lo haya pretendido, roza el núcleo esencial, quizá la matriz que dio origen, hace mucho tiempo, a la novela. Me explico: más de una vez he afirmado que los escritores que compatibilizamos poesía y narrativa desarrollamos, al escribir una narración, todas las potencialidades que contenía un poema escrito en un tiempo pasado. Y si mi experiencia ha sido siempre ésa, que toda novela tuvo como semilla (a veces remota) un poema, pude comprobar cómo a Vázquez Montalbán le ocurría algo parecido. Me lo confesó en una larga (y apasionante) conversación cuando comenzamos a hablar del poema "Ciudad" que aparece en su novela El estrangulador (Mondadori, 1996). El poema lo había escrito en los años sesenta pero ahí estaba, en síntesis, depurada, la novela. Lo mismo afirmaba del poema "Nada quedó de abril" con que abre Una educación sentimental (1967) en relación con la novela El pianista. Algo parecido ocurre con Pepe Caballero Bonald y con otros novelistas-poetas.
Pues bien: la referencia a la tormenta de finales de agosto y a la melancolía del retorno que destaca Prieto de Paula en su crítica está estrechamente vinculada al origen de Verano. Hace algunas semanas, en otra entrada de este blog, me referí a una experiencia vivida, junto a otros amigos, como desencadenante del comienzo de la novela. Pues bien, hubo una semilla anterior. Se trata de un poema cuya primera versión escribí en... ¡¡1989!! Se publicó en El País-Babelia en 2005 y, en su versión definitiva, está incluido en mi último poemario, De viejas estaciones invernales. Se trata de la evocación de la tormenta que, cuando era un chaval y veraneaba con mis padres en un pueblo de Soria, solía desencadenarse en el último tramo de agosto anunciando el final del verano y "la melancolía del retorno" (Prieto de Paula dixit). El poema aparece, también, en mi antología Monólogo del entreacto y siempre fue una obsesión trabajando en la recámara de mi cerebro. Sólo cuando acometía el tramo final de la novela tuve la certeza de que los climas, los paisajes, los ambientes y las emociones de Verano estaban ya en el poema que abajo reproduzco para el lector curioso y con pereza para escarbar en mis textos poéticos:
LA TORMENTA

Habíamos dejado la tarde a medias, la luz

a medias adensarse contra blancas paredes,

en jardines en sombra, en praderas heridas por la llama

de un verano sin paz, tan implacable

como el tono amarillo que hizo de ellas

sólo memoria de un verde amenazado.

Y fue entonces —agosto prescribía

en el pueblo remoto de todos los veranos de la infancia—

cuando la nube puso desolación al aire y vino

la primera tormenta a visitarnos

hasta llenarnos con su olor a distancia y olvido.

Nuestros padres guardaban las hamacas.

Se miraban, sombríos, pues la lluvia anunciaba el retorno

de un tiempo cotidiano sembrado de relojes.

Y nosotros, niños como aquel agua que ablandaba la paja,

corría en torrenteras por los montes y aromaba

de infancias más remotas nuestros ojos,

nos mirábamos tristes pues setiembre llegaba, inevitable,

y era el fin del verano y no podíamos

gozar de aquella oscuridad,

de aquella tarde llena de premoniciones,

de lentos exterminios de una farra apenas intuida, acaso

de un amor inseguro, breve y luminoso como todos

los vividos en aquellos veranos de nuestra pubertad.

Y llegaba la noche y no quedaba

más remedio que huir a la luz amarilla del cuarto de los niños

mientras ellos, los padres, nuestros padres,

jugaban a los naipes esperando

el fin de la tormenta para dar otra luz al verano, otro plazo

de gozo a aquellas horas implacables, más cortas, más huidizas

que todas las horas precedentes.

3 comentarios:

Marisu dijo...

Me encanta el libro y también el poema que lo ha originado.
Lo he leído en parte en Madrid y en parte en Ourense; y en esta ciudad lo he recomendado.También lo he visto en mi librería favorita.
Bueno tal vez la belleza de la forma vele un poco el alma según el "experto" de Babelia.No para una modesta lectora.Tu eres crítico, pero yo no acabo de ver esa función del todo.¿Cual es el alma?¿Qué es?.El libro tiene mucho contenido y la belleza de la forma lo resalta.Yo nunca he creído en que la complicación, dificultad y austeridad linguistica de un libro sean de gran valor.A veces disimulan la incapacidad de algunos santones de transmitir con belleza y claridad la dinámica de una historia, la trayectoria o los perfiles de los personajes.
Querido Manolo te he dedicado una entrada de mi modesto Blog, Placeres Recuperados.Espero que te agrade lo que digo:es lo que siento.Un abrazo. María Jesús.

Manuel Rico dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Manuel Rico dijo...

Muchas gracias, María Jesús, por tu comentario y por tu apoyo entusiasta a mi novela. Creo que tienes toda la razón en cuanto a tus reservas sobre la opinión del "experto" de Babelia. Hay demasiados prejuicios, sobre todo en el mundo de la crítica, a la hora de acercarse a una narración o a un libro de poemas. Creo que con alguno de mis libros ha ocurrido eso. Son los gajes del oficio. Gracias también por dedicarme una entrada en tu blog. La he leído y me ha emocionado de verdad. En fin... ¿qué quieres que te diga? Gracias, gracias y gracias. Ah... y un gran abrazo.

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